De cómo se empezó la batalla con los moros
Saliendo de Canicosa
por el val del Arabiana,
donde don Rodrigo espera
los hijos de la su hermana,
por el campo de Almenar
ven venir muy gran compaña,
muchas armas reluciendo,
mucha adarga bien labrada,
mucho caballo ligero,
mucha lanza relumbraba,
mucho pendón y bandera
por los aires revolaba.
Alá traen por apellido,
a Mahoma a voces llaman;
tan altos daban los gritos,
que los campos retemblaban:
¡Mueran, mueran van diciendo
los siete infantes de Lara!
¡Venguemos a don Rodrigo,
pues que tiene de ellos saña.
Allí está Nuño Salido,
el ayo que los criara,
como ve la gran morisca
desta manera les habla:
¡Oh los mis amados hijos,
quién vivo ya no se hallara
por no ver tan gran dolor
como agora se esperaba!
¡Ciertamente nuestra muerte
está bien aparejada!
No podemos escapar
de tanta gente pagana;
vendamos bien nuestros cuerpos
y miremos por las almas;
no nos pese de la muerte,
pues irá bien empleada.
Como los moros se acercan,
a cada uno por sí abraza;
cuando llega a Gonzalvico,
en la cara le besaba:
¡Hijo Gonzalo González,
de lo que más me pesaba
es de lo que sentirá
vuestra madre doña Sancha;
érades su claro espejo,
más que a todos os amaba!
En esto llegan los moros
traban con ellos batalla;
espesos caen como lluvia
sobre la gente cristiana;
los infantes los reciben
con sus adargas y lanzas,
"¡Santiago, cierra, Santiago!",
a grandes voces llamaban.
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Muy cruda es la batalla, y don Rodrigo, apartado con su gente, se
negaba a entrar en ella; ya los siete hermanos, de cansados, apenas
pueden levantar las armas. Hasta ese moro Alicante, condolido de verlos
defenderse en tal angostura, les da una tregua, los acoge en su tienda
y les repara con viandas y bebida. Mas Rodrigo, el traidor contra
su sangre, se acerca allí para recriminar al moro aquella piedad
que había de enojar muy mal a Almanzor. Los moros tienen que
volver al campo a los siete Infantes, y peleando con ellos en desigual
y porfiada batalla, les van dando muerte en presencia de Ruy Velázquez.
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