5. CRISEIDA A CRISA

Dijo y partió, dejándolo con el alma alterada
por la esbelta cautiva que le fue arrebatada.

Llegado es Odiseo con la hecatombe a Crisa.
No bien del hondo puerto la boca se divisa,
arriando trapos guárdanlos en el negro velero,
y el mástil —los estayes corriendo—, en la crujía.
Reman al borde, amarran, y hacen bajar a tierra
las reses del sagrado tributo al dios Arquero.
De los marinos leños Criseida descendía,
y en manos de su padre que junto al ara yerra
el sutil Odiseo la entregaba y decía: 

—Crises, el rey de pueblos Agamemnón te envía
a tu hija, y los dánaos mandan un sacrificio
para que Febo el dios quiera sernos propicio
y aplaque tal estrago y atroz carnicería. 

Gozoso queda el padre; la hija, rescatada.
En el altar se apronta la hecatombe sagrada.
Lávanse y dan la mola con religioso celo.
Crises ora por todos con los brazos al cielo. 

—¡Dios del arco de plata que proteges a Crisa
y a Cila, sacro albergue, y en Ténedos imperas!
Tú que honrando mis ruegos dañaste de tal guisa
al ejército aquivo con penas tan severas,
aquí segunda vez imploro que te prestes
a alejar de los dánaos la mortífera peste. 

Así dijo rogando: lo escucha Febo Apolo.
Rezada la plegaria y la mola esparcida,
doblándoles la nuca las víctimas degüellan,
las trozan y desuellan; pringan los muslos sólo,
en grasa revistiéndolos y en carne remolida;
y el anciano los trae a la leña encendida,
tintos en vino, al tiempo que ya han asegurado
los mozos los trinchantes de cinco puntas. Luego
de quemar los perniles, reparten el bocado
de entrañas, y la carne menuda con cuidado
tuestan al asador y la sacan del fuego.
La faena cumplida, se juntan al banquete,
y todos se contentan con la justa ración.
Sed y apetito aplacan a su satisfacción
las cráteras los mozos colman hasta el gollete,
y las copas derraman la sacra libación.
Y a lo largo del día, en honra a Apolo Arquero,
un sonoro peán entonan los guerreros,
que el dios está escuchando con dulce corazón. 

Y cuando el sol se puso y aconteció la sombra,
al pie de las amarras los rinde el sueño grave.
Ya la Aurora de róseos dedos el cielo escombra;
ya rumbo al campamento zarpa la rauda nave
que Apolo Arquero impulsa con una brisa suave.
Izan el mástil, blancas las velas hincha el viento;
las purpúreas ondas resuenan por la quilla;
y llegan deslizándose al vasto campamento,
donde arrastran la negra nave sobre la orilla
calzando los espeques. Y consumando el viaje,
por barcos y por tiendas se pierde el equipaje.

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