Después de los combates del 20 de agosto, ambas fuerzas
beligerantes se sintieron con tal quebranto y fatiga, que, tanto por
parte del general Santa Anna como por la del general Scott, se revolvió
solicitar una suspensión de hostilidades, con el pretexto de
deliberar acerca de las condiciones de un tratado de paz. Por fortuna
para el honor de nuestras armas, el jefe norteamericano se adelantó,
enviando al ministro de la guerra, general Alcorta, una nota en la que;
lamentando profundamente los horrores de la guerra inhumana que se hacían
dos repúblicas hermanas, creía que era tiempo de que sus
diferencias se arreglasen políticamente, a cuyo efecto pedía
un corto armisticio durante el cual podríase tratar amigablemente.
Y después de algunas discusiones entre los comisionados de los
beligerantes, quienes se reunieron en Tacubaya el día 22, se
firmó un convenio en el que se estipulaba la cesación
absoluta de las hostilidades en 30 leguas a la redonda de México,
continuándose el armisticio por todo el tiempo que durasen las
negociaciones de paz o hasta que el jefe de alguno de los dos ejércitos
avisase formalmente al otro de la cesación de aquél, y
con cuarenta y ocho horas de anticipación al rompimiento de las
hostilidades; la prohibición absoluta de levantar obras de fortificación
ofensivas o defensivas entre los límites convenidos, la de que
los ejércitos se reforzasen, debiéndose detener todo refuerzo,
excepto los de víveres a 28 leguas de distancia del cuartel general;
la de avanzar los respectivos ejércitos sus destacamentos e individuos
de la línea que entonces ocupaban, a no ser que condujesen o
se presentasen con bandera de parlamento, yendo a asuntos para que estuviesen
autorizados por el mismo armisticio.
El artículo 7º fue para nosotros una ignominia, pues en
él se le permitía al ejército invasor proveerse
de víveres y recursos en la misma ciudad de México. Esto
causó trastornos posteriores que aceleraron la ruptura del tratado
pacífico.
En efecto, apoyándose en dicho artículo, penetraron hasta
las calles principales de la ciudad más de cien carros del ejército
enemigo para sacar dinero de algunas casas comerciales y proveerse de
víveres frescos en el mercado. El pueblo se indignó, muy
justamente, de que el inicuo invasor, causa de tantas desgracias para
la patria que había derramado la sangre de sus hijos, entrara
tranquilamente a abastecerse para regalarse, a la misma capital de la
República a la que había ultrajado y a la que amagaba
con un golpe de muerte. Tomóse a traición de Santa Anna
aquel acto y se revolvió furioso el indignado pueblo contra los
carreros del enemigo, apedreándolos. El gobernador del Distrito
intentó reprimir el tumulto con la fuerza pública, ¡y
he aquí que los lanceros mexicanos vuelven sus armas contra el
pueblo defendiendo al invasor!
A duras penas y sólo por la pacífica persuasión
del general Herrera que arengó al pueblo, manifestándole
que el valor no se muestra con gritos y mueras ante inermes
sino en el campo de batalla, frente a los adversarios armados, se
logró calmar la indignación pública.
Las negociaciones de paz no daban resultado alguno, pues los comisionados
norteamericanos tenían pretensiones exorbitantes en abierta pugna
con nuestro decoro nacional.
El día 6 de septiembre recibió el presidente Santa Anna
un oficio del general Scott en el que éste manifestaba orgullosamente
que consideraba violado el armisticio por parte de México y declaraba
rotas las hostilidades, si no recibía al instante satisfacción
y reparación. ¡Era de nuevo la guerra! Las bandas rnilitares
tocaron Generala, y las campanas a rebato, continuándose
los aprestos de resistencia, reforzándose las guarniciones de
las garitas, en tanto que el ejército norteamericano que ocupaba
Tlalpan, Coyoacán y Tacubaya era movilizado para avanzar sobre
la capital.
El objetivo del plan del enemigo consistía desde un principio
en abrirse paso por el poniente, después de nulificar las posiciones
de Molino del Rey, Casa Mata y Chapultepec. El general Scott creía
que en la primera de aquellas posiciones tenía el ejército
mexicano un gran acopio de elementos de guerra y sobre todo abundante
existencia de sacos de pólvora.
Además, teniendo en cuenta que el ataque sobre la capital era
decisivo si se dominaba el oeste relativamente más fácil
de ocuparse, desprendiéndose las columnas norteamericanas de
Tacubaya que las que se lanzaran contra San Antonio Abad, en el
sur, Scott hizo dirigir todo su impulso sobre el rumbo indicado tanto
más cuanto que a su vez el general Santa Arma, rotas las hostilidades,
dirigió su vista hacia la región amagada tan especialmente
por su adversario.
Éste avanzó desde el día 7 sobre la línea
de batalla que con gran pompa militar fue estableciendo Santa Anna en
los campos de Molino del Rey, Casa Mata, Los Morales y Anzures.
Nuestras tropas ocuparon tras del bosque de Chapultepec el edificio
de Molino del Rey, dividido en dos secciones por un acueducto que ofrecía
un buen abrigo atrincherado a los defensores. Parte de la finca constituíala
el fuerte molino del Salvador, ligado por la línea del acueducto,
con un antiguo molino de pólvora, dentro de cuyo edificio se
construían cañones. Al norte de esta línea, cuyos
extremos eran dos construcciones de tezontle y cantería, estaba
la calzada de Anzures, que quiebra al oriente, en tanto que al sur limitábase
el frente dicho, con los muros y cercas lejanas que veían a los
campos y lomas de Tacubaya.
Al noroeste de los molinos había otro edificio aislado, depósito
de pólvora (la Casa Mata); rodeábale un foso pequeño
y varias líneas de chaparros parapetos. Sobre la extensión
que abarcaban estas posiciones, en torno de algunas millas, alzábase
la cresta más alta del castillo de Chapultepec, cubriendo defensivamente
la región occidental con los agresivos fuegos de sus cañones.
Y he aquí cómo Santa Anna cubrió su línea
de batalla para impedir el avance de las columnas norteamericanas, que
sabía iban a apoderarse de la fortificación mexicana avanzada
de Casa Mata y Molino del Rey:
En la izquierda, sobre los molinos, hizo colocar la brigada del general
León, compuesta de los batallones de guardia nacional: Libertad,
Unión, Querétaro y Mina.
A la mañana siguiente se reforzó esta guarnición
con otra brigada. El 4º ligero y el 11º de línea ocuparon
la Casa Mata en el flanco derecho, en tanto que en el centro, entre
ambos molinos, tras de zanjas y magueyales compactos, se situaba la
brigada del general Ramírez, con cuatro batallones, apoyando
fuertemente una batería de seis piezas.
La división de caballería compuesta de 4 000 caballos
se situó a tiro de cañón de Casa Mata, con orden
de estar a la expectativa de la batalla, para caer en el momento oportuno
sobre el flanco izquierdo del enemigo, en el acto de empeñarse
la refriega con nuestra infantería.
La reserva formada por el 3º ligero y el 4º de línea
quedó en el bosque de Chapultepec, pernoctando parte de estas
fuerzas en la cima del cerro, al mando del coronel Echagaray.
Pero la batalla que esperaba Santa Anna para el día 7, en la
parte occidental de México, no se verifica; y creyendo que Scott
ha escogido el sur arrojando sus columnas de Tlalpan, Coyoacán
y Churubusco, sobre la garita de San Antonio Abad, desguarnece
en la noche del mismo día 7 la línea de batalla que defiende
el poniente de la metrópoli, desmembrando el robusto brazo bien
armado antes y presto a la pugna, para fortalecer el sur. ¡Esto
fue el penúltimo desastre!
¿A qué retirar de la potente línea de batalla del
Molino del Rey y Casa Mata, apoyada por los fuegos de Chapultepec, fuerzas
que deberían ser el alma de una resistencia heroica, alentando
con su sola presencia las filas mexicanas, y a qué, sobre todo,
dejar sin sostén la batería central, bajo el pretexto
de que iba a ser atacada, allá... hacia San Antonio Abad, la
puerta que cerraba ante México la calzada meridional, y por qué
tantas vacilaciones y contraórdenes delante de un enemigo que
ostensiblemente embestía cierto rumbo de nuestra plaza?, ¿por
qué semejante cúmulo de disposiciones militares?...
Nadie lo pudo comprender entonces. De nuevo resurgió la frase
siniestra, el eterno anatema que para colmo de catástrofes se
desplomaba flamígeramente sobre el director de los destinos de
la nación mexicana... brotó de nuevo dantesca y trágica
la palabra ¡traición! ¡traición! Y no hubo
tal traición: fue que se acumularon terribles causas precedentes,
atroces, sociales, para determinar en el ejército mexicano, siempre
valiente y siempre abnegado, el punto final de la última derrota
que fuera al mismo tiempo claro de luz de gloria, cerrando la triste
epopeya de la invasión norteamericana en México...
La brigada del general Worth destacó sus oficiales de ingenieros
por entre las lomas de Tacubaya, frente a nuestras posiciones, y ya
en la madrugada quedaron instaladas sus baterías cuyos cañones
habían de sostener el combinado ataque de cerca de 4 000 norteamericanos,
bien armados y cubiertos por nubes de ligeros dragones; teniendo a su
retaguardia aquella masa impulsiva, confiada en el triunfo, fuerte y
rauda, considerables sostenes y reservas, flor y nata de las tropas
veteranas enemigas.
Las fuerzas del jefe Worth fueron sostenidas por tres compañías
de dragones, amén de dos piezas de artillería de sitio
de 24 y por otra brigada ligera norteamericana, repartiéndose
las columnas enemigas en un frente considerable en el que jugaban más
de 3 500 rifles, ocho piezas de artillería y 400 caballos. Era
que habían aumentado su fuerza de ataque en tanto que nosotros
lo disminuíamos, como ya está indicado.
A las primeras claridades del día 8, saludaron nuestro campamento,
rompiendo fuegos sobre el Molino, la batería enemiga. A derecha
e izquierda fueron avanzando hábiles tiradores norteamericanos
hacia nuestras líneas, protegidos por aquella su potente artillería.
Los cañones que coronaban las crestas de Chapultepec y la batería
que ante los molinos, oculta tras el magueyal activaba sus descargas,
respondieron ferozmente al estupendo fogonear de nuestro adversario.
Éste batió con sus cañones de Duncan la Casa Mata,
disponiendo otros para enfilar su izquierda, hacia donde podía
aparecer la caballería nuestra del general Álvarez, quien,
como sabemos, tenía orden de acometer el flanco izquierdo enemigo
en el instante en que cargara sobre nuestro frente de batalla.
Después de largos despliegues de las secciones beligerantes que
maniobraban en sus respectivos campos para formar sus columnas de asalto;
después del intenso rebramar de las baterías norteamericanas
sobre los molinos del Salvador y la Casa Mata, destácase una
columna de infantería enemiga, que lentamente y ladeando pequeñas
lomas se aproxima a tomar nuestra batería del magueyal. Resistieron
con sus fuegos los bravos batallones que cubrían las azoteas
de Molino del Rey y Casa Mata y algunos de los tiradores que se defendían
tras las ruinas de los edificios cercanos o ante los muros del acueducto
y los relieves ásperos y ondulantes del terreno.
Pero nuestra batería, que no tuvo próximo sostén,
no pudo resistir el empuje de la columna enemiga, y pronto perdió
sus cañones, no obstante la resistencia que hizo el 3º ligero,
tras el acueducto. El norteamericano avanza sostenido por los fuegos
de su batería ligera, cubriendo su frente con la poderosa y terrible
línea volcánica de los mejores rifleros, siguiendo a esta
columna de asalto dos batallones de reserva.
Detúvose toda esta masa ante nuestros fuegos de cañón
y fusilería, en tanto que eran amagadas las posiciones extremas
del molino del Salvador y Casa Mata, jugando sin cesar contra el centro
enemigo la línea occidental de los cañones de Chapultepec.
El primer asalto de la columna norteamericana fue tan impetuoso y tan
hábilmente preparado, que después de haber roto su friego
último para llegar a bayoneta a la batería mexicana volteó
nuestros cañones, entre hurras furiosos y delirantes, llevándoselos
a toda carrera, ya que nuestra lejana infantería del acueducto
y de los molinos era insuficiente para evitar aquel fracaso.
Al mismo tiempo, otra columna norteamericana cargaba fuertemente sobre
el molino del Salvador, a la derecha, protegida por gruesos cañones,
en tanto que otras fuerzas amenazaban nuestra izquierda, siempre asegurados
los adversarios por la enérgica sugestión de su relativamente
poderosa artillería.
Ahora volvamos a contemplar la terrible columna de asalto que arrancó
nuestros cañones de la batería central, entre Casa Mata
y Molino del Rey... Se apodera de nuestras piezas, y ya las lleva en
son de triunfo, cuando tras los victoriosos enemigos carga a paso veloz
el batallón del general Echagaray que en Chapultepec permanecía
de reserva... Carga el valiente cuerpo, y el adversario acosado a retaguardia
vuelve caras, tiende sus tiradores ante pequeñas columnas que
se lanzan sobre las nuestras a bayoneta, mas retroceden... y extendido
otra vez en amplia faja el combate de fuego y arma blanca, logran nuestras
banderas bellos triunfos... Las columnas de Echagaray y Balderas arrancan
entre la refriega los cañones que nos habían tomado los
norteamericanos, y allá en la Casa Mata, al mismo tiempo se rechazan
las otras columnas asaltantes, varias veces... Las baterías enemigas
prosiguen un nutridísimo fuego apenas contestado por los cañones
de lo alto de Chapultepec... ¡Era la revancha!
Allá, tras de las lomas de Tacubaya, bien cubierto su frente
por éstas, el general Scott dirige la batalla, y notando la debilidad
de nuestro centro, que reforzara espontáneamente el 3º ligero,
hace cambiar el frente de ataque; llama a sus reservas, ordenando que
vengan en su apoyo otras fuerzas de Tacubaya, y dirige entonces tres
nuevas columnas de asalto hacia nuestras posiciones, lanzándose
la primera, formada por la brigada del general Cadwallader sobre los
molinos, la segunda sobre el frente de la Casa Mata (donde el general
Scott creía encontrar gran acoplo de material de guerra) y la
tercera para envolver el norte de la misma Casa Mata. Su caballería
se agrupó en su flanco izquierdo dispuesta a resistir el empuje
de nuestros escuadrones, apoyada por dos piezas ligeras.
Mientras así se rehacía el enemigo de su descalabro, nuestros
cuerpos volvieron a sus posiciones, tras los molinos, en los acueductos
y las azoteas, colocando los más diestros tiradores ante las
lomas, zanjas, matorrales y asperezas... ¡Y carga otra vez el
adversario; precipítanse de nuevo sus columnas ante una nube
de fuego, amparadas por el estruendo mortífero de sus baterías
sobre nuestras líneas, a las que sostiene el redoblado estampido
del cañón de Chapultepec... El combate se desarrolla más
intenso, más desesperado y sangriento!... y otra vez los asaltantes
se retiran, enviando hacia su extrema izquierda su batería "Duncan",
dispuesta a contener a la caballería del general Álvarez,
que empezaba a evolucionar.
¡Los norteamericanos habían sido rechazados también
de Casa Mata, y nuestras tropas, en el delirio de su entusiasmo, saltaron
los parapetos y a la bayoneta rechazaron a su vez al enemigo! Era de
esperarse en esos instantes que la fuerte columna de caballería
que a las órdenes del viejo insurgente suriano, general Álvarez,
se encontraba sobre el flanco izquierdo norteamericano, cargara, desfilando
entre las quebraduras del terreno, para dar rotundo golpe al ejército
rechazado; mas por una fatalidad que explica la impericia y la falta
de unidad en el mando, como hemos visto en todas las acciones de guerra
de esta lamentable etapa histórica, aquella columna de caballería
que si no pudo haber obtenido éxitos, hubiera logrado ejecutar
lo bastante para dar al ejército mexicano, si no una victoria
definitiva, al menos un glorioso episodio de profunda trascendencia
moral no cargó, y entonces, vueltos a rehacerse los norteamericanos,
tornaron al asalto... ¡Truenan nuestros últimos cañonazos,
intentando detener sus bandas, y al fin, unos tras otros van cayendo
en su poder el Molino y la Casa Mata, tomando de nuevo la batería
tan heroicamente disputada en el fragor de tanta contienda!
La batalla fue una de las más terribles; solamente en La Angostura
se desarrolló ímpetu igual al que desplegaron los cuerpos
mexicanos que saliendo de sus posiciones fortificadas fueron a contener
y rechazar las soberbias columnas adversarias... ¡Hubo refriegas
en que jefes y oficiales dieron ejemplo de valor a sus tropas, cayendo
épicamente al frente de ellas el bravo general León y
los coroneles Balderas y Gelati!... jamás el ejército
norteamericano había sufrido tanto como ante el valor de estos
valientes, en el Valle de México!
A última hora, como siempre, aparecieron las reservas de Santa
Anna, logrando apenas contener, en torno de Chapultepec, las excursiones
de los voluntarios del enemigo, trabándose combates parciales
en los campos que se extendían a uno y otro extremo del bosque
y las calzadas. La artillería del castillo hizo retroceder a
las fuerzas norteamericanas, las cuales en la tarde tuvieron que evacuar
las posiciones que nos conquistaran a tan alto y enorme precio de sangre.
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