Desterrado en Inglaterra

Al salir de la Bastilla, Voltaire, ojo avizor y mente receptiva, arrib� a un mundo de felices contrastes. Sus primeras impresiones fueron buenas. Llegaba en un d�a primaveral brillante y soleado sorprendiendo a Greenwich (era el cumplea�os del rey y lunes de Pentecost�s) en plenas fiestas. El monarca, acompa�ado de una orquesta flotante, vistaba el T�mesis y su gabarra iba avanzado a paso de procesi�n entre seis millas de barcos con las velas desplegadas. La alegr�a del pueblo y la belleza de las mujeres contribuyeron a que el desterrado recibiera ante ese jubiloso cuadro una impresi�n de libertad y abundancia. Desde ese primer d�a empez� a comprender la influencia del comercio y de la marina mercante en la riqueza de las naciones.

El extranjero fue bien acogido. Bolingbroke, que hab�a sido su hu�sped durante un destierro en Francia, estaba ya de vuelta y lo present� en su c�rculo literario, integrado por Swift, Pope y Gay. Sin embargo, estas buenas impresiones se borraron temporalmente. El clima le sent� mal y el viento Este lo debilitaba. Torturado por el recuerdo de su humillaci�n, volvi� a Francia clandestinamente y durante varias semanas intent� en vano que Rohan aceptara su reto. Poco despu�s de su regreso, falleci� su hermana y en las cartas de entonces se refleja la angustia de aquel coraz�n afectuoso. No hallaba consuelo: "S�lo un hechicero puede pretender calmar con palabras las tormentas". Busc� el olvido en el trabajo y empez� a leer toda la literatura inglesa, abarcando no s�lo la poes�a, sino la historia, las ciencias e incluso los sermones. Viv�a en la mayor pobreza, pues su banquero, un tal d'Acosta, hab�a quebrado, haci�ndole perder hasta veinte mil francos en una letra de cambio. La vida en Inglaterra le resultaba cara: era necesario dar buenas propias a los criados de casa grande y adem�s pagar las cuentas del m�dico. Pero su fama le hab�a precedido y encontr� tambi�n muchas atenciones. Jorge I, al saber de sus p�rdidas, le mand� cien guineas. Los Bolingbroke le ofrecieron su ayuda, pero la rehus� "porque eran lords", y prefiri� aceptar la hospitalidad de un hombre plebeyo, un tal Everard Falkener, con el que se hab�a encontrado una vez en Par�s. Voltaire en aquella �poca se llamaba a s� mismo "republicano". Falkener, que pose�a una casa de campo en Wandzworth, era un rico negociante ya retirado, un tipo nada vulgar, ingenioso, amigo de los libros y un modelo de generosidad y benevolencia. M�s tarde ascendi� a la dignidad y benevolencia. M�s tarde ascendi� a la dignidad de caballero y entr� en el servicio p�blico, primero como embajador ante la Sublime Puerta y despu�s como director general de correos, nombramiento que impresion� profundamente a Voltaire, que lo tom� como una prueba de la importancia pol�tica de su clase. Es posible suponer que Falkener fue su modelo para el tosco, exc�ntrico y ben�volo comerciante que aparece en esa curiosa comedia de la vida londinense titulada La Escocesa. Mientras se abr�a camino en el mundo de las letras y de la moda, e incluso era presentando en la Corte, Voltaire frecuentaba tambi�n, con mayor gusto, los hogares de la clase media. Se supone que debi� de tratar a m�s de un cu�quero: a uno de ellos, el patriarca Andrew Pitt, le interrog� sistem�ticamente sobre sus creencias. Conoci� y admir� a Samuel Clarke, el veleidoso disc�pulo y traductor de Newton, que fue rector de Saint James, literario, te�logo y f�sico. En aquel tiempo no hab�a asimilado a�n la actitud del emp�rico esp�ritu ingl�s para con las ciencias metaf�sicas. Observando un d�a ante un conocido que el doctor Clarke era a�n mejor metaf�sico que Newton, le sorprendi� la respuesta del ingl�s: "Eso es tanto como decir que el uno tiene mayor habilidad que el otro para manejar los globos de juguete". En el mundo de las letras conoci� a todo el que val�a la pena conocer. Y m�s tarde habl� de todos, salvo una excepci�n, con amistoso respeto. Era inevitable que �l y Samuel Johnson chocaran, pero las an�cdotas que �ste transcribe en su Vida de poetas son sin duda inexactas y malintencionadas. La historia con que Voltaire horroriz� a Pope y Swift por su falta de delicadeza y su impiedad, haciendo que la anciana madre de Pope se levantara de la mesa, contiene un absurdo anacronismo y varios datos improbables. A�os despu�s segu�a aludiendo afectuosamente a todo el c�rculo: quer�a y admiraba a "Sir Homero " y a "Sir Ovidio", como llamaba bromeando a Pope y Gay. Tropez� sin duda con cierta frialdad y suspicacia moment�neas, ya que Voltaire en calidad de sabio observador , alternaba imparcialmente los c�rculos de los whigs y los thories, y era igualmente bien recibido en la Cortes antag�nicas de Jorge I y el Pr�ncipe de Gales. Admiraba a Congreve como dramaturgo, pero sent�a menos respeto por el gran se�or . Los poetas whigs, al menos Thomson y Young, lo encontraban entretenido, picaresco y agradablemente shocking , seg�n la impresi�n que da el epigrama improvisado de Young. Despu�s de o�r a Voltaire proclamar acaloradamente que la alegor�a de la Muerte y el Pecado, de Milton era de mal gusto, el autor de los Pensamientos nocturnos, que lo quer�a sinceramente, garrapate� estos versos:

Sois tan ingenioso, libertino y delgado,
que nos parec�is Milton, la Muerte y el Pecado.

Pas� largas temporada en algunas casa de campo y en Blenheim sostuvo interesantes conversaciones sobre historia contempor�nea con la vieja duquesa de Marlborough. Al pedirle que le presentara el manuscrito de sus memorias, ella le contest� con deliciosa franqueza: "Espere un poco; estoy rehaciendo la figura de la reina Ana, porque est� empezando a gustarme otra vez".

La estancia de Voltaire en el pa�s le result� tan agradable como provechosa. Incluso pens� instalarse all� definitivamente. "Aqu�", �l escrib�a a su amigo Thi�riot, "puede uno usar su inteligencia noble y libremente sin temor ni bajeza. Si siguiera mi impulso permanecer�a aqu�, al menos para aprender a pensar". Domin� enseguida el idioma y nos dice que lleg� a pensar en ingl�s. Pod�a improvisar un discurso y en cierta ocasi�n aprovech� esta facilidad para trocar en buen �xito una desgraciada aventura. Los refugiados hugonotes pululaba en Londres a la saz�n, aumentando con esto la impopularidad de los franceses entre las masas por su af�n de trabajar aceptando jornales m�s bajos de los corrientes. Algunos obreros, adivinando la nacionalidad de Voltaire, le tiraron barro al verlo pasar. Entonces les improvis� un discurso que los divirti� halag�ndolos. "�No es suficiente desgracia —les dijo— el no haber nacido entre vosotros?", y continu� en este tono hasta que lo alzaron en hombros llev�ndolo en triunfo hasta su casa. Pero la vida incluso en Inglaterra, ten�a sus riesgos y sus sombras. En cierta ocasi�n, un banquero del T�mesis lo insult� diciéndole que todos los franceses eran esclavos. Al d�a siguiente vio al mismo individuo entre las manos de la ronda de matr�cula.

Voltaire empez� su tragedia Brutus en ingl�s y en prosa . Y public� dos ensayos sobre la poes�a �pica y las guerras civiles francesas que ponen de manifiesto su absoluto dominio del estilo ingl�s. Una serie de poes�as dedicadas a Lady Hervey resultan, pese a su trivialidad, todo lo r�tmicas e idiom�ticas que puede desearse.

Mientras tanto, Voltaire no abandona sus propios estudios. Escribi� en Inglaterra la m�s inteligente y popular de sus obras hist�ricas, la Historia de Carlos XII, en la que trabaj� intensamente. Corrigi� y en realidad rehizo su poema �pico la Henriade, aprovechando seg�n su costumbre todas las cr�ticas que le llegaban, fueran de amigos o enemigos. Este libro, que se imprimi� en Francia clandestinamente, fue reeditado en Inglaterra con una dedicatoria que la reina acept� y que estaba escrita en un lenguaje respetuoso pero decididamente liberal. Entre los suscriptores de la obra se cont� lo m�s oculto de la nobleza, y Voltaire logr� reunir una fortunita con la venta de la obra . Parte de la edici�n entr� en Francia de contrabando como papel de envolver.

Voltaire estuvo casi tres a�os en Inglaterra, pero lo cierto es que en esp�ritu pas� all� el resto de sus d�as. Declar� m�s tarde que aunque hab�a titulado su estudio del �ltimo siglo "el siglo de Luis XIV", hubiera debido llamarlo con mayor propiedad "el siglo ingl�s". Ese pa�s de tolerancia, investigaci�n y libertad era su patria espiritual, y nunca se cans� de alabar las cualidades del car�cter ingl�s y la sagacidad de las instituciones inglesas de una manera que los franceses encontraban un poco fastidiosa . Montesquieu, que lleg� a Inglaterra unos meses despu�s del regreso de Voltaire y que pas� dieciocho meses all�, hizo lo mismo, aunque en tono m�s moderado. En cambio Rousseau, un introvertido que no hablaba ingl�s, se encontr� muy a disgusto y no gan� nada con su viaje. El liberalismo franc�s, aunque se desarroll� conforme a su original y atrevido concepto, fue inspirado por Inglaterra.

Voltaire se sinti� estimulado por aquella sociedad libre y positiva, a la que debi� su nueva orientaci�n vital. No perdi� su ingenio, a�n consideraba el �nfasis "como una enfermedad", pero la frivolidad de su juventud hab�a desaparecido. �l mismo se daba perfecta cuenta de su propio cambio. "Olvide", le escrib�a a Thi�riot hablando de sus primeros escritos, "olvide esos delirios de mi juventud. Por mi parte ya beb� las aguas del Leteo. S�lo me acuerdo de mis amigos". Hab�a escapado a las trivialidades de las cenas del Temple, refugi�ndose en la atm�sfera de la Royal Society. Su tabla de valores hab�a sufrido una completa transformaci�n . Desde su estancia en Inglaterra, la vida significaba ante todo para �l tres cosas. Primero, la intoxicante aventura de los descubrimientos cient�ficos, que comprend�an no s�lo la firme demostraci�n de las nuevas verdades en f�sica, �ptica o qu�mica, sino tambi�n la visi�n deslumbrante de un universo racional y sistem�tico. Esto era para �l una idea inglesa, que aprendi� de Newton. Tras este nuevo concepto del sistema racional en el universo, ven�a el inter�s por el progreso material, y Voltaire empieza a fijarse en la importancia del comercio, de la industria, y de la clase media como pionera en este esfuerzo para el mejoramiento colectivo, mientras emplea al hablar de ello, frases que recuerdan a Defoe. Y finalmente, aunque entre sus dos estancias en la Bastilla la experiencia le hab�a ense�ando todo lo que un muchacho necesita saber acerca de las humillaciones y los peligros de una vida a merced del despotismo, fue en tierra inglesa donde profundiz� y ciment� las bases de la libertad. Ten�a un esp�ritu positivo al que no interesaban las "quimeras". Pero hab�a palpado y experimentado la libertad; por lo tanto era una meta asequible.

Su destierro dio fin en marzo de 1729, pero a�n ten�a que sufrir un periodo de cuarentena fuera de Par�s y se instal� en St. Germains. Con la cabeza llena a�n de Inglaterra, se dispuso a completar sus impresiones. Estas Cartas filos�ficas encubren con su pedante t�tulo un librito ingenioso y alegre, tachado por muchos de superficial. Voltaire sus razones para adoptar ese tono y ellas explican muchos puntos de sus escritos y, en general , de la literatura hecha por los liberales franceses. Si se quer�a vivir ahorr�ndose la Bastilla, era indispensable evitar a toda costa los ataques de frente con el ce�o fruncido y los m�sculos en tensi�n. En cambio, fr�volamente y como el que no dice nada que merezca la pena, se pod�a uno permitir el lujo de adivinar el pensamiento ajeno entre dos alegres carcajadas. Voltaire, antes de arriesgarse a publicar sus explosivas cartas, comprob� su efecto sobre las autoridades, ley�ndoselas al primer ministro, cardenal Fleury, personaje de limitada capacidad y manga ancha que se dign� mostrarse divertido. Un franc�s aunque sea cardenal debe re�r incluso ante una blasfemia si es lo suficientemente ingeniosa. Pero esto no significa que deba re�rse siempre, lo cual olvid� Voltaire. No hab�a blasfemias en sus Cartas, pero s� ingeniosas y audaces estocadas contra todas las instituciones francesas tradicionales —la iglesia, el clero, la nobleza, el sistema de impuestos, incluso contra la inmortal Academia—. M�s a�n, pintaba el cuadro de una sociedad envidiablemente libre, en v�as de alcanzar gran influencia y riqueza y mucho m�s adelantada que Francia en el camino de la civilizaci�n con los estudios contempor�neos de la vida inglesa y americana escritos por Andr� Siegfried. Voltaire no se propuso hacer una informaci�n exacta. Sus lectores no hallar�an en esos esbozos una idea precisa de lo que era la constituci�n inglesa, ni el detalle del funcionamiento parlamentario. Su intenci�n era sobre todo la de presentar una serie de cuadros cuya contemplaci�n podr�a serle saludable a un franc�s. Podr�a haberse dicho mucho m�s con provecho. Es curioso que el libro no se refiera para nada a los de�stas ingleses aunque esta omisi�n se subsane en posteriores trabajos. Voltaire nos dice que en su primer borrador suprimi� muchos p�rrafos a propósito de Locke, los cu�queros y los presbiterianos. Su "corazón sangraba" al hacerlo, "pero despu�s de todo quiero vivir en Francia".

No todo es propaganda en ese libro. Su mayor parte s�lo tiene el prop�sito de entretener. Aunque Voltaire simpatizara con los cu�queros, en contraste con su frialdad hacia todas las sectas protestantes —excepto la de los unitarios—, su intenci�n no era ciertamente la de prender esa herej�a en los pechos cat�licos. Pero al enumerar todas las sectas que conviv�an en Inglaterra quiso llamar la atenci�n sobre los felices resultados de una pol�tica tolerante. "El ingles", dice "como hombre libre, va al cielo por el camino de su elecci�n ...Si en Inglaterra s�lo existiese una religi�n, el despotismo all� hubiera sido formidable: si hubieran existido dos, los ingleses se cortar�an la cabeza los unos a los otros: pero como hay treinta religiones todos viven felices y en paz". Se permite una broma de doble sentido acerca del clero: �ste conserva muchas ceremonias cat�licas, sobre todo la de recoger diezmos con la m�s escrupulosa puntualidad. A los ministros de estas sectas les gusta ser maestros en sus aldeas, pero tienen que someterse a la autoridad del Parlamento. En general son mon�gamos y si a veces se emborrachan, lo hacen gravemente y sin escándalo. "Cuando les cuentan que en Francia, jovenzuelos conocidos por su vida crapulosa y encumbrados a la sede episcopal gracias a las intrigas femeninas, hacen el amor en p�blico , se entretienen componiendo madrigales, se refocilan a diario con exquisitos banquetes y van luego a implorar las luces del Esp�ritu Santo, mientras se llaman a s� mismos sucesores de los ap�stoles, los ingleses le dan gracias a Dios por ser protestantes. Pero, como dice el maestro Rabelais, despu�s de todo s�lo son unos miserables herejes dignos de ser quemados vivos y de que el diablo se los lleve, por eso voy a dejarlos y que se arreglen solos".

Pero el tono de Voltarie se hace m�s grave el hablar de la libertad pol�tica en Inglaterra. Justifica a medias la ejecuci�n de Carlos I, y compara nuestras fruct�feras luchas civiles con las interminables guerras civiles de Francia que s�lo consiguieron estrechar sus ligaduras.

"La naci�n inglesa es la �nica de este mundo que ha conseguido limitar el poder de los reyes; resisti�ndole, con un esfuerzo tras otro, estableci� finalmente este sabio sistema de gobierno que deja los pr�ncipes absoluta libertad para hacer el bien, pero les ata las manos en cuanto intentan obrar mal . Como no existen vasallos, los nobles saben ser grandes sin insolencia y el pueblo colabora con los gobernantes sin desorden."

A esto sigue un atrevido resumen de los pasos por los que lleg� Inglaterra a la abolici�n del sistema feudal. Al hablar de Parlamento se complace literariamente explicando el poder del consejo municipal sobre los Tesoros Reales sin hacer hincapi� sobre el significado de esto como sistema de control. Para �l s�lo representa una protecci�n contra los impuestos arbitrarios. En este libro, como en sus obras hist�ricas m�s importantes, se fija sobre todo en las defensas de la clase media, lo mismo cuando trata de la Reforma protestante, del movimiento galicano o de las luchas por el poder pol�tico. Lo importante era salvaguardar la propiedad contra papas y reyes; el resto s�lo ten�a un valor incidental . Este franco realismo no tiene precio para el estudiante de historia. Nacido en el seno de una familia jansenista y vuelto a nacer en la Inglaterra de la gloriosa revoluci�n de los whig, precursor �l mismo de la Revoluci�n francesa, Voltaire conoc�a por instinto y convivencia la mentalidad de esa clase media a la que dio la m�s brillante expresi�n literaria. Los diezmos de los obispos franceses, las gabelas, todos estos agravios econ�micos son los puntos de partida de la lucha internacional de la clase media cuya lista puede completarse con el te de Boston. He aqu� la perorata de Voltaire sobre la libertad inglesa: cada frase implica una crítica indirecta del estado de cosas en Francia: "Porque un hombre sea noble o sacerdote, no est� exento de pagar ciertos impuestos; �stos est�n fijados por la C�mara de los Comunes, que, aunque segunda en rango, es la primera por su influencia".

"Los lords y los obispos pueden rechazar una cuenta de la C�mara de los Comunes, pero no pueden enmendarla. Todo el mundo paga. Cada uno da no conforme a su rango (pues esto ser�a absurdo) sino conforme a su rango (pues esto ser�a absurdo) sino conforme a su renta: no existe el impuesto personal (taille), ni el impuesto de capitaci�n arbitrario, sino un verdadero impuesto sobre las tierras; �stas fueron valoradas muy por bajo de su precio en el mercado, durante el reino del famoso Guillermo III.

"El impuesto no var�a aunque el valor de la tierra aumente; por la tanto, no se roba a nadie y nadie se queja . El campesino no usa zuecos que lo lastimen; come pan blanco; va bien vestido; no vacila en aumentar sus cabezas de ganado, o en techar su casa con tejas, pues no teme que le suban los impuestos para el a�o pr�ximo. Hay aldeano que con una renta de quinientas y seiscientas libras esterlinas no desde�a labrar el suelo que lo enriqueci�. Sobre �l vive como un hombre libre".

Unas p�ginas m�s lejos, se encuentra una interpretaci�n menos pedestre del concepto libertad: "En Inglaterra se piensa en alta voz y se honra a letras mucho m�s que en Francia. Esto es una consecuencia necesaria de su forma de gobierno. Hay en Londres unas ochocientas personas con derecho a hablar en p�blico y a mirar por los intereses de la naci�n. Unas quinientas o seiscientas pretenden recibir a su vez el mismo honor. Los dem�s juzgan la conducta de estas personas y pueden manifestar en letras de molde su opini�n acerca de la cosa p�blica: la instrucci�n es obligatoria en todo el pa�s".

Sigue un pe�n dedicado al comercio como fuente de la prosperidad en Inglaterra.

"Londres era r�stico y pobre cuando Eduardo III conquist� la mitad de Francia. S�lo porque los ingleses se han dedicado al comercio, Londres sobrepasa ahora a Par�s por la extensi�n de la ciudad y el n�mero de sus habitantes; tambi�n por lo mismo pueden poner a doscientos hombres en pie de guerra y alquilar reyes para que les sirvan de aliados".

Luego nos dice que el orgullo del comerciante ingl�s es leg�timo y lo compara con un ciudadano romano. Concluye invitando al franc�s burgu�s para que tenga alta idea de s� mismo . �Al escribir esto sentir�an sus hombros la huella de los azotes?. "El comerciante franc�s est� tan habituado a o�r despreciar su profesi�n que es lo bastante est�pido para avergonzarse de ella. Sin embargo, no s� muy bien qui�n es m�s �til al Estado, si el Lord empolvado que sabe la hora precisa en que se levanta el Rey y en que se acuesta, que se da mucho tono mientras hace el papel de esclavo en la antesala de un ministerio, o el comerciante que enriquece a su pa�s; da ordenes desde su oficina a Surat y el Cairo, y contribuye al bienestar del universo."

La religi�n y la pol�tica ocupan apenas la tercera parte de libro; el resto, tras interesante informe acerca de los experimentos ingleses de inoculaci�n contra la viruela, est� dedicado a la ciencia y la literatura. No es necesario extenderse aqu� sobre el resumen altamente adulador que hace Voltaire de la literatura inglesa trat�ndola desde su ultra cl�sico punto de vista: a Pope le da la palma en poes�a y considera a Shakespeare como un genio b�rbaro. La academia francesa es cort�smente fustigada en Inglaterra, por su modo de honrar el intelecto, se exhibe como modelo digno de imitarse. El funeral con la naci�n entera honr� a Newton impresion� hondamente a Voltaire.

Ya hab�a empezado la gran obra de su vida, que consisti� en transmutar los valores del mundo conforme a los principios liberales. Nos asegura que Newton es el hombre m�s grandes producido por diez centurias. "Debemos venerar al que conquist� nuestra mente con la fuerza de la verdad, no a los que esclavizan al hombre con la violencia, al que conoce el universo y no a los que lo desfiguran". En seis cap�tulos, escritos al alcance de todos y amenizados con su habituales chispas de ingenio, empezando con Bacon y siguiendo desde Locke hasta Newton, hace el relato de la revoluci�n intelectual en Inglaterra que se abri� camino paralelamente a la transformaci�n social y religiosa. Para los lectores franceses fue �sta la primera informaci�n sobre la filosof�a emp�rica y la f�sica moderna. Dentro de sus l�mites est� admirablemente logrado. Voltaire no contribuy� con ning�n elemento original a la filosof�a ni a las ciencias f�sicas, pero poes�a el don que le faltaba a Newton, el de interpretar clara y atractivamente. Gracias a �l, los m�s s�lidos cimientos de la creencia moderna en un universo racional se introdujeron pronto en la cultura europea —pues en aquel siglo el franc�s era el lenguaje universal de las clases cultas—. Las Cartas no son m�s que un pr�logo. La descripci�n completa del sistema newtowiano —un libro tan oportuno como de f�cil lectura— se public� m�s tarde. Aqu� prepara a sus lectores, con un desde�oso vistazo sobre la filosof�a griega (que en realidad apenas conoc�a), algunas bromas acerca de los estudiantes y una cr�tica no respetuosa del sistema cartesiano, a acercarse a los pensadores ingleses. El terreno eras peligroso. En sus tiempos Descartes tuvo que refugiarse en Holanda, pero desde entonces la Iglesia hab�a asimilado sus ense�anzas y para el mundo eclesi�stico y culto �se era en Francia el sistema cient�fico ortodoxo y tolerado. Voltaire tuvo que presentar sus excusas por esos modestos turbadores de la paz intelectual. El cauto empirismo de Locke —lo describe en otro lugar como el hombre que tantea el universo lo mismo que el ciego con su bast�n— hab�a alarmado a los ortodoxos, incluso en Inglaterra. "Los supersticiosos son en la sociedad lo que los cobardes en el ej�rcito: sienten el p�nico y lo difunden". Despu�s de poner las cosas en claro de este modo caracter�stico, describe ingeniosamente la teor�a de la atracci�n de Newton, su �ptica, sus reformas de la cronolog�a y hace una lev�sima referencia al c�lculo infinitesimal —en resumen un cargamento de dinamita intelectual demasiado grande para tan exiguo librito—. Pese a su levedad, innumerables lectores hallaron en �l el primer panorama de una nueva sociedad y de un universo sistem�tico. Condorcet afirma que su publicaci�n revolucion� toda una �poca.

Los cinco a�os que siguieron al regreso de Voltaire fueron pr�digos en acontecimientos. Se representaron tres de sus tragedias, y la �ltima, Zaira (un eco de Otelo), tuvo tanto �xito como Edipo, pero despert� a los ortodoxos, que la encontraron teológicamente err�nea. Sus versos sobre la muerte de Adriana Lecouvreur enfurecieron al alto clero, como es natural, pues en ellos arde la llama de una noble indignaci�n. Hab�a amado a la gran actriz y acompa�� su cad�ver cuando lo sepultaron en tierra profana, pues la Iglesia negaba a�n los �ltimos ritos religiosos a los actores, por muy c�lebres que �stos fueran. En su poema les dice a sus compatriotas que los ingleses enterraron a Anne Oldfield junto a Newton y Addision en la Abad�a de Westminster. He aqu� la libre traducci�n de un fragmento:

Rival de Atenas, Londres, bendito seas, que con tus tiranos te arrancaste los prejuicios que ciertas castas alimentan. El hombre piensa alto y el valor se abre camino donde el arte honra el nombre de un burgu�s . El que derrot� en Blenheim a Tallard, el altivo Dryden, el sabio Addison, la hechicera Olldfield y Newton comparten el templo de tu fama. En Londres, Lecouvreur tendr�a sepultura entre los pr�ncipes, los h�roes y los sabios. All� el talento hace a los hombres grandes.

Al publicarse en un poema muy anterior, la Ep�stola a Urania, el arzobispo de Par�s present� una queja a la polic�a. Su Templo del gusto, brillante ensayo cr�tico a la manera de la Dunciada, escrito mitad en verso mitad en prosa, desat� una furiosa controversia con Rousseu el Viejo, y su escuela. Par�s se divid�a implacablemente siempre que publicaba algo, y se llevaron a las tablas parodias de Zaira y del Templo. Su Historia de Carlos XII fue prohibida por razones de orden din�stico, y tuvo que imprimirla secretamente en Rouen. Su editor contrabandista dio a la luz sin su permiso, en 1734, las Cartas filos�ficas sobre Inglaterra. Voltaire no estaba a�n dispuesto a lanzar ese reto cuidadosamente meditado.

La Francia oficial reaccion� r�pidamente. El gesto divertido del cardenal Fleury se borr� pronto. Un registro en el domicilio del autor sirvi� para dejarlo sin dinero ni papeles. El libro fue confiscado y condenado en los tribunales . El 10 de junio de 1734 la edici�n fue quemada p�blicamente como "obra escandalosa, contraria a la religi�n, a la moral y al respeto debido a los poderes vigentes". Una carta sellada (lettre de cahet) dispon�a que lo condujeran al castillo de Auxonne, t�trica c�rcel situada en las cercan�as de Dijon. Pero advertido a tiempo por su amigo d'Argental, logr� huir de Par�s.

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