IX. La tercera causa e indicio que en alg�n modo incit� al Almirante a descubrir las Indias

La tercera y �ltima raz�n que movi� al Almirante al descubrimiento de las Indias fue la esperanza que ten�a de poder encontrar, antes de llegar a ellas, alguna isla o tierra de gran utilidad, desde la cual pudiese luego proseguir su principal intento. Confirmaba esta esperanza suya la autoridad de muchos hombres sabios y fil�sofos, los cuales ten�an por cosa cierta que la mayor parte de nuestro globo estaba seca, por ser mayor la superficie de la tierra que la del agua. Siendo esto as�, argumentaba que desde el extremo de Espa�a hasta los t�rminos de la India entonces conocidos habr�a muchas otras islas y tierras, como despu�s lo ha demostrado la experiencia.

A lo cual prestaba cr�dito m�s f�cilmente, movido por muchas f�bulas y relatos que o�a contar a diversas personas y marineros que traficaban en las islas y los mares occidentales de los Azores y de Madera. Noticias que no dejaban de retener en la memoria porque serv�an para su prop�sito. Yo no dejar� de referirlas para satisfacer a aqu�llos que se deleitan con semejantes curiosidades.

Es menester que se sepa que un piloto del rey de Portugal llamado Mart�n Vicente, le dijo que encontr�ndose una vez a cuatrocientas cincuenta leguas hacia el Poniente del Cabo de San Vicente, encontr� y cogi� en el mar un madero ingeniosamente labrado, pero no con hierro. Por lo cual, y por haber soplado durante muchos d�as vientos del Oeste, conoci� que dicho le�o ven�a de algunas islas que estaban hacia el Occidente.

Pedro Correa, casado con una hermana de la mujer del Almirante, le dijo que en la isla de Puerto Santo hab�a visto otro le�o, tra�do por los mismos vientos, bien labrado como el susodicho, y que hab�an llegado igualmente ca�as tan gruesas que de un nudo a otro conten�an nueve garrafas de vino. Dice que hablando con el rey de Portugal de estas cosas, afirmaba lo mismo, y se las mostr�. Y no habiendo lugares en nuestras partes donde nazcan tales ca�as, tuvo por cierto que los vientos las hab�an tra�do de algunas islas vecinas, o tal vez de la India. Porque Ptolomeo, en el libro primero de su Cosmograf�a, cap�tulo XVII, dice que hay ca�as de �stas en las partes orientales de las Indias. De igual modo, algunos de las islas de los Azores le dec�an que, si soplaban mucho tiempo vientos del Poniente, el mar arrojaba a aquellas islas algunos pinos, especialmente en la Graciosa y en el Fayal, donde se sabe que no existen tales �rboles, ni en todas aquellas partes; y que tambi�n en la islas de las Flores, que es una isla de los Azores, el mar arroj� dos cuerpo de hombres muertos, de cara muy ancha y de aspecto distinto de los cristianos. En el cabo de la Verga 24[Nota 24]y porque aquella regi�n se dice que fueron vistas cierta vez algunas almad�as o barcas cubiertas, las cuales se cre�a que atrevesando de una isla a otra, hab�an sido apartadas de su camino por la fuerza temporal.

No solamente hab�a entonces estos inicios, que en cierto modo parec�an razonables, sino que no faltaba tambi�n quien dijera haber visto algunas islas, entre los cuales hubo un Antonio Leme, casado en la isla de Madera, el cual dijo que, habiendo navegado una vez muy lejos hacia el Poniente, hab�a visto tres islas. A �stos no les daba fe al Almirante, porque por sus palabras y ralaciones conoc�a que no hab�an navegado ni siquiera cien leguas hacia el Poniente y que hab�an sido enga�ados por ciertos escollos, creyendo que fuesen islas; o que por ventura eran aquellas islas flotantes de las que tambi�n Plinio hace menci�n en el cap�tulo XCVII del libro segundo de su Historia natural, diciendo que en las partes septentrionales el mar socava algunas tierras, en las cuales hay árboles de raíces muy gruesas, que son llevadas con los tocones como si fuesen almad�as o islotes sobre el agua. S�neca, queriendo explicar la raz�n natural de estas islas, dice en el libro tercero de los naturales que son de piedra tan esponjosa y liviana que las islas que de ella se forman en la India van flotando sobre el agua. De tal modo que, aunque fuese cierto que Antonio Leme hubiese visto alguna isla, parec�a al Almirante que no pod�a ser otra cosa que alguna de las susodichas, como se presume que fuesen las que se llaman de San Brand�n, de las que se refiere haberse visto muchas maravillas. H�cese tambi�n menci�n de otras, que est�n mucho m�s abajo del Septentri�n. Tambi�n hay por aquellas regiones otras islas que siempre est�n ardiendo. Juvencio Fortunato25[Nota 25]narra que se mencionan otra dos islas situadas hacia el Occidente y m�s del sur que las de Cabo Verde, las cuales van flotando en el agua. Por estas cosas y otras an�logas pudiera ser que muchas gentes de las islas de Hierro, la Gomera y los Azores asegurasen que ve�an todos los a�os algunas islas hacia la parte del Poniente lo cual ten�an por cosa cert�sima y muchas personas honradas juraban que era verdad.

Tambi�n dice el Almirante que el a�o 1484 vino a Portugal un vecino de las islas de Madera para pedir al rey una carabela a fin de ir a descubrir cierta tierra que juraba que ve�a todos los a�os y siempre de la misma manera, estando de acuerdo con los otros que dec�an haberla visto desde las islas de los Azores. Por cuyos indicios, en las cartas y mapamundis que se hac�an antiguamente, pon�an algunas islas por aquellos parajes, y en especial porque Arist�teles, en el libro de las cosas naturales maravillosas, afirma que se dec�a que algunos mercaderes cartagineses hab�an navegado por el mar Atl�ntico hasta una isla fertil�sima, como luego diremos con m�s detalles, isla que algunos portugueses pon�an en sus cartas con el nombre de Antillas, aunque no se conformase en la situaci�n con Arist�teles. Sin embargo, ninguno la pon�a a m�s de doscientas leguas hacia el Occidente frente a las Canarias y a la isla de los Azores. Y tienen por cierto que sea la isla de las Siete Ciudades, poblada por los portugueses en el tiempo que los moros ganaron Espa�a al rey Don Rodrigo, es decir, en el a�o 714 del nacimiento de Cristo. En cuyo tiempo dicen que se embarcaron siete obispos, y con su gente y nav�os fueron a esta isla, donde cada uno de ellos fund� una ciudad; y para que los suyos no pensasen m�s en volver a Espa�a, quemaron los barcos y las jarcias y todas las dem�s cosas necesarias para navegar. Razonando algunos portugueses acerca de dicha isla, hab�a quien afirmaba que hab�an ido a ella muchos portugueses, los cuales nunca supieron regresar. Dicen especialmente que en tiempo del infante Don Enrique de Portugal arrib� a esta isla Antilla un nav�o del Puerto de Portugal, arrastrado por la tormenta. Desembarcada la gente, fueron llevados al templo por los habitantes de la isla, para ver si eran cristianos y si observaban las ceremonias romanas. Visto que las observaba, les rogaron que no se marchase hasta que viniese su se�or, que estaba fuera, el cual les honrar�a mucho y les dar�a muchos regalos, pues en seguida le dar�an noticia de su llegada. Pero el patr�n y los marineros temieron que los retuvieran, pensando en aquella gente no deseaba ser conocida y por ello les quemase el barco. Y as� partieron rumbo a Portugal, con esperanza de ser premiados por el infante, quien les reprendi� severamente y les orden� que regresasen en seguida; pero el patr�n, por miedo, se escap� con el nav�o y su gente fuera de Portugal. Y se dice que mientras los marineros estaban en la iglesia de la isla, los grumentes del nav�o recogieron arena para el fog�n y encontraron que la tercera parte era toda de oro fino.

Fue tambi�n a buscar esta isla un cierto Diego de Teive, cuyo piloto, llamado Pedro de Velasco, natural de Palos de Moguer, dijo al Almirante en Santa Mar�a de la R�bida que hab�an partido del Fayal, y navegaron m�s de ciento cincuenta leguas al Sudoeste y de regreso descubrieron la isla de Flores, a la cual fueron guiados por muchas aves que ve�an marchar en aquella direcci�n, porque siendo tales aves terrestres y no marinas, juzgaron que no pod�an ir a reposar sino en alguna tierra; y luego caminaron tanto hacia el Nordeste que llegaron al cabo de Clara26[Nota 26]en Irlanda por el Oeste, en cuyo paraje encontraron grand�simos vientos de Poniente, sin que el mar se alterase. Lo cual juzgaron que pod�a suceder porque alguna tierra lo abrigase hacia Occidente; pero como ya era entrado el mes de agosto, no quisieron volver a la isla por temor al invierno. Esto ocurri� cuarenta a�os antes de que se descubriesen nuestras Indias.

Esto le fue confirmado al Almirante por la relaci�n que le hizo un marinero tuerto en el puerto de Santa Mar�a, el cual le dijo que en un viaje que hab�a hecho a Irlanda vio la dicha tierra, que entonces pensaba que fuese parte de Tartaria, que daba la vuelta por el Occidente, la cual deb�a ser aqu�lla que ahora llaman la tierra de los Bacallaos,27[Nota 27]y que por el mal tiempo no pudieron acercarse a ella. Con lo cual dice que estaba de acuerdo un Pedro Velasco, gallego, quien le afirm� en la ciudad de Murcia, en Castilla, que haciendo aquel camino de Irlanda, se acercaron tanto al Noroeste que vieron tierra hacia el Occidente de Irlanda, la cual pensaba que era la misma que un Fern�n de Olmos intent� descubrir del modo que narrar� fielmente, tal como lo he encontrado en los escritos de mi padre, a fin de que se sepa c�mo de cosas peque�as arrancan algunos para otras mayores.

Gonzalo Fern�ndez de Oviedo cuenta en su historia de las Indias que el Almirante ten�a una carta, en la que encontr� descritas las Indias por uno que las hab�a descubierto primero. Lo cual, en realidad, ocurri� del modo siguiente.28[Nota 28]

Un potugu�s, llamado Vicente D�az, vecino de la villa de Tavira, viniendo de Guinea a la susodicha isla Tercera, y habiendo pasado ya la isla de Madera, la cual dej� a Levante, vio o se imagin� ver una isla, la cual tuvo por cierto que fuese verdaderamente tierra. Llegado despu�s a dicha isla Tercera, le dijo esto a un mercader genov�s llamado Lucas de Cazana, que era muy rico y amigo suyo, persuadi�ndole a que armase alg�n nav�o para la conquista de aquella tierra. El genov�s acept� y obtuvo del rey de Portugal permiso para hacerlo. Escribi�, pues, a Francisco de Cazana, su hermano, que resid�a en Sevilla, a fin de que con toda presteza armase una nave para el susodicho piloto. El hermano se burl� de tal empresa, y entonces Lucas de Cazana arm� la nave en la isla Tercera. El piloto fue tres o cuatro veces a buscar la isla, alej�ndose de ciento veinte a ciento treinta leguas; pero se fatig� en vano, pues nunca encontr� tierra. Sin que por ello cejasen en la empresa ni �l ni su compa�ero hasta la muerte, pues siempre tuvieron esperanza de volverla a encontrar. Y me afirm� el susodicho Francisco que hab�a conocido a dos hijos del capit�n que descubri� la isla Tercera, llamados Miguel y Gaspar de Corterreal, los cuales en varias ocasiones fueron a descubrir aquella tierra, y finalmente el a�o 1502 perecieron en la empresa, uno tras de otro, sin que se supiese d�nde ni c�mo; y que esto lo sab�an muchos.

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