Cómo vino Nuño de Guzmán
a conquistar a Xalisco
y cómo hizo quemar el
cazonci

[f. 56v] Pues vinieron mensajeros cómo Nuño de Guzmán venía a la conquista de Xalisco con la gente de guerra y antes que se partiese vieron los indios en el cielo una gran cometa. Y llegó a Michoacán con toda su gente.

Ya estaban hechos los jubones de algodón que mandó hacer, cuatrocientos de ellos, y cuatrocientos arcos y doscientas flechas de casquillos de metal, hachas y mucho número de las otras de cobre. Y tenían recogidas cuatro mil cargas de maíz e infinidad de gallinas. Y saliéronle a recibir los señores y traía consigo el cazonci y díjole Guzmán:

—Ya has venido a tu casa, ¿dónde quieres estar?, ¿quieres que estemos juntos en mi posada o irte a tu casa?

Y díjole el cazonci:

—Bien querría ir un poco a mi casa y veré mis hijos.

Y díjole Guzmán:

—¿A qué has de ir?, ¿ya no has venido a tu tierra, y estas casas no son tuyas, donde estás ahora? Haz llamar aquí a tus hijos y tu mujer, que ningún español entrará en tu aposento y aquí te entoldarán una cama y estarás allí.

Díjole el cazonci:

—Sea así. ¿Cómo tengo de quebrar tus palabras? ¡Sea como quieres, bueno es eso que dices!

Dijo el cazonci a sus criados:

—Id a decir a los viejos y a mis mujeres que ya no me verán más, que las consuelen los viejos, que no siento bien de mi hecho que pienso que tengo de morir que miren por mis hijos y no los desamparen que, ¿cómo me ha de ver aquí? Y que se aparejen y den de comer a los españoles porque no me echen a mí la culpa los españoles si hay alguna falta. Que ahí están los principales que tienen en cargo la gente para lo que fuere menester.

El siguiente día llevaron a Guzmán los jubones de algodón y todo lo que había mandado hacer y enojóse y dijo:

—¿Por qué traéis tan pocos?

Y dijo al cazonci:

—¡Todos los has llevado a Cuynao y por eso traes tan poco!

Y sacó el espada y dio de espaldarazos con ella a don Pedro e hizo echar prisiones al cazonci y a don Pedro e hizo llevar al cazonci a las casas de don Pedro, al nauatlato Pilar y a Godoy para que los amedrentasen y que dijesen del tesoro que tenía. Y como le llevaron, de nocbe, empezáronle a preguntar:

—¿Es verdad que fueron ocho mil hombres de guerra a Cuynaho y que llevaron allá todos los jubones de guerra y armas? ¡Decid la verdad! ¿Cómo es aquella tierra, por qué camino habemos de ir?

Respondió el cazonci y don Pedro y dijéronles:

—No sabemos el camino.

[f. 57] Dijéronles los españoles:

—¿Cómo, no sois amigos los de Cuynaho y vosotros y entráis a ellos?

Dijeron ellos:

—No sabemos esa tierra.

Dijéronle los españoles al cazonci:

—¿Cómo has venido aquí?, ¿no tienes vergüenza como estás?, ¿cuándo, pues, le has de demostrar el tesoro que tienes a Nuño de Guzmán? que está muy enojado y tienen allí un brasero de ascuas.

Haciendo ademán que le querían quemar los píes, dijo el cazonci:

—¿Dónde tengo de traer más oro?

Dijéronle los españoles:

—¿Cómo, quieres morir?

Y empezáronles a dar tormento y colgábanlos, y estaba allí un señor de los nauatlatos llamado Juan de Ortega, y diéronle tormento en sus partes vergonzosas con una verdasca. Y súpolo el padre fray Martín, que era guardián en la dicha ciudad, que se lo hicieron saber los muchachos, y tomó un crucifijo y vino a la casa de don Pedro, y los españoles que les estaban dando tormento dejáronlos y echaron a huir y díjoles el padre:

—¿Por qué lo traéis de esta manera?

Respondieron los españoles:

—No nos quieren decir del camino que les preguntamos y por eso los tratamos así.

Díjoles el padre al cazonci y a don Pedro:

—Pues, ¿sabéis el camino?

Respondieron ellos:

—No lo sabemos, ¿habemos de decir lo que no sabemos?

Díjoles el padre:

—Pues, ¿por qué los tratáis de esta manera? Pues no saben el camino.

Dijeron ellos:

—Nosotros no les hacemos mal.

Y tornóse el padre al monasterio y dijeron los españoles al cazonci y a don Pedro:

—Vamos donde está Nuño de Guzmán.

E hiciéronlos llevar a cuestas y lleváronlos donde se había aposentado Nuño de Guzmán y prendieron a Ábalos y a don Alonso, y estaba muy enojado Guzmán y díjoles:

—¡Bellacos! ¿Quién lo dijo al padre?, ¿tengoos de dejar de llevar a la guerra aunque el padre vaya tras vosotros?

Y queríase partir Guzmán y pidió al cazonci ocho mil hombres y díjole al cazonci:

—Envía por todos los pueblos, si no traes tantos como te digo, tú lo pagarás.

Dijo el cazonci:

—Señor, enviad vosotros por los pueblos pues son de vosotros.

Díjole Guzmán:

—¡Tú solo has de enviar! ¿Cómo no eres señor? Entonces envió el cazonci por todos los pueblos sus principales.

Y díjole también Guzmán:

—Haz traer todo el oro de los pueblos. Díjole el cazonci:

—No lo querrán dar aunque envíe, ¿para qué tengo de enviar?

Díjole Guzmán:

—Si no tuvieren oro, dales tú una troj a los caciques para que me traigan.

Y tru-[f 57v]jeron ocho mil hombres de los pueblos y contáronlos y mostráronselos a Guzmán.

Dijo Guzmán:?

—Basta, bien está. Mirad que no se huya nadie, que no han de hacer más de llevarme hasta donde voy y se volverán. De aquí a tres días me partiré, ya no tengo de hablar más en esto.

Y empezaron a tomar los españoles los ocho mil hombres que habían traído y repartirlos entre sí, quien más podía, sin contarlos y huyóse mucha gente y echaron presos los señores, y al cazonci lleváronle en una hamaca con unos grillos.

Y partiéronse todos los españoles y llegaron a un río de los chichimecas, doce leguas de la ciudad, y asentaron allí cabe aquel río. Ya el cazonci estaba descolorido y no quería comer nada y estaba como negro el rostro. Y mostráronle los principales las cargas, cómo venían todas, que no habían dejado los tamemes ninguna en el camino y dijo:

—Bien está, bien está, guardadlas bien.

Y lleváronlos a la posada del mayordomo de Nuño de Guzmán y echaron también prisiones a los nauatlatos y a Ábalos echáronle unos grillos dos días. Y llevaron unos españoles al cazonci apartado donde no andaban españoles, a unos herbazales a la ribera del río, y empezáronle a preguntar y decir:

—Muestra los pellejos de los cristianos que tienes. Si no los haces traer aquí que te tenemos de matar. Si los hicieres traer iráste a tu casa y serás señor como lo eras. Y también has de decir la verdad si fueron ocho mil hombres a Cuynao, si llevaron los jubones de guerra y arcos y flechas y si es verdad que habéis hecho allí hoyos donde caigan los caballos.

Díjoles el cazonci:

—Señores, no es verdad nada de eso.

Dijéronle los españoles:

—¡Di la verdad!

Y atáronle las manos y echábanle agua por las narices y empezaron a preguntarle por el tesoro que tenía y un ídolo de oro grande y decíanle:

—¿Es verdad que tienes un ídolo grande de oro?

Díjoles el cazonci:

—¡No tengo, señores!

Dijeron:

—¿Cómo, no tienes más oro? Díjoles el cazonci:

—Yo lo preguntaré a ver si hay más.

Dijéronle los españoles:

—Nosotros iremos por ello, ¿dónde está?

Díjoles el cazonci:

—No sé si hay algún poco en Pazquaro.

[f. 58] Y llevaron los indios cuatrocientas lunetas de oro y rodelas y ochenta tenacetas de oro al cazonci y dijo que no diesen a Guzmán más de doscientas de aquellas joyas e hizo a los indios que volviesen lo otro. Y enojó Guzmán de ver tan poco y dieron tormento también a don Pedro, que muestra hoy en día los cordeles en los brazos. Asimismo dieron tormento a don Alonso y a Ábalos y pedíanles el ídolo de oro y de los hoyos y dijeron:

—Nosotros no sabemos nada de esto.

Dijéronles:

—Ya ha dicho la verdad de todo el cazonci y de aquí a tres días se ha de volver a su casa, si vosotros decís la verdad también os iréis vosotros a vuestras casas. ¡Decid qué tanto oro tiene el cazonci!

Dijeron ellos:

—Nosotros no lo habemos visto, ni sabemos nada de esto que preguntáis.

Dijéronles los españoles:

—Dicen que tiene mucho oro.

Dijeron ellos:

—Quizá sí tiene, nosotros no se lo habemos visto.

Dijeron los españoles:

—¿Cómo, no tiene oro? Y él os ha dicho que no digáis de ello.

Dijeron ellos:

—Nunca se lo habemos visto.

Y dejáronles de preguntar Guzmán y los alguaciles y un nauatlato de esta lengua, corcovado.¹

E hizo llevar los viejos y los sacerdotes antiguos y preguntóles también Guzmán sobre el oro y dijeron ellos:

—¿Qué habemos de hablar nosotros que somos viejos? ¿Cómo habemos de saber nada de esto? ¿No somos una cosa por ahí sin provecho?

Y no les preguntaron más. Y dio sentencia Guzmán contra el cazonci que fuese arrastrado vivo a la cola de un caballo y que fuese quemado.

Y atáronle en un petate o estera y atáronle a la cola de un caballo y que fuese quemado. E iba un español encima e iba un pregonero diciendo a voces:

—¡Mirad, mirad gente éste que era bellaco que nos quería matar! Ya le preguntamos y por eso dieron esta sentencia contra él que sea arrastrado. ¡Miradle y tomad ejemplo, mirad gente baja que todos sois bellacos!

Y desatáronle del petate o estera, que aún no estaba muerto, y atáronle a un palo y dijéronle:

—Di si fueron otros contigo en este maleficio, ¿cuántos érades?, ¿has de morir tú solo?

Díjoles el cazonci:

—¿Qué os tengo de decir? No sé nada.

Y diéronle el garrote y ahogáronle y así murió. Y pusieron en derredor de él mucha leña y qúemáronle. Y sus criados andaban cogiendo por allí las cenizas, e hízolas [f. 58v] echar Guzmán en el río.

Y echó a huir la gente por su muerte, de miedo. Todavía algunos criados suyos trujeron de aquellas cenizas y las enterraron en dos partes: en Pazquaro y en otra parte. Y con las que enterraron en Pazquaro pusieron una rodela de oro y bezotes y orejeras, según su costumbre, y todas las uñas y cabellos que se había cortado desde chiquito, y cotaras y camisetas que había tenido cuando pequeño, porque esta costumbre era entre ellos. Y en otra parte dicen también que enterraron de aquellas cenizas y que mataron una mujer, no se sabe dónde.

Después de la muerte del cazonci echaron prisiones a la gente porque se huía. Y don Pedro faltó poco que no se diese sentencia contra él de muerte. Decía que el contador Albornoz escribió una carta a Nuño de Guzmán, que le requería que se perdería Michoacán si mataba a don Pedro.

Y partióse para Xalisco y con el ejército y llegó al pueblo de Cuynao, donde decían que tenía el cazonci los ocho mil hombres. Y miraron el asiento del pueblo y dieron una grita los del pueblo y dijo Guzmán y los españoles:

—Cierto es que tenía aquí el cazonci gente de guerra.

Y prendieron los señores, echáronles prisiones y quitaron a toda la gente de los tamemes los arcos que llevaban para la guerra y flechas y guardábanlos los españoles. Y partiéronse de mañana y huyeron todos los de Cuynaho. Fuéronse y no hallaron ninguna gente en el pueblo y decíanles, a los señores de Michoacán, Guzmán:

—¿Por qué no queréis decir la verdad? ¿Cómo, vosotros no se lo enviasteis a decir que se huyesen y por eso se fueron todos?

Y díjoles:

—Buscad entre vosotros los más valientes hombres e id a buscar el señor del pueblo.

Díjéronle los señores:

—¿Dónde habemos de ir, que no sabemos la tierra?

Díjoles Guzmán:

—Ir tenéis, ¿cómo no os conocéis unos a otros?

Y fueron veinte principales y llegaron a un pueblo donde se había huido la gente del pueblo de Cuynao y habíanlos sacrificado allí todos los de Cuynao, en aquel pueblo donde huyeron. Y volviéronse los principales e hiciéronlo saber a Guzmán y partióse para allá con su ejército. [f. 59) Y vieron allí cuerpos de los sacrificados y destruyó aquel pueblo. Y allí creyó que el cazonci no había puesto gente de guerra, ni hallaron los hoyos que le habían dicho.

Fue más adelante con su ejército a otro pueblo llamado Acuyzeo y así iban conquistando. Y como halló adelante un nauatlato de la lengua de Michoacán, recelóse y pensó que había gente de Michoacán allí de guerra,. Y venía don Pedro atrás, preso, e hizo que le llevasen donde él estaba, de presto, y no halló nadie llegando al pueblo.

Y llevóle hasta Xalisco conquistando donde le tuvo allá y a don Alonso y a otros principales, hasta que fueron allá unos religiosos de San Francisco a ver aquella tierra de Xalisco, fray Jacobo de Testera y fray Francisco de Bolonia, y ellos le rogaron a Guzmán que dejase venir aquellos señores a Michoacán y así volvieron donde están ahora y don Pedro por gobernador de la ciudad.

[un sello] REAL BIBLIOTHECA DE SAN LORENZO [en el medio el escudo que es una corona, una parrilla y la palma del martirio]

[f. 59v en blanco]

¹ Es éste un ejemplo de valor filológico de nuestro documento, pues aquí la palabra nauatlato ha sido incorporada con el significado de intérprete sin que precisamente la lengua que se conoce sea el náhuatl.