A una flor inmersa

CAE la rosa, cae 
atravesando el agua, 
lenta por el cristal de sombra 
en que su tallo ahoga; 
desciende imperceptible, 
clara, ingrávida, pura 
y las olas la cubren, la desnudan, 
la vuelven a su aroma, 
hácenla navegante por la savia 
que de la tierra nace 
y asciende temblorosa, 
desborda la ternura de su tacto 
en verde prisionero, 
y al fin revienta en flor 
como el esclavo que de  noche sueña 
en una luz que rompa 
los orígenes de su sueño, 
como el desnudo ciervo, cuando la fuente brota, 
que moja con su vaho la corriente 
destrozando su imagen. 

Cae más aún, cae 
más allá de su savia, 
sobre la losa del sepulcro, 
en la mirada de un canario herido 
que atreve el último aletazo 
para internarse mudo entre las sombras. 
Cae sobre mi mano 
inclinándose más y más al tacto, 
cede a su suavidad de sábana mortuoria 
y como un pálido recuerdo 
o ángel desalado 
pierde una estela de su aroma, 
deja una huella: pie que no se posa 
y yeso que se apaga en el silencio.

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