8. HÉCTOR Y PARIS VUELVEN AL FRENTE

Nada demora Paris en el palacio enhiesto:
Apenas las broncíneas armaduras se ha puesto,
y ya en alarde atlético recorre la ciudad.
Garañón impaciente que del ronzal se arranca,
harto ya del establo y la cebada blanca,
el río en que lo bañan busca con ansiedad,
atronando al galope los campos y el potrero,
y la cerviz levanta y las crines sacude,
y con zancadas ágiles al pastadero acude
venteando las yeguas, tal, gozoso y ligero,
el Priámida Paris de Pérgamo bajaba,
y sus armas lucían y como el sol cegaban.
Pronto dio alcance a Héctor cuando apenas volvía
de despedir a Ándrómaca, y dijo:
—Temo, hermano,
encontrarte impaciente por la tardanza mía,
pues no vine tan pronto como tú lo querías.
Así dice Alejandro, divino el continente,
y le replica Héctor del casco refulgente:

—¡Cuán singular te veo! Sería injusto y vano
negar que eres osado y diestro en los combates;
mas luego te destemplas y tú solo te abates,
y mi alma se subleva si oigo a los troyanos,
víctimas de tu culpa, cubrirte de baldones.
Para mejor sazón queden mis reflexiones;
para cuando en palacio, si lo permite Zeus,
brindemos a los dioses, con las gozosas nuevas,
la crátera del triunfo por nuestra libertad,
y hayamos expulsado en masa a los aqueos
(¡los guerreros aqueos de las radiantes grebas!),
de la Tróade entera del campo y la ciudad.

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