La pérdida de la función de lo real


EL DIAGNÓSTICO MENTAL

Para el diagnóstico de las enfermedades mentales, afirmaba Falret que la primera vez que se veía a un enfermo bastaba una sola palabra, un solo gesto, un solo tic, en fin, un solo fenómeno apreciado sagazmente, para poder calificarlo, y así una queja era suficiente, por ejemplo, para afirmar que se trataba de un melancólico; un ímpetu violento lo era a su vez para decir que lo que se tenía enfrente era un maniaco impulsivo y así sucesivamente. Charcot, por su parte, pensaba de igual modo y pretendía que, a la entrada de su gabinete, con sólo apreciar el desfile o la apariencia de los sujetos, en la incoordinación motora del uno, en la actitud catatónica del otro, o en la crisis convulsiva del de más allá, era suficiente para dar el nombre a cada caso en cuestión.

Ahora bien, es indudable que existen circunstancias en, que los síntomas son de tal modo aparentes, que de ellos podría decirse que casi por sí solos hablan y marcan la naturaleza del mal. También es cierto que después de una gran práctica, un muy somero estudio, reducido al mínimum por el genio, es bastante para poder concluir en virtud de una intuición; pero en la generalidad la exploración y la apreciación de los datos recogidos tienen que ser más minuciosas; excepción hecha de los casos muy raros y que se separan de los catalogados, en donde entonces, por la naturaleza misma de ellos, se necesita de toda la presencia y acopio de pruebas científicas para poder llegar al fin deseado. Pero salvo estas excepciones que se refiere, no hay que degenerar en el sentido opuesto a Falret y a Charcot, perdiéndose en un dédalo de detalles y engolfándose meticulosamente en pormenores, que muchas veces no llegan al caso.

En nuestro pasado relato vimos a la inquietud destacarse bien en varios actos sociales y ahora podríamos insistir sobre el mismo tópico, recordando las dificultades de Anfitrión en la comedia de Molière, cuando aquél se ve sustituido en su hogar por otro que tiene su misma figura, y cuando acontece algo análogo con Sosie, su criado, que se ve también reproducido. El delirio de Sosie se puede condensar en esta frase: "sois una copia de vosotros mismos". De aquí una serie de situaciones cómicas a base de agitación, que no desaparece sino hasta que se hace luz en el asunto.*

Análogos estados de inquietud se hallan en las narraciones interesantes hechas por Esquirol y en el padecimiento designado por Krishaber con el nombre de neuropatía cerebro-cardiaca.

El individuo normal siempre se da cuenta de lo que existe en su derredor y lo percibe, así como de sí mismo; pero cuando hay un desquiciamiento morboso en el sentido de referencia, entonces aparece el sentimiento de vacío que como consecuencia provoca el delirio de negación en que la persona puede decir: "No tengo cabeza, no tengo cara, no tengo intestinos, etc."2 Como prueba de la alteración de la percepción social o externa, vamos a referir la historia de Leticia.


HISTORIA DE LETICIA

Leticia es una joven de 25 años que se parece a la bella durmiente del bosque. En su cama pasa mucho tiempo dormida y cuando despierta dice a su médico: "¿Por qué me habláis? Vos no existís, buenas noches. Hemos terminado". ("Vous n'existez pas. Bon soir. Non plus.") Leticia ve al facultativo como ve la mesa y los objetos de una pieza, pero nada existe para ella. Él y los objetos han perdido la realidad del relieve, son planos, como si se les viera dibujados en papel; son artificiales e imitaciones del "Bon Marché".** Así también, son las flores para ella: son flores de papel. La artificialidad, el alejamiento, la pequeñez, la irrealidad, en fin, constituyen el mundo extraño de Leticia. Cabe decir de paso que en la práctica, el mundo real es el ordinario, mientras que el teatro es el artificial. La curiosidad del asunto alcanza sumo grado cuando al bailar Leticia, en su baile la loca misma se pregunta: "¿Bailo yo acaso?"


EL SENTIMIENTO DE VACÍO

La enseñanza que nos viene de lo referido es que según se presenta la percepción social, así orientamos nuestra conducta. Ésta nunca es la misma, sino que varía según nuestras apreciaciones particulares. El valor que se da a las cosas provoca actividades especiales en consonancia con el aquilatamiento que se ha hecho. Las pérdidas que va teniendo la persona pueden ir aumentando. Así, si se ha perdido Ernestina hay que encontrar a Ernestina y hay que buscarla, en el supuesto de que exista. Puede suceder que no solamente sea ella la que se perdió, sino que también se han perdido los amigos, la confianza de la gente, los sentimientos religiosos y hasta Dios mismo. Entonces el hombre está vacío y por el hecho de la supresión de su conducta social se puede considerar como un hombre muerto.

Un abogado portador del sentimiento de vacío, decía: "Yo no puedo trabajar. ¿Existo o no existo? ¿Soy vivo o muerto? Sólo he encontrado hombres y perros muertos. Todo lo que está vivo, está muerto". Como se notará aquí, hay el sentimiento completo de irrealidad aplicado hasta a sí mismo, constituyéndose la ilusión de morir y todo un conjunto de fenómenos hipocondriacos. La negación es absoluta cuando el mismo enfermo hace esta pregunta: "¿Para qué queréis que me ocupe de la familia si he llegado a ser invisible?" El paciente no cree en su familia porque la función de lo real se ha perdido.

Nosotros percibimos los objetos porque los vemos, los tocamos, etc., y de aquí la creencia de que no es sino el resultado de varias operaciones psicológicas.

El sentimiento de vacío está en oposición con el último periodo que hemos analizado en Magdalena y que hemos llamado estado de consuelo. Durante él, Magdalena en éxtasis tiene un sentimiento intelectivo en que, como su nombre lo indica, comprende todo: comprende las matemáticas, la astronomía, etc. El momento es opuesto a aquel de sequedad en que expresa: "Soy una tonta y no entiendo nada". A este particular no hay que dejar pasar por alto que los verdaderos locos son los que dicen "que no lo son". Los que no lo son completamente se quejan de ello.3


a) Su subjetividad

En el sentimiento de vacío la parte subjetiva que acompaña a las sensaciones es más importante que las sensaciones mismas, al grado de, en tremenda antinomia, negar éstas, y así: un sujeto se quejaba a los 30 años de ser ciego (¡gran desgracia!) pero si se le ponían dos dedos de la mano delante de sus ojos, los veía, y si se medía su agudeza visual, ésta era normal. Lo mismo acontecía con su supuesta sordera: todo lo que oía era falso para él; manifestaba que el silencio lo rodeaba por todas partes, pero contestaba a lo que se le preguntaba. Del mismo modo decía: "Soy insensible", aun cuando a la exploración pudiera demostrarse el dolor, pero es que éste es uno y la supresión mental del sufrimiento es otra cosa.

El sentimiento de vacío altera fundamentalmente la memoria y para corroborar este acerto vamos a pasar revista a cuatro ejemplos demasiado significativos.


b) Ejemplos

Primer ejemplo. Una mujer, de fondo nervioso exagerado efectúa un casamiento, aun cuando tardío. Ella confiesa que tal matrimonio la ha transformado y modificado su carácter. A los tres años se le desarrolla a su esposo un tumor cerebral, por el cual es trepanando y después muere. La viuda se queja, pero lo hace por la salud que ella conserva: "Yo sería feliz —dice— si pudiera estar mala o enfermarme. Muerto mi marido yo soy la criminal por no haberlo sentido ni a la fecha sentirlo. En efecto, mi recuerdo es sin emociones y sin tristeza". En los sujetos de memoria normal siempre hay un fondo de afectividad, que en el caso relatado se ha perdido: hay el vacío completo.

Segundo ejemplo. Se trata de una mujer casada y agotada por una astenia psicológica intensa. Ella niega todo. Dice: "Yo no soy la esposa de mi marido. Yo no tengo niños". (Para ella sus hijos son como si no existieran.) "Yo no poseo nada, es decir, no soy propietaria. Nada me pertenece. Por lo mismo, nada me importa." En este segundo ejemplo, fundamentalmente lo que se destaca es la pérdida del interés; ella aparece como viviendo en medio de un desierto.

Tercer ejemplo. Un capitán ha sido herido en la cabeza en la región occipital y como consecuencia de la lesión le ha sobrevenido una hemianopsia. A esta persona se le aplicó el trépano; pero a pesar de la intervención ha perdido la localización psicológica. Hay "déficit" de las percepciones, de las imágenes y de los recuerdos. "Todo lo que me rodea es negro —dice—. Vivo en la negrura o en la oscuridad completa." Pero no sólo es eso, sino que también se halla alterada notablemente la referencia al tiempo. Su vida está hueca tanto de espacio como del suceder de las cosas. Para él no hay pasado, presente ni futuro. En resumen: es un individuo que mentalmente está fuera de las dos realidades, que no puede prescindir de una existencia normal, con su respectivo lugar corporal en la extensión, y que vive desarrollando los acontecimientos que forman su historia en duraciones y sucesiones, ampliamente consideradas en lo que podríamos llamar la psicología del tiempo.4

Cuarto ejemplo. Una pobre mujer ha enviudado, y en su nuevo estado ha volcado por completo el concepto de los momentos de su vida y de las épocas de los sucesos que le atañen: "Mi marido —asienta rotundamente— hace 40 años que lo he perdido". En vista de tal afirmación, ella se conduce socialmente como si el suceso se hubiera realizado en pretérito remoto. El finado esposo, de hecho, sólo ha desaparecido desde hace seis años, pero la enferma no lo recuerda. Este caso patológico tiene sus equivalentes normales en todos aquellos individuos que, faltos de cariño para seres amados, se conducen al mes de muertos estos últimos, como si los hechos hubieran pasado ha múltiples años.

Volviendo a nuestra paciente: como si lo narrado no fuera bastante, incurre en contradicciones tremendas como, por ejemplo, cuando hace esta aseveración: "Tengo hijos de 28 años, pero yo no soy tan grande como ellos, pues sólo cuento [con] 25". Únicamente la pérdida de la función de lo real y el sentimiento correspondiente de vacío pueden explicar la dislocación mencionada y la falta completa de concatenación y coordinación adecuadas a los fenómenos que, en su desorden provocado por la alteración morbosa, llegan a constituir un "maremágnum" o una madeja toda enredada y difícil de volver a arreglar.



*La comedia de Molière está inspirada en otra anterior de Plauto, la que a su vez tomó su origen en una antigua leyenda hindú, en que el Dios suplanta el lugar del esposo con su mujer, por lo que este último, al verse ofendido y sin embargo reproducido en otro, con las apariencias de él mismo, acusa al impostor ante la corte de Benarés para que ésta falle. El juez, vacilante pone como prueba el del mayor vigor de cada uno de los contendientes, pues se sabía que el marido ofendido disponía de la mayor fuerza del lugar. Aceptado el torneo, cumplió éste con tantas pruebas como fueran los trabajos de Hércules, mientras que el culpable pretendió ganar el pleito sobrepujando a su contrincante en tantas veces como hijas tenía Danaos. Esto que podría suponerse en su favor, lo condenó; pues sólo era capaz de ello la acción de un Dios y no de un hombre que recuperó a su esposa. En la obra de Moliére, Júpiter toma la forma de Anfitrión (nota del doctor Aragón).

2 La despersonalización intra o alopsíquica, el sentimiento de irrealidad (derrealización), expresión de algunos trastornos de la somatognosia, que puede integrar el síndrome de Cottard como en este ejemplo.

**Célebre almacén que aún existe.

3 La "conciencia de enfermedad" suele estar ausente en muchos psicóticos pero no de una manera absoluta. La contraparte en el caso de los neuróticos es también valida.

4 Consultar: Minkowski y su obra El tiempo vivido, FCE, México, 1973, fundamental sobre el tema de la psicología del tiempo, así como el artículo de Mandel Sachs: "El concepto del tiempo en física y en cosmología?, La Recherche, núm. 86, 1978 (pp. 104-111), publicado en castellano en la revista Ciencia y DesarroIlo (Conacyt).
El capitán del ejemplo de Janet fue, a pesar de todo, mas afortunado que Zasetski, el soldado soviético herido en la cabeza en la segunda Guerra Mundial y de quien A. R. Luna dejó el impresionante testimonio en El hombre con su mundo destrozado, Granica Ed., Buenos Aires, 1973.