En orden y concierto se refiere aqu� de qu� manera se apareci� poco ha maravillosamente la siempre Virgen Santa Mar�a, Madre de Dios, nuestra Reina, en el Tepey�cac, que se nombra Guadalupe.
Primero se dej� ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y despu�s se apareci� su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zum�rraga. Tambi�n se cuentan todos los milagros que ha hecho.
1 Diez a�os despu�s de tomada la ciudad de M�xico, se suspendi� la guerra y hubo paz en los pueblos,
2 as� como empez� a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive.
3 A la saz�n, en el a�o de mil quinientos treinta y uno, a pocos d�as del mes de diciembre, sucedi� que hab�a un pobre indio,
4 de nombre Juan Diego, seg�n se dice, natural de Cuauhtitlan.
5 Tocante a las cosas espirituales, a�n todo, pertenec�a a Tlatilolco.
6 Era s�bado, muy de madrugada, y ven�a en pos del culto divino y de sus mandados.
7 Al llegar junto al cerrillo llamado Tepey�cac, amanec�a;
8 y oy� cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios p�jaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parec�a que el monte les respond�a. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepujaba al del coyot�lotl y del tzinizcan y de otros p�jaros lindos que cantan.
9 Se par� Juan Diego a ver y dijo para sí: "�Por ventura soy, digno de lo que oigo? �Quiz�s sue�o? �Me levanto de dormir?
10 �D�nde estoy? �Acaso en el para�so terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? �Acaso ya en el cielo?"
11 Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo, de donde proced�a el precioso canto celestial;
12 y as� que ces�, repentinamente y se hizo el silencio, oy� que le llamaban de arriba del cerrillo y le dec�an: "Juanito, Juan Dieguito".
13 Luego se atrevi� a ir adonde le llamaban: no se sobresalt� un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo el cerrillo, a ver de d�nde le llamaban.
14 Cuando lleg� a la cumbre, vio a una se�ora que estaba all� de pie,
15 y que le dijo que se acercara.
16 Llegado a su presencia, se maravill� mucho su sobrehumana grandeza:,
17 su vestidura era radiante como el sol.
18 el risco en que posaba su planta, flechado por los resplandores,
19 semejaba una ajorca de piedras preciosas;
20 y relumbraba la tierra como el arco iris.
21 Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que all� se suelen dar, parec�an esmeraldas; su follaje finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
22 Se inclin� delante de ella y oy� su palabra, muy blanda y cort�s, cual de quien atrae y estima mucho.
23 Ella le dijo: "Juanito, el m�s peque�o de mis hijos, ad�nde vas?"
24 El respondi� "Se�ora y Ni�a m�a, tengo que llegar a tu casa de M�xico Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y ense�an nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Se�or".
25 Ella luego le habl� y le descubri� su santa voluntad:
26 le dijo: "Sabe y ten entendido, t�, el m�s peque�o de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa Mar�a, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien est� todo; Se�or del cielo y de la tierra. Deseo, vivamente que se me erija aqu� un templo,
28 y dar todo, mi amor, compasi�n, auxilio, defensa,
29 pues yo soy vuestra piadosa madre,
30 a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra
31 y a los dem�s amadores m�os que me invoquen y en m� conf�en;
32 o�r, all� sus lamentos, y remediar todas sus miserias; penas y dolores.
33 Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de M�xico, y le dir�s c�mo yo te env�o a manifestarle lo que mucho deseo, que aqu� en el llano me edifique un templo: le contar�s puntualmente cuanto has visto, y admirado, y lo que has o�do.
34 Ten por seguro que lo agradecer� bien y lo pagar�
36 y merecer�s mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo.
37 Mira que ya, has o�do mi mandato, hijo m�o el m�s peque�o; anda y pon todo tu esfuerzo".
38 Al punto se inclin� delante de ella y le dijo: "Se�ora m�a, ya voy a cumplir tu mandato, por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo".
39 Luego baj� para, ir a hacer su mandato; y sali� a la calzada que viene en l�nea recta a M�xico.
40 Habiendo entrado en la ciudad, sin dilaci�n se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado, que muy poco antes hab�a venido y se llamaba don fray Juan de Zum�rraga, religioso de San Francisco.
41 Apenas lleg�, trat� de verle; rog� a sus criados que fueran a anunciarle;
42 y pasado un buen rato, vinieron a llamarle, que hab�a mandado el se�or obispo que entrara.
43 Luego que entr�, se inclin� y se arrodill� delante de �l. En seguida le dio el recado de la Se�ora del cielo; y tambi�n le dijo cuanto admir�, vio y oy�.
44 Despu�s de o�r toda su pl�tica y su recado, pareci� no darle cr�dito.
45 Y le respondi� "Otra vez vendr�s, hijo m�o y te oir� m�s despacio; lo ver� muy desde el principio y pensar� en la voluntad y deseo con que has venido".
46 El sali� y se vino triste, porque de ninguna manera se realiz� su mensaje.
47 En el mismo d�a se volvi�; se vino derecho a la cumbre del cerrillo,
48 y acert� con la Se�ora del cielo, que le estaba aguardando, all� mismo, donde la vio la vez primera.
49 Al verla, se postr� delante de ella y le dijo:
50 Se�ora, la m�s peque�a de mis hijas, Ni�a m�a, fui donde me enviaste a cumplir tu mandato. Aunque con dificultad entr� a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mandato, as� como me ordenaste;
51 me recibi� benignamente y me oy� con atenci�n; pero en cuanto me respondi�, pareci� que no lo tuvo por cierto;
52 me dijo: 'Otra Vez vendr�s; te oir� m�s despacio; ver� muy desde el principio, el deseo y voluntad con que has venido'.
53 Comprend� perfectamente en la manera como me respondi�, que piensa que es quiz�s invenci�n m�a que tu quieres que aqu� te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya;
54 por lo cual te ruego encarecidamente, Se�ora y Ni�a m�a, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado, le encargues que lleve tu mensaje, para que le crean;
55 Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mi detenerme all� a donde me env�as, Virgencita m�a, Hija m�a menor, Se�ora, Ni�a;
56 por favor disp�nsame: afligir� con pena tu rostro, tu coraz�n; ir� a caer en tu enojo, en tu disgusto, Se�ora Due�a m�a".
57 Le respondi� la Perfecta Virgen, digna de honra y veneraci�n:
58 "Escucha, el m�s peque�o de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efect�en mi voluntad;
59 pero es de todo punto preciso que t� mismo solicites y ayudes y que con tu mediaci�n se cumpla mi voluntad.
60 Mucho te ruego, hijo m�o el m�s peque�o, y con rigor te mando, que otra vez vayas ma�ana a ver al obispo.
61 Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido.
62 Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa Mar�a, Madre de Dios, te env�o".
63 Respondi� Juan Diego: "Se�ora y Ni�a m�a, no te cause yo aflicci�n; de muy buena gana ir� a cumplir tu mandato; de ninguna manera dejar� de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
64 Ir� a hacer tu voluntad; pero acaso no ser� o�do con agrado; o si fuere o�do, quiz�s no se me creer�.
65 Ma�ana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendr� a dar raz�n de tu mensaje con lo que responda el prelado.
66 Ya de ti me despido, Hija m�a la m�s peque�a, mi Ni�a Se�ora. Descansa entre tanto".
67 Luego se fue �l a descansar en su casa.
68 Al d�a siguiente, domingo, muy de madrugada, sali� de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta, para ver en seguida al prelado.
69 Casi a las diez, se despach�, todo, porque se oy� misa y se hizo la cuenta y se dispers� el gent�o.
70 Al punto se fue Juan Diego, al palacio del obispo.
71 Apenas lleg�, hizo todo empe�o por verle: otra vez con mucha dificultad le vio;
72 se arrodill�, a sus pies; se entristeci� y llor� al exponerle el mandato de la Se�ora del cielo;
73 que ojal� que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifest� que lo quer�a.
74 El se�or obispo, para cerciorarse, le pregunt� muchas cosas, d�nde la vio y c�mo era; y �l refiri� todo perfectamente al se�or obispo.
75 Mas aunque explic� con precisi�n la figura de ella y cuanto hab�a visto y admirado, en todo se descubr�a ser ella la siempre Virgen, Sant�sima Madre del Salvador Nuestro Se�or Jesucristo;
76 sin embargo, no le dio cr�dito
77 y dijo que no solamente por su pl�tica y solicitud se hab�a de hacer lo que ped�a;
78 que, adem�s, era necesaria alguna se�al, para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Se�ora del cielo.
79 As� que lo oy� dijo Juan Diego al obispo:
80 "Se�or, mira cu�l ha de ser la se�al que pides; que luego ir� a ped�rsela a la Se�ora del cielo que me envi� ac�.
81 Viendo el obispo que ratificaba todo sin dudar ni retractar nada, le despidi�
82 Mand� inmediatamente a unas gentes de su casa, en quienes pod�a confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho ad�nde iba y a quien ve�a y hablaba.
83 As� se hizo, Juan Diego se vino derecho y camin� por la calzada;
84 los que ven�an tras �l, donde pasa la barranca cerca del puente del Tepey�cac, le perdieron, y aunque m�s buscaron por todas partes, en ninguna lo vieron,
85 As� es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino tambi�n porque les estorb�, su intento y les dio enojo.
86 Eso fueron a informar al se�or obispo, y lo concertaron para que no le creyera; le dijeron que no m�s le enga�aba; que no m�s forjaba lo que ven�a a decir, o que �nicamente so�aba lo que dec�a, y ped�a;
87 Y en suma propusieron que si otra vez volv�a, le hab�an de coger y castigar con dureza, para que nunca m�s mintiera y enga�ara.
88 Entre tanto, Juan Diego estaba con la Sant�sima Virgen, dici�ndole la respuesta que tra�a del se�or obispo;
89 la que o�da por la Se�ora, le dijo:
90 "Bien est�, hijito m�o, volver�s aqu� ma�ana para que lleves al obispo la se�al que te ha pedido;
91 con eso te creer� acerca de esto ya no dudar� ni de ti sospechar�;
92 y s�bete, hijito m�o, que yo te pagar� tu cuidado y el trabajo y cansancio que por m� has impendido;
93 ea, vete ahora, que ma�ana aqu� te aguardo".
94 Al d�a siguiente, lunes, cuando ten�a que llevar Juan Diego alguna se�al para ser cre�do, ya no volvi�.
95 Porque cuando lleg� a su casa, a un t�o que ten�a, llamado Juan Bernardino, le hab�a dado la enfermedad, y estaba muy grave.
96 Primero fue a llamar a un m�dico y le auxili�; pero ya no era tiempo, ya estaba muy, grave.
97 Por la noche, le rog� su t�o que de madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle,
98 Porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantar�a ni sanar�a.
99 El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote.
100 Y cuando ven�a llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepey�cac, hacia el poniente, por donde ten�a costumbre de pasar, dijo:
101 "Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Se�ora, y en todo caso me detenga para que lleve la se�al al prelado, seg�n me orden�;
102 que primero nuestra aflicci�n nos deje y primero llame yo de prisa al sacerdote, el pobre de mi t�o lo est� ciertamente aguardando".
103 Luego dio vuelta: al cerro; subi� por entre �l y pas� al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a M�xico y que no le detuviera la Se�ora del cielo.
104 Pens� que por donde dio la vuelta no pod�a verle la que est� mirando bien a todas partes.
105 La vio bajar de la cumbre del cerrillo, que estuvo mirando hacia donde antes �l la ve�a.
106 Sali� a, su encuentro a un lado del cerro y le dijo:
107 "�Qu� hay, hijo m�o el m�s peque�o? �Ad�nde vas?"
108 �Se apen� �l un poco, o tuvo verg�enza, o se asust�?
109 Se inclin� delante de ella; y le salud�, diciendo.
110 "Ni�a m�a, la m�s peque�a de mis hijas, Se�ora, ojal� est�s contenta. �C�mo has amanecido? �Est�s bien de salud, Se�ora y Ni�a m�a?
111 Voy a, causarte aflicci�n: sabe, Ni�a m�a, que est� muy malo un pobre siervo tuyo, mi t�o;
112 le ha dado la peste, y est� por morir.
113 Ahora, voy presuroso a tu casa de M�xico a llamar a uno de los sacerdotes amados de Nuestro Se�or, que vaya a confesarle y disponerle;
114 porque desde que nacimos, vinimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.
115 Pero si voy a hacerlo, volver� luego otra vez aqu�, para ir a llevar tu mensaje, Se�ora y Ni�a m�a,
116 perd�name; tenme por ahora paciencia; no te enga�o, Hija m�a la m�s peque�a; ma�ana vendr� a toda prisa".
117 Despu�s de o�r la pl�tica de Juan Diego, respondi� la piados�sima Virgen:
118 "Oye y ten entendido, hijo m�o el m�s peque�o, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu coraz�n; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad y angustia.
119 �No estoy yo aqu�, que soy tu Madre? �No est�s bajo mi sombra? �No soy yo tu salud? �No est�s por ventura en mi regazo? �Qu� m�s has menester?
120 No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu t�o, que no morir� ahora de ella: est� seguro de que ya san�
121 (Y entonces san� su t�o, seg�n despu�s se supo.)
122, Cuando Juan Diego oy� estas palabras de la Se�ora cielo, se consol� mucho; qued� contento.
123 Le rog� que cuanto antes le despachara a ver al se�or obispo, a llevarle alguna se�al y prueba a fin de que le creyera.
124 La Se�ora del cielo le orden� luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la ve�a.
125 Le dijo: "Sube, hijo m�o, �l m�s peque�o, a la cumbre del cerrillo; all� donde me viste y te di �rdenes
126 hallar�s que hay diferentes flores; c�rtalas, rec�gelas; enseguida baja y tr�elas a mi presencia".
127 Al punto subi� Juan Diego el cerrillo;
128 y cuando lleg� a la cumbre, se asombr� mucho de que hubieran brotado tantas variadas exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan
129 porque a la saz�n se encrudec�a el hielo:
130 estaban muy fragantes y llenas del roc�o de la noche que semejaba perlas preciosas.
131 Luego empez� a cortarlas; las junt� todas y las ech� en su regazo.
132 La cumbre del cerrillo no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque ten�a muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites;
133 y si se sol�an dar hierbecillas, entonces era el mes de diciembre, en que todo lo come y echa a perder el hielo.
134 Baj� inmediatamente y trajo a la Se�ora del cielo las diferentes rosas que fue a cortar;
135 la que, as� como las vio, las cogi� con su mano
136 y otra vez se las ech� en el regazo, dici�ndole:
137 "Hijo m�o, el m�s peque�o, esta diversidad de rosas es la prueba y se�al que llevar�s al obispo.
138 Le dir�s en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que �l tiene que cumplirla.
139 T� eres mi embajador, muy digno de confianza.
140 Rigurosamente te ordeno que s�lo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas.
141 Contar�s bien todo; dir�s que te mand� subir a la cumbre del cerrillo, que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste,
142 para que puedas inducir al prelado a que d� su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido".
143 Despu�s que la Se�ora del cielo se lo orden�, se puso en camino por la calzada que viene derecho a M�xico: ya contento
145 trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las, manos
146 y goz�ndose en la fragancia de las variadas hermosas flores.
147 Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado.
148 Les rog� que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le o�an, sea porque, era muy temprano,
149 sea porque ya le conoc�an, que s�lo los molestaba, porque les era importuno;
150 y, adem�s, ya les hab�an informado sus compa�eros, que le perdieron de vista, cuando hab�an ido en su seguimiento.
151 Largo rato estuvo esperando.
152 Ya que vieron que hac�a mucho que estaba all�, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer tra�a algo que portaba en su regazo, se acercaron a �l para ver lo que tra�a y satisfacerse.
153 Viendo Juan Diego que no les pod�a ocultar lo que tra�a, y que por eso le hab�an de molestar, empujar o aporrear, descubri�, un poco, que eran flores;
154 y al ver que todas eran diferentes rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron much�simo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, y tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.
155 Quisieron coger y sacarle algunas;
156 pero no tuvieron la suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas: no tuvieron suerte,
157 porque cuando iban a cogerlas, ya no ve�an verdaderas flores sino, que les parec�an pintadas o labradas o cosidas en la, manta.
158 Fueron luego, a decir al se�or obispo lo que hab�an visto
159 y que pretend�a verle el indito que tantas veces hab�a venido; el cual hac�a mucho que por eso aguardaba, queriendo verle.
160 Cay�, al o�rlo, el se�or obispo en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito.
161 En seguida mand� que entrara a verle.
162 Luego que entr�, se humill� delante de �l as� como antes lo hiciera.
163 Y cont� de nuevo todo lo que hab�a visto y admirado, y tambi�n su mensaje.
164 Dijo: "Se�or, hice lo que me ordenaste,
165 que fuera a decir a mi Ama, la Se�ora del cielo, Santa Mar�a, preciosa Madre de Dios, que pides una se�al para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas;
166 y adem�s le dije que yo te hab�a dado mi palabra de traerte alguna se�al y prueba, que me encargaste, de su voluntad.
167 Condescendi� a tu recado y acogi� benignamente lo que pides, alguna se�al y prueba para que se cumpla su voluntad.
168 Hoy muy temprano me mand� que otra vez viniera a verte;
169 le ped� la se�al para que me creyeras, seg�n me hab�a dicho que me la dar�a; y al punto lo cumpli�:
170 me despach� a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla.
171 Despu�s que fui a cortarlas, las traje abajo;
173 y de nuevo las ech� en mi regazo
174 para que te las trajera y a ti en persona te las diera.
175 Aunque yo sab�a bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque s�lo, hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dud�:
176 cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo, mir� que estaba en el para�so.
177 All� estaban ya perfectas todas las diversas flores preciosas, de lo m�s fino que hay, llenas de roc�o, esplendorosas, de modo que luego las fui a cortar.
178 Ella me dijo por qué te las hab�a de entregar; y as� lo hago, para que en ellas veas la se�al, que pides y cumplas su voluntad;
179 y tambi�n para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje.
181 Desenvolvi� luego su blanca manta, pues ten�a en su regazo las flores;
182 y as� que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla,
183 se dibuj� en ella y apareci�, de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa Mar�a, Madre de Dios, de la manera en que est�
184 y se guarda hoy en su templo del Tepey�cac, que se nombra Guadalupe,
185 Luego que la vio el se�or obispo, �l y todos los que all� estaban, se arrodillaron: mucho la admiraron;
186 se levantaron a verla; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el coraz�n y el pensamiento.
187 El se�or obispo con l�grimas de tristeza or� y le pidi� perd�n de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato.
188 Cuando se puso en pie, desat� el cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta
189 en que se dibuj� y apareci� la Se�ora del cielo.
190 Luego la llev� y fue a ponerla en su oratorio.
191 Un d�a m�s, permaneci� Juan Diego en la casa del obispo, que a�n le detuvo.
192 Al d�a siguiente, le dijo: "�Ea! A mostrar d�nde es voluntad de la Se�ora del cielo, que le, erijan su templo".
193 Inmediatamente se convid� a todos para hacerlo.
194 No bien Juan Diego se�al� d�nde hab�a mandado la Se�ora del cielo que se levantara su templo, pidi� licencia de irse;
195 quer�a ahora ir a su casa a ver a su t�o Juan Bernardino; el cual estaba muy grave, cuando le dej� y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera, a confesarle y disponerle, y le dijo la Se�ora del cielo que ya hab�a sanado.
196, Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompa�aron a su casa.
197 Al llegar, vieron a su t�o que estaba muy contento y que nada le dol�a.
198 Se asombr� mucho de que llegara acompa�ado y muy honrado su sobrino,
199 a quien pregunt� la causa de que as� lo hicieran y que le honraran mucho.
200 Le respondi� su sobrino que, cuando parti� a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareci� en el Tepey�cac la Se�ora del cielo;
201-202 la que, dici�ndole que no se afligiera, que ya su t�o estaba bueno, con que mucho se consol�, le despach� a M�xico, a ver al se�or obispo, para que le edificara, una casa en el Tepey�cac.
203 Manifest� su t�o ser cierto que entonces le san�
204 y que la vio del mismo modo en que se aparec�a a su sobrino;
205 sabiendo por ella que le hab�a enviado a M�xico a ver al obispo.
206 Tambi�n entonces le dijo la Se�ora que, cuando �l fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio
207 y de que manera milagrosa le hab�a ella sanado;
208 y que bien la nombrar�a, as� como bien hab�a de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa Mar�a de Guadalupe.
209 Trajeron a Juan Bernardino a presencia del se�or obispo; a que viniera a informarle y atestiguar delante de �l.
210 A entrambos, a �l y a su sobrino, los hosped� el obispo en su casa algunos d�as,
211 hasta que se erigi� el templo de la Reina en el Tepey�cac, donde la vio Juan Diego.
212 El se�or obispo traslad� a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Se�ora del cielo:
213 la sac� del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente la viera y admirara su bendita imagen.
214-215 La ciudad entera se conmovi�: ven�a a ver y admirar su devota imagen,
217 Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino;
218 porque ninguna persona de este mundo pint� su preciosa imagen.