Cómo fue preso el cazonci
y del oro y plata que dio
a Nuño de Guzmán (esta relación
es de don Pedro gobernador)

[f. 54] Después que vinieron a esta provincia españoles, estuvo el cazonci algunos años y mandó la ciudad de Michoacán y todavía tenían reconocimiento los señores de los pueblos que era su señor, y le servían secretamente.

Envió el señor marqués a la ciudad un hombre de bien llamado Cayzedo, que tuviese en cargo los indios de la ciudad. Y tenía consigo un intérprete buena lengua, español según dicen, y por mal tratamiento que hacía a los indios, estando el cazonci ausente que estaba en Pazquaro, emborracháronse aquellos principales y tomaron sus arcos y flechas y fueron tras él, que huyó y era gran corredor, y alcanzáronle cuatro de ellos y flecháronle; y él, antes que lo flechasen, dio de puñaladas a uno de ellos y matóle. Después súpolo la justicia y vino a hacer justicia desde México el bachiller Ortega y aperreó aquellos principales que habían sido en la muerte de aquel mancebo intérprete.

Como vinieron los religiosos de San Francisco bautizóse el cazonci y llamóse don Francisco y dio dos hijos que tenía; para que los enseñasen los religiosos. Asimismo los españoles no trataban bien los indios y desmandábanse y mataron otro español en Xicalán, pueblo de Uruapa. Y el bachiller Ortega hizo muchos de ellos esclavos y despoblóse casi aquel pueblo, y asimismo murieron más españoles en otros pueblos. Decían que lo mandaba el cazonci, él se excusaba y decía que matasen a los indios que los habían muerto, que él no los había mandado matar.

Por esto y por el servicio que le hacían los indios de los pueblos, los españoles concibieron contra él ira y quejáronse de él: Que mandaba matar los españoles y que bailaba con los pellejos de los españoles, vestido; que robaba los pueblos; que había hecho gente de guerra contra los españoles, que la había enviado a un pueblo llamado Cuynao, que la tenía allí para matar los españoles. En este tiempo vino por presidente desde Pánuco, Nuño de Guzmán. Aquí se contará la relación que don Pedro dio, que es ahora gobernador, de la muerte del cazonci, que se halló en ella y súpolo todo cómo pasó y es esta siguiente:

Vino Nuño de Guzmán a México por presidente. Antes que llegase envió el marqués a Andrés de Tapia al cazonci y díjole:

—El marqués me envía y dice que vie-[f. 54v]ne otro señor a la tierra que ha de estar en México y ha de ser gobernador, que se lo haga saber de su venida y que si le pidiere oro o plata que no se lo dé, que envíe todo su tesoro de oro y plata donde yo estoy, que no se esconda nada ni quede nada. Que si se lo pidiere Nuño de Guzmán que le diga que ya me lo envió a mí para llevar al emperador.

Pues como viniese Tapia y dijese esto al cazonci, díjole el cazonci:

—Así debe ser la verdad, aún quedó un poco de oro y plata de lo pasado que nos dejaron, llévalo, ¿para qué lo queremos nosotros? Del emperador es.

Y trujéronle por dos veces oro y plata en cantidad que llevó al marqués y fuese Tapia. Llegó Nuño de Guzmán a México, en llegando envió por el cazonci y vino a prenderlo Godoy, que es ahora alguacil mayor en esta ciudad, y prendió al cazonci y a don Pedro y a otro llamado Tareca de Xenoato pueblo de Oliber, diciendo que era muy principal y que era pariente del cazonci, y a otros muchos. Y llevólos al pueblo de Cuyxeo y decíales que no estuviesen tristes, que los llamaba el presidente Nuño de Guzmán. Dijo el cazonci:

—Vamos, ¿por qué habemos de estar tristes? Quizá nos quiere decir algo.

Díjoles Godoy:

—No os tardaréis allá, mucho se holgará con vuestra vista.

Pues llegaron a México y holgóse mucho Nuño de Guzmán con el cazonci y con don Pedro y díjoles:

—Seáis bienvenidos, yo os hice llamar. Mañana hablaremos, íos a holgar y veníos aquí luego por la mañana.

Luego por la mañana envió Nuño de Guzmán por ellos y fueron delante de él y díjoles:

—¿Cómo, venís desnudos?, ¿qué me traéis?, ¿cómo, no sabéis que soy venido?

Dijeron ellos:

—Señor, no te traernos nada porque nos partimos luego.

Díjoles Nuño de Guzmán:

—¿Quién de vosotros volverá a Michoacán que tengo un negocio grande?, ¿cómo no habéis oído dónde se llama Tehuculuacan?, ¿nunca lo habéis oído?, ¿y otro pueblo llamado Ziuatlan, donde hay mujeres solas?

Respondiéronle ellos:

—No lo habemos oído.

Díjoles Nuño de Guzmán:

—¿No os lo dijeron los viejos, vuestros antepasados?

Dijeron ellos:

—No nos dijeron nada.

Díjoles Nuño de Guzmán:

—Pues allá habemos de ir a aquellas tierras. Haced muchos jubones de algodón y muchas flechas y rodelas y veinte arcos con sus casquillos de cobre y muchas alpargatas y cotaras. Encomendadlo a uno de vosotros que vaya a entender en ello.

Díjole el cazonci:

—Éste irá, que es mi hermano, don Pedro.

Díjole Nuño de Guzmán:

—Quédate tú a-[f. 56]quí y espérame, e iremos juntos, que tengo de ir a la guerra. Envía por el oro que tienes allá en Michoacán.

Díjole el cazonci:

—Señor, no tengo oro, ya lo trajo todo Tapia. Díjole Nuño de Guzmán:

—¿Por qué se lo distes?

Díjole el cazonci:

—Porque nos lo pidieron como ahora tú.

Díjole Nuño de Guzmán:

—¿Por qué creíste a Tapia?

Díjole el cazonci:

—También irá don Pedro y entenderá en buscar si ha quedado algo para traerte.

Díjole Nuño de Guzmán:

Aquí has de quedar tú, entre tanto, y un cristiano ha de estar contigo, que te guarde. No tengas pena, ¿cómo, no estás aquí en tu casa estando en la mía?

Díjole el cazonci:

—Mejor sería que fuese a otra parte a posar.

Díjole Guzmán:

—¡No quiero que vayas! Bien estás aquí en mi casa. Si quisieres ir alguna parte, paséate por ese terrado.

Díjole el cazonci:

—Bien, basta lo que dices.

Y metióle un español en un aposento y despidió a don Pedro y díjole:

—Ve, hermano, allá a nuestra tierra. Gran cosa es ésta, no lo quiere hacer con nosotros mansamente y despacio: busquemos un poco de oro que le demos. Pregunta allá quién tiene oro y envíalo aquí para que le demos.

Díjole don Pedro:

—¿Señor, dónde lo habemos de traer?

Díjole el cazonci:

—Allá lo platicaréis vosotros.

Y despidióse del cazonci y díjole:

—Señor, quédate en buena hora. Esfuérzate, come, que de nosotros es padecer y que nos traten de esta manera.

Díjole el cazonci:

—Así será, vete en buena hora.

Y vino a Michoacán e hizo saber lo que pasaba, a los principales, y empezaron a llorar todos y buscaron oro y plata y llegaron seiscientas rodelas de oro y otras tantas de plata y dábale prisa un intérprete de Guzmán llamado Pilar, al cazonci, porque no traía el oro y díjole:

—Cuando lo traigan muéstramelo a mí primero. Y como llevaron todo aquel oro y plata a México, mostráronlo primero al nauatlato susodicho llamado Pilar y tomó secretamente, sin saberlo Nuño de Guzmán, doscientas rodelas de aquéllas: ciento de oro y ciento de plata. Y díjoles a los principales:

—Seáis bienvenidos. Yo hablaré por el cazonci, no tengáis miedo.

Y mostraron el otro oro a Nuño de Guzmán y dijo al cazonci:

—¿Por qué traéis tan poco? ¿Eres muchacho? Envía por más!

Y era de noche cuando se lo llevaron. Y dijo que lo metiesen dentro, en su aposento, y no dejaban entrar ningún principal donde estaba el cazonci. Y estaba allí Ábalos solo con él, por nauatlato, y nunca salía fuera el cazonci y el carcelero español o aquella guarda [f. 55v] que tenía, pedíale oro al cazonci y decía que le dejaría salir y pagábaselo cada vez que había de salir, le daba dos tazas de oro y otras dos de plata, y no le dejaba salir más de a la puerta a hablar con sus principales y después lo hacía entrar dentro.

Tornó a enviar el cazonci y dijo a los principales:

—Id otra vez a mi hermano don Pedro y decidle: ¿Qué tengo de hacer?, ¿cómo, no soy hombre?, ¡que me tienen así!, ¡que traiga más oro!

Y vinieron los mensajeros e hiciéronlo saber en Michoacán cómo estaba el cazonci y dijeron los principales:

—¿Qué haremos?, ¿dónde lo habemos de haber? Busquémoslo por ahí.

Y buscaron cuatrocientas rodelas de oro y otras tantas de plata y lleváronlo a México y mostráronlo al nauatlato Pilar, como les tenía mandado, y tomó secretamente cien rodelas de oro y ciento de plata y dijéronle los principales:

—¿Señor, ¿qué haremos pues que tú tomas todo esto?, ¿cómo, no hablarías por nosotros e iríamos con nuestro señor el cazonci a una casa fuera de aquí, en la ciudad? ¿Dónde nos habemos de ir? Díselo a Nuño de Guzmán.

Díjoles el nauatlato:

—Vamos, no tengáis miedo, yo se lo diré.

Y mostraron el otro oro y plata a Guzmán y díjole al cazonci:

—¿Por qué traéis tan poco? ¿No tenéis vergüenza?, ¿cómo, no soy yo señor?

Díjole el cazonci:

—¿Dónde lo habemos de haber?, ¿es otra cosa de por ahí?, ¿ya, no lo han traído todo?

Díjole Guzmán:

—¡Mucho hay! ¿Eres, tú, señor pequeño? Si no me lo traes, yo te trataré como mereces que tú eres un bellaco y desuellas los cristianos. Pues sabiendo y visto cómo te he tratado, ¿para qué quieres el oro? Tráelo todo porque los cristianos todos están enojados contra ti, que dicen que les hurtas de los pueblos los tributos y les robas los pueblos y dicen que te mate por la pena que les das. Yo no los creo, ¿por qué no me crees esto que te digo?, ¿quieres morir (por ventura)?

Díjole el cazonci:

—¡Pláceme de morir!

Dijo Guzmán:

—Bien está, metedle allá dentro que quiere morir. Y no salga fuera, ¿por ventura ríeste de lo que te digo porque no te he maltratado?

Y metiéronle dentro de un aposento donde él estaba. Y empezó a llorar y dijo:

—¿Qué haremos? Id otra vez a don Pedro mi hermano, que pida el oro que está en Uruapa, lo que ofreció a los dioses mi abuelo, y lo que está en Zacapu y lo del pueblo de Naranjan y lo de Cumanchen y lo que está en Uaniqueo, porque aquello es mío y no se lo tomo a los caciques. Quizá los caciques de esos pueblos no mirarán la miseria en que estoy y no lo darán sabiendo lo que dicen que robo los pueblos de los españoles que aquí se han quejado a Guzmán.

Y llega-[f. 56]ron los mensajeros a Michoacán y fueron por los pueblos susodichos e hicieron saber a los caciques lo que decía el cazonci y dijeron los caciques:

—¿Por qué no lo habemos de dar? ¡De verdad que suyo es lo que está aquí!

Y trujéronlo todo a Michoacán, doscientas rodelas de oro y doscientas de plata y lunetas de oro y orejeras y brazaletes. Y lleváronlo a México y el nauatlato Pilar tomó secretamente, sin que lo viese Guzmán, como solía, cien joyas de aquéllas, entre brazaletes de oro y lunetas y orejeras Y llevaron lo otro a Guzmán y como lo vio Guzmán, arrojólo en el suelo y diole con el pie. Y era de noche cuando se lo llevaron.

Y estuvo el cazonci en México, preso, nueve lunas. Cada luna es veinte días.