Por muy benemérita se debe reconocer la provincia de
Sinaloa, sus misiones, y cristiandad, a la religión, trabajos
y celo santo del muy religioso padre Vicente del Águila: pues
en cultivarla y amplificarla gastó lo más y mejor de su
vida, por tiempo de casi cuarenta años, en que hizo empleos de
gloriosos trabajos en la sementera de la palabra evangélica,
y de que cogió felicísimos frutos, rematando finalmente
su vida en esta gloriosa empresa. Pondré aquí la relación
de sus virtudes, vida y muerte como la escribió el padre Leonardo
Xatini, visitador por entonces de las misiones de Sinaloa, y dando cuenta
(conforme al uso de la Compañía, en toda la provincia,
cuando alguno della pasa desta vida), para que todos le socorran con
los sufragios acostumbrados, y con el estilo entre nosotros usado: aunque
en él se alarg6 más que lo ordinario, por razón
del sujeto, y parte tan remota, y empresa en que acabó su vida.
"Hoy martes [dice] cinco de marzo, fue nuestro Señor servido
de llevar para sí en estas misiones de Sinaloa al padre Vicente
del Águila, de edad de setenta años, cuarenta y tres de
religión, y veinte y seis de profesión de cuatro votos
de nuestra Compañía. Murió el padre de una recia
calentura, o tabardillo, que le acabó al fin del seteno, sin
que le aprovechasen los remedios que se le aplicaron, y los que concede
la cortedad y pobreza destas tierras. Prevínose el padre muy
bien para morir, durando en sus sentidos, y entero juicio, hasta el
último trance: recibiendo con mucha devoción, afecto y
ternura los santos sacramentos, y haciendo en lo último de su
enfermedad confesión general de toda su vida. Murió en
fin como quien no hizo otra cosa toda su vida, sino prevenirse para
morir bien.
"Y viéndome obligado a decir aquí, para edificación
y consuelo nuestro, algo de lo que se podía de la virtud, y santa
vida del padre, no dudo manifestar desde luego el recelo con que comienzo
a cumplirlo: por ser tan grande la opinión y fama de santo que
el padre tenía cobrada entre naturales y españoles, seglares
y religiosos, que por mucho que yo quiera apuntar en este aviso (por
fuerza breve) de su dichosa muerte, no dudo será tenido por insuficiente,
y corto en su alabanza, de aquellos que al padre conocieron y trataron.
Mas siendo así (conforme a san Juan Crisóstomo) que lo
admirable y muy digno de alabanza en un santo es no poder las nuestras
igualar a sus méritos: Quandoquiae bec est praecipua laudu
illius pars, quodfacits verba aequiparare non possint. Confieso
muy de grado (por decir esta alabanza en primer lugar) el haber de quedar
corto, por mucho que pretenda decir. Entró el P. Vicente en la
Compañía en Alcalá de Henares, en la provincia
de Toledo, graduado de bachiller en artes en aquella universidad, las
cuales había oído a su hermano el doctor don Juan del
Águila, gran sujeto en virtud y letras, que murió electo
obispo de Lugo. Tuvo su noviciado en el Villarejo de Fuentes, debajo
de la disciplina y loable enseñanza del P. Nicolás de
Almazán, que después murió asistente de España
en Roma: dio el padre muestras de lo mucho que había de ser después,
comenzando una vida de perfecto religioso de la Compañía,
que conservó con nuevos y continuados aumentos, hasta el punto
dichoso de su muerte. Estudiante teólogo pasó a esta provincia
de Nueva España, donde ordenado sacerdote, todo lo restante de
su vida, que fueron de treinta y cinco a treinta y seis años,
lo gastó en el glorioso empleo de las misiones: primero dos años
en San Luis de la Paz, y los demás en éstas: si por otros
muchos títulos, no menos por éste, son dichosas las misiones
de Sinaloa, por lo mucho que el padre en ellas edificó y enseñó,
no sólo a indios y españoles, misionero, súbdito,
superior y visitador cuatro años; sino aún mucho más
a los mismos padres misioneros, que en su tiempo han venido: siendo
cuando murió el más antiguo en ellas, y el que más
tiempo continuado ha trabajado en ellas infatigablemente, casi desde
que se fundaron, con tan gran tesón de trabajo en su mayor vejez,
que excedía, y aun corría al más alentado esfuerzo
del que comenzaba, y edificado le quería imitar. Y por haber
sido el único empleo del padre, el de misionero de la Compañía,
juzgo por su mayor alabanza (mejor diría toda) decir cuán
bien acertó a serlo; cosa cuanto meritoria y gloriosa, difícil:
y en esto es, sin duda, digna aun de admiración la perfectísima
junta que en el padre se vio, de observantísimo religioso e insigne
misionero: de puntualísima observancia de reglas, ejercicios
y loables costumbres de un religioso encerrado, y sólo atento
a sí, juntamente con el trabajo, divertimiento, y tan varia ocupación
de un grande misionero, obligado a mirar por las almas, y aun cuerpos
de tantos. No pudo el padre, aunque tan ejemplar como lo fue novicio,
ser más observante y puntual en levantarse a la hora acostumbrada,
que para el padre era inviolable al rayar el alba, teniendo quien le
tocase campana a esta hora, a que obedecía exacto. En la oración
de la mañana: en los dos exámenes de mediodía y
la noche; en la media hora (por lo menos) de lección espiritual,
y un cuarto de Contemptus mundi para que tenía tiempos
señalados, y en las letanías, rezaba a sus horas el rosario
de la Virgen: devociones tenía muchas, y lección de reglas,
hasta los últimos días de su vida, y en medio de sus mayores
ocupaciones: siendo en esto de singular edificación y ejemplo
a los que más de cerca y a menudo le trataban, y por experiencia
sabía la dificultad que esto tiene: pero que mucho, si traía
siempre delante de los ojos la vigilante vela de una conciencia del
todo menuda, y sumamente escrupulosa, y un superior, y regla viva de
la interior caridad, y amor de Dios, tan fino, que no era su cuidado
ya no pecar grave, o levemente; sino librar obras, palabras y pensamientos
de una mínima imperfección: oyéndosele decir en
ocasión al descuido: '¡Jesús!, ¿y había
de hacer yo cosa contra regla?' A este modo fue exacto y perfecto en
las demás virtudes de un santo religioso: obediente como si no
tuviera voluntad, ni entendimiento para discurrir en lo que se le mandaba,
sin haber dado jamás la menor dificultad a los superiores en
su gobierno; bien sí, consuelo siempre, y edificación:
tan enemigo de hacer su gusto, y tan poco fiado en su parecer, que nunca
se podía determinar por sí a nada, sino buscando siempre,
y procurando seguir el parecer de otro. Virtud que le fue de mucha importancia
y mérito en los continuos escrúpulos que padeció
toda su vida: porque (como él dijo a un padre) le hubieran quitado
muchos años ha el juicio, si no tuviera tanta facilidad en acomodarse
a lo que su confesor, o padre espiritual le decía, aunque del
todo contra lo que sentía. Verdad bien afianzada por el real
profeta David:que en una tormenta deshecha de escrúpulos, no
basta a hacer pie el propio consejo, o sabiduría: Sapientia
coru deborata est. Efecto fue también éste sin duda
de su muy grande y conocida humildad, que le hacía no fiarse
de sí, aunque, es cierto, sabía muy bien, por haber salido
aventajado en todo género de letras, y pudiera a satisfacción
de todos regir cualquiera cátedra de las mayores. En especial
se esmeró en lo moral tanto que, cuando por vía de razones,
o autoridades, le querían convencer, traía él tantas,
o para lo contrario, o para lo mismo, que se decía por gracia
del P. Vicente del Águila, que no tenía escrúpulos,
sino cuando, o porque quería. Y así su ordinario modo
de preguntar humildísimo, era: 'Dígame V. R. en esto solamente;
¿puédese hacer, o no se puede hacer: es pecado, o no es
pecado?' El cual simple dicho le quietaba y consolaba. Humildad que
en el padre resplandecía, en obras, palabras, acciones y ocupaciones:
y lo era tanto aun en los mismos naturales indios, y los que le servían,
que era máxima suya: que por cosa que al padre tocaba no se había
de hacer el menor castigo al indio en su persona, aunque hiciese muchas
faltas en acudirle, y servirle: humildad finalmente que se conservaba,
y fomentaba con una grande llaneza, y simplicidad religiosa, sin género
de doblez, ficción, ni cumplimientos: tanto que aun el usar a
veces de los muy forzosos, y más ordinarios, le daba escrúpulo,
si le parecía que no se podían en todo rigor verificar
en la realidad.
"La pobreza del padre fue la que en un tan humilde religioso se
puede pensar: menudísimo en las licencias, en su persona parco,
y aun a veces más de lo que pedía su dignidad, estado
y ocupación, hasta usar muchos años sotana del mal sayal,
o jerga teñida al uso, y poco aseo de los indios: alhajas de
casa del todo pobres, mesa parquísima, y sin ningún cuidado:
tanto que dijo con llaneza una vez que se había tratado como
un indio. Parte fue esta de su mortificación y penitencia, que
siempre amó, y ejercitó hasta los últimos años
de su trabajada vida, como si fuera muy fuerte, y aunque no lo era en
el sujeto, por ser pequeño, y delicado, pero fervoroso en disciplinas,
silicios y otros ejercicios de penitencia y mortificación; y
algunos con tanta exacción, que aun cuando por muchos títulos
no le obligaba, todo era escrupulear, si los había de moderar,
o no. Hombre tan mortificado, pobre, humilde y religioso, ¿quién
duda que sería casto? Fuelo sin duda, y ejemplo de castidad,
y extraordinario el recato, con que edificaba a sus indios en extremo,
y con que los enseñaba a la enmienda de sus propios vicios. Fue
realzada, y hermoseada su castidad con el alto y perfecto don de la
virginidad; testificado así por su confesor, con quien se confesó
generalmente de toda su vida para morir. Y es así que, cuando
el padre no lo hubiera dicho, sus ojos, su rostro, su modestia, su honestidad
y recato la pregonaban, aunque su humildad la encubría. No oía
descompuesta una mínima palabra, que de mil leguas oliese a cosa
menos pura. El tratar de la materia, aunque fuese con toda honestidad,
decencia y necesidad, le sacaba los colores al rostro, más que
pudiera a la más pura y encerrada doncella. Después de
tan largo, continuo e inmediato trato y comunicación, por la
enseñanza, confesiones y gobierno de tantas indias, del partido
donde había estado veinte y cuatro años, apenas las conocía
de vista, y aun desto formó una vez grande escrúpulo.
"Pero no parezca que nos apartamos del propósito, de decir
cuán bien supo ser misionero de la Compañía; que
yo no juzgo haberme divertido, siendo sin género de duda lo que
le hizo tal, lo hasta aquí referido. La obediencia le tuvo con
tanta continuación y tan loable tesón en las misiones
que habiendo algunos años deseado salir dellas (como él
lo dijo a un padre), era tan circunspecto y tímido en el proponerlo,
por no perder un punto de perfección en la obediencia, que no
se podía conocer si lo deseaba o no. Ayudándole a esto
también su humildad, con la cual se tenía por inútil
para cualquiera otra ocupación: y cuando mucho decía que
quizás leería bien una cátedra de mínimos,
o menores. Esta misma humildad le hacía tan afable y benigno
con los indios, que le amaban y estimaban sumamente: y su pobreza y
descuido en su persona le dio tanto que dar a sus indios, y mucho con
que adornar y enriquecer sus iglesias, siendo las más bien alhajadas
que hay en estas misiones. Finalmente aquella gran caridad y amor de
Dios, que en el padre resplandecía, gobernaba y aumentaba cada
día todas estas virtudes; y era el único principio, y
verdadera madre de la segunda caridad, y amor de los próximos,
que al padre ocupó tan del todo en el ministerio de misionero,
que ni parece sabía, ni podría saber, ni había
nacido para otra cosa. Ni había dificultad, ni trabajo, que le
retardase al perfecto cumplimiento de ese apostólico ministerio.
Andando en la administración de sus pueblos, con una caída
que dio, se le quebró una pierna; y no pudiendo tenerse en pie,
cuando se ofrecía alguna confesión de enfermo, se hacía
llevar en un zarzo, para ir a confesar, y consolar a su feligrés,
sin perdonar a trabajos, ni dolores. Esta caridad le hacía un
continuo e incansable predicador, y maestro de la fe, y sus misterios:
Opportunè, & importunè: a todas horas, en todas
ocasiones, en común, y en particular, a ladinos, y bozales: a
sus propios indios, y a cualesquiera otros que veía, como si
a él solo hubiera dado san Gregorio Magno aquel consejo, de que
el predicador enseñe a cada uno en particular, cuando no basta
predicándoles en común para su entera enseñanza:
Considerandum est nobis (dice el santo) ut qui una eademique
exbortationis voce non suficit simul cunctos admonere studeat
sigulos in quantum valet instruere, privatis locutionibus aedificare.
Esto cumplió muy bien nuestro misionero con todos los indios
de la provincia, llamándolos en ofreciéndose ocasión,
y poniéndose muy despacio a catequizarlos, y darles modo fácil
para que quedasen con memoria, y diesen buena cuenta de los misterios
de la fe: cuidado que se extendió en el padre muy en particular
a los españoles, el tiempo que fue superior: pues fuera de hacer
esto mismo con ellos, hizo una breve suma de los misterios de la fe;
y haciéndola imprimir en México a su costa, procuró
no se quedase alguno de toda la tierra sin ella. Esta caridad le hizo
al padre darse tan de veras a dos lenguas, en que doctrinó muchos
años a los naturales; de suerte que salió maestro en entrambas,
haciendo dellas artes, vocabularios; libros de sermones y ejemplos,
catecismos breves y latos, confesionarios, advertencias y aun poesías
que cantar en la iglesia, en que su mayor cuidado era resumir siempre,
y repetir los misterios de la fe: con todo lo cual sin duda el padre
ha hecho, y hará aun después de muerto, mucho fruto en
estas almas. Esta caridad le hacía andar solícito en buscar,
y usar de cuantos medios imaginaba podían ayudar a las almas
de sus hijos en Cristo, y en especial en orden a la verdadera fe, que
en los naturales principalmente es tan deseada, cuanto difícil
el hallarla a los principios viva, y constante en todos ellos. Para
lo cual muy en particular se esmeró en la veneración y
culto exterior de Dios, y de su santísima Madre, y Señora
nuestra, y muy singularmente del santísimo sacramento, procurando
celebrar sus fiestas y procesiones, con la mayor solemnidad y aparato
que le era posible, hasta buscar varias invenciones de carros triunfales
a su modo, y modos más pomposos, y majestuosos, para llevar el
santísimo sacramento, como oía decir se hacía en
México, en Sevilla, o Toledo. En orden a este divino culto exterior
se ocupaba tanto en las curiosidades de altares, retablos, ornamentos,
ramilletes, hechizos, serafines, flores y otros adornos de iglesia y
sacristía, que no parece era otro su oficio: entre los cuales,
no a otro fin, era el trabajo que puso en la erección de iglesias
y templos fuertes, capaces, y hermosos, donde fuese Dios venerado, como
aún lo estaba haciendo actualmente cuando Dios le llamó
para sí, estando cubriendo dos iglesias de las mejores de la
provincia de Sinaloa. Y en este particular no puedo dejar de ponderar
el haberle Dios llevado a morir al pueblo de Ahorne, y haber dispuesto
fuese su cuerpo enterrado en su iglesia a medio cubrir, en el mismo
sitio donde una grande avenida del río le había pocos
años ha derribado otra, acabada de hacer, cubrir y blanquear,
estándola pintando y hermoseando para dedicarla: mortificación
que (como el padre dijo a un confidente suyo) fue la mayor que tuvo
en su vida. Como dándonos a entender su divina Majestad, lo mucho
que se agradó en el trabajo, que el padre allí puso, y
mucho más en la paciencia, y conformidad con que llevó
aquella mortificación, queriendo que de allí salga aquel
cuerpo, allí tan gloriosamente trabajado, a gozar el premio y
galardón grande que le espera. Esta caridad de los próximos
finalmente se extendió en el padre, de las almas a los cuerpos,
y le hacía andar siempre solícito, buscando mucho que
dar a sus hijos, y con qué regalarles, y acudirles, cuanto le
era posible, en las hambres, y falta de lo necesario, procurando saber
varios remedios, fáciles para sus enfermedades, y excusándoles
de todo el trabajo, que le era posible: y así era sumamente amado
y querido de sus indios, y de todos los que le conocían de otros
partidos, que era mucho, por lo mucho que a todos ayudaba, doctrinaba
y enseñaba. Asimismo era amado y venerado de los españoles,
y de todos los padres singularmente: pero mucho más amado era
de Dios, y así no sólo le quiso llevar para sí
al eterno descanso, mas quiso desde luego descubrirnos lo mucho que
se había agradado en la escrupulosísima vida del padre,
con que en ésta se había labrado su corona; dándole
en los últimos días della tan grande serenidad, paz y
quietud de conciencia, como si en toda su vida hubiera sabido qué
cosa era temor, recelo y escrúpulo. Corno quien veía finalmente
con los ojos del alma, y de una grande esperanza en Dios, el premio
a que le llamaba. Y aunque su santa vida y conversación nos han
dejado con todo consuelo persuadidos a esto; todavía por cumplir
yo con mi obligación, ruego a V. R. mande se le hagan en esos
santos Colegios los sufragios acostumbrados por un misionero difunto
de nuestra Compañía, y a mí no me olvide V. R.
en sus santos sacrificios y oraciones. Sinaloa y marzo cinco de mil
y seiscientos y cuarenta y un años."
Hasta aquí el padre visitador de las misiones de Sinaloa. A que
yo puedo añadir (como quien algunos años gozó de
la religiosísima compañía del padre Vicente del
Águila, administrando una misma doctrina y pueblos con él)
que siempre le miré, y hallé, como un ángel del
cielo, y un misionero apostólico, y de todas sus virtudes arriba
escritas fui testigo de vista.
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