Aunque la distribución que debo guardar en dar su lugar
propio a cada una de las vidas de varones ilustres y misioneros insignes
entre naciones gentiles pedía de derecho dar éste a la
santa vida y trabajos evangélicos del padre Pedro Méndez,
empleados en cultivar las naciones de que acabo de escribir en este
Sexto Libro, como lo dejo apuntado: con todo no he podido aquí
ejecutar este orden: porque cuando salí de México, donde
comencé a escribir esta historia, y de donde partí para
Roma enviado de nuestra provincia de Nueva España, aún
vivía ese santo varón, aunque de muy anciana edad. Mas
hallándome en esta corte de Madrid, donde se imprime esta obra,
y de paso para Roma, me llegó la nueva de que con santa muerte,
corno había sido la vida, se había Dios llevado al venerable
padre Pedro Méndez, cuya relación se me enviaría.
Pero por no poderse detener la imprenta, trocará su lugar con
el padre Gerónimo Ramírez, insigne misionero de otras
naciones, de que adelante se tratará de propósito. Y al
padre Pedro Méndez, si hubiere lugar adelante, se le dará
el competente a varón apostólico, que trabajó cuarenta
años en cultivar las naciones de Sinaloa. De los primeros resplandores,
y ejemplos señalados de virtud del padre Gerónimo Ramírez,
tengo relación firmada del padre Andrés de Cazorla, bien
conocido en la provincia de Andalucía por su grande, larga y
conocida religión, pues es hoy de los más antiguos sujetos
de la Compañía. El cual fue íntimo amigo de Gerónimo
Ramírez, antes de entrar el uno y el otro en la Compañía;
y habla como testigo de vista de la juvenil, aunque madura, y perfecta
virtud, con que preparó N. Señor (aun desde sus tiernos
años) a este su ministro evangélico. Nació Gerónimo
en la ciudad de Sevilla, de padres honrados, año de mil y quinientos
y cincuenta y siete. Crióse desde muy niño en casa de
la duquesa de Alcalá; y por ver su mucha virtud, y buena inclinación,
lo dio al santo obispo de Cádiz don García de Haro, deudo
suyo, donde estuvo bien estimado, hasta que le envió a Córdoba
a estudios mayores. En estas escuelas lúcidas en letras, y concurso
de sus estudiantes, dio desde luego raro ejemplo, no sólo de
virtud ordinaria, sino de persona que a todo rigor caminaba a la perfección.
Los ejercicios de mortificación, penitencias, disciplinas, silicios,
eran muy ordinarios; la oración muy frecuente, en que era muy
regalado de nuestro Señor. Sus salidas al campo los días
de vacación eran a afervorizar su corazón con otros compañeros
tales, que buscaba, y ellos lo buscaban a él, con quienes entretenía
la tarde en divinas alabanzas en sus criaturas, en que se enternecía
y abrasaba. De suerte, que todos los estudiantes que trataban de virtud
se le llegaban, pendían de su boca y consejo, y procuraban su
comunicación. No se quedaba en palabras la devoción del
muy fervoroso mancebo, porque dellas pasaba a las obras, y salía
encendido para las de mortificación y humildad, que en este tiempo
ejercitaba. Sustentábalo el santo obispo con todo cuanto había
menester, y fuera de eso gozaba un beneficio de la iglesia de Tarifa:
pero él por mortificarse, e imitar en algo la pobreza de Cristo
nuestro Señor, iba algunas veces a los conventos, y portería
de religiosos, con su escudilla como pobre a comer como los demás
pobres de la sopa, y limosna que allí se da. Y tenía tanta
estima de los pobres, en quienes está representado Cristo, que
un día festivo de los santos patrones de Córdoba, san
Acisclo y santa Victoria, pasando por la calle, donde estaba un pobre
pidiendo limosna, con demostración de una pierna llagada, y manando
podre; llevado del fervor de su devoción, se hincó de
rodillas y se la besó, y bañó sus labios de aquel
asqueroso humor; teniéndolo por ungüento precioso, considerando
a Cristo llagado en aquel pobre. Esta acción, y devoción
del virtuoso mozo, admiró a algunos que lo vieron. Y a este paso
iba edificando lo demás de su modestia, recato, sufrimiento y
paciencia en las ocasiones que se le ofrecían, conversaciones
y trato de Dios nuestro Señor, todo el tiempo que le duró
estudiar en Córdoba, que fueron como dos años, antes de
entrar en la Compañía. De suerte que podemos decir que
antes de entrar en escuela de perfección, había aprovechado
en ella, y la tenía en heroico grado, como lo depone y firma
el padre Andrés de Cazorla, arriba nombrado, que ha sido maestro
de espíritu y rector en varios colegios de la Andalucía.
Y añade que, recibido el hermano Gerónimo en la Compañía
en el tiempo de su noviciado, y después en el de sus estudios,
prosiguió con tan grande constancia en caminar a la perfección
que todo su estudio era amoldar su vida a la que enseña el libro
todo oro, del Contemptus mundi; que no dejaba de las manos
para su lección espiritual. Y siendo así que todo el libro
habla y enseña la nata del espíritu y perfección
evangélica, es muy notado el capítulo veinte y tres del
Libro Tercero, que trata de la extremada perfección de cuatro
cosas, que por ser tan notables para conseguirla, se llama el capítulo
de las cuatro cosas: y el fervoroso hermano preguntó una vez
a su maestro en teología, padre Ignacio Yáñez,
que cómo podía ser que estuviese en ellas tal perfección,
porque él era un imperfecto, y malo, y por la bondad de nuestro
Señor se hallaba con aquellas cuatro cosas. Esto confesaba el
muy religioso hermano con toda sinceridad; y podemos entender que con
verdad. Había entrado en la Compañía el año
de mil y quinientos y setenta y siete, siendo de edad de veinte años,
donde vivió cuarenta y tres, con notable perfección y
santidad. Desde su noviciado tuvo nombre de gran religioso, devoto,
humilde, obediente, muy recogido y amigo del silencio, y con él
sabía juntar a sus tiempos el trato apacible y afable con todos.
Sus pláticas ordinarias eran de Dios, o cosas concernientes,
para que tenía prevenidos ejemplos de dichos y hechos de santos,
y cuentecitos a propósito para ese intento. En lo que más
pareció señalarse fue en el ejercicio santo de la oración:
porque no contentándose con tener las horas señaladas,
se levantaba a tenerla una hora antes de la comunidad: y todos los ratos
que podía hurtaba al tiempo, no faltando a lo que era obediencia,
para darlos al trato con nuestro Señor. Y aun cuando iba de camino
no se olvidaba, por cansado que estuviese, de ese su amado ejercicio:
antes entonces, se daba más a él, llevando siempre consigo
un pequeño crucifijo, que en viéndose a solas sacaba,
y con él eran sus coloquios y entretenimientos tiernos: porque
fue siempre devotísimo de la pasión de Cristo nuestro
Señor, con quien hallaba consuelo en sus trabajos y necesidades.
Y no menos lo fue de la santísima Virgen, a quien siempre tuvo
por Madre.
El celo de ayudar a las almas fue incansable, y de los raros que se
han conocido, y con él salió encendido desde el noviciado:
porque siendo estudiante artista en Córdoba, se encargó
de los que llaman algarines, o pícaros, gente humilde y desamparada,
y les hacía la doctrina, y pláticas, con tanto fervor,
que hizo muy grande fruto en ellos. A los dos años de su teología,
y el de mil y quinientos y ochenta y cuatro, pasó a la provincia
de México, con el padre provincial Antonio de Mendoza. Y apenas
hubo llegado de España, cuando en la Nueva fue enviado al Colegio
de Pátzcuaro, a que aprendiese la lengua de aquella provincia,
que es de las más pobladas de indios que hay en la Nueva España;
y juntamente se encargara de la escuela de niños de escribir
y leer, que hay en aquel colegio: y a todo acudía con su continuo
fervor y cuidado el hermano Gerónimo, y alcanzó a saber
la lengua, de suerte que podía hacer la doctrina y predicar en
ella en la plaza de aquella ciudad, que es de gran concurso de indios:
y en ellos, y en los españolitos de la escuela, tenía
con mucho consuelo empleado su fervoroso celo de ayudar a las almas.
Volvió a México a acabar sus estudios, en que salió
muy aprovechado, y en el mismo tiempo (como quien sabía muy bien
aprovecharlo) aprendió la lengua mexicana, que supo y ejercitó
bien, deseando hacerse instrumento apto para que nuestro Señor
se sirviese de él en ayuda de las almas. Acabados sus estudios,
y ordenado de sacerdote, volvió a Pátzcuaro; y puesto
ya en ese grado, como ministro del Espíritu Santo, y adornado
con lenguas, se ejercitaba en confesar y predicar a indios y españoles,
con grande fruto y edificación de todos. Y no harta su sed en
encaminar almas al cielo, salió en misión por los partidos
de muchos beneficios y curatos que hay en esa provincia, ejercitando
todos los ministerios de caridad que usa la Compañía:
en particular hizo una misión que le duró ocho meses,
en que corrió gran parte de tierra muy caliente, y de la costa
de Colima, y Zacatula, y otras provincias, con extraordinario aprovechamiento
de las almas, y a costa de grandes trabajos que padeció, con
ocasión de un catarro pestilencial que por aquel tiempo corrió,
y de que moría mucha gente. Acudía el caritativo padre
a los enfermos y apestados incansablemente: y no sólo a administrarles
los santos sacramentos, sino también a curarlos y regalarnos
en cuanto podía con grande caridad. En los pueblos donde entraba
apenas quedaba persona que no se confesase, como si fuera una semana
santa; y por consolar a todos le era forzoso confesar hasta las diez
de la noche; y a la mañana, antes de amanecer estaba ya la iglesia
llena de gente para confesar. El fervor de las pláticas en peregrina
lengua, y el ser estas tierras muy apartadas, y donde pocas veces alcanzan
este beneficio, todo ayudaba mucho, y aumentaba los santos trabajos
del padre Ramírez. Predicaba lo más ordinario dos sermones
cada día, uno a la mañana, otro a la tarde. Las procesiones
cantando la doctrina eran muy frecuentes y solemnes, a que acudía
toda la gente, y hechas las preguntas del catecismo, y repartidos premios
a los niños, predicaba a los demás; y tal vez en dos y
tres lenguas, por la variedad de los que concurrían. Y a ésta
tan grande ocupación no había de faltar la que siempre
fue muy estimada y amada del padre, de la oración, con otros
ejercicios espirituales, que le obligaban a dormir muy poco, y aun faltarle
el tiempo para comer, y otras cosas forzosas. Y en tierra falta de sustento,
y de calores excesivos, guardaba sus ayunos y penitencias inviolablemente;
y el mismo estilo guardó siempre en todas sus misiones, que fueron
muchas, y por muchos años. Los frutos que en ésta cogió,
sería largo el contarlos; de confesiones generales, enmiendas
de vidas, costumbres de embriagueces desterradas; idolatrías
y rastros de supersticiones que ordinariamente suelen quedar en indios
aun después de bautizados; todo quedó grandemente remediado,
favoreciendo Dios, y dando feliz cosecha a los trabajos santos deste
su siervo.
Habiendo gastado tres años en estos ejercicios en el Colegio
de Pátzcuaro, y provincia de Michoacán, pasó a
la ciudad y real de minas de Zacatecas, donde no fue menor el fruto
que cogió con las solemnes doctrinas y procesiones que hacía,
exhortaciones y frecuentes sermones en español, mexicano y lengua
tarasca, que es la de Michoacán, donde había estado, y
concurrir mucha gente de esas lenguas a trabajar en aquel célebre
real; en el cual fue grande el provecho que en todos estos indios hizo,
por el particular temor y respeto que le tenían, y por el fervor
con que les predicaba. Sin dejar por eso de acudir con él mismo
a los ministerios de los españoles: porque siempre se extendía
a todos el celo de su caridad. Del Colegio de Zacatecas, como de puesto
más cercano a las dos misiones de Tepeguanes y Parras, de que
después trataremos, pasó a dar principio a la conversión
de esas dos naciones gentiles; que como los superiores tenían
bien conocido el fervor de espíritu del padre Gerónimo,
y cuán esforzado era para sufrir trabajos por Cristo, y por el
bien de las almas, para todas las empresas donde ésos se habían
de ofrecer, lo escogían: y él tenía a feliz suerte
que echaran mano de él para semejantes empleos. Lo mucho que
trabajó en desmontar estas selvas de gentilidades, y del fruto
que cogió en sembrar la doctrina del Evangelio, donde no se había
oído, se dirá adelante, en particular en la historia de
esas dos misiones. Aquí bastará decir, por mayor, que
aprendió sus lenguas, y domesticó indios más fieros
y bárbaros que las fieras del campo, y los amansó, y trocó
en ovejas mansas de Cristo, bautizando gran número dellos, y
trayéndolos al rebaño de la santa Iglesia; habiéndose
visto muchas veces en peligro de perder la vida en la demanda.
Pasados estos trabajos y peregrinaciones, fue enviado de la santa obediencia
a otra no menos prolija y larga, que fue a fundar el Colegio de Guatemala,
que dista de Tepeguanes cuatrocientas leguas. Que como conocían
los superiores cuán a propósito era el padre Ramírez
para semejantes obras, y para la necesidad de aquella muy noble ciudad,
y reino, echaron mano del que aun en los caminos fue grande el número
de almas que sacó de pecado. Cuando llegó a Guatemala,
halló que el señor obispo don fray Juan Ramírez,
de la sagrada orden de Santo Domingo, habiendo salido a visitar su obispado,
había dejado orden para que no le dejasen al nuevo predicador
administrar los santos sacramentos, ni aun decir misa en sus iglesias,
donde aún no la tenía la Compañía. Sabiendo
esto el padre Gerónimo, se partió luego con su compañero
en busca del señor obispo, que estaba lejos, caminando de día
y de noche sin parar, y con harto trabajo, hasta llegar a su presencia.
Al principio no fue recibido con mucho agasajo, como de religión
nueva en aquella ciudad y provincia (no obstante que la ciudad había
pedido a la Compañía que fuese a fundar a ella). Comenzó
el señor obispo a examinar al padre, en un caso moral bien dificultoso,
y después en la explicación de un lugar de Job, que no
menos lo era; a todo respondió el padre con grande satisfacción,
porque la podía dar en esas materias. Propuso él después
a su Ilustrísima, con mucha humildad y sumisión, el intento
con que le había enviado la santa obediencia; y de tal manera
quedó pagado el señor obispo, de sus letras y gran celo
y talento de ganar las almas, que le dio amplia facultad para ejercitar
todos los ministerios de la Compañía. Y no se contentó
con sólo eso, sino que su Señoría Ilustrísima
iba a honrar las doctrinas que el padre hacía, con notable edificación
de toda la ciudad, por ver a su prelado dar tal ejemplo. Y hubo tal
mudanza con los sermones, y doctrina del padre en la ciudad, que no
la conociera quien antes la hubiera visto; haciendo todos grande estimación
de la santidad, que en el padre resplandecía. El cual no satisfecho
con el fruto que había hecho en la ciudad, salió con su
acostumbrado fervor por los pueblos de la comarca donde no fue menor
el fruto, y casos raros que le sucedieron, en orden a remediar en tiempo
de peligro algunas almas, de cuya necesidad parece Dios le daba particular
luz y conocimiento. Caminaba acompañado de un noble mancebo,
que después entró en la Compañía, y a deshora
se hallaron que habían perdido el camino; columbró de
lejos el padre una choza, y dijo al compañero: "Vamos, que
allí nos espera una grande necesidad"; fueron, y hallaron
una enferma sola, y tan al cabo, que en acabándola de confesar
expiró; y enterrándola prosiguieron su camino. En él
habiendo llegado una noche a una posada, en ella estaba el padre Ramírez
en un aposentico, en su acostumbrada oración y el mancebo que
le acompañaba estaba en otro acostado, y a deshora, revolviendo
algunas liviandades en su corazón y parece que le reveló
Dios al padre en lo que estaba ocupado aquel su compañero, porque
entrando con presteza, le avisó, que no diese entrada a tales
pensamientos, y estuviese más alerta en desecharlos. Cosa en
que reparó mucho este mancebo. Muy semejantes a éstos
fueron los casos que le sucedieron al padre Ramírez, con colegiales
del Colegio Real de San Ildefonso, que tiene a su cargo la Compañía
en la ciudad de México, para donde fue llamado después
de haber fundado el de Guatemala, para que criara en toda virtud aquella
noble y numerosa juventud. Aquí siendo su rector, y velando siempre
en el aprovechamiento en letras y virtud desta numerosa familia, parece
que le descubría Dios los corazones de los colegiales que tenía
a su cargo, y como si el pecho fuera de cristal, veía distintamente
lo que por ellos pasaba: porque sucedía que, pidiéndole
algunos licencias para salir fuera, él les decía el desordenado
o dañado intento que los sacaba de casa, exhortándolos
al arrepentimiento de ofensas que contra Dios trazaban. Y deste aviso
de su santo rector, que penetraba sus conciencias, sucedió quedar
algunos tan compungidos, que saliendo de su presencia se fueron derechos
a los pies del confesor, admirados de la corrección tan oportuna
del padre. Y era en el colegio tan válida la opinión,
de que su rector conocía lo secreto de los corazones, que los
que no estaban con la rectitud de conciencia que debían, huían
de su presencia: aunque él los trataba con amor de padre, y con
él puso en tanto concierto y orden el colegio, que parecía
noviciado de una religión. Pero después destos tan santos
empleos, le tenía Dios guardado otro al padre Gerónimo
Ramírez, en el cual volviese a emplear el fervoroso talento,
lenguas y espíritu que desde su juventud la divina bondad le
había comunicado, de ayudar las almas de los pobres indios, y
que en esa empresa consumase el curso de su santa vida. La ocasión
desta mudanza fue que el año de seiscientos y diez y siete, murió
en Pátzcuaro el padre Juan Ferro, grande operario en la lengua
tarasca de Michoacán, muy señalado en religión,
y celo de la salud de los Indios; y para suplir tan grande falta echaron
mano los superiores del P. Gerónimo Ramírez; el cual aunque
había ya unos veinte y siete años que no ejercitaba los
ministerios en esta provincia, y lengua, en que (como se dijo) trabajó
los primeros de su sacerdocio; luego que entró en Michoacán,
predicó en ella con el acostumbrado fruto, y con tanta propiedad,
que los mejores lenguas de la tarasca, y los beneficiados curas, le
iban a oír predicar dos y tres sermones al día, admirados
de la propiedad y elegancia de lengua con que predicaba, y fruto que
hacía, y de lo que en tal edad trabajaba; así en aquella
ciudad de Pátzcuaro como en las continuas misiones a que salía:
y los beneficiados andaban a porfía, de quién lo había
de llevar a su partido, siendo los de las Indias, de tres, cuatro y
más pueblos, los que un solo cura tiene a su cargo. Y el padre,
como la piedra, que cuando se acerca a su centro va con mayor ímpetu:
así parece, que sintiéndose ir más cercano a Dios,
era mayor la fuerza con que deseaba servirle y llevar almas al cielo.
Anduvo discurriendo estos tres años últimos de su vida,
por varias partes de tierras frías, y calientes, cuales son las
del obispado de Michoacán; sin dejar minas, aldeas ni estancias
donde no hiciese doctrinas, predicando, confesando con notable fruto
en todas partes, y sacando innumerables almas del pecado. Llegósele
la última misión, que por ser a tierra caliente, y el
año climatérico de su edad de sesenta y tres, temía,
o sabía, y lo decía, que ese año había de
morir, aunque su ánimo invencible le animaba a no temer la muerte.
En esa misión le cogió, causada del inmenso trabajo e
incomodidades que tomaba por su Dios, y por el bien de innumerables
almas de cristianos y de gentiles que convirtió. Luego que cayó
enfermo en un pueblo de indios veinte leguas de Pátzcuaro, teniendo
noticia de su enfermedad el P. rector, despachó al P. Gerónimo
de Santiago, gran misionero también en la lengua tarasca, que
le asistiese. Apretóle la enfermedad al P. Ramírez, recibió
los santos sacramentos con gran consuelo de su alma, por entender que
N. Señor se lo llevaba para sí: y poco antes de expirar
le regaló su divina bondad con un maravilloso rapto: porque las
postreras palabras que dijo al P. Santiago fueron: "Espere V. R.
Videbis mirabilia". Quitósele la habla, y a poco
rato murió en el Señor este varón apostólico,
a doce de enero de mil y seiscientos y veinte y un años, y siendo
de edad de sesenta y tres, los cuarenta y tres de Compañía,
y los treinta y seis de misionero evangélico, en todas las provincias
de la Nueva España. ¿Y quién no entenderá
que llegaría muy cargado de merecimientos a la presencia de Dios,
el que tantos años, y con tan grande tesón de trabajos,
ganó tantas almas para su Majestad? Fue depositado su cuerpo
en la iglesia de aquel pueblo, con grande estima de los naturales, que
se tenían con su beneficiado por dichosos, de tener en su iglesia
el cuerpo del que tenían por Santo: y después (aunque
con grande repugnancia suya) se trasladó al Colegio de Pátzcuaro;
hasta que se le llegue el día, que glorioso, "nido con su
alma, goce de gloria por la eternidad. Conocí a ese bendito padre,
y tratéle, aunque por breve tiempo: pero en ése conocí
tan grande religión y santidad, como la que se ha escrito en
esta relación, que hizo della el padre Gerónimo de Santiago,
que asistió a su muerte, y demás de eso fueron muy compañeros
en santos ministerios, de que trataré más de propósito
en el Libro siguiente.
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