Ilmo. Se�or.

1.— Me manda V. S. I. que le d� mi opini�n acerca de, un manuscrito que se ha servido enviarme, intitulado: "Santa Mar�a de Guadalupe de M�xico, Patrona de los Mexicanos, La verdad sobre la Aparici�n de la Virgen del Tepeyac, y sobre su pintura en la capa de Juan Diego. Para extender, si posible fuera, por el mundo entero el amor y el culto de Nuestra Se�ora".

2.— Quiere tambi�n V. S. I. que juzgue yo esta obra �nicamente bajo el aspecto hist�rico; y as� tendr�a que ser, de todos modos, pues no estando yo instruido en ciencias eclesi�sticas ser�a temeridad que calificara el escrito en lo que tiene, de teol�gico y can�nico.

3.— No juzgo necesario hacer un an�lisis de �l por cuanto que no me propongo impugnarle: prefiero poner sencillamente a la vista de V. S. I. lo que dice la historia acerca de la Aparici�n de Ntra. Sra. de Guadalupe a Juan Diego.

4.— Quiero hacer constar que en virtud del superior y repetido precepto de V. S. I. falto a mi firme resoluci�n de no escribir jam�s una l�nea tocante a este asunto del cual he huido cuidadosamente en todos mis escritos.

5.— Presupongo desde luego que al hacerme V. S. I. su pregunta, me deja entera libertad para responder seg�n mi conciencia, por no tratarse de un punto de fe: que si se tratara, ni V. S. I. me pedir�a parecer, ni yo podr�a darle.

6.— Las dudas acerca de la verdad del suceso de la Aparici�n, tal como se refiere, no nacieron de la disertaci�n de D. Juan B. Mu�oz, son bien antiguas y bastante generalizadas a lo que parece. Prueban, esto �ltimo las muchas apolog�as, que ha sido necesario escribir, lo cual fuera excusado si el punto hubiera quedado esclarecido de tal modo desde el principio, que no dejara lugar a duda. En cuanto a la antig�edad de la desconfianza, puede V. S. I. ver entre los libros y papeles que le dio el Sr. Andrade una carta aut�grafa del P. Francisco Javier Lazcano, de la Compa��a de Jes�s, fecha en M�xico a 13 de abril de 1758 y dirigida a D. Francisco Antonio de Aldama y Guevara, residente entonces en Madrid. Contesta a una de �ste, escrita el 10 de Mayo de 1757, en que se habla ya de la impugnaci�n de un "desatinado fraile Jer�nimo", sobre lo cual pide m�s datos el P. Lazcano.

La bula de la concesi�n del patronato es de 1754; de suerte que antes de los tres a�os conocida, ya hubo un religioso que de palabra o por escrito no temiera impugnar lo que se dice aprobado en aquella bula. El Dr. Uribe, en los �ltimos a�os del siglo anterior, estimulado sin duda por el serm�n del P. Mier, aunque no lo nombra, tuvo que salir a la defensa del milagro. La Memoria de Mu�oz, escrita en 1794, permaneci�, sepultada en los archivos de la Real Academia de la Historia, hasta el a�o de 1817.

7.— Para a�adir hoy una nueva apolog�a a las varias que ya se han escrito, convendr�a tener a la vista los muchos documentos descubiertos despu�s de publicada la �ltima, que es la del Sr. Tornel (pues, no quiero dar tal nombre al virulento folleto an�nimo no ha mucho publicado en Puebla). Parece que el autor del manuscrito no ha conocido estos documentos, pues no los cita.

8.— Mu�oz tampoco los conoci�, ni pudo conocerlos; pero todos ellos no han hecho m�s que confirmar de una manera irrevocable su proposici�n de que "antes de la publicaci�n del libro del P. Miguel S�nchez, no se encuentra menci�n alguna de la Aparici�n de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego".

9.— Ca�mos ya en el argumento negativo, tan impugnado por los apologistas de la Aparici�n, sin duda porque conocen que no puede haber otro contra un hecho que no pas�. Porque ser�a absurdo exigir que los contempor�neos tuvieran don de profec�a, y adivinando que m�s adelante se inventar�a un suceso de su tiempo, dejaran escrito con anticipaci�n que no era cierto ni se diera cr�dito a quienes lo contaran.

10.- La fuerza del argumento negativo consiste principalmente en que el silencio sea universal, y que los autores alegados hayan escrito de asuntos que ped�an una menci�n del suceso que callaron. Ambas circunstancias concurren en los documentos anteriores al P. S�nchez; y aun hay en ellos algo m�s que argumentos negativos, como pronto vamos a ver.

11.— Que no hay informaciones o autos originales de la Aparici�n, es cosa que declaran todos sus historiadores y apologistas, incluso el P. S�nchez, y explican la falta con razones m�s o menos plausibles. Algunos se han empe�ado en que realmente existieron, y quieren probarlo refiriendo que el Sr. Arzobispo D. Fr. Garc�a de Mendoza (1602-1604) le�a con gran ternura los autos y procesos originales de la Aparici�n, lo cual no consta m�s que por una serie de dichos.

Cuentan tambi�n que Fr. Pedro Mezquia, franciscano, vio y ley� en el Convento de Vitoria "donde tom� el h�bito el Sr. Arzobispo Zum�rraga", escrita por este prelado a los religiosos de aquel convento, la historia de la Aparici�n de Ntra. Sra. de Guadalupe, "seg�n y como aconteci�"... El P. Mezquia parti� para Espa�a y ofreci� traer a su vuelta el important�simo documento; pero no le trajo, y reconvenido por ello, respondi� que no lo hab�a hallado, y que se cre�a haber, perecido en un incendio que padeci� el archivo; con lo cual quedaron todos satisfechos, sin meterse a averiguar m�s. V. S. I. sabe que el Sr. Zum�rraga no tom� el h�bito en el convento de Vitoria, ni aun consta que alguna vez residiera en �l: tampoco hay otra noticia del oportuno incendio del archivo.

Por lo dem�s, la falta de los autos originales no ser�a, por s� sola, un argumento decisivo contra la Aparici�n, pues bien pudo ser que no se hicieran o que despu�s de hechos se extraviaran: aunque a decir verdad, trat�ndose de un hecho tan extraordinario y glorioso para M�xico, una u otra negligencia es harto inveros�mil.

12.— El primer testigo de la Aparici�n debiera ser el Ilmo. Sr. Zum�rraga, � quien se atribuye papel tan principal en el suceso y en las subsecuentes colocaciones y traslaciones de la imagen. Pero en los muchos escritos suyos que conocemos no hay la m�s ligera alusi�n al hecho o a las ermitas: ni siquiera se encuentra una sola vez el nombre de Guadalupe. Tenemos sus libros de doctrina, cartas, pareceres, una exhortaci�n pastoral, dos testamentos y una informaci�n acerca de sus buenas obras. Ciertamente que no conocemos todo cuanto sali� de su pluma ni es racional exigir tanto; pero si absolutamente nada dijo en lo mucho que tenemos, es suposici�n gratuita afirmar que en otro papel cualquiera, de los que a�n no se hallan, refiri� el suceso.

Si el Sr. Zum�rraga hubiera sido testigo favorecido de tan gran prodigio, no se habr�a contentado con escribirlo en un s�lo papel, sino que le habr�a proclamado por todas partes, y se�aladamente en Espa�a, adonde pas� el a�o siguiente: habr�a promovido el culto con todas sus fuerzas, aplic�ndole una parte de las rentas que expend�a con tanta liberalidad: alguna manda o recuerdo dejar�a al santuario en su testamento; algo dir�an los testigos de la informaci�n que se hizo acerca de sus buenas obras: en la elocuente exhortaci�n que dirigi� a los religiosos para que acudieran a ayudarle en la conversi�n de los naturales ven�a muy al caso, para alentarlos, la relaci�n de un prodigio que patentizaba la predilecci�n con que la Madre de Dios ve�a a aquellos ne�fitos. Pero nada absolutamente nada en parte alguna.

En las varias Doctrinas que imprimi� tampoco hay menci�n del prodigio. Lejos de eso, en la Regla Cristiana de 1547 (que si no es suya, como parece seguro, a lo menos fue compilada y mandada imprimir por �l) se encuentran estas significativas palabras: "Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues est� nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo". �C�mo dec�a eso el que hab�a presenciado tan gran milagro?... Parece que el autor de la nueva apolog�a no conoce los escritos del Sr. Zum�rraga, pues nunca los cita, y solamente asegura que si nada dijo en ellos, dijo bastante con sus hechos levantando la ermita, trasladando, la imagen, etc�tera.

Es necesario decir, para de una vez, que todas esas construcciones de ermitas y traslaciones de la imagen no tienen fundamento alguno hist�rico. Todav�a el autor discute la posibilidad de que el Sr. Zum�rraga hiciera una de esas procesiones a fines de 1533, siendo ya cosa probada con documentos fehacientes que estaba entonces en Espa�a, y que volvi� a M�xico por Octubre de 1534.

13.— Si del Sr. Zum�rraga pasamos a su inmediato sucesor, el Sr. Mont�far, a quien se atribuye parte principal en las erecciones, de ermitas y traslaciones de la imagen, hallaremos que en 1569 y 70 remiti�, por orden del visitador del Consejo de Indias D. Juan de Ovando, una copiosa descripci�n de su Arzobispado (que tengo original), en la cual se da cuenta de las iglesias de la ciudad sujetas a la mitra, y para nada se menciona la ermita de Guadalupe.

Por peque�a que fuese, lo ilustre de su origen y la imagen celestial que encerraba merec�an muy, bien una, menci�n especial, con la correspondiente noticia del milagro. Interrogando a los primeros religiosos, los hallaremos igualmente mudos. Fr. Toribio de Motolin�a escribi� en 1541 su Historia de los Indios de Nueva Espa�a, donde refiere varios favores celestiales otorgados a indios; mas no aparece nunca en ella el nombre de Guadalupe. Lo mismo sucede en otro manuscrito de la obra, que poseo, muy diferente del impreso.

Es muy notable el silencio de la c�lebre carta del Ilmo. Sr. Garc�s al Sr. Paulo III en favor de los indios, en la cual refiere tambi�n algunos favores que hab�an recibido del cielo. Tampoco se halla cosa alguna en las cartas del V. Gante, del Sr. Fuenleal, de D. Antonio de Mendoza, y de otros muchos obispos, virreyes, oidores y personajes, que �ltimamente se han publicado, en las Cartas de Indias, y en la voluminosa Colecci�n de Documentos in�ditos del Archivo de Indias.

14.— Fr. Bartolom� de las Casas estuvo aqu� en los a�os de 1538 y 1546: indudablemente conoci� y trat� al Sr. Zum�rraga, pues ambos asistieron a la junta de 1546: de su boca pudo o�r la relaci�n del milagro. Con todo, en ninguno de sus muchos escritos habla de �l, y eso que le habr�a sido tan �til para esforzar, su energ�tica defensa de los indios. �Qu� efecto no habr�a producido en los cat�licos monarcas espa�oles la prueba de que la Virgen Sant�sima tomaba bajo su especial protecci�n la raza conquistada! �Qu� argumento contra los que llegaron a dudar de la racionalidad de los indios y los pintaban llenos de vicios e incapaces de sacramentos!

15.— Fr. Jer�nimo de Mendieta vino en 1552: compuso su Historia Eclesi�stica Indiana a fines del siglo, vali�ndose de los papeles de sus predecesores: era ardiente defensor de los indios: cuenta lo mismo que Motolinia, los favores que recib�an del cielo; y particularmente en el cap�tulo 24 del libro IV trae la aparici�n de la Virgen el a�o de 1576 al indio de Xuchimilco Miguel de S. Jer�nimo, quien la refiri� al mismo P. Mendieta; pero nada dice de Ntra. Sra. de Guadalupe, ni tampoco, en sus cartas, de que tengo algunas in�ditas.

Aun hay m�s, porque escribi� de prop�sito en tres cap�tulos la vida del Sr. Zum�rraga, y call� todo el suceso. �Para cu�ndo guardaba su relaci�n? Podr� haber acaso almas caritativas que, por haber yo publicado esa obra, hagan el mal juicio de que suprim� alg�n pasaje. Debo advertirles para su tranquilidad, que el manuscrito existe en poder del Sr. D. Jos� M� Andrade, y que esa misma biograf�a silenciosa de Mendieta fue enviada al General de la Orden, Fr. Francisco de Gonzaga, quien la imprimi� traducida al lat�n en su obra De Origine Seraphicae Religionis, El general de la orden franciscana no ech� de ver aquella omisi�n ni dijo en 1587 cosa alguna de tan notable acontecimiento.

16.— En las dem�s cr�nicas de aquel tiempo, escritas por espa�oles o indios, buscaremos tambi�n en vano la historia. Mu�oz Camargo (1576), el P. Valad�s, (1579), el P. Dur�n (1580), el P. Acosta D�vila Padilla (1596), Tezozomoc(1598), lxtlix�chitl (1600), Grijalva (1611), guardan igual silencio. Tampoco dijo nada el P. Fr. Gabriel de Talavera que en 1597 public� en Toledo una historia de Ntra. Sra. de Guadalupe de Extremadura, aunque hace menci�n del santuario de M�xico. El cronista franciscano Daza, en su Cr�nica, de 1611, Fern�ndez en su Historia Eclesi�stica de nuestros tiempos (1611) y el cronista Gil Gonz�lez D�vila en su Teatro Eclesi�stico de las Iglesias de Indias (1649) escribieron la vida del Sr. Zum�rraga y callaron la historia de la Aparici�n. Ya la cont� el P. Luzuriaga en la vida del mismo prelado, como que public� su Historia de Ntra. Sra. de Aranzazu en 1686.

17.— Vengamos ahora al P. Sahag�n. El autor del manuscrito copi� honradamente el famoso texto: no as� el an�nimo de la disertaci�n poblana, que con mala fe le trunc�, suprimiendo lo que contrariaba su intento. Haga V. S. I. la comparaci�n entre ambos textos: va subrayado, para mayor claridad; lo que omiti� el escritor de Puebla.

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