Poes�a y L�gica

En el mundo de la computaci�n , el pensamiento "desciende" al nivel del lenguaje. El lenguaje de la computaci�n se compone de hileras de s�mbolos arbitrarios; el pensamiento de la computaci�n no es otra cosa que la manipulaci�n de estas hileras que la conforme a las reglas de la l�gica. Hay por supuesto, un punto de vista alterno, ricamente representado en la literatura antigua, medieval y moderna seg�n el cual ese lenguaje es m�s que la suma de sus partes sint�cticas y puede servir como senda para alcanzar reinos m�s elevados de pensamiento y de ser. Giambattista Vico, ese genio err�tico de la filosof�a pol�tica del siglo XVIII, dijo que el primer lenguaje entre los gentiles era la poes�a, y la primera sapiencia, la sabidur�a po�tica. A�n cuando hoy d�a nadie cree que los contempor�neos griegos de Homero hablaran con hex�metros, es un hecho que la actitud primera de los griegos hacia el lenguaje puede llamarse po�tica con toda justicia e inclusive religiosa o m�gica. Con el advenimiento en Atenas de la ilustraci�n del siglo V, un nuevo modo de ver las cosas desafi� al existente conforme a los llamados sofistas empezaron a usar palabras de un modo m�s fr�amente l�gico, como rivales a los que deb�a manipularse para resolver problemas ret�ricos y filos�ficos. Desde esos tiempos, estos usos alternos del lenguaje, el l�gico y el po�tico, han competido por la primacía en todas las edades. Por lo que hace algunos escritores (de inmediato pienso en Plat�n), lo l�gico y lo po�tico coexisti� lado a lado en un estado de tregua delicado y a veces de hostilidad abierta. Sin embargo, para la mayor�a prevaleci� uno u otro matiz del lenguaje y determin� sus horizontes intelectuales.

Ambos puntos de vista parten de la premisa de que las palabras son s�mbolos que representan algo que est� m�s all� de ellas mismas, m�s all� de sonidos en el aire o de marcas en papel (arcilla, piedra o cinta magn�tica). Para la mente po�tica el s�mbolo representa una relaci�n inmediata y natural con la cosa simbolizada. Tal vez Dios haya ordenado los nombres de las cosas o tal vez el hombre los escogi�, pero en uno u otro caso los nombres encajan. Las palabras tienen un cierto poder sobre las cosas; hacen algo m�s que denotar objetos; lo controlan. No s�lo nombran ideas como bondad o verdad, sino que tambi�n nos llevan hacia las ideas que nombran. Ahora bien, en la mente l�gica no habr� nada de esto; aqu� el acto del simbolismo es una simple invenci�n, en tanto que las palabras se relacionan con cosas por medio de una convenci�n. No nos permiten ning�n control m�gico sobre el mundo de los objetos; s�lo porque vivimos en una cierta cultura con un cierto lenguaje usamos los nombres que usamos. Por otra parte, el modo en que las palabras encajan, las estructuras que creamos cuando usamos lenguaje son por s� de gran inter�s para la mente l�gica, independientemente de nuestro conocimiento del mundo exterior obtenido por medio del lenguaje.

En general, la mente po�tica prefiere el lenguaje oral al escrito. Las culturas primitivas, que carecieron del arte de escribir otorgar�an, sin duda, un gran poder a la palabra escrita, particularmente a los nombres: de ah� sus tab�es sobre los nombres de Dios, la necesidad de mantener en secreto nuestro nombre en relaci�n con nuestros enemigos, y as� sucesivamente. En casi todas las culturas, primitivas o adelantadas, las palabras habladas tienen un impacto sensorial y est�tico mayor que las escritas, y por ello los poetas han insistido siempre en que sus obras tendr�n mayor efecto si las lee, recita o, en el caso de obras teatrales, se representan ante un p�blico. Inclusive en nuestros d�as, los poetas son hombres y mujeres que creen a medias en el poder m�gico del lenguaje para hacer sentir su presencia en el mundo de las cosas. Despu�s de todo, el sonido nos llega del exterior, se fuerza as� mismo en el mundo, de un modo que nunca logran las frases escritas.

Como nos han hecho ver McLuhan y otros autores, la escritura o la impresi�n producen una actitud m�s l�gica hacia el lenguaje. Cuando el lector ya no es bombardeado por palabras, puede alejarse de su propio texto. Tiene tiempo para reflexionar, para volver a leer, para analizar. Escribir e imprimir son por s� mismos procesos anal�ticos que descomponen la corriente del lenguaje escrito en unidades separadas como son, s�mbolos alfab�ticos, palabras y frase. El lector se vale de sus ojos como tambi�n de sus o�dos, o m�s bien en lugar de ellos, y en todos sentidos es alentado para que adopte un poco de vista m�s abstracto del lenguaje que �l ve. La frase escrita o impresa se presta muy bien al an�lisis estructural en tanto que la hablada no, porque el ojo del lector puede repasar una y otra vez las palabras escritas, y eso le da tiempo para dividir la frase en partes visualmente apreciadas y a reflexionar sobre la funci�n gramatical.

La lectura silenciosa y analítica tambi�n nos resalta la condici�n arbitraria de cada s�mbolo. Todos hemos experimentado haber visto de pronto bajo una nueva luz una palabra en una p�gina impresa ordinaria. Hemos le�do esa palabra miles de veces desde la ni�ez, pero de pronto esa particular disposici�n de las letras nos parece totalmente arbitraria, y nos damos cuenta de que estas letras representan algo que queremos definir. Una experiencia as� es una precondici�n del punto de vista l�gico del lenguaje.

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