Texto de Puebla

Cerca de los montes hay tres � cuatro lugares donde sol�an (los indios) hacer muy solemnes sacrificios, y ven�an á ellos de muy lejanas tierras. El uno de estos se llama Tepeacac, y los espa�oles llaman Tepeaquilla, y agora se llama Ntra. Sra. de Guadalupe. En este lugar ten�an un templo dedicado a la madre de los dioses que la llamaban Tonantzin, quiere decir nuestra Madre... y agora que est� all� edificada la iglesia de Ntra. Sra. de Guadalupe tambi�n la llaman Tonantzin, tomada ocasi�n de los predicadores que a Ntra. Sra. la Madre de Dios llaman Tonantzin... y vienen agora a visitar esta Tonantzin de muy lejanas tierras.

18.— No s�lo aqu� habl� de Ntra. Sta. de Guadalupe el P. Sahag�n. En un c�dice manuscrito en 4� que existe en la Biblioteca Nacional, rotulado por, fuera "Cantares de los Mexicanos y otros op�sculos", al tratar del Calendario dice: "La tercera disimulaci�n (idol�trica) es tomada de los nombres de los �dolos que all� se celebraban, que los nombres con que se nombran en lat�n o en espa�ol significan lo que significaba el nombre del �dolo que all� adoraban antiguamente. Como en esta ciudad de M�xico, en el lugar donde est� Santa Mar�a de Guadalupe se adoraba un �dolo que antiguamente se llamaba Tonantzin; y enti�ndelo por lo antiguo y no por lo nuevo. Otra disimulaci�n semejante a esta hay en Tlaxcala, en la iglesia que llaman Santa Ana", etc.

19.— El P. Sahag�n vino en 1529 y deb�a estar bien entregado de la historia de la Aparici�n, si �sta hubiera acontecido dos a�os despu�s. Nadie como �l trat� con los indios: pudo conocer perfectamente a Juan Diego y dem�s personas que figuraron en el negocio. A pesar de todo, dice terminantemente que "no se sab�a de cierto el origen de aquella fundaci�n", y por los dos pasajes citados se advierte con toda claridad que le desagradaba la devoci�n de los indios, teni�ndola por idol�trica, y que deseaba verla prohibida.

Uno de sus fundamentos es que all� acud�an, en tropel los indios como de antes, mientras que no iban a otras iglesias de Nuestra Se�ora. Supuesta la realidad de la Aparici�n, ninguna extra�eza pod�a causar al P. Sahag�n que los indios prefiriesen el lugar en que uno de los suyos hab�a sido tan singularmente favorecido por la Sma. Virgen. Bien mirado el testimonio del P. Sahag�n es ya algo m�s que negativo.

20.— Por aquellos mismos tiempos preguntaba el Rey a D. Mart�n Enr�quez cu�l era el origen de aquel santuario; y el virrey contestaba con fecha 25 de Septiembre de 1575, que por los a�os de 1555 � 56 exist�a all� una ermita con una imagen de Nuestra Se�ora, a la que llamaron de Guadalupe por decir que se parec�a a la del mismo nombre en Espa�a, y que la devoci�n comenz� a crecer porque un ganadero public� que habr�a cobrado la salud yendo a aquella ermita. Vemos, pues, que el Virrey mismo, con tener tantos medios de informarse y haber de dar cuenta al Rey, no alcanz� a saber el origen de la ermita: explica de donde vino a la imagen el nombre de Guadalupe y nos informa de que la devoci�n hab�a crecido porque se cont� un milagro obrado all�.

Pronto veremos confirmado por otro documento aut�ntico que precisamente hacia esos a�os se declar� la devoci�n a Ntra. Sra. de Guadalupe, y se publicaban muchos milagros. Como Mu�oz s�lo insert� en su Memoria el p�rrafo de la carta de Enr�quez que hac�a a su intento, no ha faltado quien se atreva a suponer que en el resto de la carta se hablar�a algo m�s: suposici�n enteramente gratuita, como ya est� demostrado con el documento �ntegro publicado en las Cartas de Indias.

Tenemos, adem�s, una minuciosa relaci�n del viaje del Comisario franciscano Fr. Alonso Ponce, y en ella se refiere que habiendo salido de M�xico el 23 de julio de 1585, pas� una gran, acequia "por una puente de piedra junto a la cual est� un pueblecito de indios mexicanos, y en �l arrimada a un cerro una ermita o iglesia, de Ntra. Sra. de Guadalupe a donde van a velar y tener novenas los espa�oles de M�xico, y reside un cl�rigo que les dice misa.

En aquel pueblo ten�an los indios antiguamente en su gentilidad un �dolo llamado Ixpuchtli, que quiere decir virgen o doncella, y acud�an all� como a santuario de toda aquella tierra con sus dones y ofrendas: Pas� por all� de largo el P. Comisario, etc. Que el redactor de la relaci�n, como nuevo en la tierra, equivocara el nombre del �dolo, nada tiene de extra�o; pero lo es, y mucho, que si la tradici�n exist�a, como se afirma, ninguno de los de la comitiva hubiera dado aviso, al Comisario de que en aquella ermita, se guardaba una imagen milagrosamente pintada, para que entrara a verla y venerarla, en vez de pasarse de largo.

21.— Los pasajes de Torquemada y de Bernal D�az, en que se habla de la iglesia, han dado materia de larga discusi�n a los apologistas. El hecho indudable es que ninguno de estos autores menciona la Aparici�n. Aqu� debo hacer una observaci�n importante. Todos los apologistas, sin exceptuar uno solo, han ca�do en una equivocaci�n inexplicable en tantos hombres de talento, y ha sido la de confundir constantemente la antig�edad del culto con la verdad de la Aparici�n y milagrosa pintura en la capa de Juan Diego.

Se han fatigado en probar lo primero (que nadie niega, pues consta de documentos irrefragables), insistiendo que con eso quedaba probado lo segundo, como si entre ambas cosas existiera la menor relaci�n. Innumerables im�genes hay en nuestro pa�s y fuera de �l a que se tributa culto desde tiempo inmemorial, sin que de eso deduzca nadie que son de f�brica milagrosa: lo m�s que se ha hecho ha sido atribuirlas al evangelista S. Lucas. Solamente de la de Guadalupe (que yo recuerde) se dice que haya sido bajada del cielo.

22.— El P. Fr. Mart�n de Le�n, dominico, imprimi� en1611 su Camino del Cielo, en lengua mexicana, y en el folio 96 casi reprodujo e hizo suyo, despu�s de tanto tiempo, el segundo texto de Sahag�n. Dice as�: "La tercera (disimulaci�n) es tomada de los mismos nombres de los �dolos que en los tales pueblos se veneraban, que los nombres con que se significan en lat�n o romance son los propios en significaci�n que significaban los nombres de estos �dolos, como en la ciudad de M�xico, en el cerro donde est� Ntra. Sra. de Guadalupe, adoraban un �dolo de una diosa que llamaban Tonantzin, que es nuestra Madre, y este mismo nombre dan a Ntra. Sra., y ellos siempre dicen que van a Tonantzin, y muchos dellos lo entienden por lo antiguo y no por lo moderno de agora". Se refiere en seguida, como Sahag�n, a la imagen de Santa Ana puesta en Tlaxcala y a la de S. Juan Bautista en Tianguismanalco, la m�s supersticiosa que ha habido en toda la Nueva Espa�a. Es digno de notar que cuanto estos antiguos misioneros tratan de las idolatr�as encubiertas de los indios, saquen a cuento la devoci�n a Ntra. Sra. de Guadalupe. Mal se aviene esto con la creencia en el milagro.*[Nota1]

23.— Fr. Luis de Cisneros, de la orden de la Merced, imprimi� en 1621 su Historia de Ntra. Sra. de los Remedios. El cap. 4 del lib. I se intitula: "De c�mo las m�s im�genes de devoci�n de Ntra. Sra. tiene sus principios ocultos y milagrosos". Habla en �l de varias im�genes de Europa y de Guatemala: mas no menciona la de Guadalupe, siendo as� que trata de im�genes de principios milagrosos.

En el siguiente cap�tulo habla ya de ella en estos t�rminos: "El m�s antiguo (santuario) es el de Guadalupe, que est� una legua de esta ciudad a la parte del norte, que es una imagen de gran devoci�n y concurso, casi desde que se gan� la tierra, que ha hecho y hace muchos milagros, a quien van haciendo una insigne iglesia que por orden y cuidado del Arzobispo est� en muy buen punto". Nada de Aparici�n.

24.— Entre los libros que le dio el se�or Andrade tiene V.S.I. el serm�n de la Natividad de la Virgen Mar�a predicado por Fr. Juan de Zepeda, agustino, en la ermita de Guadalupe, extramuros de la ciudad de M�xico, en la fiesta de la misma iglesia: impreso por Juan Blanco de Alc�zar el a�o de 1622, en 4�. Dos cosas hay notables en este serm�n: la una, que el predicador dice en la dedicatoria, que la Natividad (8 de Septiembre) es la vocaci�n de la ermita, y la otra que no habla palabra de la Aparici�n. Conf�rmase lo primero con el acta del Cabildo Ecco de 29 de Agosto de 1600.

Ese d�a se dispuso, que el domingo 10 de Septiembre se celebrara la fiesta de la Natividad de Ntra. Sra. en la ermita de Guadalupe por ser su advocaci�n y en enseguida, se pusiera la primera piedra para dar principio a la nueva iglesia. De donde claramente se deduce que para entonces todav�a no le hab�a ocurrido a nadie que la imagen fuera pintada en la tilma de Juan Diego; y que la fiesta titular era la del 8 de Septiembre en que se celebran las de todas las im�genes que no tienen d�a se�alado para su t�tulo particular: de suerte que noventa a�os despu�s del supuesto aparecimiento no se pensaba todav�a en celebrar el 12 de Diciembre.

25.— Note igualmente V.S.I. que nada se habla de la Aparici�n de la Virgen de Guadalupe en los tres Concilios Mexicanos, ni en las Actas de los Cabildos Eclesi�stico y Secular, anteriores al libro del P. S�nchez. El secular no hizo una alusi�n siquiera a aquel gran suceso, o a las solemnes traslaciones de la imagen, siendo as� que en sus actas se encuentran referidos hasta los m�s insignificantes regocijos p�blicos.

26.— Por �ltimo, el P. Jesuita Cavo, que escribi� en Roma hacia 1800 sus Tres Siglos de M�xico, en rigurosa forma de anales, al llegar al a�o de 1531 call� el suceso de la Aparici�n y pas� adelante.

27.— Si de los escritos nos vamos a las mapas y pinturas de los indios, hallaremos que en ninguno de los aut�nticos que existen hay nada de lo que se busca. Citar� como ejemplo los c�dices Telleriano-Remense y Vaticano, publicados por Kingsborough, y los anales o pinturas hist�ricas de Mr. Aubin, que alcanzan a 1607. De las pinturas alegadas por los apologistas dir� algo despu�s.

28.— Como V.S.I. ve, es completo el silencio de los documentos antes de la publicaci�n del libro del P. S�nchez. No cabe en buena raz�n que durante m�s de un siglo tantas personas graves y piadosas, separadas por tiempo y lugar, estuviesen de acuerdo en ocultar un hecho tan glorioso para la religi�n y la patria. Los apologistas de la Aparici�n quieren que se presenten todos los documentos que pudieron existir y que pudieran hallarse. Los que tenemos dan testimonio suficiente de lo que contendr�an los que tal vez pudieran hallarse todav�a.

Alguna prueba de ello hay ya. Mu�oz, en 1794, fundaba principalmente, su impugnaci�n en el silencio de los escritores; en los noventa a�os corridos desde entonces se han descubierto innumerables e important�simos documentos, y ni uno solo ha hablado, sino que han aumentado muchos con su silencio el grave peso de la argumentaci�n de Mu�oz.

29.— Sostienen igualmente los apologistas, que est�n corrompidos los escritos de algunos de los autores que m�s lo desfavorecen. Citar� tan s�lo a Sahag�n y a Torquemada. Aquel escribi� dos veces el libro �ltimo de su Historia, diciendo que en la primera escritura se pusieron algunas cosas que fueron mal puestas, y se omitieron otras que fueron mal calladas. De aqu� sacaron Bustamente y otros el peregrino argumento de que as� como en el libro XII, hubo esas cosas mal puestas y mal calladas, lo mismo debi� suceder en los dem�s libros, y que en las cosas mal calladas, estaba la historia de la Aparici�n.

Como si no fuera cosa ordinaria que un autor retoque, lo, que escribe, cuando adquiere mejores datos; y como si Sahag�n hubiera callado simplemente la historia y no hubiera dejado textos en que claramente la niega, en cuanto pod�a negarla quien no adivinaba que con el tiempo, hab�a de inventarse. A Torquemada se le ha tachado, de embustero, y se ha pretendido tambi�n que su obra est� mutilada, precisamente en lo que al caso hac�a. Embustero, a la verdad, no fue, sino algo plagiario; y por no haber zurcido, con m�s esmero los retazos ajenos de que se aprovech�, le han venido esas contradicciones de que se le acusa.

A juzgar por lo que dicen los apologistas, no parece sino que Dios se propuso destruir las pruebas escritas del prodigio despu�s de haberlo obrado, permitiendo que desapareciesen hasta el �ltimo, los documentos en que se refer�a y quedasen los otros; o que hubo desde el momento mismo de la Aparici�n, un acuerdo universal para callarla y borrar su memoria, pues no s�lo desaparecieron los documentos originales, sino que todas las mutilaciones hechas a los autores fueron a dar precisamente sobre los pasajes relativos al mismo suceso.

30.— Dije al principio que en los documentos de la �poca hab�a algo m�s que argumentos negativos, y es tiempo de dar prueba de ello. Tiene V.S.I. en su poder una informaci�n original, en catorce fojas, �tiles y tres blancas, hecha en 1556 por el S. Mont�far, sucesor inmediato del Sr. Zum�rraga. El caso que dio motivo a la informaci�n fue el siguiente. El d�a de la Navidad de Ntra. Sra., 8 de Septiembre de 1556, se celebr� una solemne funci�n religiosa en la capilla de S. Jos�, con asistencia del clero, virrey, audiencia y vecinos principales de la ciudad. Encomend�ndose el serm�n a Fr. Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, que gozaba cr�ditos de grande orador.

Despu�s de haber hablado excelentemente del asunto propio del d�a, hizo de pronto una pausa, y con muestras exteriores de encendido celo, comenz� A declamar contra la nueva devoci�n que se ha levantado sin ning�n fundamento "en una ermita o casa de Ntra. Sra. que han intitulado de Guadalupe", calific�ndola de idol�trica, y aseverando que ser�a mucho mejor quitarla, porque ven�a a destruir lo trabajado por los misioneros, quienes hab�an ense�ado a los indios que el culto de las im�genes no paraba en ellas, sino que se dirig�a a lo que representaban, y que ahora decirles que una imagen pintada por el indio Marcos hac�a milagros, que ser�a gran confusi�n y deshacer lo bueno que estaba plantado, porque otras devociones que hab�a ten�an grandes principios, y que haberse levantado �sta tan sin fundamento le admiraba: que sab�a a que efecto era aquella devoci�n, y que al principio debi� averiguarse el autor de ella y de los milagros que se contaban, para darle cien azotes, y doscientos al que en adelante lo dijese: que all� se hac�an grandes ofensas a Dios: que no sab�a a donde iban a parar las limosnas recogidas en la ermita, y que fuera mejor darlas a pobres vergonzantes � aplicarlas al hospital de las bubas, y que si aquello no se atajaba, �l no volver�a a predicar a indios, porque era trabajo perdido.

Acus� luego al Arzobispo de haber divulgado milagros falsos de la imagen: le exhort� a que pusiera remedio en aquel desorden, pues le tocaba como juez eclesi�stico; y por �ltimo dijo, que si el Arzobispo era negligente en cumplir con ese deber, ah� estaba el virrey, que como vicepatrono por S. M. pod�a y deb�a entender en ello.

31.— Lastimado el Sr. Mont�far, que no era muy sufrido ni muy amigo de los franciscanos, con aquella reconvenci�n p�blica en tal ocasi�n y ante tal concurso y acaso m�s por hab�rsele echado encima el brazo seglar, comenz� desde el d�a siguiente a levantar la informaci�n que original tiene V.S.I.

Su objeto era, seg�n en ella aparece, saber si el P. Bustamante hab�a dicho alguna cosa de que debiese ser reprendido.

El interrogatorio de trece preguntas ten�a por �nico objeto dejar bien fijado lo que el predicador hab�a dicho. Fueron llamados nueve testigos, y de sus declaraciones resulta haber predicado el P. Bustamante lo que dejamos referido. Algunos a�adieron, que �l no era el �nico que pensaba de aquella manera, sino que le segu�an los dem�s franciscanos: que todos se opon�an a la devoci�n, y aun alegaban contra ellos textos de la Sagrada Escritura en que se manda adorar solo a Dios; que aquella ermita, dec�an, no deb�a llamarse de Guadalupe, sino de Tepeaca o Tepeaquilla: que ir a tal peregrinaci�n no era servir a Dios, sino m�s bien ofenderle, por el mal ejemplo que se daba a los naturales, etc�tera.

El Se�or Arzobispo trataba tambi�n de probar que en un serm�n que �l predic� pocos d�as antes hab�a dicho que en el Concilio Lateranense estaba mandado, so pena de excomuni�n, que nadie predicase milagros falsos o inciertos, y �l "no hab�a predicado milagro ninguno de los que dec�an que hab�a hecho la dicha imagen de Ntra. Sra. ni hac�a caso de ellos: que andaba haciendo la informaci�n, y seg�n lo que se hallase por cierto y verdadero, aquello se predicar�a o disimular�a que los milagros que Su Se�or�a predicabade Ntra. Sra. de Guadalupe, es la gran devoci�n que toda esta ciudad ha tomado a esta bendita imagen, y los indios tambi�n". La informaci�n se suspendi� y qued� sin concluir. Nada se hizo contra el P. Bustamante, quien, a pesar de aquel serm�n, fue otra vez electoprovincial en 1560 y despu�s Comisario general.

32.— V.S.I. tiene a la vista el expediente original, y puede cerciorarse por s� mismo de su autenticidad, y de que en �l se encuentra lo que dej� extractado. Despu�s de le�do el documento, a nadie puede quedar duda de que la Aparici�n de la Sma. Virgen el a�o de 1531 y su milagrosa pintura en la tilma de Juan Diego es una invenci�n nacida mucho despu�s. Desde luego coincide extra�amente este instrumento jur�dico con los que diez y nueve a�os despu�s escrib�a el Virrey Enr�quez.

El provincial dec�a en 1556 que la devoci�n era nueva y no ten�a fundamento, sino que se hab�a levantado por los milagros dudosos que de la imagen se contaban: el virrey tampoco le asigna origen cierto y da a entender que comenz� en 1555 o1556, por haber publicado un ganadero, que hab�a cobrado la salud yendo a la ermita. Uno de los testigos de la informaci�n, el Br. Salazar, acab� de confirmar que la fundaci�n de la ermita no ven�a de aparici�n ni milagro alguno, pues dijo "que lo que sabe es que el fundamento de esta ermita tiene dende su principio, fue el t�tulo de la Madre de Dios, el cual ha provocado a toda la ciudad a que tengan devoci�n en ir a rezar ya encomendarse a ella". De suerte que ese solo t�tulo, el de la Tonantzin de que habla Sahag�n, fue el que dio origen al culto.

33.— Dijo el P. Bustamante, que la imagen fue pintada por el indio Marcos, y con otro testimonio se confirma la existencia y habilidad de ese pintor, pues Bernal D�az, en el cap�tulo 91, menciona con elogio al artista indio Marcos de Aquino.

34.— Tenemos, pues, comprobado de una manera irrecusable que a los veinticinco a�os de la fecha que se asigna el suceso, y a la faz de muchos contempor�neos, condenaba el P. Bustamante en ocasi�n solemn�sima, la nueva devoci�n a Ntra. Sra. De Guadalupe, ped�a severo castigo para el que la hab�a levantado con la publicaci�n de milagros falsos, y publicaba que aquella imagen era obra de un indio, sin que se alzase una sola voz para contradecirle. Becerra Tanco dej� escrito que apenas se verific� la �ltima aparici�n al Sr. Zum�rraga, se difundi� "por todo el lugar la fama del milagro" y un gran concurso de pueblo acudi� a venerar la imagen.

�Pues como el Sr. Arzobispo, tantos testigos de vista, el pueblo entero, no aniquilaron los cargos del predicador con s�lo echarle a la cara el origen divino de la imagen, bastante para justificar aquella devoci�n? �C�mo pudieron o�r sin esc�ndalo que se atribuyese a un inicio la obra maravillosa de los �ngeles? �C�mo quienes tales cosas dec�a en un p�lpito, no fue inquietado? �C�mo el Sr. Arzobispo que se ve�a acusado coram populo de fomentar una devoci�n idol�trica y de predicar milagros falsos trata de justificar t�midamente de tales acusaciones en vez de confundir al predicador con la comprobaci�n del gran prodigio? Si los documentos originales exist�an, bastaba con publicarlo, pues imprentas no faltaban, si ya hab�an perecido, aquella era la ocasi�n de reponerlos con una informaci�n facil�sima, en vez de dejarla para ciento diez a�os despu�s.

Nada se hizo. Considere V.S.I. el efecto que causar�a hoy, no ya el serm�n entero del P. Bustamante, sino la simple proposici�n de que la imagen era obra de un indio: qué clamor se levantar�a entre los muchos que creen la Aparici�n, las defensas que saldr�an (pues sin tanto motivo se escriben) y los malos ratos que pasar�a el predicador. Recu�rdese lo que le avino al P. Mier s�lo por haber dicho que la imagen no se pint� en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Sto. Tom�s. Pero a los veinticinco a�os del suceso, aquel serm�n no escandaliz� sino porque en �l se atacaba irrespetuosamente al Sr. Arzobispo y porque en cierta manera se procuraba menoscabar el culto a la Reina de los Cielos.

35.— La devoci�n de 1556, fervorosa como todas las nuevas, fue cediendo hasta desaparecer. Testimonio de ello nos ha dejado el Lic. D. Antonio de Robles en su Diario de sucesos notables: documento privado en que indudablemente se encuentra la verdad. Registrando a 22 de marzo de 1674 el fallecimiento del Br. Miguel S�nchez, dice "que de la Aparici�n compuso un docto libro, que al parecer ha sido medio para que en toda la cristiandad se haya extendido la devoci�n de esta sacrat�sima imagen de Guadalupe, estando olvidada aun de los vecinos de M�xico, hasta que este venerable la dio a conocer, pues no hab�a en todo M�xico m�s que una imagen de esta soberana Se�ora en el convento de Sto. Domingo, y hoy no hay convento ni iglesia donde no se venera, y rar�sima la casa y celda de religioso donde no est� su copia". De manera, que en 1648, nadie sab�a de la Aparici�n, nadie conoc�a ya la imagen; la devoci�n hab�a acabado por completo.

36.— Mas he aqu� que el Br. S�nchez publica un libro (el primero en que se vio la historia de la Aparici�n a Juan Diego), y todo cambia como por encanto. �Era que en aquel libro se relataba, apoyada con documentos aut�nticos e irrefragables, una historia gloriosa, hasta entonces desconocida? No. La verdad siempre se abre camino, y el autor principia por esta confesi�n: "Determinado, gustoso y diligente busqu� papeles y escritos tocantes a la santa imagen y su milagro: no los hall�, aunque recorr� los archivos donde pod�an guardarse: supe que por accidentes del tiempo y ocasiones se hab�an perdido los que hubo. Apel� a la providencia de la curiosidad de los antiguos en que hall� unos, bastantes a la verdad". Sigue diciendo muy a la ligera, que confront� esos papeles con las cr�nicas de la conquista, que se inform� de personas antiguas, y por �ltimo, que aun cuando todo eso le hubiera faltado, habr�a escrito, porque ten�a de su parte la tradici�n.

37.— Al publicar historia tan peregrina, debiera haber hecho constar con la mayor puntualidad las fuentes de donde la hab�a sacado, y no contentarse con esas generalidades tan vagas, calificando por su propia autoridad de bastantes unos papeles, sin decir cuales ni de qu� autor. Contaba mucho con la credulidad de sus lectores, y en eso no se enga��.

Para abusar todav�a m�s de ella y desacreditar por completo su grande arma de la tradici�n, tuvo la ocurrencia de publicar al fin del libro una carta laudatoria del Lic. Laso de la Vega, Vicario de la ermita misma de Guadalupe, en la cual el buen vicario confiesa sencillamente, que �l y todos sus antecesores hab�an sido "unos Adanes dormidos que hab�a pose�do a esta Eva segunda sin saberlo", y a �l le hab�a cabido la suerte de ser el "Ad�n despertado", lo cual en idioma corriente quiere decir que ni el ni todos los vicarios o capellanes de la ermita hab�an sabido palabra del origen milagroso de la imagen que guardaban, hasta que el P. S�nchez lo hab�a revelado.

El Ad�n despierto o sea el Lic. Laso de la Vega, tom� la cosa tan a pechos, que al a�o siguiente, 1649, imprimi� una relaci�n suya o ajena, en mexicano, con lo cual acab� de correr entre los indios la historia del P. S�nchez.

38.— El libro de �ste sali� en momento oportuno para ganar cr�dito. La admirable credulidad de la �poca, junta con una piedad extraviada, hac�a admitir desde luego cuanto parec�a redundar en gloria de Dios, sin advertir, como muchos no advierten hoy, que a la Verdad Suma, no se da honra con la falsedad y el error. Los pergaminos de la torre Turpiana y los plomos del Sacromonte de Granada alcanzaron tal cr�dito, que se pas� un siglo en disputa antes que la Santa Sede los condenase.

El P. Jesuita Rom�n de la Higuera infest� por largo tiempo la historia de Espa�a con sus falsos cronicones, a que siguieron los de Lupi�n Zapata, Pellicer de Ossau y otros. Aquellas falsificaciones ten�an por objeto completar los episcopologios truncos de muchas sedes espa�olas; probar la venida de Santiago y de varios disc�pulos de los Ap�stoles a Espa�a; dar santos a diversas ciudades que no los ten�an, y en suma, acrecentar glorias a la Iglesia de Espa�a.

Los que aquello vieron se alamparon cada uno su ignorado obispo o a su nuevo santo, sin que hubiese modo de hac�rselos soltar. Las ciudades formaron sobre tan malos fundamentos sus historias particulares, que extendieron el contagio. No todos fueron enga�ados; pero nadie se atrev�a a impugnar aquellas torpes invenciones por temor a la grita que se levantar�a contra el que combatiera tan piadosas mentiras. El empuje popular era irresistible, y cost� mucho tiempo y trabajo limpiar de aquella basura la historia civil y eclesi�stica de Espa�a.

Era una �poca de misticismo en que el esp�ritu p�blico estaba dispuesto a acoger y apoyar cuanto se refiriera a comunicaciones o manifestaciones sobrenaturales; cualquiera forma, en fin, de milagro. El que de continuo ofrece la naturaleza con el cumplimiento invariable de sus leyes, no satisfac�a se necesitaba siempre la excepci�n de la regla, y que la intervenci�n directa de la Divinidad viniera a derogar hasta en las cosas m�s f�tiles, lo que desde la creaci�n qued� sabiamente establecido.

Los milagros hab�an de obrarse casi siempre por medio de las im�genes, que eran todas de origen milagroso tambi�n. De aqu� tantas historia de ellas a la que dos �ngeles en figura de indios dejaban en la porter�a de un convento; ya la que se renovaba por s� misma; ya la que se hac�a tan pesada en el lugar donde quer�a quedarse, que no era posible moverla de all�, ya la que sal�a de Espa�a a medio hacer y llegaba aqu� concluida; o la que volv�a varias veces al lugar de donde la hab�an quitado, o la que hablaba, pesta�eaba, sudaba o por lo menos bostezaba. Tan decidida era la afici�n a los milagros, que aun los hechos notoriamente naturales eran tenidos y jurados por maravillosos.

39.— En terreno tan bien preparado cay� el libro del P. S�nchez, y as� fructific�. .A nadie le ocurri� preguntarle de donde hab�a sacado historia tan peregrina, que el capell�n mismo de la ermita la ignoraba: su libro fue sencillamente aprobado como cualquier otro: la autoridad no le llam� a cuentas sino que por un procedimiento enteramente opuesto al natural y debido, en vez de exigirle las pruebas de aquella historia y de los milagros que contaba, se dirigi� todo el empe�o a procurarle los fundamentos que no ten�a. A esta idea extraviada debemos las tristes informaciones de 1666.

40.— Confirmando el aserto de Mu�oz he dicho, que antes de la publicaci�n del libro del P. S�nchez, en 1648, nadie hab�a hablado de la Aparici�n. Los apologistas, conociendo la urgente necesidad de destruir tal aserto, han alegado diversos documentos anteriores, cuyo valor conviene examinar. El Sr. Tornel (tomo II, pp.15 y 18) los ha enumerado, dividi�ndolos en probables y ciertos.

Los probables son:

1� Los autos originales formados por el Sr. Zum�rraga

2� La carta que el mismo escribi� a los religiosos de su orden residentes en Europa.

3� La historia de la Aparici�n escrita por el P. Mendieta y parafraseada por D. Fernando de Alva.

Los ciertos son:

4� La relaci�n de D. Antonio Valeriano.

5� El cantar de D. Francisco Pl�cido, Se�or de Azcapotzalco.

6� El mapa a que se refiere Do�a Juana de la Concepci�n en las informaciones de 1666.

7� El testamento de una parienta de Juan Diego.

8� Los de Juana Mart�n y D. Esteban Tomel�n.

9� El de Gregoria Morales.

10� La relaci�n de D. Fernando de Alva Ixtlilxochitl.

11� Los papeles que el Br. S�nchez sac� su historia de la Aparici�n.

12� Unos anales que vio el P. Baltasar Gonz�lez en poder de un indio.

13� La Historia de la Aparici�n en mexicano, publicada en 1649 por el Br. Laso de la Vega.

14� Una Historia de la Aparici�n que hasta 1777 se conservaba en la Universidad de M�xico, "cuya antig�edad remonta hasta tiempos no muy distantes del suceso".

15� El a�alejo de la Universidad citado por Bartolache.

41.— Como se advierte, la lista de documentos es bastante larga; pero la desgracia ha querido que (a excepci�n del n�mero 13), ninguno se halla publicado, ni siquiera se sepa que exista en alguna parte. Aunque no ser�a extra�o que alguno, o los m�s, se hubiesen perdido, esa desaparici�n total es inexplicable. Singulares apologistas los que, escribiendo obras, a veces bastante voluminosas, no reservaron un rinc�n para los documentos en que se apoyaban, habiendo gastado tanta tinta y papel para remendar un edificio que por todas partes se abre.

Una colecci�n de esos antiqu�simos y rar�simos papeles en un peque�o cuaderno, valdr�a m�s que todas las apolog�as. Pero unos se perdieron, otros fueron robados; aquellos se vendieron por papel viejo, los dem�s all� se quemaron; en fin, todos han desaparecido, y ninguno se puede hoy examinar ni sujetar a cr�tica. S�lo se sabe que existieron, porque uno que los vio, lo dijo a otro, y �ste a otro, y este �ltimo a otro m�s, quien lo cont� al que lo va escribiendo; y todos los intermediarios eran, por supuesto, personas ancianas graves, y verac�simas, para venir a parar, despu�s de tantos tr�mites y ponderaciones, en el cuento de la carta del Sr. Zum�rraga que vio el P. Mesquia, y que se quem� tan oportunamente.

42.— Acerca de los n�meros 1 y 2, es decir, los autos originales, y esa carta del Sr. Zum�rraga, he dicho lo bastante; y pues s�lo se dan como probables, afirmo que nunca existieron, y paso adelante. La misma calificaci�n probable trae la historia escrita por el P. Mendieta (no. 3); m� valiera decir con franqueza que nunca la hubo. Tr�tase de una relaci�n de autor incierto, que Betancourt atribu�a en duda al P. Mendienta o a Ixtlilxochitl. Florencia, propenso siempre a a�adiduras y ribetes, ya dice que Betancourt le afirm� que era de Mendienta: vino Sig�enza y se enfad� contra el P. Florencia por haber a�adido aquello despu�s que �l di� la aprobaci�n a la Estrella del Norte: con tal motivo declara y aun jura que se trataba de la traducci�n parafr�sica de un original mexicano de letra de D. Antonio Valeriano, hecha por Ixtlilxochitl. Cabrera le atribuye a Fr. Francisco G�mez, que vino con el Sr. Zum�rraga. Despu�s de esto no comprendo c�mo pudo dar el Sr. Tornel, ni aun por probable esa historia del P. Mendienta.

43.— El primero de los documentos ciertos es la historia de D. Antonio Valeriano. Ya que Sig�enza jura que tuvo una relaci�n de letra de D. Antonio Valeriano, no pondr� duda en ello. Pero aqu� de la desgracia, porque esta pieza capital no existe, no la ha visto ning�n moderno, ni se ha publicado jam�s, para que pudi�ramos saber lo que dec�a, y como lo dec�a. El P. Florencia que tan ampliamente us� de ella, se propon�a imprimirla al fin de su historia, y al cabo fue saliendo con la frialdad de que por haber resultado aquella muy abultada, ya no imprim�a la relaci�n; por lo cual le increpa fuertemente y con raz�n Conde y Oquendo.

Siempre la fatalidad. Sig�enza, para corroborar que Mendienta no pudo ser autor de la tal relaci�n, dice que en ella se le�an algunos sucesos y casos milagrosos "que acontecieron a�os despu�s de la muerte de dicho religioso". El P. Mendienta falleci� en Mayo de 1604 y D. Antonio Valeriano en Agosto de 1605; luego si se hablaba de sucesos ocurridos a�os despu�s de 1604, no pudo escribirlos quien muri� en el siguiente de 1605, y tampoco Valeriano es autor de ese papel, aunque pareciera escrito de su letra; o bien el documento est� interpolado.

En resumen, la relaci�n no existe, ni puede conocerse m�s que por el extracto que de ella da Florencia, en el que no faltan, por cierto, pormenores inveros�miles. Los apologistas de la Aparici�n exigen que para comprobar el argumento negativo se les presente hasta el �ltimo papel posible e imaginable; al paso que dan como de recibo documentos dudosos, obscuros y enfermizos, que ni siquiera pueden exhibir.

44.— El cantar de D. Francisco Pl�cido (no.5) se encuentra exactamente en igual caso. Tambi�n ofreci� Florencia imprimirlo, y tambi�n se le dej� en el tintero, por lo abultado del libro. �No pudo haber desechado algo de la mucha paja que �ste tiene, para dejar hueco a papeles de tan alta importancia? Y si no quiso imprimirlos el que los ten�a, �por qu� formar queja de que ahora no se d� cr�dito a lo que s�lo conocemos por noticias de segunda mano y extractos nada seguros?

El cantar fue dado al P. Florencia por D. Carlos de Sig�enza, quien le hall� entre escritos de Chimalp�in. No falta quien piense que no ha habido escritor de tal nombre. Aunque yo no me atreva a tanto, creo que la sola circunstancia de haberse cantado el d�a que "de las casas del Sr. Obispo Zum�rraga se llev� a la ermita de Guadalupe la sagrada imagen", basta para negar la autenticidad del himno, pues no hubo tal ocasi�n de que se cantase.

45.— Pasemos al mapa de las Informaciones de 1666. Do�a Juana de la Concepci�n, india de 85 a�os, declar� que por haber sido su padre hombre muy curioso, todo cuanto pasaba en M�xico y su comarca lo escrib�a y asentaba en mapas; y que en ellos ten�a asentada, si mal no se acuerda, la Aparici�n. Y aqu� viene la desgracia de siempre, porque al viejo le robaron aquellos mapas, y la hija no pudo dar m�s que esa indicaci�n vaga, que no s� de que sirva.

46.— El testamento de una parienta de Juan Diego (n�. 7) aparenta mayor importancia, porque en �l se menciona (seg�n Boturini, �nico que le vi�) una aparici�n en esto t�rminos: "En s�bado se pareci� la muy amada Se�ora Santa Mar�a, y se avis� de ello al querido p�rroco de Guadalupe" . La traducci�n es de Boturini, pues el original estaba en mexicano, y ciertamente que la palabra teopixque no corresponde exclusivamente a la del p�rroco, como not� muy bien el Sr. Alcocer, sino que significa padre o sacerdote en general; pero no puedo admitir que la indicaci�n se refiera al Sr. Zum�rraga, "que era verdaderamente Padre y muy amado de los indios", como quiere el mismo Sr. Alcocer, por que el sentido com�n est� diciendo que el alto cargo del Sr. Zum�rraga no era para que se le a�adiese el calificativo de una ermita. Al obispo llamaban Hueytopixqui (sacerdote mayor o principal) seg�n Florencia. Lo que pura y simplemente dice el texto es que la Virgen se apreci� en s�bado, y que se dio aviso del suceso al sacerdote (capell�n o vicario) que estaba en la ermita de Guadalupe.

Con esto queda ya dicho que la aparici�n de que se trata no es la famosa de la Virgen a Juan Diego, pues seg�n todos los que de ella escriben, cuando se verific� no hab�a nombre de Guadalupe, ni ermita, ni sacerdote all� a quien avisar, sino que todo vino de aquel prodigio. Se trata de uno de tantos milagros que por los a�os de 1555 o 56 se atribu�an a la imagen; y esto se confirma con la seca manera de enunciar el caso sin ninguna circunstancia particular que lo distinga.

47.— Concuerda con esta noticia otra que los �ltimos apologistas no han aprovechado, aunque habr�an podido atribuirle gran valor. Juan Su�rez de Peralta en sus Noticias Hist�ricas de la Nueva Espa�a, escritas hacia 1589, dice que el Virrey Enr�quez "lleg� a Ntra. Sra. de Huadalupe, que es una imagen devot�sima, quest� de M�xico dos lehuechuelas, la cual ha hecho muchos milagros (apareci�se entre unos riscos, y a esta devoci�n acude toda la tierra) y de all� entr� en M�xico". Vemos que Su�rez anuncia esa aparici�n con igual sequedad que el testamento entre un par�ntesis, y sin hacer caso de ella. No llama a la imagen aparecida, sino devota.

Es preciso distinguir entre una aparici�n cualquiera, de las muchas que se cuentan, que no deja rastro de s�, ni pasa de la persona favorecida, en cuyo dicho �nicamente se funda, y la Aparici�n de la Virgen a Juan Diego, delante de testigos y que permanece atestiguada perpetuamente en la imagen pintada por milagro. Preciso es repetirlo: lo que se cuestiona no es si la Virgen se apareci� a alguien bajo la figura de la imagen de Guadalupe ya existente: sino si se apareci� a Juan Diego en 1531 con las circunstancias que se relatan, y al fin qued� pintada en su tilma; es decir, si la imagen que tenemos es de origen celestial.

48.— En esto de testamentos de indios hay cierta confusi�n. El Sr. Lorenzana vio los de Juana Mart�n y D. Esteban Tomel�n (no. 8 ): no public� el primero, por estar enmendado el a�o: en el otro, otorgado en 1575 hay un legado a Ntra. Sra. de Guadalupe. Este hay que ponerlo a un lado, pues dejar un legado a Ntra. Sra. de Guadalupe no es atestiguar su aparici�n, y pues en 1575 hab�a ya iglesia, nada tiene de particular ni prueba nada que D. Esteban le dejase una manda o limosna.

Del de Juana Mart�n no conocemos cosa alguna: ni aun la fecha: hay quien piense que es el mismo atribuido por Boturini a una parienta de Juan Diego. El Sr. Alcocer dice que se envi� original a Espa�a con los dem�s papeles de D. Fernando de Alva (Ixtlilxochitl). No s� que fundamento tendr�a para asentar esto. Lo cierto es, que de los papeles de D. Fernando quedaron copias en M�xico, y no qued� del testamento. Contin�a la fatalidad destruyendo los papeles de los apologistas.

49.— Del testamento de Gregorio Morales, otorgado en 1559 (n� 9), dice el Sr. Alcocer que pose�a copia; que en �l se asienta la Aparici�n, y que muchos reputan por uno mismo �ste y el de Juana Mart�n. �Por qu� no public� la copia que ten�a, para que vi�semos c�mo se asienta la Aparici�n, o si no hay m�s que el legado de una tierra, como en el de Tomel�n? �Qu� cr�dito merecen estos testamentos desconocido, cuando ni siquiera se sabe si son diverso o uno solo?

50.— Menci�nase tambi�n una relaci�n de d. Fernando de Alva Ixtltlxochitl (n� 10), que seg�n la declaraci�n jurada de Sig�enza no era m�s que una traducci�n parafr�stica de la atribuida a Valeriano. Por lo mismo no puede considerarse como documento diverso. Los papeles en que fund� su historia el P. S�nchez (n� 11) se alegan tambi�n. Nadie sabe cu�les fueron, si es que los hubo. El malicioso Bartolache dice que "hubiera hecho muy bien el Br. S�nchez en haber dicho que papeles fueron los que hall� y d�nde". Y pues no lo dijo, �qu� prueban? �qui�n puede calificarlos ahora? De m�s gravedad parecen los anales indios que ten�a el P. Baltasar Gonz�lez de la Compa��a de Jes�s, los cuales llegaban a 1642 y en el a�o que le toca est� el milagro de Ntra. Sra. de Guadalupe. Son palabras de Florencia. �Por qu� dijo el milagro y no la Aparici�n? Estas vagas indicaciones de mapas en que est� asentada la Aparici�n, no infunden confianza, porque como antes dije, no se trata de una aparici�n cualquiera de la Virgen de Guadalupe, sino de la Aparici�n a Juan Diego, y de la pintura milagrosa en la tilma.

Entre los muchos milagros que a mediados del siglo se atribu�an a la imagen, es casi seguro que inclu�an algunas apariciones, como la que refiere la parienta de Juan Diego y Su�rez de Peralta. Aun cuando as� no fuera, es costumbre que todav�a dura, pintar en los retablos de milagro la imagen del santo que lo hizo, como si se apareciese en el aire al devoto, sin que nadie pretenda por eso que la aparici�n fue real, sino que es la manera de indicar cual fue el intercesor. Un retablo semejante pintado en unos anales indios, sin texto que declare el asunto, puede tomarse por una aparici�n real, sin serlo.

51.— A cualquiera llamar� la atenci�n que entre los documentos anteriores al libro del P. S�nchez se cuente la relaci�n mexicana de Laso de la Vega que sali� al a�o siguiente (n� 13). Es que sin m�s fundamentos que la elegancia del lenguaje y otros igualmente leves, se ha asentado que el Lic. Laso no es autor de ella, sino que el verdadero es mucho m�s antiguo "y probabil�simamente es la misma historia o par�frasis de D. Antonio Valeriano". Si se acepta esa superlativa probabilidad, el documento se reduce a otro y no es uno m�s.

Pero ser�a bien extra�o que despu�s de haber dicho Laso en 2 de julio que no hab�a sabido hasta entonces palabra de tal historia, ya en 9 de enero de 1649 tuviera presentada y aprobada la relaci�n. �Dio la casualidad de que dentro de esos seis meses apareciera la relaci�n que tanto tiempo hab�a estado oculta? Si ya la ten�a el P. S�nchez, �por qu� no se refiri� a tan precioso documento, en vez de contentarse con vaguedades?

Aqu� no hay relaci�n alguna. Inflamada la devoci�n de Laso con el relato de S�nchez, quiso divulgarlo entre los indios, y para ello lo abrevi� y puso en lengua mexicana. Eso es todo. Si el lenguaje es bueno, para eso hab�a entonces grandes maestros de mexicanos, y basta con recodar el nombre del P. Carochi, que el a�o de 1645 imprimi� su famosa gram�tica.

52.— El Dr. Uribe (1777) habla de una historia de la Aparici�n en lengua mexicana "archivada en la Real Universidad cuya antig�edad aunque se ignore a punto fijo se conoce que se remonta hasta los tiempos no muy distantes de la Aparici�n, ya por la calidad de la letra, ya por su materia, que es masa de Maguey, de la que usaban los indios antes de la conquista" (n� 14) . Mucho despu�s continuaron us�ndola, y tengo documentos de 1580 escritos en ese papel. Pero �qu� conten�a esa relaci�n? �Cu�l era su fecha? �D�nde para hoy? No hay quien conteste a estas preguntas. �Por qu� no publicar, vuelvo a decir, ni siquiera uno de estos documentos? Dudas hab�a en tiempo del Sr. Uribe, puesto que escribi� una defensa; el Cabildo de la Colegiata no era pobre; �qu� le impidi� sacar a luz los documentos que citaba el defensor, como suele hacerse en todo alegato?

�No le hizo costear despu�s D.Carlos Bustamente la impresi�n del segundo libro XII del P. Sahag�n, haci�ndole creer que era un documento fehaciente de la verdad de la Aparici�n aunque no habla palabra de ella? Pues si tanto ha sido el descuido, �por qu� se quiere que recibamos como buena y concluyente lo que no se conoce? Cuando vemos la constante e inexplicable terquedad con que los apologistas confunden el culto y la aparici�n, es muy fundado el temor de que en esos papeles desconocidos no se habla m�s que de culto, de mandas o de limosnas, como sucede en el testamento de Tomel�n y muy probablemente en el de Gregoria Morales, que sin embargo se alega como pruebas de la Aparici�n.

53151- Bartolache, m�s precavido, no quiso proceder tan de ligero como sus predecesores, sino que habiendo encontrado un a�alejo manuscrito, en la biblioteca de la Universidad, hizo que el secretario le certificase la exactitud de los dos pasajes que extrajo. El a�alejo no es original sino copia hecha al parecer en Tlaxcala, indudablemente en tiempos comparativamanete modernos, pues seg�n el mismo Bartolache, comprende sucesos desde 1454 hasta 1737 inclusive. Los pasajes citados son: uno del a�o 13 ca�as, 1531, que traducido al castellano dice "Juan Diego manifest� a la amada Se�ora de Guadalupe de M�xico: llam�base Tepeyacac". El otro es de 1548, 8 pedernales y dice: "Muri� el Juan Diego a quien se apareci� la amada Se�ora de Guadalupe de M�xico". La correspondencia del a�o est� errada, porque al 1548 toca el signo 4 pedernal, no 8. Ignoro que disposici�n ten�a el a�alejo: la que com�nmente se les daba era poner al margen, como en una columna o tablero, los signos de los a�os, y al frente de cada uno escribir lo que ocurr�a notable: si nada hab�a, quedaba el signo solo.

Tal es a lo menos la disposici�n de la pintura Aubin y de otras. Si el a�alejo de Bartolache llegaba a 1737, la copia era, cuando menos, de esa fecha, que es precisamente la de la peste que fue causa u ocasi�n de la jura del patronato de Ntra. Sra. de Guadalupe. Muy f�cil fue a�adir entonces en la copia estos pasajes, al frente de los signos correspondientes. De todos modos hace fuerza que s�lo en un a�alejo de pocas fojas, no original sino copia. concluido cuando se hallaba m�s exaltado el sentimiento piadoso en favor de la imagen, se encuentren tales menciones, y no en otro aut�ntico; conocidos y que no sintieron la influencia del libro del P. S�nchez, porque no llegan a su fecha.

54.— Agr�vanse las dudas acerca de la existencia o del valor de todos esos documentos con el hecho de que en 1662 el Can�nigo D. Francisco Siles, grande amigo y admirador de S�nchez, hizo que se solicitase de la Silla Apost�lica la concesi�n de fiesta y rezo propio para el d�a 12 de Diciembre, y en vez de remitir, como era natural, en apoyo a la petici�n, algunos instrumentos aut�nticos que se asegurasen un pronto y favorable despacho, s�lo acompa�� instancias de los cabildos y de las religiones.

A lo menos pod�an haber sido aquellos papeles que el Br. S�nchez calific� de bastantes para levantar sobre ellos su inaudita historia. De Roma se anunci� en respuesta al env�o de un interrogatorio por el cual fuesen examinados los testigos del milagro. Antes de que llegara, prepar� el Can�nigo lo necesario para recibir la informaci�n, que en efecto se hizo a fines de 1665 y principios de 1666. El documento se perdi� en Roma y nunca se ha publicado su texto: tenemos �nicamente los extractos que trae Florencia. Estas son las famosas Informaciones de 1666 que por el n�mero de testigos y la calidad de muchos de ellos, se consideran como de los mejores comprobantes de la verdad del milagro.

55.— La informaci�n se hac�a ciento treinta y cuatro a�os despu�s de la fecha que se asigna al suceso, y claro es que no pod�an quedar ya testigos de vista. Pero se encontraron oportunamente indios octogenarios y aun m�s que centenarios, que alcanzaron a padres o abuelos igualmente longevos, de manera que con dos vidas bast� para remontarse a 1531 y m�s all�. Lo incomprensible es que antes de 1648 todo el mundo ignoraba la Aparici�n; no hubo escritor que la refiriese, ni aun por incidencia: el P. Bustamente predicaba un serm�n que equival�a a negarla: ninguno de esos ancianos de Cuahtitl�n, que se hallaban tan bien informados por sus padres y abuelos, advirti� a los capellanes de la ermita el valor del tesoro que guardaban: ellos ignoraban todo y eran unos "Adanes dormidos": el culto hab�a deca�do al extremo de no existir en lugar p�blico de la ciudad de M�xico m�s que una copia de la Virgen de Guadalupe; y en medio de ese silencio general, apenas publica el P. S�nchez su libro sin comprobante, cuando la devoci�n vuelve a encenderse, toman parte en fomentarla corporaciones tan respetables como el Cabildo Eclesi�stico; ll�vase el asunto por aclaraci�n a Roma; aparecen por todas partes testigos calificados que un�nimes y bajo juramento declaran saber de mucho tiempo atr�s lo que hasta entonces nadie, ni ellos hab�an sabido.

La lectura m�s superficial de la Informaci�n del Sr. Mont�far, sin otra prueba, deja en el �nimo una convicci�n absoluta de que la historia fue inventada despu�s; y sin embargo, a los ciento diez a�os hay quienes afirmen haberla o�do a los que la recogieron de la boca misma de Juan Diego. No me har�a fuerza el caso si solamente tratara de los testigos indios, porque siempre han sido propensos a las narraciones maravillosas, y no muy acreditados por su veracidad; pero cuando veo que sacerdotes graves y caballeros ilustres afirman la misma falsedad, no puedo menos de confundirme, considerando hasta d�nde puede llegar el contagio moral y el extrav�o del sentimiento religioso. No cabe decir que estos testigos se acercaban a ciencia cierta con un perjurio; pero es visto que afirmaban bajo juramento lo que no era verdad.

Es un fen�meno bastante com�n en los ancianos, y le he observado muchas veces, llega a persuadirse de que es cierto lo que han imaginado. Se juzgar�, sin duda, absurdo y atrevido desechar as� un instrumento jur�dico; pero el hecho es que la demostraci�n hist�rica no admite r�plica, y que las afirmaciones de unos veinte testigos de o�das, por calificadas que sean, no pesan m�s que la terrible informaci�n de 1556 y el mudo pero un�nime y desapasionado testimonio de tantos escritores, y no menos autorizados que aquellos testigos, y que llevan a su frente al Ilmo Sr. Obispo Zum�rraga.

56.— A las informaciones se agregaron dict�menes de pintores y de m�dicos. Los primeros afirmaron que aquella pintura exced�a a las fuerzas humanas, y los segundos que su conservaci�n era milagrosa. Contra aqu�llos hay la declaraci�n p�blica del P. Bustamante: �l dijo en el p�lpito que la imagen era obra del indio Marcos y nadie le contradijo. A los m�dicos pudiera decirse que se conservan much�simos papeles de mayor antig�edad, a pesar de que son m�s fr�giles que un lienzo y de que ruedan por todas partes.

Los Sres. Can�nigos que en 1795 dieron el dictamen contra el serm�n del P. Mier, dec�an que "los colores se han amortiguado, deslustrado, y en una u otra parte saltado el oro, y el lienzo sagrado no poco lastimado", En todo caso la conservaci�n de la imagen ser�a milagro diverso y sin relaci�n alguna con el de la Aparici�n. Se cree tambi�n que la imagen de Ntra. Sra. de los �ngeles se conserva milagrosamente en una pared de adobe y nadie le ha atribuido por eso origen divino.

57.— La Santa Sede, obrando con prudencia, dio largas al negocio, y aparece que la devoci�n mexicana volvi� a enfriarse un poco, porque el expediente durmi� en Roma unos ochenta a�os, y hasta se perdieron las informaciones de 1666. Fue preciso que un acontecimiento tan notable como la peste de 1737 viniera a revivir el fervor. La ciudad quiso jurar por su patrona a la Sma. Virgen de Guadalupe, y con tal motivo se renovaron en Roma las instancias con grand�simo empuje. El resultado fue la concesi�n del rezo el 25 de mayo de 1754.

58.— Para sacar una copia exacta de la imagen y enviarla a Roma en apoyo de las nuevas diligencias, se hiz� otra inspecci�n de pintores el 30 de abril de 1751; entre ellos estuvo el c�lebre D. Miguel Cabrera, quien imprimi� despu�s su dictamen con el t�tulo de "Maravilla Americana". Puede suponerse lo que dir�a un pintor preocupado ya con la creencia general, con el resultado de la inspecci�n de 1666, y con la presencia de altos personajes, que no le dejaban libertad, ni le hubieran tolerado la menor indicaci�n de que hab�a en la imagen algo que no fuera sobrenatural y divino.

A�os despu�s y en tiempos ya diversos, s�lo porque Bartoloche public� en la Gaceta el anuncio de su "Manifiesto Satisfactorio", no falt� quien le dirigiese un an�nimo trat�ndole de jud�o y conmin�ndole con castigos dignos de su pecado, en �sta o en la otra vida. Y el caritativo conde y Oquendo desea "que no se atizasen las llamas del purgatorio de ning�n incr�dulo" (Bartolache que lo fue s�lo � medias); cuando acabase de caer a pedazos la copia colocada en la capilla del Pocito. As� es que Cabrera explic� lo mejor que pudo convirti�ndolos en primores, los defectos de arte que se notan en la pintura, y huy� el cuerpo al m�s aparente, cual es que las figuras doradas de la t�nica y de las estrellas del manto est�n colocadas como en una superficie plana en vez de seguir los pliegues de los pa�os. Bartolache hizo practicar tercer examen de pintores el 25 de Enero de 1787 en presencia del Sr. Abad y un Can�nigo de la Colegiata. las declaraciones de estos facultativos discrepan ya bastante de lo que hab�an asentado los antiguos.

El tosco ayate de maguey se convirti� en una fina manta de la palma iczotl: aseguraron que ten�a aparejo, negaron algunas particularidades notadas por Cabrera, y en fin: preguntados si supuestas las reglas de su facultad, y prescindiendo de toda pasi�n o empe�o, tienen por milagrosamente pintada esta santa imagen, respondieron; "que s�, en cuanto a lo sustancial y primitivo que consideran en nuestra santa imagen; pero no, en cuanto a ciertos retoques y rasgos que sin dejar duda demuestran haber sido ejecutados posteriormente por manos atrevidas". La gravedad del caso exig�a que hubiesen especificado qu� era lo a�adido por esas manos atrevidas. Grande es la distancia entre el entusiasmo de Cabrera y las fr�as reticencias de los pintores de Bartoloche. No imagino que aquel obrara de mala fe.

Los colores de los indios eran muy diversos de los nuestros, y por eso no es extra�o que causasen confusi�n a los pintores de los siglos XVII y XVIII, hasta hacerles imaginar que en un solo lienzo se reun�an cuatro g�neros de pintura, diversos y a�n opuestos entre s�: ellos no conoc�an ya aquella especie de pintura. Esto, las ideas preconcebidas, y el respeto que infunden un concurso de personas graves, explican bien los dict�menes de los peritos antiguos. Como algunas de estas circunstancias no obraban ya con igual fuerza en los de Bartolache, respondieron de otra manera.

59.— Vengamos a la tradici�n, que es el arma m�s poderosa de los apologistas, y tanto, que S�nchez se habr�a atrevido a escribir con s�lo ella aunque todo lo dem�s le faltase. Traditio est, nihil amplius quaeras, repiten todos. Sea enhorabuena, aunque no estoy del todo conforme con el sentido que da a proposici�n tan absoluta. Pero hay que saber primeramente si la tradici�n existe y por todo lo que va ya apuntado se advierte que en nuestro caso no la hubo.

Tradici�n es quod ubique, quod semper, quod ab omnibus traditum est. Para que fuera quod semper ser�a preciso que viniese sin interrupci�n desde los d�as del milagro hasta la fecha del libro del P. S�nchez (1648): en adelante ya no hubo tradici�n, pues el suceso se refiri� en escritos. Precisamente en aquel per�odo cr�tico es donde nos falta. No la hab�a en 1556 cuando el P. Bustamante predic� su serm�n, por que si ya la hubiera, �l no dijera lo que dijo o si lo dijiera se habr�a levantado un clamor general contra el atrevido que atribu�a al pincel de un jud�o la imagen celestial. No la hab�a el 1575 cuando el Virrey Enr�quez escrib�a su carta pues no logr� saber el origen de aquel culto; ni en 1622 al predicar su serm�n el P. Zepeda.

No la hab�a en el a�o de 1646, porque los capellanes mismos del santuario o ermita la hab�an ignorado e ignoraban, hasta que el libro del P. S�nchez vino a abrirles los ojos. �D�nde, entre quienes andaba, pues, la tradici�n? Tampoco es quod ab omnibus, porque ninguno de los distinguidos escritores de ese per�odo la conoc�an, o a la menos ninguno la crey� digna de aprecio.

Mas no s� c�mo dar nombres de tradici�n aut�ntica, jur�dica y eclesi�stica a esa que en ninguna parte se halla, que el Sr. Mont�far y los capellanes de la ermita ignoran; que no encuentra cabida en ning�n escrito; que tiene m�s bien pruebas en contra y que al cabo de m�s de un siglo de silencio, parece por primera vez con asombra general en las p�ginas de S�nchez, para levantarse luego grande, universal, no interrumpida en las declaraciones de los ancianos de 1666, que hasta entonces hab�an callado como muertos y dejado perder hasta el culto de la imagen aparecida. Si esto debe entenderse por tradici�n, no habr� f�bula que no pueda con ella.

60.— No quiero detenerme a examinar los autores posteriores al libro de S�nchez: todos bebieron en esa fuente, a�adiendo, desfilando, ponderando y exagerando m�s y m�s. Son autores de segunda mano, que no publicaron documento nuevo. Entre ellos distingue el P. Florencia por la multitud de pormenores que refiere, sacados nadie sabe de d�nde, y algunos tan inveros�miles como el de la castidad que guard� Juan Diego en su matrimonio, por haber o�do un serm�n de Fr. Toribio de Motolin�a. �C�mo pudo averiguar cosas tan �ntimas el autor de la relaci�n que Florencia dice haber visto, si no confes� a Juan Diego?

El fecundo jesuita emple� la mayor parte de su larga vida en escribir historias maravillosas de Nra. Sra. de Guadalupe, de Ntra. Sra. de los Remedios, de Ntra. Sra. de Loreto, del Santo Cristo de Chalma, del de Santa Teresa, de S. Miguel de Tlaxcala, y de los Santurarios de la Nueva Galicia. Era el representante genuino de la �poca y ten�a sed de milagros. En sus manos todo es maravilloso, y cerr� su carrera dejando in�dito el "Zodiaco Mariano", que el P. Oviedo, del mismo instituto, refundi� y aument� para darlo a la prensa. Libro detestable, que merec�a m�s que otros estar en el �ndice, por la multitud de consejas, milagros falsos y rid�culos de que est� atestado, con no poca irreverencia de Dios y de su Sant�sima Madre.

61.— Alg�n reparo merecen las inverosimilitudes de la historia de la Aparici�n, seg�n la trae Becerra Tanco, que pasa por el ser el autor m�s fidedigno.

62.— Juan Diego era un indio reci�n convertido: as� lo dice Tanco, y lo confirman otras circunstancias. En los primeros a�os s�lo a los p�rvulos se administr� el sacramento del Bautismo, y rara vez a los adultos, cuando daban se�ales extraordinarios de su fe, o se hallaban en art�culo de muerte. Verdad es que lo reciente de la conversaci�n del indio no era en s� un obst�culo para que recibiese un se�alado favor del cielo; m�s parece que su instrucci�n religiosa era escasa.

Luego que vio el resplandor y oy� el concierto de pajarillos en el cerro le ocurre una exclamaci�n gent�lica: �Por ventura he sido trasladado al para�so de deleites que llaman nuestros mayores origen de nuestra carne, jard�n de flores o tierra celestial, oculta a los ojos de los hombres?" Y a poco para no encontrarse con la Virgen y evitar una reconvenci�n, toma otro camino: esto no es candidez sino ignorancia absoluta de la religi�n que hab�a abrazado.

�Qu� idea ten�a de la Sma. Virgen el buen Juan Diego, cuando con esta pueril estratagema pensaba excusarse de ser visto por la Soberana Se�ora? La falta cometida consist�a en no haber acudido a la cita que ella le dio el d�a anterior, porque fue a Tlatelolco para pedir que se administrase a su t�o Juan Bernardino los sacramentos de la Penitencia y Extrema unci�n. Nadie ignora, pues Mendieta lo dice, que "a los principios en muchos a�os no se dio a los indios la Extrema unci�n". La penitencia se les escaseaba.

63.— Cuando el indio quiso entrar a la presencia del Sr. Obispo, se lo estorbaron los familiares y le hicieron aguardar largo tiempo. Quisiera yo saber qu� familiares ten�a el Sr. Zum�rraga en 1531; y c�mo era que los indios encontraban dificultades para acercarse a un prelado que siempre andaba entre ellos, al extremo de que algunos espa�oles se lo ten�an a mal.

64.— La �ltima vez que Juan Diego se present� al Sr. Obispo le llev� las credenciales de su embajada, que eran las rosas solamente, seg�n unos, y esas y otras flores seg�n otros. Ciertamente que la se�a no era para cre�da. Se hace consistir lo maravilloso del caso en que el indio hallara las flores en la estaci�n del invierno y que estuviera en la cumbre de un cerro est�ril. Lo primero nada ten�a de particular, porque los indios eran muy aficionados a las flores y las cog�an en todo tiempo.

Vemos hoy que no hay mes del a�o en que no se vendan en M�xico ramilletes de flores a precio �nfimo. La segunda circunstancia no le constaba al Sr. Zum�rraga; no sab�a en qu� lugar se hab�an cortado aquellas flores, que bien pod�an provenir de una chinampa. As� es que ninguna sorpresa pod�a causarles que cayesen al suelo flores cuando el indio descogi� la manta, ni aquella se�a serv�a para acreditar la embajada.

65.— Pero al tiempo mismo de caer las flores apareci� pintada en la manta la Sant�sima Virgen, "y habi�dola venerado (el Sr. Obispo) como cosa celestial, le desat� al indio el nudo de la manta, y la llev� a su oratorio". Seg�n eso, ligero en creer era el Sr. Zum�rraga, y no puede atribu�rsele cualidad m�s ajena a su car�cter, escrupuloso y sever�simo como era en materia de milagros. Disertan mucho los autores Guadalupanos sobre cu�ndo se pint� la imagen; aunque todos concuerdan en que al soltar Juan Diego la tilma ya apareci� pintada.

Este fue el gran prodigio; pero tampoco le constaba al Sr. Zum�rraga. Si se le dijese que por un momento, al descogerla, estuvo blanca la manta y en seguida apareci� en ella la Santa Imagen, el prodigio habr�a sido evidente, y como obrado a su vista no pod�a ponerlo en duda el Sr. Zum�rraga. Para Juan Diego lo ser�a pues habiendo salido de su casa con su manta blanca, la ve�a repentinamente pintada sin intervenci�n humana: mas no para el Sr. Obispo. �ste deb�a dudar, y con muy buenos fundamentos, del origen de la pintura. El indio se hab�a ofrecido animosamente a traerle la se�a que le pidiese y ven�a saliendo con unas flores que nada significaba: si hubiera obrado en presencia del Sr. Obispo alguna maravilla, como Mois�s delante de Fara�n, ya ser�a otra cosa.

En seguida muestra una imagen pintada en su tilma. S�lo por luz especial del cielo pod�a haber conocido instant�neamente el Sr, Zum�rraga que aquella pintura era celestial: sin eso, lo natural era pensar que aquel indio no hab�a hecho m�s que procurarse de alg�n modo la imagen para dar fuerza con ello a la pobre credencial de las flores. Aunque no sepamos de cierto que ya para esa fecha hubiese en M�xico pintores, tampoco nos consta lo contrario; y en todo caso, bien val�a la pena de que en negocio tan grave el cauto Sr. Zum�rraga hubiese averiguada muy detenidamente de d�nde ven�a la pintura, en vez de arrodillarse de d�nde ven�a la pintura, en vez de arrodillarse ant ella tan pronto como la vio, quitarla desde luego de los hombros del indio con sus propias manos y exponerla inmediatamente al culto p�blico en su oratorio. Ning�n Obispo proced�a tan ligero y menos un var�n tan grave. Otra circunstancia debi� aumentar su justa desconfianza: la de que la imagen est� pintada en una manta fina de palma, y no en un grosero ayate de maguey, que era la materia de que usaban sus tilmas los macehuales o plebeyos, como Juan Diego. �De d�nde le hab�a venido esa capa tan ajena de su humilde condici�n?

66.— El nombre de Guadalupe que la Sant�sima Virgen se dio a si misma cuando apareci� a Juan Bernardino, ha atormentado a los autores y apologistas. "El motivo que tuvo la Virgen para que su imagen se llamase de Guadalupe (escribe Becerra Tanco), no lo dijo: y as� no se sabe, hasta que Dios sea servido de declarar este misterio. " Realmente es extraordinario que la Virgen, cuando se aparec�a a un indio para anunciarle que favorec�a especialemente a los de su raza, eligiese el nombre ya famoso, de un Santuario de Espa�a: nombre que ninguno de sus favorecidos pod�a pronunciar, por carecer de las letras d y g el alfabeto mexicano.

As� es que fue preciso dar tormento al nombre, prara traer por los cabellos otro que en la lengua mexicana se le pareciese y atribuir luego � las ordinarias corrupciones de los espa�oles la transofrmaci�n en Guadalupe. De ah� que Becerra Tanco conjetura que la Sma. Virgen dijo Tecuatlanopeuh, esto es, "la que tuvo origen de la cumbre de las pe�as" o Tecuantlaxopeuh, "la que ahuyent� o apart� a los que nos com�a". Notable diferencia hay, a mi ver, entre estas voces y la de Guadalupe: no es necesario inventar dislates. Entre los conquistadores hab�a muchos andaluces y extreme�as, grandes devotos del santuario espa�ol, que est� en la provincia de Extremadura.

Ya antes hab�an puesto los descubridores el nombre de Guadalupe, que todav�a conserva, aunque ya no es espa�ola, a una de las Antillas menores; y como dice Fr. Gabriel de Talavera (que imprimi� en 1597 su Historia del Santuario de Espa�a), "arraig�se de esta suerte la devoci�n y respeto del santuario en aquellos moradores (de ambas Indias) de forma que comenzaron luego a dar prendas del buen �nimo con que hab�an recibido la doctrina, levantando iglesias y santuarios de mucha devoci�n con t�tulo de Ntra. Sra. de Guadalupe, especial en la Ciudad de M�xico de Nueva Espa�a.

Aqu� tenemos ya declarado sencillamente el origen del nombre, por un autor que escrib�a en el emigran a lejanas tierras tienen propensi�n a repetir en ellas los nombres de las suyas, y a encontrar semjanzas, aunque no existan entre lo que hay en su nueva patria y lo que dejaron en la antigua. As� M�xico recibi� el nombre de Nueva Espa�a, porque dijeron que se parec�a a la antigua; y los extensos territorios descubiertos y conquistados por Nu�o de Guzm�n se llamaron la Nueva Galicia, por una so�ada semejanza con aquella peque�a provincia de Espa�a. Los espa�oles creyeron advertir que la imagen de la Madre de Dios venerada en el Tepeyac se parec�a en algo a la del coro del santurio de Extremadura, y eso bast� para que le dieran el mismo nombre. As� lo dice el Virrey Enr�quez.

67.— Pero si la historia de la Aparici�n no tiene fundamento hist�rico, �de d�nde vino? �La invent� por completo S�nchez? No lo creo. Algo hall� que te diera pie para si libro. Tal vez lleg� a sus manos una relaci�n mexicana, a que a�adir�a nuevas circunstancias como acostumbraban los escritores gerundianos, casi sin apercibirse de ello, sino llevados por aquel prurito de ponderar y exonar cuantos asuntos les ca�an en las manos. A ese gremio pertenec�a S�nchez y de ello da buen testimonio su insufrible libro, que quiz� por eso nunca se ha vuelto a imprimir, siendo la pieza capital del proceso, y habiendo sudado tanto las prensas con las historias de Ntra. Sra. de Guadalupe. Lo que puede saberse por documentos hist�ricos y rastrearse por conjeturas, es lo siguiente:

68.— Los primeros religiosos levantaron luego de llegados, muchas capillas y ermitas en diversos lugares, con deseo de destruir la idolatr�a, prefirieron para colocar esas peque�as iglesias aquellos sitios en que antes se tributaba mayor culto a los �dolos, y a�n les dieron t�tulos an�logos. Si en eso hicieron bien o mal, no es tan ocasi�n de averiguarlo: b�stenos saber que as� pas�, y que una de esas ermitas fue la del Tepeyac, con el t�tulo de la Madre de Dios, sin advocaci�n particular, como lo indica Sahag�n, lo declara el Br. Salazar en la informaci�n de 1556, y era natural que fuese para corresponder al nombre Tonantzin o Nuestra Se�ora Madre, que ten�a el �dolo adorado all�.

No sabemos en qu� a�os se labr� la ermita, ni qu� imagen se puso en ella: tal vez ninguna, por ser entonces muy escasas. Poco despu�s los indios se dieron a hacerlas, para lo cual se contaba ya con los disc�pulos de la escuela de Fr. Pedro de Gante, "y as� es (dice Torquemada) cosa muy ordinaria remanecer en cada convento de cuando en cuando im�genes que mandan hacer de los misterios de nuestra Redenci�n, o figuras de santos en que m�s devoci�n tienen". Sin duda una de estas fue la de Guadalupe, y hall�ndola bastante bien pintada, devota y atractiva como realmente lo es la enviaron los religiosos a la ermita, llevando a otra parte la que all� estaba, si alguna hab�a: y cuando los espa�oles la vieron le dieron ese nombre por lo que antes he dicho.

Hacia los a�o de 1555 y 1556 comenz� a encenderse la devoci�n con motivo de la curaci�n milagrosa que refer�a el ganadero, y se cont� tambi�n la aparici�n simple (a ese o a otro indio) de que hablan Juana Mart�n y Su�rez de Peralta. Estaban entonces en boga y continuaron mucho despu�s las representaciones sacras de autos o misterios, a que los indios eran aficionad�simos. D. Antonio Valeriano, indio ilustrado, catedr�tico en el colegio de Tlatelolco, ten�a capacidad suficiente para esta clase de composiciones. �l u otro aprovecharon la relaci�n de los milagros de Ntra. Sra. de Guadalupe, y tomando por base la Aparici�n que se refer�a, a�adieron circunstancias que dieron forma y animaci�n a la pieza, sin intenci�n de hacerlas pasar por verdaderas, como suele hacer todav�a los autores dram�ticos.

La historia de la Aparici�n tiene una contestura dram�tica que a primera vista se advierte. Los di�logos entre la Virgen y Juan Diego; las embajadas al Obispo; las repulsas de �ste; el episodio de la enfermedad de Juan Bernardino, la huida de Juan Diego por otro camino; las flores nacidas; las flores nacidas milagrosamente en el cerro, y por �ltimo, el desenlace con la aparici�n de la pintura milagrosa ante el se�or Obispo, forman una acci�n dram�tica. Esta ser�a la pieza o relaci�n mexicana que cay� en manos de S�nchez, quien la tom� al pie de la letra y la dio por historia verdadera.

Hizo lo dem�s el esp�ritu de la �poca, propenso a aceptar sin examen, como obra meritoria todo lo milagroso. Se hab�a contado la aparici�n de Ntra. Sra. de Guadalupe a un pastor, y la sabr�an por sus antepasados los testigos indios de las informaciones de 1666, f�cilmente le acomodaron las circunstancias que corr�an ya con general aceptaci�n. Haber puesto el suceso en el d�a 12 de Diciembre provino sin duda de que en igual d�a de 1527 fue presentado el Sr. Zum�rraga al Obispado, lo que en aquellos tiempos equival�a a un nombramiento en forma. Lo que no acierto a explicarme satisfactoriamente es por qu� se puso el suceso en el a�o de 1531.

Hay que notar, sin embargo, una rara coincidencia. Refiere Sahag�n (lib. 8, cap. 2) que D. Mart�n Ecatl fue el segundo gobernador de Tlatelolco, despu�s de la conquista: que gobern� tres a�os, " y en tiempos de ese, el diablo en figura de mujer andaba y aparec�a de d�a y de noche, y se llamaba Cioacoatl". Haciendo el c�mputo de tiempo en que gobern� dicho D. Mart�n, seg�n los datos que ofrece Sahag�n en el propio cap�tulo, resulta que fueron los de 1528 a 31, y por otro pasaje del mismo autor (lib. 1� cap. 6) sabemos que la diosa Cioacoatl se llamaba tambi�n Tonantzin. Aqu� tenemos que por aquellos a�os se hablaba entre los indios de apariciones de la Tonantzin, nombre con que ellos conoc�an a Ntra. Sra. de Guadalupe, seg�n el propio P. Sahag�n.

69.— He concluido, Ilmo. Sr., con el examen de la historia de la Aparici�n bajo el aspecto hist�rico. No he querido hacer una disertaci�n, sino unos apuntes para facilitar a V. S. I. el camino si gustase, de examinar por s� mismo este grave negocio. En el argumento teol�gico no me es permitido entrar, V.S.I. sabr� si los milagros est�n debidamente comprobados, si en caso de estarlo prueban la Aparici�n; si la Santa Sede hace declaraciones sobre hechos; si la concesi�n del oficio y patronato es un aprobaci�n expl�cita; si no se han corregido muchas veces los breviarios, y si alguna no se ha prohibido, despu�s de mejor examen, una misa ya concebida de mucho tiempo atr�s.

70.— Cat�lico soy, aunque no bueno, Ilmo. Sr., y devoto en cuanto puedo, de la Sant�sima Virgen; a nadie querr�a quitar esta devoci�n: la imagen de Guadalupe ser� siempre la m�s antigua, devota y respetable de M�xico. Si contra mi intenci�n, por pura ignorancia, se me hubiese escapado alguna palabra o frase mal sonante, desde ahora la doy por no escrita. Por supuesto, que no niego la posibilidad y realidad de los milagros: el que estableci� las leyes, bien puede suspenderlas o derogarlas; pero Omnipotencia Divina no es una cantidad matem�tica susceptible de aumento o disminuci�n m�s o menos.

De todo coraz�n quisiera yo que uno tan honor�fico para nuestra patria fuera cierto, pero no lo encuentro as�; y si estamos obligados a creer y pregonar los milagros verdaderos, tambi�n nos est� prohibido divulgar y sostener los falsos. Cuando no se admita que el de la Aparici�n de Ntra. Sra. de Guadalupe (como se cuenta), es de estos �ltimos, a lo menos, no podr� negarse que est� sujeto a grav�simas objeciones. si �stas no se destruyen (lo cual hasta ahora no se ha hecho), las apolog�as producir�n efecto contrario.

En mi juventud cre�, como todos los mexicanos, en la verdad del milagro: no recuerdo de d�nde me vinieron las dudas, y para quit�rmelas acud� a las apolog�as: �stas convirtieron mis dudas en certeza de la falsedad del hecho, Y no he sido el �nico. Por eso juzgo que es cosa muy delicada seguir defendiendo la historia. Si he escrito aqu� acerca de ella, ha sido por obedecer el precepto repetido de V. S. I. Le ruego, por lo mismo, con todo el encarecimiento que puedo, que este escrito, hijo de la obendiencia, no se presente a otros ojos ni pase a otras manos: as� me lo ha prometido V.S.I.

Me repito de V. S. I. afect�simo amigo y obediente servidor, que su pastoral anillo besa.

JOAQU�N GARC�A ICAZBALCETA

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