El día 27 de diciembre de 1822, a las dos la mañana,
nació Luis Pasteur en una pequeña habitación
en la casa número 42 de la calle de los Curtidores, hoy calle
de Pasteur, en la ciudad de Dole. Sus padres fueron Juan José
Pasteur, de oficio curtidor, ex suboficial del ejército de
Napoleón I, y Juana Estefanía Roqui. Este matrimonio
tuvo, antes que a Luis, a un niño que vivió sólo
unos meses y a una niña; después le nacieron otras dos
hijas.
Algún tiempo después del nacimiento de Luis la familia
Pasteur se trasladó a Marnoz en donde la esposa de Juan José
poseía algunos bienes, por donación de su madre, pero
como esa localidad no era favorable para la curtiduría y, en
cambio, había facilidades para ella en la cercana ciudad de
Arbois, a ésta se trasladaron los Pasteur y desde entonces
hasta el fin de sus días, Luis Pasteur tuvo en Arbois hogar
familiar, abrigo para sus trabajos, sepultura para sus deudos y solaz
para sus vacaciones, siempre disminuidas por trabajos relacionados
con sus investigaciones, por lo cual, si es verdad que nació
en Dole, se podría decir que Pasteur fue más bien hijo
de Arbois.
En esa ciudad transcurrieron la infancia y la adolescencia de Pasteur.
Allí fue a la escuela primaria, alojada en el edificio del
colegio local; allí estudió con muchos otros chicos
de la ciudad y con ellos alternaba juegos y trabajos, atendiendo a
sus lecciones y paseando y pescando en las orillas del Doubs, el arroyo
que cruza la población y que más adelante se convierte
en río. Allí contemplaba a su padre trabajar asidua
y penosamente para subvenir a las necesidades de su familia, mientras
la madre diligente se ocupaba en las labores hogareñas, ayudada
por sus hijas, y a todos prodigaba cuidados y ternura. La vida en
aquel hogar era sencilla y austera. Juan José era poco comunicativo;
sólo tenía unos cuantos amigos y se decía de
él que nunca iba a un café. Para descansar de sus tareas
se distraía leyendo libros que narraban hazañas bélicas,
en algunas de las cuales participó, y así mantenía
vivo el recuerdo de aquel Emperador un semidiós para
él que un día, después de que se hubo distinguido
notoriamente en alguna acción de guerra, prendió en
su pecho aquella insignia que un poeta describiera más tarde
"como una joya que brota de una herida", la cruz de Caballero
de la Legión de Honor.
Luis cumplía sus deberes escolares sin distinguirse mayormente;
no fue un "niño prodigio", pero el director del colegio,
el señor Romanet, reconocía en aquel chico serio y nada
bullicioso, cualidades estimables, como una viva imaginación,
al mismo tiempo que la de nunca afirmar algo de lo que no estuviera
plenamente seguro. Juan José deseaba para su hijo una posición
social mejor que la suya propia, pero limitaba esa ambición
a verlo un día llegar a ser profesor en el colegio local. Cuando
el señor Romanet, confirmando su opinión anterior, sugirió
que Luis debería prepararse para optar a ingresar en la Escuela
Normal Superior de París, Juan José, tal vez ufano por
la estimación que su hijo suscitaba, pero temeroso ante la
idea de su separación, juzgaba innecesaria y excesiva semejante
pretensión.
Mientras tanto, comenzó a destacar en Luis una aptitud, por
cierto no premonitoria de lo que sería más tarde: una
clara habilidad para el dibujo y la pintura, especialmente para el
pastel, que aplicó a hacer retratos de varias personas de la
ciudad, amigos de su familia, simples conocidos o gente con cierta
posición social. Romanet seguía insistiendo en aquella
idea, convencido de que su alumno llenaría los requisitos exigidos
para ser admitido en la Escuela Normal, después de que completara
la preparación necesaria para ello, y aconsejaba, con este
fin, enviarlo a París para que hiciera estudios superiores
a los que eran posibles en Arbois. Juan José temía por
la suerte que correría su hijo, tan lejos de su hogar, y consideraba
también el gasto que su estancia en París exigiría,
pero un amigo de la familia, el capitán Barbier, sugirió
que el joven se alojara en la pensión que en París tenía
un señor Barbet, oriundo también del Franco Condado,
y quien solía hacer concesiones favorables, en ese sentido,
a sus compatriotas. Así fue decidido al fin, y en octubre de
1838, acompañado por su amigo Jules Vercel, quien también
se disponía a pasar su bachillerato, emprendió Luis
el viaje a la capital. Alojado en la pensión Barbet, Pasteur
fue presa de la más intensa nostalgia, que nada lograba aliviar,
hasta que un mes después Juan José se presentó
en París, y dijo a Luis, simplemente: "He venido a buscarte"
y lo llevó consigo a Arbois.
De nuevo en su hogar y en la ciudad de su infancia, Pasteur volvió
a su colegio y se aplicó intensamente al dibujo y a la pintura.
Una tras otra varias personas de la localidad fueron retratadas hábilmente
por él, lo que le valió elogios de amigos y conocidos
de su familia. Al término del curso de retórica, recibió
buen número de premios, mientras que Romanet seguía
alentando en él la ambición de la Normal. Como no había
en Arbois el curso de filosofía y no era aconsejable por entonces
un nuevo intento para que volviera a París, se resolvió
enviarlo al Colegio Real de Besanzón, para que terminara allí
los estudios del bachillerato y se preparara para los exámenes
de admisión en la Escuela Normal. Procediendo así había
la ventaja, además, de que la proximidad de Besanzón
permitiría que cuando Juan José fuera a ésa ciudad
en los días de mercado para vender sus cueros, visitaría
a su hijo, y con ello haría menos penosa su separación.
Pasó con éxito los exámenes para el bachillerato
en letras, en agosto de 1840. El jurado de ese examen consignó
en el acta correspondiente que las respuestas del sustentante habían
sido "muy buenas sobre los elementos de las ciencias". Por
primera vez se hizo así patente en Pasteur la inclinación
a lo que ocuparía después toda su vida. Cuando volvió
de sus vacaciones, el alumno Pasteur fue nombrado profesor auxiliar
en su colegio, con derecho a alojamiento, comida y un sueldo de trescientos
francos anuales, el cual comenzaría a recibir a partir del
siguiente enero. Así, el primer dinero que Pasteur ganó
en su vida lo obtuvo por sus actividades como maestro, las cuales
realizaba con éxito satisfactorio; se decía que sus
lecciones eran claras y que su carácter le permitía
ejercer su autoridad con facilidad y amablemente. En sus breves momentos
libres leía con gusto varias obras literarias por entonces
en boga, y en algunas de sus cartas aludió especialmente a
una, que tenía por título nada menos que "Ensayo
sobre el arte de ser feliz" y por autor a un escritor ya viejo,
también oriundo del Franco Condado, apellidado Droz. Escribía
Pasteur a sus padres que los domingos, "durante los oficios",
no leía otra cosa que las obras de Droz, y añadía:
"Creo que obrando así me conformo con las más bellas
ideas religiosas, a pesar de lo que pudiera decir algún fanatismo
tonto e irreflexivo". Daba así muestra temprana de lo
que en él sería su sentimiento religioso.
Durante su estancia en Besanzón, Pasteur se hizo de varios
amigos, entre ellos uno apellidado Chappuis, quien lo fue por toda
su vida y cuyo trato le resultó muy provechoso después,
sobre todo en los primeros años de su estancia en París.
Su empeño para estudiar y el desarrollo de sus aptitudes le
hicieron lograr por dos veces el segundo lugar en física y,
más tarde, el primero, con lo cual crecía su esperanza
de ingresar en la Escuela Normal, y todavía algo más:
escuchando el parecer de alguno de sus maestros, concibió el
deseo de presentarse también a la Politécnica, pero
Chappuis, quien por entonces ya estudiaba en París, logró
disuadirlo de este propósito y decidirlo a optar definitivamente
por la Escuela Normal.
En agosto de 1842 presentó, en la Facultad de Ciencias de la
Universidad de Dijon, el examen para el bachillerato en ciencias,
y pocos días después fue declarado admisible al concurso
para el ingreso en la Escuela Normal, en el cual fue aprobado en decimoquinto
lugar entre veintitrés concursantes. No satisfecho con este
resultado, Pasteur resolvió prepararse en París durante
otro año y después presentarse de nuevo al examen de
ingreso en la Normal. En octubre siguiente partió con Chappuis
y fue a alojarse en la pensión Barbet, en la que pagaba sólo
la tercera parte de la cuota ordinaria, porque actuaba como repetidor,
dando una lección diariamente de seis a siete de la mañana.
Por desgracia se perdieron las cartas que Pasteur escribió
a sus padres entre 1843 y 1848 y sólo se tiene información
documentada de lo que pensaba y de lo que hacía por algunas
que escribía a sus amigos y por las que recibía de sus
padres. Por ello no se tiene noticia de lo que pensaba acerca de sus
profesores, en este periodo de sus estudios, como la que ha quedado
de cuando estudiaba en el colegio de Besanzón o después
en el Liceo de San Luis. Sin embargo, se sabe que le interesaban especialmente
la física, la química y la mineralogía. De la
primera, sobre todo la polarización de la luz, revelada en
gran parte por los trabajos de Biot, Malus y Arago. De la mineralogía
le atrajo especialmente la cristalografía, que estudiaba con
Delafosse, discípulo directo de Haüy, uno de los fundadores
de esa disciplina. Hay quienes piensan que esa predilección
obedecía, al menos en parte, a la sensibilidad de Pasteur para
la contemplación de las formas, manifiesta en su afición
al dibujo y a la pintura, pero lo que no es dudoso es la atracción
que sobre él ejercía considerar las relaciones que ligaban
esas tres disciplinas científicas contemplando la polarización
en relación con la estructura cristalográfica y con
la composición química de varios cuerpos.
Además de cumplir celosamente sus deberes como alumno, de asistir
a las lecciones que Dumas daba en la Sorbona y de ejercitarse asiduamente
en las manipulaciones de laboratorio, Pasteur frecuentaba la biblioteca
de la escuela, y leía allí ávidamente las revistas
científicas que daban cuenta de los avances de las ciencias.
Un día encontró así una nota del químico
alemán Mitscherlich, presentada por Biot a la Academia de Ciencias
de París, que comunicaba que el tartrato y el paratartrato
de sosa y de amoniaco, sustancias con la misma composición
química y con idénticos caracteres físicos y
cristalográficos, se comportan de manera diferente con la luz
polarizada: la solución del tartrato desvía el plano
de la polarización, mientras que la del paratartrato carece
de tal propiedad. Pasteur no podía creer el fenómeno
que Mitscherlich describía; pensaba que en su observación
habría habido alguna omisión o algún error y
se propuso estudiar minuciosamente este problema. Por de pronto se
dedicó a preparar su examen para la licenciatura y fue aprobado
en 1845.
Conforme a las disposiciones legales y al contrato que había
firmado al ingresar en la Escuela Normal, Pasteur debía tomar
una plaza como profesor en un liceo de provincia; el 24 de aquel mismo
mes fue nombrado profesor de física en el Liceo de Tournon.
Su padre habría preferido que se le hubiera destinado a Besanzón,
y aun le sugirió que buscara el apoyo de Pouillet, aquel compatriota
suyo, profesor de física y miembro del Instituto, para lograrlo.
Por su parte, Pasteur, desde Arbois, adonde fue a pasar breves vacaciones,
escribió al subdirector de la Escuela Normal pidiéndole
que se le nombrara, como se le había ofrecido, preparador en
el laboratorio de Balard, y fue gracias al empeño que éste
puso en ayudarlo, como Pasteur fue nombrado Agregado-Preparador en
la Escuela Normal, con Balard, al menos mientras preparaba sus tesis
para el doctorado.
Preocupado por su futuro económico, Pasteur pidió a
Dumas que influyera para ser nombrado, además de preparador
en la Normal, repetidor en la Escuela Central. También escribió
a Dumas pidiéndole que lo ayudara a prepararse para ser un
buen profesor. Por otra parte, seguía deseando hacer investigación;
propuso a Balard hacer un trabajo bajo la dirección de éste
y llegó a sugerir uno sobre la influencia que podría
tener la presión, menor o mayor que la atmosférica,
sobre la cristalización. Su padre volvía a escribirle,
como antes lo hizo muchas veces, recomendándole que cuidara
su salud, que no trabajara demasiado, y le decía: "sobre
todo, haz que te den buen vino".
Terminó por fin sus tesis para el doctorado. La de física
versó sobre la ayuda que la cristalografía y la física
podrían prestar a la química, y la de química
sobre la capacidad de saturación del ácido arsenioso
y sobre los arsenitos de sosa, de potasa y de amoniaco. Estas tesis
fueron sostenidas el 27 de agosto de 1847, después de lo cual
Pasteur marchó a Arbois para descansar por unos días.
Entretanto, Pasteur seguía buscando su destino. Escribió
al ministro de Instrucción Pública pidiéndole
una plaza de profesor suplente en la Universidad de Montpellier. De
pronto un suceso imprevisto vino a turbar la tranquila vida del nuevo
doctor: fue la revolución de 1848, que derribó la monarquía
real e instauró la República. Pasteur participó
del entusiasmo popular; se sintió ardiente republicano, se
alistó en la Guardia Nacional y corrió a depositar en
un "altar de la patria" todas sus economías, pero
aquel entusiasmo pasó pronto, dejó toda actividad cívica,
volvió a sus cristales, siguió estudiando los tartratos
y, especialmente, el problema de Mitscherlich.
Como hipótesis de trabajo para resolver ese problema formuló
la teoría de que los tartratos serían hemiédricos
y que por ello eran activos sobre la luz polarizada, en tanto que
los paratartratos, no hemiédricos, deberían a este carácter
su inactividad rotatoria. Observó atentamente sus cristales
y encontró que, como había supuesto, los tartratos presentaban
una hemiedría que había pasado inadvertida para Mitscherlich
y para Biot, pero para su sorpresa y decepción, encontró
que los paratartratos también eran hemiédricos. No abandonó
por ello ese estudio ante aquel aparente fracaso. Armado con una lupa
miró más atentamente los cristales del paratartrato
y vio entonces que unos de ellos eran hemiédricos a la derecha
y otros lo eran a la izquierda; que las soluciones de los primeros
desviaban el plano de la polarización a la derecha y las de
los otros lo desviaban a la izquierda y que la solución de
una mezcla de unos y otros no causaba desviación porque el
efecto de unos neutralizaba el de los otros. De esta suerte quedó
definitivamente resuelto aquel problema al que sabios tan avezados
como Mitscherlich y Biot no habían encontrado resolución
satisfactoria.
Este descubrimiento causó gran satisfacción a su autor,
y con justa razón. Abrió brillantemente su carrera como
investigador, le hizo ver que tenía capacidad para la investigación
científica, y afirmó en él su aprecio por la
observación cuidadosa y precisa y por la experimentación
correcta. Pronto comenzó a divulgarse en el medio científico
el meritorio descubrimiento de Pasteur. Balard hablaba de él
con entusiasmo, y cuando Biot lo hubo escuchado, se mostró
incrédulo y sugirió que Pasteur fuera a repetir delante
de él el experimento que lo había llevado a ese descubrimiento.
Concertada una cita, Pasteur fue al Colegio de Francia, en donde Biot
tenía su laboratorio. El propio Biot preparó las soluciones
de tartrato y de paratartrato; dejaron pasar unos días para
que cristalizaran, al cabo de los cuales volvió Pasteur y,
en presencia de Biot, separó manualmente los cristales de paratartrato
derechos e izquierdos. Hechas las soluciones de unos y de otros, Biot
comprobó la exactitud de la observación de Pasteur,
a quien felicitó con entusiasmo. Desde entonces hasta el fin
de sus días, Biot fue para él un amigo afectuoso y un
protector decidido, y como tal lo ayudó reiteradamente en su
carrera.
La alegría que ese descubrimiento dio a Pasteur fue enturbiada
por una gran pena; el 21 de mayo su madre murió súbitamente
en Arbois, víctima de una apoplejía. El dolor de Pasteur
fue inmenso; por varios días le fue imposible trabajar y parecía
que no habría de hallar consuelo, pero logró dominar
su sentimiento y encontrar en el trabajo un lenitivo para su dolor.
Aun cuando Balard había obtenido, con la intervención
de Thénard, que Pasteur se quedara en París todavía
por más tiempo, éste no quiso dejar de cumplir el compromiso
que contrajo cuando fue admitido en la Escuela Normal, y se dispuso
a prestar sus servicios como docente en un liceo, pero abrigaba la
esperanza de profesar en una universidad para poder continuar sus
investigaciones. Fue destinado entonces al Liceo de Dijon, el 16 de
septiembre de ese año, con disgusto de Biot y de otros de sus
protectores, quienes consideraban que debería seguir sus trabajos
en París o al menos ir destinado a una universidad. Su estancia
en Dijon fue breve y durante ella dedicó su mayor empeño
a preparar y a dar bien sus lecciones. Sin embargo, hizo gestiones
para ser nombrado en la Facultad de Ciencias de Besanzón, lo
cual no pudo lograr, pero, en cambio, a fines de diciembre fue nombrado
profesor suplente de química en la de Estrasburgo.
El 15 de enero de 1849 llegó Pasteur a Estrasburgo y fue a
alojarse en la misma casa en la que vivía Bertin, su amigo
de la infancia, ya entonces profesor de física en la Facultad
local. Todo era grato a Pasteur en Estrasburgo, menos la lejanía
de Arbois. Volvió a pensar en llevar consigo a una de sus hermanas,
decidido a no contraer matrimonio pronto. Pero antes de un mes de
llegado a la ciudad, invitado por el rector Laurent a una de las reuniones
familiares que éste hacía en su casa, conoció
a María, hija de aquél, y decidió en seguida
que ella sería la compañera de su vida. Ceremoniosamente
se dirigió al Rector comunicándole su sentimiento hacia
su hija, informándole de su situación personal y anunciándole
que en breve su padre vendría a Estrasburgo para pedirle formalmente
la mano de María. Escribió a la madre de ésta
pidiéndole permiso para ver a su hija, si ella lo aceptaba,
y, en la misma fecha, a la propia María, declarándole
su amor y diciéndole su ilusión de hacerla su esposa.
Escribió también a su padre comunicándole su
resolución; Juan José fue a Estrasburgo acompañado
de su hija Josefina, pidió formalmente la mano de la prometida
y el matrimonio se efectuó el 29 de mayo. Fue el principio
de una larga y serena vida conyugal durante la cual Pasteur tuvo siempre
en su mujer el afecto, la comprensión y la abnegación
que un hombre de ciencia necesita para no ser perturbado por problemas
sentimentales u hogareños. Nunca tuvo más eficiente,
entusiasta y discreto confidente para sus sueños; sus proyectos
y sus realizaciones que la señora Pasteur, quien a menudo le
ayudaba materialmente tomando sus dictados o copiando en limpio sus
trabajos. La muy grande y efectiva ayuda que esta mujer dio a su marido
la hizo justamente merecedora de una parte de la gloria que aquél
supo conquistar.
Entretanto, Pasteur cumplía de la mejor manera posible sus
deberes como profesor, al mismo tiempo que trabajaba intensamente
en sus temas de investigación. En el mes de abril envió
a la Academia de Ciencias de París su segunda memoria sobre
"Las relaciones que pueden existir entre la forma cristalina,
la composición química y el sentido de la polarización
rotatoria", casi un año después de haber presentado
una nota sobre el mismo tema a la citada corporación. En septiembre
envió otra sobre "Las propiedades específicas de
los dos ácidos que componen el ácido racémico".
Seguía en correspondencia con su maestro Biot, a quien enviaba
muestras de los dos ácidos en cuestión, y, además,
unos modelos tallados en corcho por su propia mano, que representaban
en grande a esos cristales, y en los que hacía resaltar, pintándolas,
las aristas y las facetas. Estos modelos están ahora en el
Museo de Pasteur, alojado en el Instituto del mismo nombre, en París.
Al año siguiente, el de 1850, Pasteur preparó una memoria
más con sus estudios cristalográficos, de la cual leyó
un amplio resumen ante la Academia de Ciencias de París, y
además, a petición de la propia academia, hizo una exposición
oral sobre el mismo tema. Esa nota fue objeto de un dictamen, redactado
por Biot, quien hizo gran elogio de aquel trabajo. Seguía en
creciente el aprecio que a Pasteur se mostraba en los medios científicos
de París.
En 1851 fue publicada in extenso, en los "Anales de física
y de química", la memoria a que antes se hizo referencia.
En las vacaciones del mismo año Pasteur fue a París,
acompañado por su padre, y ambos visitaron a Biot, quien los
recibió, con su mujer, de la manera más cordial. En
esa ocasión llevó a Biot y a la Academia de Ciencias
los resultados de sus más recientes investigaciones, en una
"Memoria sobre los ácidos málico y aspártico".
Para elaborar ese trabajo había puesto en juego su gran laboriosidad
y la firmeza con que se enfrentaba a los obstáculos que se
oponían a sus trabajos. Teniendo necesidad de asparragina,
sustancia que por entonces era difícil procurarse en el comercio,
decidió prepararla él mismo, para lo cual tuvo que cultivar,
en el jardín de la Facultad, la planta, una especie de haba,
de la que extrajo el producto que necesitaba.
Vuelto a su hogar, prosiguió intensamente sus trabajos. Todo
marchaba por entonces para él de la mejor manera posible; su
mujer le ayudaba en cuanto podía; ya tenían dos hijos,
Juana, nacida en 1850, y Juan Bautista, un año menor que su
hermana. En 1852, y cuando sólo tenía treinta años
de edad, se pensaba ya en Pasteur para hacerlo miembro del Instituto.
Regnault, especialmente, se empeñó en lograrlo, pero
Biot fue de parecer que habría que esperar una Vacante más
apropiada, en la sección de química. Entretanto, el
otro mentor de Pasteur, Dumas, mostraba su aprecio por este discípulo
solicitando para él la Legión de Honor y asegurándole
que en cuanto hubiera una vacante en el instituto, sería designado
para ocuparla. Al mismo tiempo, Regnault y alguien más, bien
situados en el medio científico, trabajaban por llevar a Pasteur
a París, en una situación que le facilitara seguir sus
investigaciones. Biot, en cambio, convencido de que Pasteur estaba
en el buen camino, pensaba preferible que siguiera trabajando por
algún tiempo como lo estaba haciendo, en el medio tranquilo
de Estrasburgo.
Al llegar, con el mes de agosto, las vacaciones de aquel año,
Pasteur tuvo la suerte de conocer personalmente a Mitscherlich, invitado
por Biot a comer en unión de Thénard y otros varios
eminentes hombres de ciencia. El sabio alemán declaró
estar enteramente de acuerdo con la resolución que Pasteur
había hallado para su problema, y la elogió con entusiasmo.
Además le informó que en Alemania había un fabricante
que obtenía de nuevo el ácido paratártrico, el
cual se había vuelto muy escaso por entonces. Esa noticia hizo
a Pasteur decidirse a viajar para examinar las condiciones en que
ese ácido aparecía en las fábricas del tártrico,
y para procurarse alguna cantidad de él. Sin esperar a obtener
para hacer ese viaje alguna ayuda oficial, que sus protectores solicitaban,
emprendió su primer viaje fuera de Francia, en septiembre,
y visitó varias fábricas de ácido tártrico
en Leipzig, Dresden, Viena y Praga. Se enteró de las circunstancias
en que aparecía el ácido racémico y aun obtuvo
una corta cantidad de él para continuar sus estudios. En ese
mismo año publicó su memoria sobre los ácidos
aspártico y málico, de la que antes había presentado
un extracto a la Academia de Ciencias, a la cual entregó en
abril del siguiente otra nota, con nuevas "Observaciones sobre
la populina y la salicina artificial", preparada en colaboración
con Biot. En agosto presentó a la misma corporación
un extracto de una nueva memoria, "Nuevas investigaciones sobre
las relaciones que pueden existir entre la forma cristalina, la composición
química y el fenómeno rotatorio molecular", la
cual fue publicada in extenso en los Anales de física
y de química" en el siguiente año.
A pesar de que el fabricante Kestner, descubridor del ácido
racémico, pudo reunir una importante cantidad de este producto,
que envió a la Academia de Ciencias en 1853, Pasteur se empeñaba
en buscar la manera de transformar el ácido tártrico
en paratártrico o racémico. Biot y Senarmont, desde
París, lo alentaban en este esfuerzo; al mismo tiempo le pedían
que fuera paciente y que procurara no anunciar su descubrimiento sino
hasta que hubiera comprobado plenamente su realidad. Por fin el 1º
de junio, escribió a su padre diciéndole que acababa
de telegrafiar a Biot comunicándole que había logrado
su propósito, sometiendo a temperatura elevada el tartrato
de cinconina durante varias horas. Obtuvo, además, una nueva
forma del ácido tártrico: el ácido neutro frente
a la luz polarizada. Por este descubrimiento la Sociedad de Química
y Farmacia le otorgó su premio anual de 1 500 francos, la mitad
de lo cual empleó Pasteur en adquirir material de laboratorio
que necesitaba y que su Facultad no podía proporcionarle. No
fue ésta la única vez que tuvo dificultades para obtener
el dinero que necesitaba para sus trabajos. Su estancia en Estrasburgo
fue fecunda en accidentes de esa naturaleza; en peticiones que, por
los conductos formales, hacía llegar al ministro de Instrucción
Pública y que seguían los avatares burocráticos
no siempre con resultados positivos. Esta escasez lo acompañó
en casi toda su carrera de investigador, pues sólo en las últimas
etapas de ella pudo disponer ya, sin tropiezos, de lo que necesitaba
para sus trabajos, especialmente cuando fue creado el Instituto al
que se dio su nombre. En cambio, tuvo el placer, en aquellos días,
de recibir la Legión de Honor, solicitada para él por
Dumas.
El éxito que hasta entonces había tenido en sus investigaciones
exaltó la viva imaginación de Pasteur y lo llevó
a dar una importancia muy grande al fenómeno de la disimetría
molecular, a pensar que no existiría sólo en los cristales,
a tomarlo como un carácter propio de la materia orgánica,
como un elemento de la vida y aun como algo de extensión universal.
Arrebatado por esa imaginación ideó nuevos y complicados
experimentos, con solenoides, helióstatos y bobinas que para
él construyó el propio Ruhmkorff y con los cuales pensaba
demostrar la influencia de la disimetría en la producción
de la vida. Dumas y Senarmont trataban de disuadirlo de dichos experimentos,
hasta que finalmente él mismo se dio cuenta de que fracasaba
en su empeño y aun llegó a escribir, al respecto, a
un amigo suyo: "Se necesita estar loco para emprender lo que
yo he emprendido". El 7 de septiembre fue nombrado como titular
en el puesto de profesor de química, el cual había ocupado
hasta entonces interinamente. En el mismo año recibió
la Medalla de Rumford, que le fue otorgada por la Royal Society, de
Londres, por su descubrimiento de la naturaleza del ácido paratártrico
y el del efecto de éste sobre la luz polarizada, los que aquella
venerable institución calificó sin reservas de "inesperados
y brillantes".
Un acontecimiento sobresaliente en la vida de Pasteur fue su nombramiento,
el 2 de diciembre de 1854, como profesor y decano de la Facultad de
Ciencias de Lila, acabada de crear, con cuatro cátedras: matemáticas,
física, química e historia natural; Pasteur fue encargado
de la de química. Al nombrarlo, el ministro de Instrucción
Pública que lo escogió para esos puestos, le recomendó
especialmente que sus enseñanzas y sus investigaciones tuvieran
en cuenta las necesidades de las industrias de la región, con
lo cual se inició otro cambio trascendente en la actividad
científica de Pasteur, ya que desde entonces no se ocuparía
sólo de ciencia pura, sino que ahora se le pedía encontrar
y enseñar verdades científicas inmediatamente aplicables
a fines prácticos.
Su actuación en ese nuevo puesto fue muy eficiente. Se esforzaba
todavía más que antes para preparar sus lecciones y
pronto tuvo la satisfacción de contar con un auditorio numeroso
y de interesar en ellas a gente de todos los sectores de la población,
con lo cual realizaba hasta cierto punto su antigua ilusión
de parecerse a su maestro Dumas. Introdujo modalidades nuevas en su
enseñanza, como la de que alumnos mismos hicieran los experimentos
que se les presentaban en demostración de lo expuesto en las
lecciones teóricas. Para hacerles reconocer y apreciar la participación
que los principios científicos tienen en la industria, los
hacía visitar las fábricas de la ciudad y de la región,
y aun algunas más en la cercana Bélgica. Además,
dispuso ya de un laboratorio en su departamento, y pasaba en él
todo el tiempo que le dejaban libre sus funciones de profesor y de
director. Su gestión en la nueva Facultad hizo decir, públicamente,
al Rector de la Universidad: "... dirige la Facultad de Ciencias
de Lila con una actividad y una inteligencia que han hecho de ella,
desde sus comienzos, uno de los primeros establecimientos del Imperio".
Su actuación como maestro era calificada así, por el
mismo funcionario: "Como profesor, domina a todos sus colegas,
quienes reconocen sin pena tal superioridad. Como decano, vigila con
la actividad más diligente los trabajos de la Facultad y no
tiene menos autoridad sobre los profesores que sobre los alumnos".
En noviembre de 1855, un industrial de la localidad, Louis Dominique
Bigo-Tilloy, solicitó la ayuda de Pasteur para remediar algunos
tropiezos que encontraba en la fabricación de alcohol partiendo
del azúcar de remolacha. Pasteur aceptó ayudarlo y comenzó
a estudiar el problema; examinó al microscopio el jugo azucarado
en fermentación y encontró que cuando ésta era
normal, se hallaban en el jugo los corpúsculos característicos
de la levadura que produce la fermentación alcohólica,
pero que cuando en ese jugo había, además, otros corpúsculos
peculiares, alargados, se producía también la fermentación
láctica, lo cual alteraba la calidad del producto final.
Para seguir sus investigaciones sobre las fermentaciones, Pasteur
improvisó un laboratorio en unos desvanes de su Facultad, en
el que comenzó a estudiar la fermentación del jugo de
las uvas en la elaboración del vino. Además, en 1857
publicó en una revista local, "Memorias de la Sociedad
de las Ciencias, de la Agricultura y de las Artes de Lila", el
resultado de sus investigaciones sobre la fermentación láctica,
del cual envió un extracto a la Academia de Ciencias de París
en el mes de noviembre. Este trabajo fue el inicial de la nueva etapa
en la actividad de Pasteur, que le llevó a sus descubrimientos
sobre las fermentaciones, sobre la putrefacción y, finalmente,
sobre el origen microbiano de las enfermedades transmisibles.
El 22 de octubre del mismo año Pasteur fue nombrado Administrador
y Director de los Estudios Científicos en la Escuela Normal
Superior de París y allá fue a hacerse cargo de su nuevo
puesto y a proseguir su labor de investigación. Sus estudios
lo habían convencido de que toda fermentación es debida
a la intervención de seres vivientes, vegetales rudimentarios
y microscópicos, como los glóbulos de la levadura de
la cerveza o los bastoncillos de la fermentación láctica.
Estaban echados los cimientos de toda su obra posterior, en todos
sus varios aspectos. Uno de ellos se le presentó, desde luego,
como problema de urgente resolución: ¿de dónde
venían esas levaduras causantes de las fermentaciones? Nadie
las ponía en los líquidos fermentables, deliberadamente,
pero en todos los casos aparecían esas levaduras. Este fue
el tema de sus siguientes investigaciones.
En 1858 nació su hija María Luisa, acontecimiento que
se reveló después de importancia especial, tanto porque
ella fue la única hija que le sobrevivió a Pasteur como
porque, andando los años, contrajo nupcias con René
Vallery-Radot, escritor que entre sus obras dejó la más
amplia, fiel y mejor escrita biografía de Pasteur, gracias
a la cual se conserva el recuerdo de muchos detalles en la vida del
gran hombre. De ese matrimonio nació Luis Pasteur, quien más
tarde optó por el solo nombre de Pasteur, y fue el profesor
Pasteur Vallery-Radot, eminente médico y hombre de letras,
miembro de la Academia Francesa y de la de Medicina, a quien se debe
la recopilación y edición de las obras completas de
su ilustre abuelo, así como la de la correspondencia del mismo
y otras obras valiosas sobre él.
Pasteur se entregó totalmente al estudio de las fermentaciones.
De unas piezas vacantes que halló en la Escuela Normal hizo
un laboratorio; obtuvo que se le diera un ayudante, que fue Raulin,
y se puso a averiguar la procedencia de las levaduras. Consideró,
en primer lugar, la sencilla posibilidad de que llegaran con el aire
hasta los líquidos fermentables y partiendo de esta hipótesis
se puso a buscar en el aire la presencia de organismos microscópicos,
para lo cual ideó experimentos sencillos que consistían
en hacer pasar aire por un tubo en que se filtraba a través
de algodón pólvora, que tratado adecuadamente reveló
la presencia en el aire de microorganismos entre los cuales algunos
se asemejaban a levaduras. Largamente experimentó Pasteur hasta
que adquirió la certeza de que las levaduras que hacían
fermentar el jugo de las uvas, el mosto de la cerveza y una gran variedad
de líquidos susceptibles de fermentar, estaban en el aire,
en la película que cubre a las uvas, en las manos de las personas
y en otros objetos, pero que, en todo caso, cada levadura, dondequiera
que se la encontrara, provenía de otra anterior, que no se
generaban espontáneamente.
En 1858 la producción científica de Pasteur fue particularmente
copiosa y comprendió varias comunicaciones sobre la fermentación
alcohólica, sobre la producción de glicerina y ácido
succínico en esta fermentación, así como varias
cartas, informes y sugestiones acerca de la enseñanza superior
entre las cuales merece cita especial la que presentó sobre
la utilidad del método histórico en la enseñanza
de las ciencias. De esta manera, al mismo tiempo que proseguía
sus investigaciones, daba la debida atención a sus obligaciones
como Administrador y Director de los Estudios Científicos en
la Escuela Normal Superior.
También fue abundante la producción de Pasteur en el
año de 1859. Envió cinco notas sobre la fermentación
alcohólica a la Academia de Ciencias; una más, sobre
la fermentación nitrosa así como varios artículos
sobre cuestiones relacionadas con la enseñanza y hasta un informe
sobre el programa de meteorología de la Comisión para
la descripción geográfica de Francia.
Otro tanto ocurrió en 1860. Nuevas comunicaciones sobre la
fermentación alcohólica, exponiendo hechos nuevos en
apoyo de sus anteriores opiniones; otras sobre la levadura láctica
y, como en el año anterior, varias notas sobre problemas de
la enseñanza superior, especialmente sobre la que se impartía
en su escuela.
En el curso de sus estudios sobre la fermentación, Pasteur
descubrió que había microorganismos que no podían
vivir en contacto con el oxigeno del aire, y que para vivir tomaban
este elemento de sustancias que lo contenían y a las cuales
descomponían. Pasteur llamó "anaerobios" a
estos microorganismos, en algunos de los cuales encontró que
tenían papel considerable en varios aspectos, como su participación
en el proceso de desintegración de la materia orgánica
muerta, en virtud del cual vuelven a la tierra y a la atmósfera
los elementos químicos que formaron a aquélla. La Academia
de Ciencias otorgó a Pasteur, en ese año, su premio
anual Jecker, por los trabajos que había hecho sobre las fermentaciones.
También fue en ese año cuando presentó a la academia
su primera memoria sobre las generaciones espontáneas. Otras
tres veces, en mayo, septiembre y noviembre, trató el mismo
tema en sus notas a la academia, cada vez presentando nuevos experimentos
demostrativos, ofreciendo nuevos argumentos, contestando victoriosamente
las contradicciones de sus opositores. Otras notas que presentó
en el mismo año trataban del hongo Penicillium glaucum,
de la disimetría molecular en los productos orgánicos
naturales, de la fermentación alcohólica y de la nutrición
en las mucedíneas.
También el año de 1861 fue fecundo en trabajos de Pasteur.
Presentó su primera nota sobre "Animalillos que viven
sin gas oxígeno libre y que determinan fermentaciones";
tres más sobre las generaciones espontáneas; varias
sobre las levaduras, entre ellas sobre la que produce la fermentación
acética. Además, dijo dos discursos, uno ante la tumba
de su cordial amigo Geoffroy de Saint-Hilaire y otro en el descubrimiento
de una estatua de Thénard, en la ciudad de Sens.
En febrero de 1862 presentó a la academia una nota sobre los
micodermas y su papel en la fermentación acética, y
otra en julio, titulada "Continuación de una comunicación
precedente sobre los micodermas. Nuevo procedimiento industrial para
la fabricación del vinagre", en la cual expuso su procedimiento
para elaborar este producto, y para el cual obtuvo una patente tan
sólo con el fin de documentar su prioridad, ya que desde luego
en Orleans lo expuso ante los fabricantes de vinagre de esa ciudad.
Otros trabajos que presentó ese año trataron de la fermentación
acética y de la butírica, de las levaduras alcohólicas
y de dos ácidos nuevos derivados de la sorbina.
En el año siguiente Pasteur hizo nuevos experimentos sobre
la generación espontánea; otros líquidos orgánicos
frescos, no sometidos a la ebullición previamente, tales como
se producen en la naturaleza, permanecían inalterados cuando
se les guardaba al abrigo del aire. En uno de estos experimentos colaboró
el gran fisiólogo Claude Bernard, cuando personalmente extrajo
sangre de un perro, la que permaneció en un matraz a la temperatura
de 30 grados, durante más de un mes, sin sufrir putrefacción.
Sin embargo, la tenacidad de su contradictor Pouchet mantenía
la controversia sobre esta cuestión.
Trabajó también intensamente sobre los anaerobios, sobre
la putrefacción como efecto de la acción de microorganismos
de esta naturaleza, y comenzó a ocuparse de la vinificación,
estudiando el papel que en ella desempeña el oxígeno.
Al propio tiempo atendía sus deberes en la administración
de la Escuela Normal; comenzó a luchar para crear los "Anales
científicos de la Escuela Normal", destinados a recoger
la producción científica de ese plantel; presentó
al ministro de Instrucción, Victor Duruy, una nota sobre la
enseñanza profesional y redactó otra, que quedó
inédita, sobre la organización de la Escuela Normal.
En el mes de julio nació su última hija, Camila.
En 1864 comenzó a publicar los "Anales científicos
de la Escuela Normal"; siguió ocupándose de la
generación espontánea y de la vinificación, especialmente
investigando entonces las alteraciones que suelen afectarla y que
eran consideradas como enfermedades. Insistió en sus estudios
sobre la fermentación acética y de paso se ocupó
de una pequeña cuestión relacionada con México
cuando, accediendo galantemente a una petición del abate Moigno,
hizo algunas observaciones sobre la luz fosforescente de los "cocuyos",
y encontró que no da rayas al examen espectroscópico,
lo cual ya había sido descrito para la que dan las luciérnagas
y otros animalillos fosforescentes.
El 23 de abril del mismo año dio una conferencia sobre la cuestión
de las generaciones espontáneas, en una de las "veladas
científicas de la Sorbona", a las que en aquel entonces
acudía "todo París". En esa conferencia hizo
una, exposición del tema en su conjunto, con los antecedentes
históricos del tema, el estado de entonces sobre su conocimiento,
los resultados de sus observaciones y experimentos al respecto y las
conclusiones que esos trabajos le inducían a obtener. Ésta
fue una de las lecciones dadas por Pasteur en las que mejor lucen
sus cualidades de expositor claro, preciso y brillante. En otra de
esas veladas, en el siguiente año de 1865, trató "de
las fermentaciones y del papel de algunos seres microscópicos
en la naturaleza" y en ella expuso, en síntesis comprensiva,
los resultados de sus investigaciones sobre las levaduras y las fermentaciones.
Cada día se interesaba más, y más intensamente
trabajaba en el tema de las enfermedades de los vinos. Iba descubriendo
que para cada tipo conocido de alteración de los mismos, había
una especie de microorganismo responsable de tal alteración.
Mientras estaba dedicado a este trabajo, su maestro y protector Dumas
le pidió, en mayo, que estudiara una enfermedad de los gusanos
de seda que estaba haciendo muy grave estrago en la zona sericícola
de Francia. Al gobierno llegó una petición de los sericicultores
solicitando urgentemente ayuda que aliviara su situación crítica
y, especialmente, que se buscara la causa del mal y el remedio para
dominarlo. El gobierno turnó esa petición al Senado
y éste al senador que en él representaba al Departamento
más afectado por la plaga, o sea a Dumas, y éste, a
su vez, encareció a Pasteur que investigara esa cuestión.
Esa petición de Dumas fue una gran sorpresa para Pasteur, quien
nada sabía de los gusanos de seda ni menos de lo que pudiera
enfermarlos. Después de haber vacilado un tanto y considerando
sobre todo cuánto debía a Dumas, aceptó el encargo
y el 6 de junio marchó a Ales, ciudad en el sur del país
situada en el centro de la zona sericícola. Pasteur comenzó
desde luego a procurarse cuanta información podía obtener
sobre la cuestión que se le había encargado. En Avignon
visitó al entomólogo Jean Henri Fabre, quien sería
llamado después "el Homero de los insectos". Fabre
mostró a Pasteur los primeros capullos de seda que éste
vio en su vida. Apenas casi llegado a Ales, Pasteur tuvo que ir violentamente
a Arbois, en donde su padre había sufrido un ataque de apoplejía,
y cuando llegó al hogar paterno Juan José Pasteur había
muerto ya. Inmenso dolor agobió a Pasteur al perder a quien
tanto había sido para él en la vida; a su principal
confidente, su consejero, su guía; el ser humano que estaba
en el primer lugar en su afecto. Otra vez tuvo Pasteur que buscar
alivio para su dolor en el trabajo intenso. Volvió al sur;
hizo allí los arreglos necesarios para proseguir sus investigaciones
en cuanto llegara de nuevo la estación de la cría de
los gusanos de seda. Volvió a París a encararse con
otra pena: la enfermedad, un grave tumor hepático, y la muerte
de su hija Camila, de dos años de edad. Con su hija muerta
volvió a Arbois, a dejar junto a la tumba de sus padres los
restos de su hija menor, y regresó a París.
Por entonces el emperador Napoleón III sabía ya de los
méritos de Pasteur, y lo invitó para que pasara unos
días con la corte, en Compiègne. Pasteur fue allí
testigo de la pompa imperial; habló con el Emperador y con
la Emperatriz, ante quienes hizo demostraciones experimentales sobre
sus trabajos. El monarca le pidió que siguiera estudiando las
alteraciones del vino. Sucedía frecuentemente que grandes cantidades
de vinos de la mejor clase, destinados a la exportación o para
el consumo en los servicios coloniales, sufrían alteraciones
que los deterioraban grandemente. Los estudios que Pasteur hacía
sobre esta cuestión le habían dado ya un conocimiento
de ella bastante para encontrar la manera de evitar esas alteraciones.
En el curso de este año de 1865 dio a luz seis notas o memorias
sobre esta cuestión. Otra sobre la enfermedad de los gusanos
de seda; una más sobre la generación espontánea
y por primera vez expuso concretamente su decisión de estudiar
las enfermedades contagiosas considerando la posibilidad de que en
su génesis hubiera un factor semejante a la fermentación
por la intervención de seres vivientes microscópicos.
En ese mismo año, una nueva epidemia de cólera alcanzó
a París, en donde, a fines de octubre, causó más
de 200 muertes diariamente. Pasteur, Claude Bernard y Sainte-Claire
Deville emprendieron observaciones y experimentos en una sala del
hospital Lariboisière ocupada por enfermos de cólera,
partiendo aún de la idea de que las enfermedades transmisibles
fueran diseminadas por emanaciones miasmáticas. La epidemia
terminó pronto y esos estudios no pudieron ser proseguidos.
Pasteur pidió al Emperador, en una de las conversaciones que
con él tuvo, que el ministro de Instrucción le diera
permiso para separarse temporalmente de sus labores en la Escuela
Normal para volver a la zona sericícola en la estación
adecuada y proseguir allí sus estudios sobre la enfermedad
de los gusanos de seda. Le fue concedido ese permiso, y el 6 de febrero
Pasteur partió nuevamente para Ales, después de haber
hecho los preparativos necesarios para esta nueva etapa de su trabajo.
La señora Pasteur salió de París unos días
después, con sus dos hijas, dispuesta a acompañar a
su esposo, pero se detuvo en Chambery, para visitar a su madre, y
su hija Cecilia comenzó allí a estar enferma con fiebre
tifoidea. La enfermedad se prolongaba, entrecortada a veces con episodios
de aparente mejoría. A fines de mayo se agravó tanto
que la señora Pasteur llamó a su marido, quien acudió
desde luego al lado de su hija. Una leve mejoría de la enfermita
y la preocupación de Pasteur por sus trabajos hizo que éste
volviera a Ales tres días después, pero Cecilia murió
el 23, y una vez más el atribulado padre emprendió el
viaje para dejar, cerca de su viejo hogar familiar, los restos de
su Cecilia.
Vuelto a Ales, Pasteur encontró una granja, a orillas de la
ciudad, en Pont-Gisquet, en donde se instaló con su esposa,
su hija y sus colaboradores, y allí estableció su laboratorio
y desde allí partía para visitar los criaderos y seguir
sus observaciones. En esta temporada hizo considerables progresos
en sus estudios sobre la enfermedad de los gusanos de seda. Apreció
la ocasión que tenía de estudiar una verdadera enfermedad,
que acababa con la vida de seres vivientes de una especie de la que
el hombre obtenía provecho económico cuantioso, y en
el curso de tales estudios adquirió conocimientos, experiencia
y nuevas direcciones para su actividad, todo lo cual más tarde
aprovecharía cuando se dedicó ya plenamente a la investigación
de las enfermedades transmisibles.
Pasada la estación propicia para estudiar los gusanos de seda,
Pasteur volvió a Arbois y a sus estudios sobre las enfermedades
de los vinos. Adquirida la convicción de que cada una de éstas
correspondía a un tipo peculiar de fermentación nociva,
provocada por determinada especie microorgánica, y habiendo
encontrado que todas las de esta clase perecen por el calor, discurrió
el sencillo procedimiento de someter a los vinos, por un corto tiempo,
a una temperatura cercana a 50 grados, con lo que se lograba matar
los gérmenes de las levaduras y dejar los vinos así
tratados sin alterar su calidad y en condiciones de realizar el proceso
de añejamiento que los mejora. Éste mismo pronto fue
aplicado con efectividad para conservar otros productos alimenticios
susceptibles de sufrir alteraciones producidas por microorganismos,
y fue designado en Alemania con el nombre de pasteurización,
con el que hoy se le conoce en todo el mundo y que todos los días
aprovecha a muchos millones de seres humanos.
Desde los comienzos de ese año de 1868, Pasteur había
vuelto a su estación de Pont-Gisquet, con su esposa, su hija
y sus colaboradores Gernez y Maillot. Nuevas observaciones confirmaban
el carácter transmisible de la pebrina y Pasteur encontraba
en ellas bases para asentar sus recomendaciones y sus consejos. Además,
se empeñaba en hacer ver que el método que preconizaba
era fácil de aplicar y seguro en sus resultados. Su propia
hija pasaba todos los días algún tiempo buscando los
corpúsculos reveladores del mal en los restos de las mariposas
que habían puesto huevecillos que se intentaba guardar para
semilla. Ese método se basaba en la noción de que unos
corpúsculos refringentes que había en los huevecillos,
en las orugas, en las crisálidas y, sobre todo, en las mariposas
de los animales enfermos, eran la causa del mal. Para evitarlo bastaba
con guardar cada mariposa con su puesta de huevecillos, triturarla
en un pequeño mortero con un poco de agua y examinar al microscopio
una gota de esa suspensión. Si aparecían los corpúsculos
se desecharía la puesta de la mariposa en la que se les hubiera
encontrado. Si un examen cuidadoso revelaba ausencia de esos corpúsculos,
los huevecillos correspondientes podían ser usados como semilla
con la seguridad de que darían gusanos sanos, que crecerían
hasta hacerse crisálidas después de hilar sus capullos.
El material necesario para estas operaciones era poco costoso y su
manejo muy sencillo. Poco a poco los incrédulos se convencieron,
los envidiosos cesaron en sus ataques y el método fue extendiéndose
no sólo en la zona sericícola de Francia, sino en otros
países hasta que la plaga fue extinguida, un recurso económico
valioso fue salvado y volvió el bienestar a muchos de quienes
habían encarado la ruina a causa de esa plaga. Pasteur obtuvo
un triunfo más pero todavía, por varios años,
tuvo que insistir para convencer a los criadores de gusanos de seda
renuentes, de la necesidad de aplicar su método con todo rigor.
Entre las distinciones de que Pasteur fue objeto en este año
destaca la que le confirió la Universidad de Bonn, al nombrarlo
Doctor en Medicina, honoris causa.
Preocupaba a Pasteur, desde varios años antes, la situación
en que se encontraban los establecimientos de investigación
en Francia, que sufrían por escaseces y carencias estorbosas
para el progreso de la ciencia, en contraste con la que imperaba en
otros países, como Alemania, en donde se daba el más
amplio apoyo a los trabajos de investigación. Sobre tal tema
escribió un artículo, en principio destinado a ser publicado
en El Monitor, el periódico oficial del gobierno francés,
pero como sucede a menudo, algunos funcionarios secundarios son excesivamente
timoratos cuando de criticar al gobierno se trata y tal artículo
apareció en una revista científica. El Emperador aprobó
tal artículo y lamentó que no hubiera sido publicado
en el periódico oficial. Esa gestión, además
de las iniciadas cuando pasó unos días en Compiègne,
influyó para inducir al monarca a convocar a una reunión,
que tuvo lugar en las Tullerías el 19 de marzo de 1869, a la
cual concurrieron Claude Bernard, Milne-Edwards, Rouher, el mariscal
Vaillant, Pasteur y el ministro Duruy, cada uno de los cuales expuso
su pensamiento sobre el impulso que consideraban necesario dar a la
investigación científica en Francia. Pasteur llevó
por escrito observaciones; dijo de la penuria y la decadencia de algunas
de las escuelas mayores en Francia, en contraste con el auge que prevalecía
en las universidades de otros países. Estando de acuerdo en
que todo investigador debe enseñar y que en ello encuentra
estímulo y apoyo para sus descubrimientos, lamentaba que la
necesidad llevara a algunos cerebros bien dotados a emplear la mayor
parte de su tiempo en actividades docentes que menguaban en mucho
el destinado a la investigación, y propugnaba mejores relaciones
de colaboración entre la Universidad de París y las
de provincia, cuyo conjunto constituía la Universidad de Francia.
Ese mismo día el Emperador, quien personalmente presidió
aquella reunión, dio instrucciones a su ministro, Duruy, para
que se hiciera lo necesario a fin de que los profesores franceses
dispusieran "de los instrumentos necesarios para rivalizar con
sus émulos de allende el Rin". Pasteur volvió a
Ales, para continuar sus estudios sobre la enfermedad de los gusanos
de seda, ya en periodo de ensayos en gran escala, y con intervención
de un organismo oficial recién creado, la Comisión Imperial
para la Sericicultura. Al año siguiente, apenas iniciada la
primavera, volvió a Ales y a sus gusanos en los que en esta
ocasión estudió más particularmente la enfermedad
que a menudo coincidía y complicaba a la pebrina, la "flacherie",
y aun cuando no consiguió determinar con precisión la
causa de ésta, sí puso en claro las circunstancias en
que se produce y las que intervienen para su propagación, de
lo cual derivó efectivos consejos para prevenirla.
Además, y mientras comenzaba, en agosto, la construcción
de su nuevo laboratorio, fue a Saint-Georges, cerca de Burdeos, a
pasar allí unos días de descanso, y marchó después
a Tolón para vigilar la preparación y el embarque de
un cargamento de vino, tratado por su método, y que daría
la vuelta al mundo, en un experimento de gran magnitud cuyos resultados
fueron completamente satisfactorios.
Pasó unos cuantos días en Arbois, antes de volver a
París, adonde llegó en los primeros días de octubre,
a tiempo para preparar sus lecciones en la Sorbona, hacer los arreglos
necesarios para sus experimentos del año siguiente y vigilar
la construcción de su laboratorio. El día 19 de ese
mes fue Pasteur a la Academia de Ciencias para presentar una nota
del biólogo italiano Salimbeni, sobre el nuevo método
para prevenir la enfermedad de los gusanos de seda. Ese día
no se sentía bien; se había quejado de un extraño
hormigueo en el lado derecho de su cuerpo, y al terminar su almuerzo,
un calosfrío intenso lo hizo echarse en cama. Sin embargo,
insistió en asistir a la sesión de ese día en
la academia, de la cual volvió acompañado por dos de
sus mejores amigos, quienes temían dejarlo solo. Después
de haber cenado se metió en su cama y volvió a sentir
el malestar que lo había afectado a mediodía, pero con
mayor intensidad. Pronto fue aparente que sufría de una hemorragia
cerebral, cuyos síntomas se manifestaban, extrañamente,
en forma de ataques breves que se sucedían con intervalos de
mejoría. Al día siguiente se había declarado
la parálisis del lado izquierdo. Siguieron días angustiosos
en los que el ilustre enfermo a veces se agravaba mientras que en
otros momentos parecía recobrarse. La mente, sin embargo, seguía
intacta, lo cual hasta cierto punto le hacia más penosa la
enfermedad. Pudo así redactar, sin necesidad de corregir nada,
una nota que presentó a la academia el día 28, referente
a algún aspecto de sus trabajos sobre los gusanos de seda.
Entre quienes visitaron a Pasteur cuando una estabilización
de su padecimiento hizo posible que recibiera visitas, estuvo el ministro
Duruy, quien le llevó la noticia de que no sólo se proseguirían
sin retardo las obras para el laboratorio sino que se dispondría
de fondos para crear varios centros de estudio en Francia.
Tres meses después de iniciado el grave mal, que lo dejó
inválido para el resto de sus días, Pasteur decidió
volver a Ales, para seguir en su labor en pro de la sericicultura.
Instalado entonces en una casa en Saint-Hyppolite-du-Fort, convalecía
y dirigía los trabajos de sus colaboradores, dictaba a su esposa,
escuchaba la lectura que ésta o alguno de sus ayudantes le
hacían y daba extensa cuenta a su maestro Dumas del estado
de los trabajos que estaba llevando a cabo. El éxito de éstos
se confirmaba cada día en mayor escala, pero los envidiosos,
los escépticos y los que tenían interés en vender
"semilla" de origen extranjero, no cejaban en su incredulidad,
en sus ataques, en su oposición al nuevo método. El
mariscal Vaillant, apreciando justamente la efectividad de éste
y con la idea de terminar con la oposición que al mismo hacían
algunos, ideó un experimento decisivo, en grande, para lo cual
obtuvo que se invitara a Pasteur a pasar algún tiempo en la
Villa Vicentina, una posesión que cerca de Trieste tenía
el príncipe imperial. Se trataba de experimentar con cien onzas
de huevecillos, lo cual daría como producto unos 3 000 kilogramos
de capullos. Tras un viaje largo y penoso, Pasteur llegó a
la Villa Vicentina el 25 de noviembre. En el tiempo oportuno comenzó
el experimento planeado; la mayor parte de la "semilla citada
fue distribuida entre los criadores locales y Pasteur reservó
una buena porción para que fuera criada bajo su inmediata dirección.
El éxito fue completo e impresionante el rendimiento en dinero.
Pasteur inició su retorno a principios de julio. Por todas
partes donde se criaba el gusano de seda ese éxito se reproducía,
y afluían las manifestaciones de reconocimiento a la labor
del sabio. Una de ellas fue la de nombrarlo senador vitalicio del
Imperio.
Pasteur quiso hacer ese viaje de vuelta tocando Viena y Munich, y
visitar a Liebig para discutir con él sus ideas sobre la fermentación.
Logró ver al gran químico alemán, quien lo recibió
afablemente, pero rehusó la discusión que Pasteur le
proponía disculpándose por estar enfermo. Al volver
hizo una breve parada en Estrasburgo, y allí supo la terrible
noticia de la inminencia de una guerra entre su país y Prusia,
y volvió a París, profundamente afectado. Como muchos
otros jóvenes, Juan Bautista, el hijo de Pasteur, de 18 años
de edad, se alistó en el ejército como voluntario. Estalló
la guerra; Francia fue invadida; pronto esa invasión llegó
hasta su capital y el sitio de París hizo imposible que Pasteur
siguiera allí trabajando. Casi obligado salió a Arbois
a principios de septiembre; se alojó en la casa paterna, compartiéndola
ahora con su hermana y con el marido de ésta, quien había
continuado el trabajo de la curtiduría.
Nadie podría decir toda la angustia de Pasteur al recibir diariamente
las malas noticias del curso de la guerra, la debilidad del ejército
francés y la impericia de sus jefes, frente a la arrogancia
prusiana basada en su superioridad militar. Sin embargo, trataba de
seguir dedicándose a sus estudios; observaba la fermentación
del curtiente y la de la masa de harina en la confección del
pan. Pero todo era en vano. El dolor de ver invadida su patria se
exacerbaba en aquella casa, llena con el recuerdo de Juan José,
el soldado napoleónico condecorado por el Emperador, cuyo retrato,
como general Bonaparte, y cuyo bajorrelieve de perfil eran ornamento
de la habitación principal. Su patriotismo se manifestaba,
naturalmente, como sentimiento adverso al invasor. Recordó
entonces que en su gabinete de trabajo lucía el diploma de
Doctor en Medicina honoris causa, que le había sido
otorgado unánimemente por la Universidad de Bonn como reconocimiento
a sus estudios sobre los microorganismos, que comenzaban a descubrir
aspectos hasta entonces desconocidos en las enfermedades transmisibles.
El orgullo con que antes miraba esa presea se cambió en pesadumbre
y sintió que no podría conservarla, pensando en que
quienes se la otorgaron ahora invadían y ensangrentaban a Francia.
Escribió entonces Pasteur aquella memorable carta al Rector
de la Universidad de Bonn, en donde con la ruda franqueza que era
carácter constante de su personalidad, le decía: "...en
1868 la Facultad de Medicina de Bonn me hizo el honor de conferirme
oficialmente el título de Doctor en Medicina, como recompensa
por mis trabajos sobre las fermentaciones y el papel de los organismos
microscópicos. De todas las distinciones que me han valido
los descubrimientos que me ha sido dado hacer desde mi entrada en
la carrera de las ciencias, confieso que ninguna como ésa me
ha procurado mayor satisfacción. A mis ojos era como la legitimación
de un pensamiento íntimo, cuya verdad sentía afirmarse
más y más, de que mis descubrimientos han abierto horizontes
nuevos a los estudios médicos. Me apresuré a hacer enmarcar
el diploma de honor que consagraba la decisión de vuestra Facultad
y adorné con él mi gabinete de trabajo. Hoy la vista
de ese pergamino se me ha vuelto odiosa y me siento ofendido al ver
mi nombre y la calificación de virum clarissimum con
la cual lo decoráis, colocados bajo los auspicios de un nombre
destinado en lo sucesivo a la execración de mi patria, el de
'R´ex Guilelmus'. Protesto altamente mi respeto hacia vosotros
y hacia todos los profesores célebres que han suscrito la decisión
de los miembros de vuestra orden, pero obedezco a un grito de mi conciencia
al venir a suplicaros que borréis mi nombre de los archivos
de vuestra Facultad y que recojáis ese diploma, en señal
de la indignación que inspiran a un hombre de ciencia francés
la barbarie y la hipocresía de aquel que, para satisfacer un
orgullo criminal, se obstina en promover la matanza de dos grandes
pueblos".
Esa carta, escrita el 18 de enero, recibió una respuesta fechada
el 1º de marzo, lacónica, terminante y furiosa, que decía:
"El suscrito, decano actual de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Bonn, ha sido encargado de responder al insulto que
habéis osado hacer a la nación alemana en la persona
sagrada de su augusto Emperador, el rey Guillermo de Prusia, y de
enviaros la expresión de todo su desprecio". Firmaba el
doctor Maurice Neumann y seguía un post scriptum que
decía: "Queriendo garantizar sus actos contra la suciedad,
la Facultad os devuelve adjunto vuestro libelo".
Una preocupación más le afligía intensamente.
Su hijo Juan Bautista había sido destinado al ejército
del Este, que había sido derrotado y cuyo jefe se había
suicidado. Emprendió entonces, con su mujer y su hija, un viaje
penosísimo hacia donde se decía que estaban los restos
de aquel ejército, y especialmente del batallón de cazadores
en el que su hijo era soldado, y en el que de 1 500 hombres que lo
formaban quedaban apenas 300. Tras mucho buscar quiso la buena suerte
que encontrara a su hijo, enfermo y maltrecho, pero vivo e íntegro.
El soldado en derrota pasó a Suiza, de donde volvió
poco después, para incorporarse de nuevo como voluntario, mientras
Pasteur se refugiaba en Lyon, con su concuñado Loir, decano
de la Facultad de Ciencias local.
A la derrota del ejército siguió la guerra civil. Pasteur
se trasladó a Clermont-Ferrand, donde estaba establecido su
discípulo Duclaux, y comenzó allí a estudiar
la cerveza. Reconocía que la fabricación de esta babida
estaba más adelantada en Alemania que en Francia y quería
contribuir a cambiar esta situación, animado con la ilusión
de ayudar a su propia patria a levantarse de su caída. Se enteró
minuciosamente de todos los detalles de la elaboración de la
cerveza, así como de que ésta se alteraba espontáneamente
con frecuencia; de la necesidad de recurrir a costosa refrigeración
para conservarla durante algún tiempo y de las peripecias que
a menudo causaban a sus fabricantes desprestigio de sus marcas y pérdidas
económicas considerables. Pensando que las alteraciones de
la cerveza, a la manera de las que sufrían los vinos, serían
causadas por fermentaciones nocivas, comenzó los exámenes
microscópicos que le hicieron conocer las levaduras que hacen
la buena cerveza y las que la deterioran. Para ilustrarse mejor sobre
esta cuestión viajó a Inglaterra y visitó a varias
grandes cervecerías. Encontró que también allí
se presentaban en la cerveza alteraciones como las que había
observado en la de Francia y que parecían tener las mismas
causas. Se afirmaba su idea de que esas alteraciones eran efecto de
fermentaciones nocivas, provocadas por determinadas especies de levaduras,
y seguía pensando en que acaso también las enfermedades
contagiosas del hombre y de los animales tendrían por causa
organismos microscópicos aún no conocidos.
Por esos días varios de los contradictores de Pasteur se mostraban
particularmente enérgicos y agresivos. Pouchet publicaba un
libro en el que llamaba "ridícula ficción"
a la teoría microbiana de las enfermedades contagiosas; Liebig
presentaba una memoria contradiciendo afirmaciones de Pasteur; Frémy
sostenía que los granos de la levadura alcohólica eran
"hemiorganismos", formaciones inanimadas de materia albuminosa.
En ese año de 1871, Pasteur presentó a la Academia de
Ciencias varias notas referentes a las contradicciones de Frémy,
de Trécul y de Liebig, y en los "Anales Científicos
de la Escuela Normal" publicó, con Raulin, dos notas sobre
la pebrina y la "flacherie".
Aun antes de que Pasteur entrase de lleno en el estudio del papel
que los microorganismos tienen como causa de enfermedades, el solo
anuncio, en términos generales; de esta idea, ya comenzaba
a servir útilmente a la medicina. El cirujano escocés
Joseph Lister, impresionado con los atisbos de Pasteur, ideó
aplicar sus ideas a la cirugía, procurando la mayor limpieza
en todos los objetos que se pondrían en contacto con los tejidos
de los pacientes y, sobre todo, trabajando en una atmósfera
en la que se había hecho vaporizar una solución de ácido
fénico y aplicando esta sustancia para tratar de eliminar de
las manos de los cirujanos, de sus instrumentos y de los tejidos de
los enfermos, los gérmenes que posiblemente hubiera en ellos,
con el resultado de que disminuyó impresionantemente el número
de casos de infecciones tales como las que se manifestaban como septicemia,
gangrena, podredumbre de hospitales y otras que con lamentable frecuencia
hacían inútil la labor de los cirujanos, arrebatando
la vida a los operados. Por otra parte, Alphonse Guérin había
comenzado a usar los "apósitos con algodón",
con los que buscaba la protección de las heridas de toda clase
contra la llegada hasta ellas de gérmenes que podría
llevar el aire y que darían después nacimiento a microorganismos
causantes de infecciones peligrosas.
Sintiendo que en el futuro inmediato tendría que trabajar intensamente
en las investigaciones con que soñaba y estimando que para
ello necesitaría de todo su tiempo, el 26 de septiembre de
1871 escribió al ministro de Instrucción Pública
haciendo valer sus derechos al retiro de la docencia y exponiendo
que estaba parcialmente inválido como resultado de la enfermedad
que había sufrido en 1868, acerca de la cual los doctores Godélier
y Andral habían expedido un certificado en el que afirmaban
que probablemente la misma se había debido a exceso de trabajo.
Pasteur pedía, en cambio, que se le conservara la dirección
de su laboratorio con los emolumentos correspondientes, los cuales,
con lo que le correspondiera por su retiro, le permitirían
apenas subvenir con decoro a las necesidades de su familia. Al año
siguiente volvió a hacer esa petición, dirigida entonces
al Presidente de la República, a fines de octubre, y recordando
que en un Consejo de Ministros efectuado en 1869, el Emperador había
propuesto que se le concediera una "recompensa nacional"
por los servicios que hasta entonces había prestado al progreso
de su país.
Dumas apoyaba la sugestión de que se concediera a Pasteur una
"recompensa nacional"; Thiers era de la misma opinión,
y en agosto de 1873 tuvo una audiencia con el mariscal MacMahon, quien
le había sucedido en la Presidencia de la República,
y a quien se le pidió que aprobara esa recompensa, teniendo
en cuenta, según decía Pasteur, que "para quienes
la salud está alterada sin remedio, el tiempo tiene alas rápidas".
Finalmente, en 1874, el Senado puso a votación y aprobó
por una gran mayoría que se le concediera una recompensa nacional
que lo pusiera en situación de poder dedicarse exclusivamente
a sus investigaciones.
Cada día se acentuaba el interés de Pasteur por las
enfermedades contagiosas, pero lamentaba su falta de conocimientos
en medicina, la que sus detractores, sus envidiosos y no pocos indiferentes
se complacían en reprocharle. En aquellos tiempos el médico
clínico era la más alta expresión del hombre
de ciencia y los clínicos nada admitían que no fuese
lo que estimaban como la única e inconmovible base de la medicina,
la clínica. Se negaba abiertamente el valor de la fisiología
en los estudios médicos y, con sinrazón mayor, el de
la química. Así era necesario luchar no sólo
para hacer patente una nueva verdad, sino para derribar montañas
de prejuicios. Pero a principios de 1873 quedó vacante un lugar
en la Academia de Medicina, en la sección de los asociados
libres, y le fue ofrecido a Pasteur, quien acogió con interés
esa ocasión y se presentó como candidato. A pesar de
que su nombre estaba en primer lugar entre los solicitantes, obtuvo
la mayoría con un solo voto. Ya estaba entre los médicos;
ya podría ilustrarse escuchando la presentación de sus
comunicaciones y las discusiones a las que éstas daban origen.
Sobre todo ya tenía entre los médicos un lugar desde
el cual darles a conocer sus ideas, recibir sus objeciones, darles
explicaciones, enseñarles, con su gran capacidad de maestro,
las nuevas verdades que se sentía seguro de encontrar. Fue
siempre asiduo y puntual asistente a las sesiones de esa academia,
entre cuyos miembros había quienes estaban sistemáticamente
en contra de la idea de que algo exterior al organismo humano pudiera
ser causa de enfermedad en él. "La enfermedad está
en nosotros, es de nosotros, existe por nosotros", decía
uno de los más ilustres sostenedores de las ideas en curso.
Otros no manifestaban interés por estas cuestiones, y había
también quienes, sin tomar partido, tenían curiosidad
por conocer las nuevas ideas que Pasteur propugnaba e interés
en discutirlas.
Entretanto, poco a poco surgían nuevos hechos en apoyo de esas
nuevas ideas. Crecía el interés por conocer el papel
de los microorganismos en las putrefacciones. Un joven cientista se
ocupó de estudiar la que se suele encontrar en los huevos,
lo cual dio ocasión para discusiones que finalmente dieron
el triunfo a quien pudo demostrar con la ayuda definitiva de Pasteur,
que también en este caso la putrefacción era causada
esencialmente por la actividad de ciertos microorganismos. En el campo
médico seguían haciéndose ensayos primitivos
y toscos, pero ya seguidos de resultados felices.
Varios años antes, desde 1850, Davaine y Rayer habían
comprobado, en la sangre de animales muertos por la enfermedad conocida
como "carbón" o "ántrax", la presencia
de unos corpúsculos microscópicos en forma de bastoncillos,
inmóviles, acerca de cuyo papel no tuvieron entonces alguna
idea concreta. Pero cuando Pasteur presentó su memoria sobre
la fermentación láctica, Davaine pensó que esos
bastoncillos, que se reproducían en conejos inoculados con
la sangre de animales carbonosos, serían tal vez elementos
causales de la enfermedad. Lo que primero fue considerado sólo
como mera curiosidad científica, comenzaba entonces a tener
nueva importancia, cuando se pensaba que en ello se encontraría
la causa de una enfermedad que afectaba seriamente los ganados y dañaba
gravemente con ello la economía.
Por aquellos días algunos de sus amigos aconsejaron a Pasteur
presentarse como candidato al Senado. Nunca antes, con la excepción
ya mencionada de su brevísima intervención al estallar
la revolución de 1848, había manifestado interés
en la política, pero intensamente preocupado por la necesidad
de impulsar el desarrollo de las ciencias en su patria, al cual atribuía
importancia capital, pensó que si llegaba a ser senador tendría
mejores posibilidades para lograr aquel propósito, y aceptó
el consejo. Como era de prever, fue derrotado en esta liza, para la
cual no tenía experiencia de ninguna clase y a la que se presentó
declarando candorosamente su ignorancia de la política y sin
ofrecer otra cosa que sus antecedentes como hombre de ciencia y la
decisión de servir a su patria en este aspecto. Obtuvo sólo
62 votos, frente a 650 de su contrincante, éste sí avezado
en cuestiones de política. Es indudable que esa derrota fue
altamente benéfica para la ciencia, ya que es probable que
si hubiera llegado al Senado, habría sucedido con Pasteur lo
que pasó con Dumas en semejante contingencia, y cuya labor
científica, en la cual era irremplazable, declinó por
su dedicación a la política, en la que sobraba quien
participara.
En cambio, en 1877 comenzó a estudiar el carbón, enfermedad
propia de animales y transmisible al hombre, que hacía perecer
a gran número de animales, en muchas partes, pero especialmente
en ciertos sitios limitados que popularmente eran llamados "campos
malditos" o "campos del carbón", porque entre
los ganados que en ellos se apacentaban había gran número
de casos del mal. Otros investigadores, además de Davaine y
Rayer, habían comprobado lo que Delafont enseñaba desde
años antes, la presencia de un organismo microscópico
peculiar en la sangre de animales con carbón, pero experimentalmente
creían probar que "la bacteridia", como llamaban
a ese microorganismo, no tenía el efecto patógeno que
algunos sugerían.
Mediante experimentos irrefutables, para los cuales inventó
el empleo de medios artificiales de cultivo, con el fin de criar a
los microorganismos, Pasteur demostró plenamente el papel causal
de la bacteridia en el carbón. Después encontró
la manera como se propaga la infección con ese germen y, en
especial, demostró el mecanismo en virtud del cual algunos
campos tenían la propiedad de comunicar el carbón a
los animales que pacían en ellos. Cuando en un lugar se ha
enterrado el cadáver de un animal muerto por el carbón,
las esporas de las bacteridias se mantienen vivas en la tierra inmediata
a esos restos. Las lombrices, que se alimentan con tierra, ingieren
algunas de esas esporas, y cuando salen a la superficie del suelo
y dejan allí sus deyecciones, también dejan algunas
esporas vivas, que cuando son ingeridas por animales que pacen en
ese lugar, y sobre todo cuando estos animales ingieren con la hierba
porciones de vegetales espinosos o que hieren la mucosa de la boca,
tales esporas penetran en los tejidos de esos animales y originan
en ellos, después de multiplicarse, la infección septicémica
que los mata.
Así fue descubierta la causa del carbón y la manera
como es transmitido, pero no se sabía cómo curarlo ni
cómo prevenirlo. Más tarde, los estudios de Pasteur
le hicieron descubrir que algunos gérmenes patógenos,
cultivados en ciertas condiciones, pierden su virulencia, o sea su
capacidad para producir enfermedad, pero que si se les inocula a animales
sanos dan a éstos la propiedad de resistir a la inoculación
posterior de gérmenes plenamente virulentos. Así comenzó
Pasteur esa labor que llegaría a ser, corriendo los años,
su aportación más valiosa a la medicina, y con ella,
al bienestar de la especie humana y a la salud y la vida de varios
animales.
Como había sucedido con los anteriores trabajos de Pasteur,
sus resultados en el estudio del carbón encontraron contradictores
que se elevaban contra las ideas que exponía y atacaban los
principios cuya verdad estaba demostrando provechosamente. Entre estos
contradictores hubo uno, Colin, profesor en la Escuela de Veterinaria
de Alfort, quien por su obstinación, su agresividad y su ambición
de abatir a Pasteur alcanzó, si no la inmortalidad, sí
un recuerdo duradero para su escaso valer. En cambio, otras voces
se hacían oír en apoyo de Pasteur que exaltaban el valor
de sus descubrimientos. Entre éstas, la de un médico
ya muy anciano, el doctor Sédillot, ex director de la Escuela
del Servicio Militar en Estrasburgo, ya retirado cuando estalló
en 1870 la guerra con Prusia y que entonces solicitó y obtuvo
volver al servicio activo, y así pudo observar cómo
la infección purulenta y la podredumbre de hospital causaban
la muerte a muchos de los heridos que eran tratados en los hospitales.
Sédillot seguía atentamente los trabajos de Pasteur
y en marzo de 1878 leyó en la Academia de Ciencias una nota
intitulada "De la influencia de los trabajos de Pasteur en los
progresos de la cirugía", la cual terminaba diciendo:
"Hemos asistido a la concepción y al nacimiento de una
cirugía nueva, hija de la ciencia y del arte, que no será
una de las menores maravillas de nuestro siglo, y a la cual estarán
unidos gloriosamente los nombres de Pasteur y de Lister". En
esa nota Sédillot empleó por primera vez un neologismo,
por él creado, y acerca de cuya creación había
consultado a la gran autoridad de Littré, quien lo aprobó
después de un estudio concienzudo que comunicó a Sédillot.
Este neologismo fue la palabra "microbio", adoptada en seguida
por Pasteur y después aceptada en todos los idiomas.
Los opositores de Pasteur seguían atacándolo en la Academia
de Medicina, entre elogios a sus actividades como químico.
Aun algunos que ciertamente lo admiraban, rechazaban su teoría
sobre la causa microbiana de algunas enfermedades. Quienes por muchos
años habían vivido y actuado aceptando como verdades
ciertos principios, no se resignaban a renegar de ellos ahora: Le
Fort, gran autoridad médica de entonces, terminaba una de sus
comunicaciones diciendo: "Creo en la interioridad del principio
de la infección purulenta, y por ello rechazo la extensión
a la cirugía de la teoría de los gérmenes, que
proclama la exterioridad de tal principio". Pasteur pidió
que antes de que la academia decidiera sobre este punto, esperara
la comunicación que en breve haría, en nombre de sus
colaboradores Joubert y Chamberland, como en el suyo propio.
El 30 de abril de 1878 Pasteur presentó esa comunicación
en cuyo exordio hacía un resumen de sus trabajos anteriores
que lo habían conducido hasta el presente. "Todas las
ciencias decía Pasteur aprovechan cuando se prestan
apoyo. Cuando después de mis primeras comunicaciones sobre
las fermentaciones, en 1857 y 1858; ya se pudo admitir que los fermentos
son seres vivientes, que en la superficie de todos los objetos, en
la atmósfera y en las aguas abundan gérmenes de organismos
microscópicos, que la hipótesis de la generación
espontánea es por ahora quimérica; que los vinos, la
cerveza, el vinagre, la sangre, la orina y todos los líquidos
de la economía no sufren ninguna de las alteraciones que comúnmente
acaecen en ellos, si están en contacto con un aire puro, la
medicina y la cirugía volvieron sus ojos hacia esas nuevas
claridades. Un médico francés, el doctor Davaine, logró
el primer éxito en la aplicación de esos principios,
en 1863." Seguía el cuerpo de su comunicación,
exponiendo con todo detalle cuanto le hacía ver la posibilidad
de aplicar los principios que sustentaba a transformar la cirugía,
la medicina y la higiene.
De pronto, un incidente penoso vino a sorprender a Pasteur. Su colega
y amigo, Claude Bernard, a quien trató siempre con las consideraciones
debidas, a quien reanimó una vez publicando un artículo
justamente elogioso cuando Bernard estaba enfermo y muy deprimido,
había muerto el 10 de febrero. Paul Bert y D'Arsonval, discípulos
y amigos de Claude Bernard, habían encontrado, bien guardadas
en el cajón de un mueble, unas notas sobre experimentos que
había estado haciendo y cuyos resultados aparentes contradecían
las teorías de Pasteur sobre la vida anaerobia y sobre el papel
de la levadura en la producción del alcohol. Pasteur habría
querido abstenerse de refutar esas conclusiones de Bernard, pero al
fin comprendió que, por lo contrario, el respeto a la memoria
de éste lo obligaba a repetir las propias experiencias de Bernard
y a hacer algunas otras nuevas sobre el mismo tema. Mandó entonces
hacer unas vitrinas para instalarlas en un viñedo que poseía,
cercano a Arbois. Buscó si las uvas en formación contenían
ya algunas levaduras, y no las encontró. Colocó entonces
sus vitrinas de manera que cubrieran a algunas vides y envolvió
en algodón esterilizado varios racimos.
Volvió a París y siguió sus estudios sobre el
ántrax, entonces ya oficialmente comisionado para ello, y contando,
además, con la ayuda de Boutet, Vinsoy y Toussaint, así
como con la de un brillante médico joven, hábil manipulador,
muy laborioso y de clara inteligencia: Emilio Roux. Un mes más
tarde volvió a Arbois y examinó las uvas de sus vides,
ya maduras entonces. El jugo extraído de las que se desarrollaron
al aire libre fermentaba en 24 o 48 horas; ninguna de las que maduraron
envueltas en algodón o simplemente dentro de las vitrinas dieron
jugo que fermentara; algunas de estas últimas, expuestas por
varios días al aire libre, dieron después jugo que fermentó
como el de las primeras. Llevó entonces cuidadosamente algunas
de sus uvas protegidas a París; las presentó a la academia
y repitió allí los experimentos que habían hecho
pensar a Claude Bernard que el alcohol se producía bajo la
influencia de un fermento soluble. Reunió sus observaciones
en un folleto que tituló "Examen crítico de un
escrito póstumo de Claude Bernard sobre la fermentación".
Al mismo tiempo que en él ponderaba las grandes virtudes científicas
de Bernard, demostraba en qué había consistido el error
en los experimentos de éste. Si años antes había
demostrado triunfalmente un error de Liebig, entonces tuvo que sufrir
el penoso deber de tener que demostrar un error del gran Claude Bernard.
Lanzado ya al estudio de las enfermedades transmisibles, aprovechó
la ocasión de que alguien del personal de su laboratorio sufría
de diviesos, para buscar en ellos algunos microbios; encontró
así el estafilococo, al que también halló poco
después en la osteomielitis que padecía una niña
en el servicio del doctor Lannelongue, en el Hospital Cochin. Frecuentaba
entonces Pasteur empeñosamente los hospitales casi tanto como
su laboratorio, y tenía ya la ayuda y los consejos de un verdadero
médico, Roux, para proseguir estas investigaciones ya directamente
dentro del campo de la medicina.
Por entonces preocupaba a los médicos la alta mortalidad que
hacía la fiebre puerperal entre las madres. Pasteur encontró
en casos de este padecimiento un nuevo microorganismo, el que sería
conocido después con el nombre de estreptococo, y partiendo
de ese hallazgo pudo ya iniciarse la profilaxis racional de aquella
enfermedad tan justamente temida.
Mientras proseguía sus estudios sobre el ántrax, con
éxito sostenido, otra enfermedad de animales solicitó
su atención: el cólera de las gallinas, altamente mortífera
para las aves de corral, transmisible, y en la cual el veterinario
alsaciano Moritz, inspirándose en las ideas de Pasteur, había
encontrado un microorganismo que el italiano Perroncito describió
precisamente y cuya virulencia fue demostrada por Toussaint. Pasteur
logró cultivar ese microorganismo y tal cultivo daba la enfermedad
a las gallinas con él inoculadas, pero cuando se la inyectaba
a cuyos sólo les daba abscesos. La casualidad hizo que en una
ocasión tuviera que trabajar con un cultivo envejecido de ese
germen, y descubrió entonces que tal cultivo ya no era capaz
de matar a las gallinas; las enfermaba, pero no las mataba. En cambio,
los animales así tratados adquirían resistencia efectiva
contra la inoculación de cultivos recientes y que mataban siempre
a las gallinas que no habían sido inoculadas con el cultivo
atenuado. Así descubrió tanto la posibilidad de atenuar
la virulencia de ciertos gérmenes, como que el cultivo de un
germen de virulencia atenuada podía ser origen de otros con
igual propiedad.
Sus trabajos sobre el ántrax habían llegado al punto
en que le permitían estar seguro de que había logrado
preparar cultivos de la bacteridia incapaces de dar la enfermedad
a los animales que fueran inoculados con ellos, pero que, en cambio,
les conferían inmunidad segura contra la misma. Resolvió
hacer un experimento en gran escala, "de campo", aplicando
su método en las condiciones naturales para buscar conclusiones
demostrativas. Se podría decir que al proceder así,
Pasteur se retaba a si mismo y encontró en un veterinario de
Melun, el doctor Rossignol, ayuda entusiasta para organizar ese experimento,
en el cual Rossignol esperaba que se produciría el más
completo fracaso del método de Pasteur.
Con la colaboración oficial y la privada de varios ganaderos,
pudo disponer Pasteur, en Melun, de 60 cameros, 25 de los cuales serían
vacunados dos veces, con 15 días de intervalo, con cultivo
de la bacteridia no virulenta, otros 25 serían inoculados en
determinado día con cultivo virulento y se haría lo
mismo con los 25 ya antes vacunados; los 10 restantes servirían
como testigos. El experimento comenzaría el 5 de mayo y sería
terminado a mediados de junio. Fue realizado en Pouilly-le-Fort, una
granja cercana a Melun, propiedad del doctor Rossignol, y que ha quedado
como un hito en la historia pasteuriana.
Todos los animales para el experimento estaban reunidos en un gran
hangar; 25 carneros, 5 vacas y un buey fueron inoculados con un cultivo
atenuado de la bacteridia y marcados para su identificación.
Los restantes animales no fueron tocados. Pasteur dio entonces a los
asistentes una conferencia en la que les explicó los antecedentes
y todos los detalles de su método. El 17 de mayo se hizo nueva
inoculación, con un cultivo más virulento que el primero.
Chamberland y Roux visitaban diariamente a los animales y tomaban
nota del estado de su salud. El 31 del mismo mes se hizo una tercera
inoculación, con cultivo plenamente virulento, y fue aplicada
entonces a todos los animales, menos a los testigos, y se dio nueva
cita para el 2 de junio. Pasteur anunció entonces que ese día
habría 25 carneros muertos con carbón y 35 sanos, entre
ellos los testigos.
El 2 de junio, a las dos de la tarde, llegó Pasteur a Pouilly-le-Fort,
saludado con aplausos y voces de júbilo. El público
era numeroso y variado: ganaderos, agricultores, hombres de ciencia,
periodistas franceses y extranjeros, todos ansiosos de ver el resultado
de aquel experimento. Había 22 cadáveres de carneros
no vacunados y otros tres estaban moribundos. Los restantes, los vacunados
y los testigos, estaban en pie, sanos. Ese día 2 de junio fue
tal vez el más radiante en la vida de Pasteur. Años
más tarde supo de apoteosis solemnes organizadas por sus pares,
pero aquel experimento al aire libre, con resultados tan contundentes,
no había tenido igual hasta entonces. El gobierno francés
otorgó a Pasteur, como su mayor recompensa, el Gran Cordón
de la Legión de Honor, y el sabio manifestó que lo aceptaría,
muy honrado y gustoso, si se otorgaba la misma presea a sus jóvenes
colaboradores Chamberland y Roux, petición que fue acordada
favorablemente.
Mientras se realizaba el experimento de Melun, Pasteur siguió
estudiando enfermedades que le parecían ser debidas a microorganismos.
Así sucedió cuando, en mayo de 1880, uno de los perros
de su laboratorio presentó síntomas de rabia. Partiendo
de este animal se inoculó a otro perro, mediante trepanación,
y 14 días después éste presentó los síntomas
de la misma enfermedad, de la cual murió 19 días después.
Así se encontró la posibilidad para experimentar con
esta enfermedad en perros, de manera segura y precisa.
En diciembre de 1880, Lannelongue comunicó a Pasteur que en
el Hospital Trousseau acababan de recibir a un niño con síntomas
de rabia, quien había sido mordido en la cara por un perro
rabioso, un mes antes. El niño murió al día siguiente
de su ingreso en el hospital. Unas horas después de la muerte,
Pasteur tomó una muestra de la mucosidad que obstruía
las vías respiratorias y la inyectó en unos conejos,
después de haberla desleído en agua. Los conejos murieron
en menos de dos días y su saliva, inoculada a otros conejos,
reprodujo en ellos la rabia, o algo que parecía serlo. Pero
Pasteur no creía que esta enfermedad fuera realmente la causa
de esas muertes. En la sangre de esos conejos había hallado,
observándola al microscopio, un microorganismo peculiar, del
cual dijo, en la Academia de Medicina, y en enero siguiente, que ignoraba
la relación que pudiera haber entre ese microorganismo y la
rabia, e hizo notar el hecho de que los conejos inoculados con ese
microbio morían en menos de 48 horas, siendo que la rabia tiene
un periodo de incubación mucho más largo. Por otra parte,
era de creer que en el hocico de un perro rabioso pudiera haber algo
más que el solo germen de la rabia, si es que existía
este germen. Más tarde se puso en claro que ese microorganismo
aislado de la mucosidad del niño muerto por rabia, era el neumococo,
germen que tiene la propiedad de ser altamente mortífero para
los conejos. El 24 y el 25 de enero de 1881 presentó los resultados
de ese estudio preliminar en la Academia de Ciencias y en la de Medicina.
De todas partes afluían pruebas de aprecio y elogios para la
obra de Pasteur. Su fama se extendía ya por todo el mundo y
se le consideraba como uno de los hombres de ciencia que mayor beneficio
habían hecho a la humanidad. Estos sentimientos se expresaban
a veces en forma particularmente impresionante, como aconteció
en ocasión del Congreso Internacional de Medicina que se celebró
en Londres en 1881, y al cual asistió Pasteur, invitado por
el Comité Organizador respectivo y también como representante
oficial de Francia. El 3 de agosto, en la sesión inaugural,
cuando subía al estrado, apoyado en uno de sus discípulos,
estalló una gran ovación, que Pasteur pensó qué
sería porque en esos momentos entraba el Príncipe de
Gales, pero su acompañante le hizo ver que era precisamente
para él. Terminada esa sesión, el presidente del Congreso,
Sir James Paget, lo presentó con las personalidades que allí
estaban, y discretamente omitió presentarlo al Príncipe
de Prusia, que estaba entre los asistentes, pero éste se adelantó
a Pasteur, a quien dijo: "Permítame presentarme y decirle
que entre quienes acaban de aplaudir a usted he tenido el honor de
contarme". En el discurso que, en ese Congreso dijo Pasteur hizo
saber que a su método de inoculación de cultivos de
virulencia atenuada con el fin de inducir inmunidad, había.
resuelto llamarlo "vacunación", como homenaje a Jenner,
y usando como raíz la palabra "vacuna", con la que
se designaba la inoculación del virus vacuno para inducir la
inmunidad contra la viruela.
Otra enfermedad grave y transmisible atrajo entonces su atención.
Por aquellos días llegaba a Burdeos el vapor Condé,
procedente de Senegal, con enfermos de la fiebre amarilla que prevalecía
en varias zonas de África. Pasteur partió inmediatamente
para Burdeos, seguido por Roux, con el designio de iniciar investigaciones
sobre esa grave enfermedad pestilencial, pero si fue verdad que aquel
barco había perdido por la fiebre amarilla algunos de sus tripulantes
durante el viaje, ya no quedaban en él sino unos pocos casos
en vía de curación. Se anunció la llegada de
otro barco, de la misma procedencia, pero cuando atracó se
vio que no llevaba ningún caso de aquel mal.
Nuevo honor aguardaba a Pasteur por entonces. La Academia Francesa
seguía una noble tradición: la de acoger en su seno
a las personalidades eminentes no sólo en las letras, sino
en otros campos de la cultura o notables por otros conceptos. Pasteur
fue invitado a presentarse como candidato para ocupar el sillón
que había quedado vacante por la muerte de Littré, el
famoso médico humanista. Pasteur aceptó, se dedicó
a enterarse a fondo de la obra de Littré y comenzó a
preparar su discurso y hacer las visitas acostumbradas para presentarse
a los académicos que participarían en su elección.
Entre los miembros de la academia a quienes Pasteur debía visitar
estaba el ya famoso novelista Alejandro Dumas, quien no permitió
que fuera a visitarlo, sino que reclamó, como un honor, ser
él quien fuera a visitar a Pasteur. Este hecho inusitado revela
hasta qué punto había llegado la estimación y
el respeto que Pasteur inspiraba a muchos de sus ilustres contemporáneos.
El 8 de diciembre tuvo lugar la sesión de recepción
de Pasteur en la Academia Francesa. El recipiendario hizo muy amplio
y comprensivo elogio de la obra de Littré, su predecesor, pero
refiriéndose a su vida, Pasteur consideró oportuno notar
su disidencia con las ideas filosóficas de Littré, quien
fue considerado como uno de los más eminentes positivistas.
Pasteur declaró su espiritualismo y atacó, con su franqueza
y su vehemencia habituales, a las doctrinas de Comte y de sus seguidores.
El encargado de responder a Pasteur y de darle la bienvenida fue Ernesto
Renan. Intelecto finísimo, escritor insigne, de amplio criterio,
Renan era estimado sobre todo por su gran sinceridad y honradez estricta,
que le hicieron apartarse del cristianismo después de que hizo
un estudio minucioso y profundo sobre la personalidad de Jesús.
Al honor conferido a Pasteur al llevarlo entre los "inmortales",
título que por su propia cuenta ganó con creces, se
sumaban otros de varia índole. En Aubervilliers se le hizo
un homenaje para entregarle una medalla que la Sociedad de Agricultura
de Melun había mandado grabar con su efigie, en conmemoración
de sus trabajos sobre el ántrax, y en muchos países
su nombre era pronunciado con admiración y con respeto; pero
un homenaje más y de mayor significación había
de conmover hondamente a Pasteur. La Academia de Ciencias hizo grabar,
por Dubois, otra medalla con su efigie, la cual le fue entregada en
su hogar, en la Escuela Normal, por una comisión presidida
por Dumas, quien en breves pero muy emotivas palabras hizo de él
cálido elogio.
Sin embargo, no dejaban de elevarse voces disidentes en torno a la
obra de Pasteur, quien puso especial atención a una de ellas,
la de Koch. En el Repertorio de los Trabajos Científicos de
la Oficina Sanitaria de Alemania, Robert Koch hacía una campaña
sistemática en contra de la obra de Pasteur, a quien acusaba
de no saber hacer los cultivos microbianos, de no reconocer con precisión
al vibrión séptico, de la carencia de valor del experimento
para comunicar el carbón a las gallinas, de que era errónea
su idea de que las lombrices sacaran a flor de tierra las esporas
bacteridias presentes en la profundidad del suelo y de la ausencia
de eficacia de la vacunación anticarbonosa. Pasteur respondió
a esos ataques pidiendo que se repitieran sus experimentos ante una
comisión nombrada por el gobierno alemán; esa comisión
fue constituida, Virchow formaba parte de ella y Pasteur encargó
a Thuillier que llevase a Alemania el material que sería presentado
a la comisión. Pero le salió al paso otra mejor oportunidad,
la que le ofrecía la celebración próxima del
Congreso Internacional de Higiene, en Ginebra, cuyo comité
organizador había apartado la sesión del 5 de septiembre
para que Pasteur expusiera sus trabajos sobre la atenuación
de los virus. En ella dijo, entre otras cosas, "que por clara
que sea la verdad, no siempre tiene el privilegio de ser aceptada
fácilmente; he encontrado en Francia y en el extranjero contradictores
obstinados, y de entre ellos escogeré uno cuyo mérito
personal le da derecho a nuestra atención; me refiero al doctor
Koch, de Berlín". Resumió y refutó todas
las críticas que se le habían hecho y terminó
diciendo: "Tal vez haya en esta asamblea personas que compartan
las opiniones de mis contradictores; permítanme que las invite
a tomar la palabra; tendría verdadero placer en escucharlas
y en responderles". Koch subió al estrado y dijo que declinaba
la discusión entonces y que después respondería
por escrito.
Otra enfermedad solicitó entonces la atención de Pasteur,
el "mal rojo" del cerdo, que hacía graves estragos
en el ganado porcino. Thuillier había encontrado, en marzo
de 1882, un microorganismo en los animales que sufrían esa
enfermedad. Pasteur, acompañado de su sobrino André
Loir y de Thuillier, partieron para Bolene a mediados de noviembre,
para estudiarla. Se enteraron de que en la región habían
muerto más de 20 000 cerdos, a causa de ese mal. Rápidamente
fue instalada una porqueriza, para la experimentación., en
la que Pasteur trabajó con su habitual ahínco, auxiliado
por sus ayudantes, y pronto pudo comunicar a la Academia de Ciencias
que el "mal rojo" del cerdo es producido por un microbio
especifico, cultivable fuera del cuerpo de ese animal; que tal cultivo,
inoculado a animales sanos, les da rápidamente la enfermedad
y les causa la muerte con los mismos caracteres que en los casos espontáneos;
que en la inducción del mal no participaba el bacilo que en
1878 el doctor Klein había considerado, en Londres, como el
agente causal; que los animales inoculados con cultivos atenuados
del virus original adquirieron inmunidad contra el mismo, y que, a
reserva de nuevas experiencias, estimaba que la aplicación
de una vacuna específica podría dominar la plaga del
"mal rojo" del cerdo.
Vuelto a París, siguió estudiando la rabia y al mismo
tiempo contestaba las refutaciones de Koch, quien admitía ya
la atenuación de los virus y aun la consideraba muy importante,
pero seguía negando los buenos resultados de la vacunación
anticarbonosa. Pasteur oponía a esta negación los resultados
de la aplicación de su método, y terminaba: "Espero
confiadamente las consecuencias que el método de la atenuación
de los virus tiene reservadas para ayudar a la humanidad contra las
enfermedades que la asedian".
Entretanto, la mortalidad después de las operaciones quirúrgicas
había bajado del 50 al 5%, y en las maternidades, de 100 a
200 por mil, a tres o menos por mil. Huxley decía en Londres,
en la Royal Society, que los descubrimientos de Pasteur podrían
pagar por sí solos la deuda de guerra impuesta por Prusia a
Francia, de cinco mil millones de francos. Haciéndose eco de
la creciente estimación del valor de la obra de Pasteur, el
Senado francés votó una ley para elevar a algo más
del doble la pensión que antes había otorgado al sabio.
En el informe de la comisión respectiva del Senado, Paul Bert
resumió los principios de la doctrina pasteuriana diciendo
que toda fermentación es producto del desarrollo de un microbio
especifico; cada una de las enfermedades infecciosas estudiadas por
Pasteur es producida por el desarrollo de un microbio específico
en el organismo enfermo, y el microbio de una enfermedad infecciosa,
cultivado en determinadas condiciones, atenúa su actividad
y puede ser empleado como vacuna.
La aprobación de dicha ley fue conocida por Pasteur cuando
volvió de Dole, adonde había asistido a la ceremonia
en la que fue descubierta una placa conmemorativa en la casa donde
nació, en homenaje ofrecido por las autoridades locales. A
los discursos laudatorios que allí le dijeron, Pasteur contestó
recordando a sus padres, evocando lo que hicieron para educarlo y
ayudarlo y reportando a ellos el honor que entonces recibía.
Una epidemia de cólera había llegado a Egipto en aquellos
días y se iba ya propagando como en otras ocasiones, aun cuando
todavía no alcanzaba a Europa. Para buscar medidas científicas
que oponer a esa propagación, Pasteur aconsejó el envío
a Alejandría de una misión científica francesa
que estudiara la enfermedad. Formaron esa misión Roux, Nocard,
Strauss y Thuillier, quien aceptó tal encargo después
de haber vacilado un tanto. La misión partió para Alejandría,
comenzó su trabajo tan pronto como hubo llegado e hizo todo
género de intentos por encontrar un germen causal. El doctor
Koch había ido también desde Alemania con el mismo objeto.
Desgraciadamente, cuando ya declinaba la epidemia y se veía
que los estudios sobre ella tendrían que acabar, Thuillier
enfermó de cólera fulminante y falleció en unas
cuantas horas. El sepelio de aquel joven sabio fue una numerosa e
imponente manifestación de luto, en la que participaron Koch
y sus colaboradores, quienes pusieron sobre la tumba recién
abierta unas coronas, de las que dijeron que eran muy modestas, "pero
que estaban hechas con laurel, como las que se ofrecen a quienes alcanzan
la gloria".
Proseguían los trabajos de Pasteur sobre la rabia. Tenía
la esperanza de que, dada la larga incubación de la enfermedad,
fuera posible aplicar con éxito a los mordidos por animal rábico
algún producto que se encontrara capaz de producir inmunidad
y salvar así a quienes tan grave riesgo corrían de adquirir
aquel cruel e inexorable mal.
Los estudios sobre la rabia, iniciados en 1880, eran el principal
tema de los trabajos de Pasteur, quien había comprobado ya
que el virus rábico estaba no sólo en la saliva sino
también en la sustancia de los centros nerviosos de los animales
enfermos, y desde entonces hizo sus inoculaciones a los perros sanos
por inyección directa del material rábico en el cerebro,
a través de un orificio de trepanación, que Roux hacia
con gran pericia, con lo cual lograba producir la infección
con seguridad y rapidez. Había comprobado que el virus estaba
también en la médula espinal y en lo sucesivo este órgano
fue empleado para iniciar experimentos sobre la posibilidad de atenuar
el virus. Se inoculaba a conejos y se les extraía la medula
cuando habían contraído la enfermedad. La médula
era suspendida en un frasco de vidrio con aire desecado, y diariamente
se tomaban porciones de ella con las que nuevos animales eran inoculados.
Las médulas recientes eran las más virulentas y esa
propiedad se iba atenuando cada día. Los perros eran inyectados
diariamente con material más y más virulento, hasta
llegar al acabado de tomar de un conejo recién muerto por la
rabia. Después se inoculaba a los animales así tratados
con material virulento que daría seguramente la rabia a perros
no tratados, sin que se produjera la enfermedad. Multiplicaba en gran
escala estos experimentos, hasta lograr certeza acerca de la uniformidad
de sus resultados, y prolongaba la observación de los perros
vacunados para asegurarse de la persistencia de su buena salud.
Los resultados logrados por Pasteur y comunicados a las sociedades
científicas indujeron al gobierno de Francia a nombrar una
comisión del Ministerio de Instrucción Pública
para que los examinara y rindiera un informe sobre los mismos. Dado
el número considerable de perros que por entonces estaban en
estudio se hizo necesario disponer de nuevos y más amplios
locales para alojarlos y observar sobre todo a los que se empleaban
para tratar de estimar la duración de la inmunidad que el método
de Pasteur confería. Esa gran perrera fue establecida a inmediaciones
de París, en Villeneuve-l'Etang, adonde Pasteur acudía
diariamente para observar por sí mismo el estado de sus animales.
Pasteur suspendió momentáneamente sus observaciones
para asistir al Congreso Médico Internacional, en Copenhague,
y en el cual pronunció un discurso ante numeroso y selecto
auditorio, dando a conocer el estado de sus trabajos sobre la rabia.
Fue entusiastamente elogiado y aplaudido; los reyes de Dinamarca,
haciendo a un lado el protocolo, abrazaron a Pasteur. Los profesores
y los estudiantes de las universidades y los fabricantes de cerveza
lo festejaron también calurosamente.
Desde Copenhague volvió a Arbois. De muchas partes le pedían
que pasara ya de sus experiencias en el perro a aplicar su vacuna
en el hombre, pero él vacilaba, falto de seguridad cabal sobre
la efectividad y, sobre todo, la inocuidad de su método aplicado
al hombre; pensaba que sería conveniente prolongar sus experimentos
actuales por dos años más antes de ensayarlo en el ser
humano, y creía que acaso fuera posible ensayar primero esta
prueba en condenados a muerte a quienes se indultaría a cambio
de prestarse a tal experimento. En mayo de 1885 todo estaba listo
ya en Villeneuve-l'Etang para recibir a sesenta perros; otros tantos
habían sido alojados en otros lugares.
Pero una mañana de julio de 1885, llevaron hasta Pasteur a
Joseph Meister, un muchachito alsaciano, que había sido atacado
y mordido gravemente por un perro rabioso unos días antes.
Cuando Pasteur vio las 14 heridas del niño Meister y después
de haber consultado con Grancher y con Vulpian, se resolvió
a tratar aquel caso. El mismo día de su llegada, Meister recibió
la inyección de una suspensión de médula de conejo
inoculado 14 días antes, la menos virulenta; diariamente se
repitieron esas inyecciones, cada vez con médula más
y más virulenta. El chico se sentía bien, pero Pasteur
sufría de ansiedad ante la responsabilidad que había
asumido. Por fin, el 16 de julio fue aplicada la inyección
de la médula de un día, la que invariablemente daba
la rabia a los animales que con ella eran inoculados. Terminado felizmente
ese tratamiento, Pasteur encargó el niño al cuidado
del doctor Grancher y fue a descansar con su hija a un lugar de Borgoña.
El 20 de agosto recibió una carta, de uno de sus colegas en
la Academia Francesa, comunicándole que un gran número
de agricultores de la Beauce, en donde había estudiado el ántrax,
pensaban presentarlo como candidato al Senado. Tal oferta fue rechazada
en términos muy corteses pero firmes.
Vuelto a París tuvo que enfrentarse a otro caso de grave riesgo
de rabia. Un pastor, apellidado Jupille, había sido mordido
por un perro rabioso al defender a seis pastorcillos que estaban siendo
atacados por ese animal. Jupille protegió a los chicos, dominó
al perro y lo mató, pero antes fue mordido por la bestia enferma.
El tratamiento de Jupille comenzó seis días después
de que éste había sido mordido. Pocos días más
tarde Pasteur presentó a la Academia de Ciencias una comunicación
en la que informaba del tratamiento de Meister, lo cual .dio ocasión
para que Boulay y Vulpian le hicieran nuevos y cálidos elogios.
Fue ésa una de las últimas sesiones a las que asistió
Boulay, quien murió en la noche del 29 al 30 de noviembre.
En lo sucesivo la gente afluía al laboratorio de Pasteur, desde
todas partes de Francia, solicitando ser vacunada por haber sido mordida
por animal rabioso o por haber tenido contacto con alguno. Entre los
que así le fueron llevados estaba una niña, Luisa Pelletier,
quien fue presentada para recibir el tratamiento 37 días después
de haber sido mordida. Pasteur vacilaba en tratarla, temiendo que
el largo lapso transcurrido desde la mordedura hiciera inútil
el tratamiento, pero no habiendo otra posibilidad de salvación
resolvió aplicárselo, en forma intensa, a partir del
9 de noviembre. El 2 de diciembre la niña comenzó a
presentar los síntomas de la enfermedad, de la que falleció
unos cuantos días después.
Cuatro norteamericanos viajaron desde su país para someterse
al tratamiento. Edouard Hervé dio 40 000 francos destinados
a un fondo para la construcción de un laboratorio dedicado
al tratamiento de la rabia después de mordedura. Así
quedó abierta una suscripción y comenzaron a afluir
los donativos. La Academia de Ciencias resolvió apoyar esa
suscripción para crear una institución que llevaría
el nombre de Instituto Pasteur.
En marzo del año siguiente llegaron al laboratorio de Pasteur
19 rusos, procedentes de Smolensk, que habían sido mordidos
por un lobo rábico; cinco de ellos estaban tan gravemente heridos
que hubo que internarlos en el Hôtel Dieu. Las estadísticas
mostraban que el 92% de los mordidos por lobo rábico morían.
El tratamiento de estos rusos comenzó 15 días después
del de sus mordeduras; se les inoculaba dos veces al día, aplicándoles
así un tratamiento intenso. Tres de ellos murieron durante
ese tratamiento. El 12 de agosto Pasteur declaró ante la Academia
de Ciencias que los demás iban bien. El Zar envió a
Pasteur la Gran Cruz de Brillantes de Santa Ana y 100 000 francos
para la suscripción del Instituto Pasteur.
En abril del mismo año el gobierno británico encargó
a una comisión especial que estudiara los trabajos de Pasteur
sobre la rabia, antes de decidir acerca de la aplicación de
su método de tratamiento en la Gran Bretaña. Todos los
estudios de Pasteur sobre esa cuestión fueron minuciosamente
revisados; los integrantes de esa comisión llevaron de París
material para experimentar en Londres y hacer el estudio lo más
amplio y preciso posible. Poco después se organizó,
a iniciativa de Gaston Tissandier, el editor de La Nature un
festival de beneficencia para el Instituto Pasteur, que se efectuó
en el palacio del Trocadero y en el que participaron los artistas
franceses de mayor renombre que entonces estaban en París,
así como otros extranjeros, entre éstos un cuerpo de
ballet ruso. En el banquete que siguió a ese festival, al dar
Pasteur las gracias a los participantes y a los asistentes, dijo:
"Es difícil describir lo que hoy he sentido. ¿Me
atreveré a confesar que a casi todos os he escuchado hoy por
primera vez? No creo haber pasado en mi vida siquiera diez veladas
en el teatro, pero ahora ya no tengo que lamentarlo puesto que en
un corto lapso me habéis dado, como en una síntesis
exquisita, los sentimientos que tantos otros tardan varios meses y
aun varios años en reunir".
Seguían llegando contribuciones para el Instituto Pasteur,
entre ellas una de 23 000 francos que enviaba Alsacia y en la que
participaba Joseph Meister. Pasteur tenía cada día más
quehaceres de varias clases. Se le había nombrado en la Academia
de Ciencias en el puesto más elevado en esa corporación,
el de Secretario General. Presidía la Sociedad de Socorro de
los Amigos de las Ciencias y ayudaba también a otras instituciones
de beneficencia. Recibía consultas de varios industriales,
entre ellos la que le hicieron los productores de leche sobre el mejor
medio para conservar ese alimento. Asistía diariamente al local
en la calle de Vauquelin en donde eran tratados los mordidos por animal
rábico. Preparaba personal para que se encargara de los laboratorios
antirrábicos que se establecían ya en muchas partes
del mundo, entre ellos el que fue creado en México y para el
que entregó personalmente al doctor don Eduardo Liceaga unas
médulas de conejo rábico, que recibió en el Instituto
Pasteur el 20 de enero de 1888 y de las cuales fueron preparadas las
que sirvieron para hacer la primera inoculación antirrábica
en nuestro país, el 18 de abril del mismo año. Con tanto
trabajo era natural que se resintiera de fatiga y que sufriera su
salud. Sus médicos le encontraron signos reveladores de necesidad
urgente de reposo y le ordenaron que buscara éste en algún
lugar del sur de su país.
Entretanto, en París los adversarios de Pasteur estaban activos,
al acecho de cualquier oportunidad para renovar sus ataques. El caso
de rabia que terminó con la muerte, después de la aplicación
del tratamiento de Pasteur, fue aprovechado por Peter para declarar
ineficaz ese método, y además peligroso. El 4 de enero
de 1887 Peter presentó su nota en la Academia de Medicina;
había acumulado toda la información que fuera adversa
a Pasteur; el caso de Luisa Pelletier y el de los rusos que murieron
a pesar de la vacuna fueron traídos a cuento. Acusaba a Pasteur
y a sus colaboradores de falsear los datos publicados con el fin de
presentar estadísticas favorables. Vulpian, Grancher y Brouardel
salieron a la defensa de Pasteur y desbarataron las objeciones de
Peter, pero éste buscaba con raro empeño y por todos
los medios posibles desacreditar el método de Pasteur, y su
actuación estimulaba la de otras personas que directamente
o por cartas anónimas lo atacaban con saña. Sin embargo,
la Academia estaba casi en su totalidad de parte del sabio, quien
no podía defenderse personalmente, desde su lejano retiro,
de los ataques que le hacían.
En febrero de 1888 unos intensos temblores sacudieron una zona entre
Niza y Bordighera. Pasteur se trasladó con su familia a Marsella
y de allí siguió a Arbois, donde permaneció por
unas semanas y finalmente volvió a París. A principios
de julio recibió un informe de la comisión británica
que había estudiado sus trabajos sobre la profilaxis de la
rabia. Todos sus resultados habían sido rigurosamente confirmados
a través de 14 meses de trabajo minucioso que había
comprendido la investigación directa de cada uno de los casos
de 90 personas residentes en una región de Francia. No obstante,
en la academia sus enemigos reiteraban sus ataques, que encontraban
nuevos y valiosos oponentes, como Villemin y Charcot. Éste
terminó su intención definitiva afirmando que "el
inventor de la vacunación antirrábica bien puede, ahora,
más que nunca, marchar con la cabeza muy en alto, y seguir
el cumplimiento de su gloriosa tarea, sin apartarse un instante de
su senda por los clamores de la contradicción sistemática
o por los murmullos insidiosos de sus denigradores". Como para
ratificarle su apoyo, la Academia de Ciencias pidió a Pasteur
que aceptara ser su Secretario Perpetuo, con lo que le confirió
el más alto honor que le era posible ofrecerle. Pasteur desempeñó
este por muy corto tiempo; el día 23 de octubre, por la mañana,
tuvo un ataque que lo privó del habla y que por fortuna pasó
pronto sin dejar huella perceptible. Pero unos días después
se repitió ese ataque y aunque pudo recobrar otra vez la voz,
ésta no tuvo ya nunca su fuerza anterior. En enero de 1889
presentó su dimisión como secretario de la academia.
En octubre de ese año había terminado ya casi completamente
la construcción del Instituto Pasteur. El Presidente de la
República Francesa, Sadi Carnot, aceptó la invitación
para inaugurar ese establecimiento. El 14 de noviembre, en solemne
ceremonia efectuada en el local de la biblioteca del Instituto, el
presidente de su patronato, Joseph Bertrand, rememoraba en notable
discurso a Biot, Dumas, Senarmont, Balard y Claude Bernard, que tanto
influyeron en el desarrollo de la personalidad de Pasteur. Grancher
recordó la intervención decidida de Vulpian, Vemeuil,
Charcot, Brouárdel, Chauveau y Villemin en defensa de Pasteur
y presentó un resumen de los resultados del tratamiento pasteuriano
obtenidos hasta entonces.
Pasteur, demasiado emocionado para poder leer su discurso, encomendó
a su hijo esta misión. En él decía su dolor de
entrar en el Instituto "vencido por el tiempo" y la pena
de no ver a su lado a sus maestros ni a sus compañeros de lucha
que tan valioso apoyo fueron para él contra la ignorancia,
la envidia y la mala fe; y como si dictara su testamento decía
a sus colaboradores y discípulos: "Conservad siempre ese
entusiasmo que habéis tenido desde la primera hora, pero dadle
siempre por compañera inseparable la crítica más
severa. Nunca afirméis nada que no pueda ser demostrado de
manera sencilla y decisiva. Tened el culto del espíritu crítico,
que reducido a sí mismo ni despierta ideas ni estimula grandes
cosas, pero sin el cual todo es caduco. Él siempre tiene la
última palabra". Más adelante volvía a decir
lo que muchas veces antes había repetido como un ritornelo:
"Si la ciencia no tiene patria, el hombre de ciencia si tiene
la suya y ella ha de referir la influencia que sus trabajos puedan
tener para la humanidad".
El día 5 de enero asistió a la inauguración de
la nueva Sorbona. En esa ocasión los estudiantes solicitaron
visitarlo para hacerle así un homenaje. Los recibió
en la escalinata del Instituto Pasteur y les agradeció que
hubieran querido celebrarle su cincuentenario de estudiante. En octubre
fue, a pesar del mal estado de su salud, hasta Ales, para asistir
a la inauguración de la estatua erigida allí a Dumas.
Desde el pie de ese monumento habló para recordar una vez más
a su maestro y benefactor. Vuelto a París, iba todos los días
al servicio de la rabia, en el Instituto, presenciaba la aplicación
y la preparación de las vacunas, alentaba a sus colaboradores
y decía palabras de consuelo a los pacientes.
Desde mayo de 1892 se había formado ya, en Dinamarca, Suecia
y Noruega, un comité para festejar el septuagésimo aniversario
del nacimiento de Pasteur. En Francia se había preparado, para
esa ocasión, una nueva medalla grabada por Roty. En la mañana
del 27 de septiembre del mismo año tuvo lugar la solemne ceremonia.
En el anfiteatro mayor de la Sorbona estaban reunidos delegados de
todas las academias de Francia y de otras sociedades científicas
del mismo país y del extranjero; de las facultades y de las
escuelas superiores, alumnos de los liceos, representantes diplomáticos
de muchos países y el "todo París" intelectual.
A las 10:30 entró Pasteur, del brazo del presidente Sadi Carnot
y subieron al estrado en donde el presidente del Senado y el de la
Cámara de los Diputados, delegados de las cinco academias del
Instituto, embajadores y ministros ocupaban ya sus lugares. El ministro
de Instrucción Pública, Charles Dupay, pronunció
el discurso oficial de homenaje. De su pieza oratoria, justa y brillante,
es esta frase: "¿Quién podría decir ahora
todo lo que la vida humana os debe ya y lo que os deberá en
el transcurso de los tiempos?" Joseph Bertrand dijo otro bello
discurso que terminaba afirmando: "Sois no sólo un grande
e ilustre sabio; sois un grande hombre". Entre los muchos que
hablaron en esa ocasión, Lister presentó el homenaje
de su país. Toda una larga serie de homenajes, que parecía
interminable, se sucedía. El último discurso fue el
de quien representaba a los estudiantes, y dijo:"Habéis
sido muy grande y muy bondadoso; habéis dado a los estudiantes
bellas lecciones y un hermoso ejemplo".
El 1º de noviembre de 1894, cuando se disponía a salir
de su departamento para ir, como todos los días, a ver a sus
nietos, Pasteur tuvo una violenta crisis de uremia; durante cuatro
horas estuvo sin conocimiento; mejoró un tanto por la noche
y desde entonces, hasta el 25 de diciembre, sus colaboradores se turnaban
para velarlo, acompañando a la esposa y a los hijos del maestro.
Los doctores Chantemesse, Gilles, Cuyon y Grancher lo atendían.
Llevado por Metchnikoff lo visitó Dieulafoy. Hacia el comienzo
del año siguiente comenzó a hacerse sentir clara mejoría.
A fines de abril el ilustre paciente aceptó recibir a los ex
normalistas que festejaban el centenario de su plantel y quisieron
visitar a su distinguido compañero de escuela, después
de que colocaron una placa conmemorativa en el pequeño laboratorio
de la calle de Ulm. Uno por uno desfilaron ante él, quien,
sentado en un sillón cerca de la chimenea, tuvo para todos
una palabra amable o una sonrisa. En el laboratorio principal del
Instituto el doctor Roux había hecho disponer los matraces
que habían servido en los estudios sobre las generaciones espontáneas,
una serie de tubos con muestras de vinos y de cervezas, varios cultivos
y preparaciones microscópicas con todos los microbios descubiertos
por Pasteur y sus colaboradores, incluyendo ya los de la difteria
y de la peste. Al mediodía Pasteur hizo que lo llevaran al
laboratorio, en donde Roux le mostró el microbio de la peste.
Débil y enfermo del cuerpo, el sabio conservaba su lucidez
y sus antiguos entusiasmos. Por entonces la Academia de Ciencias de
Berlín preparaba una lista de hombres de ciencia extranjeros
para proponer que se les otorgara la condecoración de la Orden
del Mérito de Prusia. Discretamente se ofreció a Pasteur
incluirlo en la lista, pues se recordaba la devolución que
años antes había hecho de su diploma de doctor honoris
causa de la Universidad de Bonn. Pasteur manifestó cortésmente
que apreciaba en mucho el honor que se le ofrecía y que agradecía
la gestión del intermediario, pero declaró que no aceptaría
esa condecoración.
Pasteur seguía débil, pero nunca se quejaba y ni siquiera
hablaba de sí mismo. Debajo de unos castaños, a la entrada
del Instituto Pasteur, habían instalado un toldo a cuya sombra
pasaba unas horas por las tardes, a veces conversaba con viejos amigos
y siempre decía una palabra de aliento a quienes trabajaban
en el Instituto. Muy a menudo preguntaba "¿Qué
hace usted?", y siempre añadía "¡Hay
que trabajar!"
El 13 de julio de 1895 salió por última vez del Instituto
y subió en un coche que lo llevó a Villeneuve-l'Etang,
para veranear allí y procurar el mejoramiento de su salud.
En ese parque se habían instalado entonces las caballerizas
para la preparación de la antitoxina diftérica. Desde
su habitación, o a veces frente a los prados, a la sombra de
un grupo de hayas bronceadas, escuchaba la lectura que le hacían
su esposa o su hija. A cada día que pasaba disminuían
sus fuerzas. La vista de sus nietecillos lograba todavía iluminar
su rostro con una sonrisa. En la última semana de septiembre
ya no tuvo fuerzas para levantarse del lecho.
El día 27 de ese mes, cuando le ofrecían una taza de
té, dijo: "No puedo más". Se quedó
como dormido, pero pronto su respiración no fue ya la de quien
duerme sino la del que agoniza. Durante 24 horas permaneció
inmóvil e inconsciente. A las cuatro y cuarenta minutos de
la tarde del día 28, tranquilamente expiró.
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