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LA SELVA , gran verdad con tanto engaño.Es una realidad empedernida. Todo es igual, se suicida la brújula. Se niega la entrada al sol. Flores y pájaros llevan en la garganta una penumbra que acontece en el alma de las cosas cuando el hombre... Integridad de un material esbelto. Lo verde está en el tiempo, en la textura de los estados de ánimo del bosque. Lo verde es un incendio que destruye las oportunidades de la aurora. Lo verde es la verdad, la deplorable verdad de tantos verdes, la conjura de la verde verdad que oculta el sueño, lo irresponsable del secreto oculto. El verde es un color hospitalario: en tanto más oscuro, más humano. En la lenta explosión del mediodía la luz hace del trópico un Sebastián sangrante. Entre la súplica de los atardeceres, el verde es tinta china, es la luz refugiada en lo más negro, edificada silenciosamente por la vegetación en libertad. Con las manos arrodilladas acato el primer paso de la Noche. Y en la humilde soberbia que da el cielo con la sabiduría en las estrellas, entro en la noche como nada limpio, en un claro del bosque, abandonado. Y aquí estoy con el timbre de otra voz que tuve cuando el viento fue mi cuerpo. Se siembra en mi garganta una semilla que algún día será lo que de mí pueda quedar. Un charco en que se pudre la luz misma o inmovilizan párpados de muerte. El agua en tuberías de bejuco dada al conocedor del laberinto de vidrio de la sed. Fragmentos de jaguar muerto de sed como una luz jamás amanecida. En tanta realidad el sueño crea la muerte de las cosas. Una noche huracán, el relámpago, jaguar instantáneo que saltó sobre el mundo, da luz y en la sombra del rugido se estremece el desorden de la selva. El problema del bosque es exceso de vida. Ya no hay donde poner nada. Hay pequeñas libélulas azules que hacen de ciertas flores una lágrima. Las flores solidarias de los pájaros en el vuelo impalpable de la inmovilidad. Y hay olores que son gusanos transparentes con sonido. Como nunca es de noche ni de día, el tiempo es medio tiempo. Hay voces que lo llaman a uno sin motivo. Voces parecidas a otras voces que uno escuchó siguiendo una lectura. La tierra está debajo de la tierra y más abajo el tiempo que ignora a veces lo que está pasando. Abre una flor sin que lo sepa nadie y así, no existe el tiempo. En la selva uno se pregunta: "¿Y yo qué carajos hago aquí si no hay adonde ir? Uno dice sí, para negarlo todo". La carcajada de un pájaro en esta soledad sin garantías nos avisa del peligro de pensar en él. El árbol del pan o el bejuco de agua, ¿mitología o están? Es tanto lo que está que ya urge colocar los ceros a la izquierda. Cada hoja que cae es un cero a la izquierda hasta cifrar la angustia en la unidad que soy. Puede acabar el tiempo en un instante y no tener ya tiempo para huir. Pero mi piel está quieta: ha comenzado la fraternidad. Sumar. Restar. Multiplicar y dividir. La muerte alimentada con la vida en el primero y último compás. El dónde estoy va desapareciendo; es la consigna de la fraternidad, Luz verde a todas partes a condición de no moverse. La estatua incomparable inaugurada para siempre. Libélulas azules, volúmenes enormes, ya destruidos. Recuerdo una ocasión en que unas flores negras algo dijeron en mis narices. Se me nubló la vista, caí sobre la industria de las hojas, y un trago de aguardiente con anís me devolvió mi nombre. En la noche sale a hablar todo cuanto uno no imagina. Mitin de multitudes invisibles, unos duermen de día, otros hablan de noche. Se genera una hoja con insectos que sin verlos hacen daño. Cunden y se esconden. Toda la maquinaria del trabajo es fruto del silencio vegetal. Aquí se aprende a leer pensando en muchas cosas. De la idea a la palabra, un instante milenario. Sólo en ciegas parálisis, los hongos, intocables esculturas se solidarizan con los miguelángeles. En inmovilizados cuartos de hora se proyectan las grandes destrucciones. ¡Ay de los grandes árboles cuando el rayo volatiliza las torres de la atmósfera! Yo recuerdo mis manos inútiles entre aquel verdor cósmico que piensa huir bajo el abismo hostil que a nada escucha. Lo animal se oculta pavorosamente y uno es vegetación desesperada. El venero es azul consigo mismo, el infinito azul de los orígenes, que morirán azules algún día. El bosque estremecido da la vida a tanto corazón de muerte palpitante. Y hay que empezar de nuevo la aventura enraizada y la guirnalda festival del aire. Aquí todo está fuera de comercio. Nada tiene que ver con uno. La poesía es más espacio que tiempo. Uno dice la palabra poesía y no sabe lo que dice. La voracidad de unas hormigas interrumpió la cadencia del bosque. Aquí fácilmente la verdad es mentira y por lo mismo todo está inventado con lo que a usted le dé la gana. Cuando después de siglos de enseñanza se derrumba una ceiba, el boquete de sol que se construye crea opiniones sobre la existencia. Tanta sabiduría a la intemperie es una inmensa desnudez de sangre. En medio de la selva se habla con la mirada a media voz. Los ruidos industriales de la noche lo hacen pensar a usted en el dinero que se gasta para no poder callarse. El Reino Vegetal cuyos decretos se firman en secreto. Útiles despilfarros, atlético desorden. De un manotazo pumas y jaguares destruyen las cortinas de una fiesta de orquídeas, las joyas solitarias que si hablaran nadie nunca ya jamás hablaría. Toda intención flamígera se diluye en las grietas del follaje. La luz, un verde puesto a pensar sombrío. El viento es lo vocal ejecutivo de una empresa dispuesta a todo trance. El viento joven que se arriesga a todo y puede solo contra la vejez. El viento guarda luto por la muerte de tantos huracanes fracasados. El gran viento que agota un mar de oxígeno que a los pocos momentos se renueva. El viento que se muere de cansancio entre el ambiente hipóstilo de caobas y cedros. El viento sin linaje entre las dinastías vegetales. Este desorden construido por orden superior autoriza geológicas sorpresas a la memoria más abandonada. La lluvia tiene donde aposentarse a costa de su auxilio inevitable. Para la lluvia y sigue íntimamente con tacto de tambores para niños. Caen enormes gotas por doquiera. Gratuito dineral que cubre el despilfarro de tanta sangre verde, de nubarrones verdes se resbala y musicalizando cuanto toca. ¡Ay del torrente aéreo! Muere con dignidad entre la selva. Uno quisiera collares musicales, flor en los ojos, fruta abierta nasal, cierto sabor de olvido del pantano y lo mucho y lo poco tan desconocido. El gran imperio de la clorofila resiste siglos milenarios con el ejemplo de ínclitos insectos. En tiempo de aguas, hábiles telarañas de perfumes languidecen el sueño de los árboles más viriles. Hay serpientes como joyas prohibidas que no se atreven a ofrecer manzanas a tanta y endiablada desnudez. Y a tanta soledad la habladuría de todos los idiomas de la noche. La noche que habla sola para olvidar el día. Y el día que no sabe de la noche más que el paso de rumores escondidos. Trabaja el tiempo todo el día y de noche se olvida de sí mismo: está el tiempo debajo de la tierra que es la noche. Lo que antes fuera religioso esfuerzo, laboratorio de manos floridas, habitación de sombras inalcanzables, rincón donde la luz nunca fue vista, pero sí adorada, cumbre piramidal, cielo a la mano de inteligencias húmedas de cielo; lugares predilectos de la Nada que a todo ha dado vida; alcobas en que el sueño está despierto sin que nadie lo vea; la piedra que tocó la noche antigua de las memorias inolvidables está asaltada por la selva, a los lados, adentro, por encima; la paciencia implacable que se pudre pero retoña y sigue retoñando. Lo que fue población de jeroglíficos, pavorosamente vacío. Muertos los constructores, recuperó la selva sus espacios, izando su victoria sobre ruinas. Entre esos árboles me reconozco, yo, animador de íntimas catástrofes. Aquí el hombre desnudo se enfloró la cabeza con las plumas más lindas de los aires. En su pecho y sus pulsos, los jades a la selva lo asociaban, y un cinturón con caída central ocultaba su sexo. La suntuosa elegancia de los mayas le dio a la selva un porvenir eterno. Desnudo y enjoyado, ese hombre nos asombra. El cielo de los números embelleció por justa la cuenta de sus días. Las ideas fueron esculpidas para congratularse con la aurora. Tabasco y el cacao: bebemos Xokol-ja, en todos los pueblos del planeta. Se desgranaba la sabiduría como una lluvia de luces antiguas entre los ojos de aquellos cerebros. El maya fue el grande hombre de la selva. Oí que unos árboles de antigüedad espléndida dijeron: "¿Y tú, qué haces aquí? Nosotros somos sigilosamente analfabetas. Aprende a leer para escribir sobre nosotros". Esto fue todo lo que pude aprender. Era un idioma hecho de viento y hojas secas. Hay telas de araña que ni el viento más tortuoso de la selva destruye su área aérea. Se ven hilos de luz caminando en las hojas tan gratuitamente que les cuesta trabajo caminar. La vida de esa vida nos mantiene jóvenes. Los bodoques de lodo de los sapos se lanzan al pantano. Es la protesta del amanecer por la fealdad de un objeto animado. Un colibrí en la flor de su premura saquea en un instante la gota de un tesoro. La selva tiene su propio cielo movedizo: se pudre en ella la apoteosis de las más solitarias soledades. Lo verde que se pudre sin tristeza y hace el color que nunca se había visto. Mariposas inmóviles que ven volar el aire y se alimentan príncipes de su propia belleza. Puede un canto destruir aquel desorden e implantar el silencio unos instantes puesta en pie la batuta del jilguero. Un mediodía en el Usumacinta, hablé con mis amigos, entre el agua, todos desnudos en la luz profunda. Nacían y morían las palabras, relatando la historia de la vida: un pueblo, un hombre, realidad plantada, monumental, sonora, repartida, piedra y palabra con la flor y la muerte, calendáricamente organizadas. En la seda desnuda de las aguas, dejó el tiempo una flor inolvidable. Palpita en mí, con su soberanía, el bosque, hijo del agua y de la luz. Creo que en cualquier parte del poema esto que estoy diciendo soy yo mismo. Yo, desollado, rejuvenecido, cada vez que los días dan la hora. De las raíces sube hasta mis ojos el vigor permanente de la ausencia. No hay crimen: sólo voluntad de vivir dentro de la simetría de cada uno. La flor, el fruto, el insecto, el pájaro, las víboras, la fiera, y esos colores, húmedos guantes de algunos árboles, y la luz de un instante que el viento hace posible. Y un flautín en la tarde que enriquece invisibles amarillos, y el piano de rumores entre un rugido y otro, y el silencio que dirige la orquesta de la selva. Geometría en el aire de la araña. Saber. Pensar. Hacer. Destruir. Pasar. Y el mono, hombre feliz y arriba siempre. A ciertas horas se marchita el tiempo, categóricamente liquidado: unas cuantas gotas en unas cuantas hojas. Tanto glóbulo rojo que se pinta de verde hace vegetariano al tiempo mismo. No nos iremos sin decir buenos días al clarín de la selva que improvisa sus luces. Oírlo cantar es tener en las manos un collar de esmeraldas y rubíes. Es el gorjeo del agua con los colores de un paraje íntimo. Hay pájaros que huyen de las flores por no quedarse como ellas... El bosque es el oído cósmico que registra el hacer de las hormigas. Cuando cae una hoja se vuelve de metal la indiferencia. La indiferencia de las hojas secas. Desde una fecha, acaso inexistente, huele la soledad a cosa activa, al invisible coito de la vida, floreciente, desde siempre. El gran tambor del viento que antecede a la lluvia, en cuyas vidrierías los instantes cierran la boca a todo comentario, el gran tambor del viento perfora los oídos de la atmósfera y se queda colgando de un cartílago. A esos momentos, la dinámica furia de los átomos pierde velocidad. ¡La Poesía! Reina del Reino Vegetal, la cifra uno entre los mil millones del ambiente. Yo te saludo, bosque, desde la incomodidad de mi impericia. Tú eres lo que yo hubiera querido ser: horizontalmente lejos del mar: verticalmente junto a ti. El drama de la vida se hizo para verse, no para ocultarse. Absórbeme Dilátame. Dilúyeme. Pintor y músico, con remolinos en el corazón: el sueño de servir a todo el mundo y el lujo de pobreza que hay en mí. Víctima del fuego y de la tierra, náufrago sin el agua ni el espacio. Yo sé que sí me espera la esperanza, contra toda destrucción voy hacia ella. Puesta en servicio el alma, tanta potencia corporal construye su propia decadencia. En un claro del bosque un charco pudre la caída de un genio vegetal. Un brazo seco muestra el trabajo túnel del quetzal. Y en noches luminosas, la brisa huésped de la madrugada agita con la yema de sus dedos el verdeoro caudal de aquellas plumas, retoño volador del árbol muerto. Lomas de Chapultepec Pascua de Navidad de 1973 |