Cómo el cazonci con otros
señores se querían ahogar
en la laguna de miedo
de los españoles por persuasión
de unos principales
y se lo estorbó don Pedro

[f. 46]

[f. 46v en blanco]
[f 47]
Llegó pues don Pedro a la ciudad de Michoacán y halló toda la gente de guerra y todos los criados del cazonci a punto que querían ir con él, que se quería ahogar en la laguna, por inducimiento de unos principales que lo querían matar y alzarse con el señorío. Y fue don Pedro delante de1 cazonci y díjole:

—¿Qué nuevas hay?, ¿de qué manera vienen los españoles?

Díjole don Pedro:

—Señor, no vienen enojados, mas vienen pacíficamente.

Y contóle lo que le había dicho el capitán y que los saliese a recibir. Y díjole cómo había visto a los españoles armados y qué habían de llevar, las maneras de mantas y pescado que está dicho. Díjole aquel principal, que andaba por matar al cazonci, llamado Timas:

—¿Qué dices, muchacho mocoso? Alguna cosa les dijiste tú. Vámonos, señor, que ya estamos aparejados! ¿Fueron, por ventura, tus abuelos y tus antepasados esclavos de alguno para querer ser tu esclavo? Queden Uzizilzi y éste, que traen estas nuevas!

Respondió don Pedro y dijo:

—Yo, ¿qué les había de decir? De aquí fije, de esta ciudad aquel intérprete llamado Xanaqua, que me dijo cuando me despedí: Cómo había de ser y que no les diésemos guerra.

Díjole aquel principal al cazonci:

—Señor, haz traer cobre y pondrémosnoslo a las espaldas y ahoguémonos en la laguna y llegaremos más presto y alcanzaremos a los que son muertos.

Y díjoles don Pedro a él y a los otros que decían esto al cazonci:

—¿Qué decís?, ¿por qué os queréis ahogar? Subíos entretanto al monte y nosotros iremos a recibirlos y mátenos a nosotros primero y después os podéis ahogar en la laguna.

Y díjole al cazonci:

—Señor, mira que éstos te mienten, que te quieren matar, que llevan todas sus mantas y joyas huyendo. Si fuese verdad que quisiesen morir, ¿por qué habían de llevar huyendo su hacienda? ¡Señor, no los creas!

Díjole el cazonci:

—Bien me has dicho, Y aquel principal con los otros que le inducían que se ahogase, emborracháronse y cantaban para irse a ahogar, según decían, y don Pedro tomó también mucho cobre a cuestas y díjoles:

—Yo, ¿hágolo por no morir? ¡Vamos y ahoguémonos todos!

Y tornaron a decir aquellos principales al cazonci:

—Señor, ahógate porque no andes mendigando, ¿eres por ventura macegual y de baja suerte?, ¿fueron, por ventura, tus antepasados esclavos? Mátate! ¿Cómo, nosotros, no te haremos merced y te seguiremos e iremos contigo?

Respondióles el cazonci:

—Así es [f. 47v] la verdad, tíos, esperad un poco.

Y atavióse y púsose unos cascabeles de oro en las piernas y turquesas al cuello y sus plumajes verdes en la cabeza, y aquellos principales también. Y decíanle:

—Señor, traigan los plumajes que eran de tu abuelo y pondrémonoslos un poco que no sabemos quién ha de ser rey y el que se los pondrá.

Y mandó el cazonci que trujesen los plumajes e hizo sacar brazaletes de oro y rodelas de oro. Y tomábanselas aquéllos principales y bailaban todos y don Pedro tenía mucha pena consigo y decía:

—¿Para qué le quitan sus joyas al cazonci?, ¿para qué las quieren éstos?, ¿cómo, no andan por ahogarse y morir? ¡Cómo le engañan y lo dicen de mentira lo que dicen, y con cautela y traición y le quieren matar! ¿Cómo, oyeron ellos lo que yo oí a los españoles? ¡Yo que fui a ellos, yo lo oí muy bien y no vienen enojados! Y vi los señores de México que vienen con ellos. Si los tuvieran por esclavos, ¿cómo habían de traer collares de turquesas al cuello y mantas ricas y plumajes verdes como traen?, ¿cómo, no les hacen mal los españoles?, ¿qué es lo que dicen éstos?

Y salieron las señoras que estaban en casa del cazonci y preguntaron a don Pedro qué nuevas traía al cazonci. Respondióles don Pedro:

—Señoras, muy buenas nuevas le truje: Que no vienen airados ni enojados los españoles, que no sé lo que le dicen estos principales.

Y espantáronse aquellas señoras y retorcíanse las manos y lloraban y decíanle:

—Pésanos que no le habías traído estas nuevas de placer.

Y tenía mucha pena don Pedro consigo porque estaba solo y aún no había venido su hermano Huzizilzi. Y entróse el cazonci en un aposento de su casa y llamábanle aquellos principales y decíanle:

—Señor, vamos, sal acá.

Y el cazonci hizo hacer secretamente un portillo en una pared de su casa, que salía al camino, y tomó todas sus mujeres, que era de noche. E hizo matar todas las lumbres, y salióse huyendo por allí, y subióse al monte con sus mujeres, que estaba cerca. Y así se libró de sus manos, y fueron tras él aquellos principales, así borrachos como estaban y compuestos, e iban sonando sus cascabeles por el camino.

Y el cazonci fuese a un pueblo llamado Urapan, obra de ocho o nueve leguas de la ciudad. Y supiéronlo aquellos principales y fuéronse tras él, que iban preguntando por él, y llegaron donde él estaba y díjoles:

—¡Seáis bienvenidos, tíos! ¿Cómo venís por acá?

Dijéronle:

—Señor, venimos preguntando por ti. ¿Dónde vamos, señor? ¡Vámonos al-[f. 48]guna parte muy lejos?

Y díjoles el cazonci:

—Estémonos a ver aquí, a ver qué nuevas hay y qué harán los españoles cuando vengan. Allá están aparejados Uzizilzi y su hermano Cuyniarangari; esperemos a ver qué nuevas nos traerán, a ver si los maltratan.

Llegando los españoles a la ciudad, como supieron todos los caciques y señores que estaban en la ciudad que el cazonci se había ido, paráronse muy tristes y dijeron:

—¿Cómo se fue?, ¿no tuvo compasión de nosotros?, ¿a quién queremos hacer merced sino a él? ¡Muy malos son los que lo llevaron!

Y llegaron diez mexicanos a la ciudad, que enviaba Cristóbal de Olí, y como vieron a toda la gente triste, dijeron a los principales:

—¿Por qué estáis tristes?

Y dijéronles:

—Nuestro señor el cazonci es ahogado en la laguna.

Dijeron ellos:

—Pues, ¿qué haremos? Tomémonos a recibir a los que nos enviaban, que cosa es ésta de importancia.

Y volviéronse los mexicanos e hiciéronselo saber a Cristóbal de Olí cómo el cazonci era ahogado. Dijo Cristóbal de Olí:

—Bien está, bien está. ¡Vamos, que llegar tenemos a la ciudad!

Y antes que llegasen los españoles, sacrificaron los de Michoacán ochocientos esclavos de los que tenían encarcelados, porque no se les huyesen con la venida de los españoles y se hiciesen con ellos. Y saliéronles a recibir de guerra Huizizilzi y su hermano don Pedro y todos los caciques de la provincia y señores con gente de guerra. Y llegaron a un lugar, obra de media legua de la ciudad por el camino de México en un lugar llamado Api; e hicieron allí una raya a los españoles y dijéronles que no pasasen más adelante, que les dijesen a qué venían y que si los venían a matar. Respondióles el capitán:

—No os queremos matar, veníos de largo aquí adonde estamos, quizá vosotros nos queréis dar guerra.

Dijeron ellos:

—No queremos.

Díjoles el capitán Cristóbal de Olí:

—Pues dejad los arcos y flechas y venid donde nosotros estamos.

Y dejáronlos y fueron donde estaban los españoles parados en el camino todos los señores y caciques con algunos arcos y flechas y recibiéronlos muy bien y abrazáronlos a todos y llegaron todos a los patios de los cues grandes y soltaron allí los tiros. Y cayéronse todos los indios en el suelo, de miedo, y empezaron a escaramuzar en el patio, que era muy grande.

Y fueron después a las casas del cazonci y viéronlas y tornáronse al patio de los cinco cues [f. 48v] grandes y aposentáronse en las casas de los papas que tenían diez varas —que ellos llaman pirimu—, en ancho y en los cues, que estaban las entradas de los cues y las gradas llenas de sangre del sacrificio que habían hecho. Y aún estaban por allí muchos cuerpos de los sacrificados. Y llegábanse los españoles y mirábanles si tenían barbas. Y corno subieron a los cues y echaron las piedras del sacrificio a rodar, por las gradas abajo, y a un dios que estaba allí llamado Curitacaberi, mensajero de los dioses. Y mirábalo la gente y decían:

—¿Por que no se enojan nuestros dioses, cómo no los maldicen?

Y trujéronles mucha comida a los españoles y no había mujeres en la ciudad, que todas se habían huido y venido a Pazquaro y a otros pueblos. Y los varones molían en las piedras para hacer pan para los españoles y los señores y viejos. Y estuvieron los españoles seis lunas en la ciudad (cada luna cuenta esta gente veinte días) con todo su ejército y gente de México. Y a todos los proveían de comer pan y gallinas y huevos y pescado, que hay mucho en la laguna.

Y desde a cuatro días que llegaron, empezaron a preguntar por los ídolos y dijéronles los señores que no tenían ídolos, y pidiéronles sus atavíos y lleváronles muchos plumajes y rodelas y máscaras, y quemáronlo todo los españoles, en el patio. Después de esto empezáronles a pedir oro y entraron muchos españoles a buscar oro a las casas del cazonci.