Del tesoro grande que tenía el cazonci
y dónde lo tenía repartido
y cómo llevó don Pedro
al marqués doscientas cargas de oro y plata
y de cómo mandó matar el
cazonci
unos principales porque
lo habían querido matar

[f. 49] Tenía pues el cazonci, de sus antepasados, mucho oro y plata en joyas y rodelas y brazaletes y medias lunas y bezotes y orejeras que tenían para sus fiestas y areitos. E inquirióse de los que lo guardaban, qué tanta cantidad sería y de ellos dijeron y otros aún no han dicho: Tenía en su casa cuarenta arcas, veinte de oro y veinte de plata que llamaban chuperi, dedicado para las fiestas de sus dioses (mucha cosa debía de ser). Tenía asimismo joyas suyas en su casa, en otra parte, llamada Yhechenirenba, en gran cantidad. Tenía asimismo en una isla de la laguna llamada Apupato, diez arcas de plata fina en rodelas, en cada arca doscientas rodelas y mitras para los cautivos que sacrificaban, y mil seiscientos plumajes verdes Curicaueri, otros tantos la diosa Xaratanga y otro su hijo Manouapa, y cuarenta jubones de pluma rica y cuarenta de pluma de papagayos. Éstos habían puesto allí sus bisabuelos del cazonci.Tenía asimismo en otra casa otras diez arcas de rodelas, en cada arca doscientas rodelas, que no era muy fina la plata y habíala puesto allí su padre del cazonci muerto llamado Zuangua; y cuatro mil y setecientos plumajes verdes y cinco jubones de aquella pluma de papagayos. En otra isla llamada Xanecho tenía ocho arcas de rodelas de plata y mitras llamadas angaruti, plata fina, cada doscientas rodelas en cada arca y mitras de plata y unas como tortas redondas llamadas curinda, cuatrocientas, y esta plata había puesto allí su padre llamado Zuangua, dedicadas a la Luna. Asimismo tenía otra isla llamada Pacandan, cuatro arcas de rodelas de plata fina, cada cien rodelas en cada arca y veinte rodelas de oro fino, que estaban repartidas en aquellas arcas, en cada arca cinco.

Estaban allí sus guardas y de padres a hijos venían por su sucesión guardar este tesoro, y hacían sementeras y ofrecíanlas a aquella plata y había un tesorero mayor sobre todo.

Asimismo tenía en otra isla llamada Urandeni, otro tesoro de oro en joyas. No me han dicho el número que era. En la misma isla de Apupato tenía otro tesoro de plata.

Dice adelante la historia:

Pues como entraron los españoles en sus casas del cazonci; donde estaban las cuarenta cajas: veinte de oro y veinte [f. 49v] de plata en rodelas, empezaron a hurtar de las cajas (que debían de ser algunos mozos) y metíanlas debajo de las capas y viéronlos las mujeres del cazonci, y salieron tras ellos con unas cañas macizas y empezáronles de dar de palos. Aunque estaban con sus espadas no les osaron hacer mal, mas ponían las manos en las cabezas para defenderse de los palos y a unos se les caían por huir, otros las llevaban. Y estaban por allí los principales, y las mujeres empezáronlos a deshonrar diciéndoles que para qué traían aquellos bezotes de valientes hombres que no eran para defender aquel oro y plata que llevaba aquella gente, que no tenían vergüenza de traer bezotes. Y los principales dijéronles que no les hiciesen mal que suyo era aquello, de aquellos dioses que lo llevaban.

Sabiendo Cristóbal de Olí de aquellas arcas, hízolas sacar fuera y lleváronlas a las casas de los papas; donde ellos posaban, y abriéronlas y empezaron a escoger las rodelas más finas y las que no eran tanto poníanlas a otra parte y partíanlas por medio con las espadas. Y pusiéronlas en unas mantas e hicieron doscientas cargas de ellas y mandó el capitán Cristóbal de Olí a don Pedro que llevase todo aquel oro y plata a México, al gobernador el señor marqués del Valle. Y dijo que fuesen de veinte en veinte indios que se viesen unos a otros por el camino, y pusiéronles unas banderillas encima de las cargas y dijéronles a los tamemes que se viesen unos a otros por el camino y que viesen aquellas banderillas.

Y llegó don Pedro y unos españoles que iban con aquellas cargas y presentáronlo al marqués, que estaba a la sazón en un pueblo de México llamado Coyoacán. Y contaron las cargas. Y preguntó el marqués a don Pedro que dónde estaba el cazonci, que dónde había ido. Díjole don Pedro:

—Señor, ahogóse en la laguna, pasándola, por venir de presto a saliros a recibir.

Díjole el marqués:

—Pues que es muerto, ¿quién será señor?, ¿no tiene algunos hermanos?

Díjole don Pedro:

—Señor, no tiene hermanos.

Díjole el marqués:

—¿Pues qué se ha hecho de Huzizilzi?, ¿qué parentesco tiene con él?

Díjole don Pedro:

—Señor, no tiene parentesco con él. Yo y él somos hermanos de un vientre.

Díjole el marqués:

—Ése será señor. Seas bienvenido.

Entonces diole unos collares de turquesas y díjole:

—Éstos tenía para darle al cazonci, empero pues se [ha] ahogado, échalos allí donde se ahogó para que los lleve consigo.

Después que le mandó dar de comer, díjole el marqués:

—Ve a México y verás cómo le destruimos.

Y lleváronle unos principales a México, que nunca había ido allá en toda su vida ni [f. 50] sus antepasados, muchos tiempos había. Y saliéronle los señores a recibir y diéronle flores y mantas ricas y dijéronle a él y a otros principales que iban con él:

—Bien seáis venidos, chichimecas de Michoacán. Ahora nuevamente nos habemos visto, no sabemos quién son estos dioses que nos han destruido y nos han conquistado. Mirad esta ciudad de México nombrada de nuestro dios Zinzuiquixo, ¡cuál está toda desolada! ¡A todos nos han puesto naguas de mujeres! ¡Cómo nos han parado! ¿También os han conquistado a vosotros que érades nombrados? ¡Sea así como han querido los dioses, esforzaos en vuestros corazones! Esto habemos visto y sabido nosotros que somos muchachos, no sé qué supieron y vieron nuestros antepasados, muy poco supieron. Nosotros lo habemos visto y sabido siendo muchachos.

Respondióles don Pedro y dijo:

—Ya, señores, me habéis consolado con lo que nos habéis dicho, ya nos habéis visto, ¿cómo nos viéramos y visitáramos si no nos trataran de esta manera? Seamos hermanos por muchos años pues que ha placido a los dioses que quedemos nosotros y escapamos de sus manos, sirvámoslos y hagámosles sementeras. No sabemos qué gente vendrá, mas obedezcámoslos. Baste esto y tornémonos a Coyoacán, al marqués, pues habemos visto a México.

Y diéronse unos a otros mantas ricas y otras joyas y volvió don Pedro con los suyos a Coyoacán y envió el marqués que los saliesen a recibir. Y habían traído unas cartas de la ciudad de Michoacán, que decían haber hallado al cazonci. Y llamó el marqués a don Pedro y díjole:

—¡Ven acá! ¿Por qué me dijiste que era ahogado el cazonci?, que dicen que está en el monte escondido, que dos principales amedrentaron y ellos lo descubrieron.

Díjole don Pedro.

—Quizá así es como dicen, quizá salió alguna parte de la laguna en alguna isla pequeña y se iría huyendo y no le vimos cuando se fue.

Y empezó a llorar de miedo que le habían de mandar matar. Y díjole el marqués:

—No llores, ve a tu tierra. Mañana te daré una carta y de aquí a tres días te irás.

Díjole don Pedro:

—Sea así, señor, bien es lo que dices.

Y al siguiente día diéronle una carta y diole muchos charchuys y turquesas para él y díjole:

—Di al cazonci que venga donde yo estoy, que no tenga miedo, que se venga a sus casas a Michoacán, que no le harán mal los españoles. Y vendráme a visitar.

Y despidióse y vino a Michoacán y juntáronse los señores y caciques y contóles cómo les había ido y lo que decía el marqués y holgáronse [f.50v ] mucho. Y fueron por el cazonci; Uizizilzi y dos españoles; y adelantóse de los españoles y llegó a Urapan, donde estaba el cazonci; y díjole:

—Señor, vamos a la ciudad, que vienen por ti dos españoles; yo me adelanté. No hayáis miedo, esfuérzate.

Y díjole el cazonci:

—Vamos, hermano, no sé dónde me hicieron venir los que me han tratado de esta manera por rencor que tienen conmigo, que de verdad no son mis parientes.

Y como se quisiese partir, dijéronle aquellos principales que le habían quisido matar:

—¿Señor, qué haremos?

Díjoles:

—Allá voy a Michoacán.

Y quedáronse allí aquellos principales.

Y toparon con los españoles y abrazáronle y dijéronle:

—No hayas miedo que no te harán mal, que por ti venimos.

Díjoles el cazonci:

—Vamos, señores.

Y llegaron a Pazquaro y salióle a recibir don Pedro y saludóle y díjole:

—¡Señor, seas bienvenido!

Díjole el cazonci:

—Y tú también seas bienvenido, hermano, ¿cómo te fue donde fuiste?

Díjole don Pedro:

—Muy bien me fue y no hay ningún peligro, todos los españoles están alegres. Dice el capitán que vayas a verle allá a México.

Dijo el cazonci:

—Vamos pues, que ya me traen.

Y llegaron a la ciudad y empezaron a ponerle guardas al cazonci porque no se les escondiese otra vez y pidiéronle oro, y llamó sus principales y díjoles:

—Venid acá, hermanos, ¿dónde llevaron el oro que estaba aquí?

Dijeron:

—Señor, ya lo llevaron todo a México.

Díjoles el cazonci:

—¿Dónde iremos por más?, mostrémosles lo que está en las islas de Pacandan y Huranden.

Y envió unos principales que se lo mostrasen a los españoles y vinieron los españoles de noche y ataron todo aquel oro en cargas e hicieron ochenta cargas de aquel oro, de rodelas y mitras, y lleváronlo de noche a la ciudad. Y dijo Cristóbal de Olí al cazonci:

—¿Por qué das tan poco?. Trae más, que mucho oro tienes, ¿para qué lo quieres?

Y decía el cazonci a sus principales:

—¿Para qué quieren este oro? Débenlo de comer estos dioses, por eso lo quieren tanto.

Y mandó que mostrasen a los españoles más oro y plata que estaba en una isla llamada Apupato. E hicieron sesenta cargas de ello; y en otra isla llamada Utuyo, diez cajas. Que hicieron de toda aquella vez trescientas cargas de oro y plata. Y dijo el cazonci:

—¿Qué haremos que ya nos lo han quitado todo? Dijo a los españoles que no tenían más y díjoles:

—Esto que estaba aquí no era nuestro mas de vosotros que sois dioses, y ahora os lo lleváis porque era vuestro.

Díjole Cristóbal [f 511] de Olí:

—Bien está, quizá dices verdad que no tienes más, mas tú has de ir con estas cargas a México.

Díjoles el cazonci:

—Que me place, señores, yo iré.

Y partióse para México con todos los señores y principales y caciques de la provincia, e iba llorando por el camino y decía a don Pedro y su hermano Huizizilzi:

—Quizá no me dijistes verdad en lo que me dijistes que estaban alegres los españoles en México. Escapéme de las manos de aquellos principales que me querían matar y vosotros me queréis hacer matar allá en México y me habéis mentido.

Dijéronle ellos:

—Señor, no te habemos mentido, la verdad te dijimos. ¿Cómo, no llegarás allá y lo verás? Mucho se holgarán con tu venida. Di esto que dices, allá, después que hayas llegado y no aquí. Y allá verás si mentimos y allá creerás lo que te dijimos.

Y llegó a Coyoacán donde estaba el marqués y holgóse mucho con él y recibióle muy bien y díjole:

—Seas bienvenido, no recibas pena. Anda a ver lo que hizo un hijo de Montezuma, allí lo tenemos preso porque sacrificó muchos de nosotros.

E hizo llamar todos los señores de México el marqués y díjoles cómo era venido el señor de Michoacán, que se alegrasen y que le hiciesen convites y que se quisiesen mucho. Y señalarónle al cazonci unas casas donde estuviese. Y fue a ver el hijo de Montezuma y tenía quemados los pies y dijéronle:

—¿Ya le has visto cómo está por lo que hizo? ¡No seas tú malo como él!

Y estuvo allí cuatro días; e hiciéronle muchas fiestas los mexicanos y alegróse mucho el cazonci y dijo:

—Ciertamente son liberales los españoles, no os creía.

Y dijéronle los principales:

—Ya, señor, has visto que no te mentíamos, no nos apartaremos de ti. Nosotros entenderemos en lo que nos mandaren los españoles y los nauatlatos: Come y huelga y no recibas pena. Veamos lo que dirán y nos mandarán.

Y llamóle al marqués y díjole:

—Vete a tu tierra, ya te tengo por hermano. Haz llevar a tu gente estas áncoras. No hagas mal a los españoles que están allá en tu señorío porque no te maten, dales de comer y no pidas a los pueblos tributos que los tengo de encomendar a los españoles.

Y díjole el cazonci que así lo haría, que ya le había visto. Y díjole:

—Yo vendré más veces a visitarte.

Y partióse con sus principales y venía holgando y jugando al patol por el camino. Y llegó a Michoacán [f. 51v] y los españoles no le hicieron mal y díjole el capitán:

—Huelga en tu casa y reposa.

Y ninguno entraba en su casa porque lo había así mandado el capitán, que no entrasen sino sus principales. Y envió el cazonci a don Pedro con aquellas áncoras a Zacatula, que era por la fiesta a catorce de noviembre del presente año. Y fueron a llevar las áncoras mil y seiscientos hombres y dos españoles. Y dijéronle en el camino a don Pedro que se compusiese porque lo viesen los señores de Zacatula, y púsose muchos collares de turquesas al cuello. Y llevaron las áncoras y volvióse a Michoacán con mucho cacao que le dieron los españoles para Cristóbal de Olí.

Luego, como vino don Pedro, llamóle el cazonci y díjole:

—Ven acá, ¿qué haremos de aquellos principales que me quisieron matar por la soberbia que tuvieron? Que me escapé de sus manos! Ellos no se escaparán de las mías. Ve y mátalos, que eres valiente hombre.

Díjole don Pedro:

—Señor, sea como mandas.

Y partióse y llevó cuarenta hombres consigo, cada uno con sus porras, y pasó la laguna en amaneciendo. Y aquel principal llamado Timas habíase huido a Capacuero y tenía sus espías puestos por los caminos, ya sabía cómo le quería hacer matar el cazonci y estaba esperando quién le había de ir a matar. Y llegó don Pedro con la gente que llevaba y hallóle asentado, con collares de turquesas al cuello y unas orejeras de oro en las orejas y cascabeles de oro en las piernas y una guirnalda de trébol en la cabeza, y estaba borracho. Y don Pedro llevaba una carta en la mano y como lo vio aquel principal, díjole:

—¿Dónde vas?

Díjole don Pedro:

—A Colima vamos, que nos envían allá los españoles.

Y llegóse a él y díjole:

—El cazonci ha dado sentencia de muerte contra ti.

Díjole aquel principal:

—¿Por qué, qué hecho yo?

Díjole don Pedro:

—Yo no lo sé, enviado soy.

Díjole el principal llamado Timas.

—¿Por qué viniste tú?, ¿eres tú valiente hombre? Peleemos entrambos. ¿Con qué pelearemos, con arcos y flechas o con porras?

Díjole don Pedro:

—Con porras pelearemos.

Díjole aquel principal:

—¿Qué, eres muy valiente hombre?, ¿dónde estuviste tú en el peligro de las batallas donde pelean enemigos con enemigos? ¿Dónde mataste, tú, allí alguno?, ¿a qué viniste tú? Seas bienvenido, pues que mi sobrino el cazonci lo manda sea así. Yo, poco faltó que no lo maté a él. Íos vosotros que no me habéis de ma-[f 52]tar, yo me ahorcaré mañana o esotro día, que sois muy avarientos los que venís y codiciosos los que me venís a matar.

Díjole don Pedro:

—¿Dónde me has enviado tú que haya robado a nadie? Tú eres el que robaste al cazonci y a sus hermanos y mataste todos los señores. ¿Por qué tienes vergüenza de morir?

Y entróse aquel principal en un aposento de su casa e hízolo saber a sus mujeres y quemaron mucho hilo y de sus alhajas, para llevar consigo, y mató una de aquellas mujeres para llevar consigo. Y tomó a salir donde estaba don Pedro y la gente que lo venía a matar y empezóles a dar de beber. Y tomó el vino don Pedro y arrojólo en el suelo y díjole aquel principal:

—¿Por qué lo derramaste, qué tenía?

Díjole don Pedro:

—¿Vínete yo, por ventura, a visitar para que me dieses a beber? Yo hambre tengo y no sed!

Díjole aquel principal:

—¿Quién no sabe que eres valiente hombre y que conquistaste a Zacatula?

Y díjole don Pedro:

—Burlas en lo que dices que conquisté yo a Zacatula, ¿no lo conquistaron los españoles?

Y llegóse a él con todos los que llevaba consigo y asieron de él y decía:

—Paso, paso.

Y acogotáronle con las porras y quebráronle la cabeza y lleváronle arrastrando antes que muriese y no supieron sus mujeres de su muerte, que pensaron que no le matarían tan presto. Y todos los que estaban con él huyeron de miedo. Y entraron a su casa de los indios que llevaba don Pedro consigo y empezaron a quitar las mantas a las mujeres, porque aquella costumbre era cuando mataban alguno, que le robaban todo cuanto tenía en su casa. Y díjoles don Pedro:

—¿Por qué les quitáis las mantas?

Dijeron ellos:

—Esta costumbre es, señor.

Y mandóselas tornar y tomáronles sus mantas y empezaron a llorar sus mujeres a aquel principal muerto y a decir:

—¡Ay, señor, espéranos que queremos ir contigo!

Y díjoles don Pedro:

—No lloréis, quedaos aquí que a él solo matamos, no vais a ninguna parte, estaos con sus hijos y no hayáis miedo.

Y trujeron su hacienda y enterraron aquel principal en un lugar llamado Capacuero. Y tornóse a la ciudad y tornóle a enviar el cazonci a matar los otros principales que le habían quisido matar y quitóles toda su hacienda.

Y fueron luego los españoles a conquistar a Colima y hasta las mujeres les llevaban las cargas. Y fue por capitán de la gente [f. 52v] que fue de guerra, Uizizilzi, y conquistaron a Colirna y no murió ningún español y mataron y murieron muchos de Colima y sus pueblos.

Y los indios de Michoacán iban a la guerra con sus dioses, vestidos como ellos solían en su tiempo, y sacrificaron muchos de aquellos indios y no les decían nada los españoles. Y volvieron los españoles y Huizizilzi a Pánuco, con más gente, y después con Cristóbal de Olí a las Higueras, y allá murió.

Y vinieron los españoles desde a poco a contar los pueblos e hicieron repartimiento de ellos. Después de esto fue el cazonci a México y díjole el marqués si tenía hijos, o don Pedro, y dijeron que no tenían hijos, qué principales había que tenían hijos. Y mandólos traer para que se enseñasen la doctrina cristiana en San Francisco. Y estuvieron allá un año quince muchachos, que fueron por la fiesta de Mazcoto, a siete de junio. Y amonestólos el cazonci que aprendiesen, que no estarían allá más de un año.

Y desde a poco hubo capítulo de los padres de San Francisco en Guaxazingo y enviaron por guardián un padre antiguo, muy buen religioso, con otros padres, a la ciudad de Michoacán, llamado fray Martín de Jesús.¹ Y holgáronse mucho los indios; tomóse la primera casa en la ciudad de Michoacán habrá doce años o XIII y empezaron a predicar la gente y quitarles sus borracheras y estaban muy duros los indios. Estuvieron por los [sic] dejar los religiosos dos o tres veces. Después vinieron más religiosos de San Francisco y asentaron en Ucario, después en Zinapequaro y de allí fueron tomando casas.

E hízose el fruto que Nuestro Señor sabe en esta gente, de tan duros como estaban se ablandaron y dejaron sus borracheras e idolatrías y ceremonias y bautizáronse todos, y cada día van aprovechando y aprovecharán con la ayuda de Nuestro Señor.

¹ La paleografía correcta nos parece que es IHUSS, Jesús y no Chávez como tradicionalmente se había venido haciendo y que Warren J. Benedict o.c., corrige. Cfr. Millares Carlo, y Mantecón, Albúm de paleografía hispanoamericana, v. 1, p.142, Ihesu Christo.