Dejando ahora la etimolog�a o derivaci�n y significado del nombre del Almirante, y volviendo a las condiciones y personas de su progenitores, digo que, si bien fueron personas de val�a, habiendo sido reducidos a necesidades y pobreza a causa de las guerras y bandos de Lombard�a, no encuentro en que forma vivieron ni d�nde habitaron, a pesar de que el mismo Almirante diga en una carta que su trato y el de sus mayores fue siempre por mar. Para mejor asegurarme, pasando yo por Cugureo, procur� obtener informaci�n de dos hermanos Colombos, que eran los m�s ricos de aquel lugar y se dec�a que eran algo parientes suyos; pero como el m�s mozo de los dos pasaba de los cien a�os, no supieron darme noticia de esto. Ni creo que por esta raz�n nos corresponde menos gloria a quienes llevamos su sangre. Porque yo considero mejor que toda la gloria nos venga de su persona, que no andar buscando si su padre fue mercader o si andaba de caza con halcones, ya que de esto tales los hubo siempre a millares en cualquier lugar, cuyo recuerdo se habr�a extinguido a los tres d�as entre sus mismos vecinos y parientes sin dejar rastro alguno. Yo estimo que menos lustre puede darme la fama y la nobleza suyas que la gloria que me viene de un padre semejante, quien para sus hechos ilustres no tuvo necesidad de las riquezas de sus ascendientes (las cuales, lo mismo que la pobreza, no son ruedas de virtud, sino de la fortuna). Por lo menos, teniendo en cuenta su nombrad�a y su valor, los escritores que tratan de su profesi�n, no deber�an haberlo puesto entre los que ejercitan artes mec�nicas.
Esto �ltimo lo afirma, sin embargo, alguno, apoy�ndose en lo que escribe un cierto Agust�n Justiniano5en una cr�nica suya. Yo no me pondr� a navegar esto buscando testimonios para probar lo contrario, pues as� como para fama y verificaci�n de una cosa que hoy ya no est� en la memor�a de los hombres no hace fe ni es evangelio lo que Justiniano escribe, tampoco har�a fe lo que yo dijese de haber entendido de mil personas lo contrario. Ni quiero mostrar su falsedad con las historias de otros que acerca de Don Crist�bal han escrito, sino con las escrituras y el testimonio de este mismo autor, en quien se verifica aquel proverbio que dice mendacem oportet esse memorem o sea que para mentir hace falta memoria, pues si el mentiroso no la tiene, se contradir� de lo que antes dijo y afirm�. Cosa que en este caso hizo Justiniano, diciendo en una comparaci�n suya de las cuatro lenguas sobre el Salterio, en aquel vers�culo, In omnem terram exivit sonus eorum, la siguientes palabras: "Este Crist�foro Colombo, habiendo aprendido en sus tiernos a�os los rundimientos de las letras, despu�s que fue de edad adulta, se dedic� al arte de navegar y se march� a Lisboa, en Portugal, donde aprendi� la cosmograf�a, que le ense�� un hermano suyo, quien hac�a all� cartas de marear; con lo cual, y con lo que hablaba con quienes iban a San Jorge de la Mina de Portugal en �frica, y con lo que hab�a le�do en los cosm�grafos, pens� poder ir a aquellas tierras que descubri�."
Con estas palabras es cosa manifiesta que no ejercit� arte mec�nica o manual, puesto que dice que emple� la ni�ez en aprender las letras, y la mocedad en la navegaci�n y la cosmograf�a, y su mayor edad en los descubrimientos. De modo que el mismo Justiniano est� convicto de falso historiador y se manifiesta inconsiderado, parcial y maligno compatriota, puesto que, hablando de una persona se�alada y que tanto que honr� a la patria cuya historia escribi� el mismo Justiniano, aunque los padres del Almirante hubieran sido personas viles, era m�s honrado que hablara de su origen con aquellas palabras que otros autores emplean en tal caso,diciendo humili loco, seu a parentibus pauperrimus ortus, que no poner palabras injuriosas, como las puso en dicho Salterio, y las repiti� despu�s en su cr�nica, llam�ndole con faseldad artesano. Aun en el caso de que no se hubiese contradicho, la raz�n misma manifestaba que un hombre que se hubiese ocupado en alg�n arte o menester manual, hab�a de nacer y de envejecer en �l para aprenderlo a la perfecci�n; y que no habr�a andado peregrinando desde su mocedad por tantas tierras, ni tampoco habr�a aprendido y tantas letras ni tanta ciencia como sus obras demuestran, especialmente en la cuatro ciencias m�s principales que se requieren para hacer lo que �l hizo, que son astrolog�a, cosmograf�a, geometr�a y navegaci�n. Pero no es cosa de maravillar que Justiniano, en este caso, que es oculto, tenga la audacia de no decir la verdad, puesto que en cosas muy paladinas de su descubrimiento y navegaci�n, en media hoja de papel que en dicho Salterio escribi�, puso m�s de doce mentiras. Las cuales tocar� con brevedad, sin extenderme en darles respuesta para no interrumpir el hilo de la historia, ya que por el curso de ella y por lo que otros escriben se comprobar� la falsedad de lo que dijo.
La primera, pues, es que el Almirante fue a Lisboa a aprender la cosmograf�a con un hermano suyo que all� ten�a. Lo cual es al contrario, porque �l habitaba ya antes en aquella ciudad y fue quien ense�� al hermano lo que sab�a.
La segunda falsedad es que, cuando vino por primera vez a Castilla, los Reyes Cat�licos, Fernando e Isabel, aceptaron su propuesta al cabo de siete a�os, cuando todos la hab�an rechazado.
La tercera falsedad es que �l fue a descubrir con dos nav�os, cosa que no es cierta, puesto que fueron tres las carabelas que llev�.
La cuarta, que la primera isla por �l descubierta fue la Espa�ola, y no fue sino Guanahan�, a la cual el Almirante llam� San Salvador.
La quinta falsedad es que la referida isla Espa�ola era de can�bales, hombres que comen carne humana. Cuando lo cierto es que se encontr� con que los habitantes eran la gente mejor y m�s sana que en aquellas partes se encuentra.
La sexta falsedad es que �l tom� en combate la primera canoa o barca de los indios que vio. Cuando se ve, por el contrario, que en aquel primer viaje no tuvo guerra con ningunos indios, antes bien tuvo con ellos paz y amistad hasta el d�a de su partida de la Espa�ola.
La s�ptima falsedad es que regres� por las islas Canarias, viaje que no es el del regreso de dichos nav�os.
La octava cosa falsa es que desde aquella isla despach� un mensajero a los seren�simos reyes susodichos, cuando lo cierto es que, como ya se ha dicho, no toc� en ella y fue �l mismo el mensajero.
La novena cosa, escrita con falsedad, es que en el segundo viaje regres� con doce nav�os, cuando est� claro que fueron diecisiete.
La d�cima mentira es que lleg� a la Espa�ola en veinte d�as. Espacio de tiempo demasiado corto para llegar a las primeras islas; y a la Espa�ola no lleg� en dos meses; y fue a las otras mucho antes.
La und�cima es que desambarc� en seguida en la Espa�ola con dos nav�os, cuando se sabe que fueron tres los que llev� para ir a Cuba desde la Espa�ola.
La duod�cima falsedad escrita por Justiniano es que la Espa�ola dista cuatro horas de Espa�a, cuando el Almirante las calcula en m�s de cinco.6
Para a�adir a las doce mentiras la decimatercia, dice que el extremo occidental de Cuba dista seis horas de la Espa�ola, poniendo m�s camino de la Espa�ola a Cuba del que hay de Espa�a a la Espa�ola. De modo que, de la poca diligencia y cuidado que emple� para informarse y escribir la verdad de lo que ata�e a estas cosas tan claras puede deducirse c�mo se habr� informado de lo que tan escondido estaba, donde �l mismo se contradice, seg�n ya se ha visto.
Dejando a un lado esta discrepancia, con la cual pienso ya haber cansado a los lectores, diremos solamente que por los muchos errores y falsedades que se encuentra en dicha historia y en el Salterio de Justiniano, la Se�or�a de G�nova, considerada la falsedad de sus escritos, ha puesto pena a quienes tengan o lean su historia, y ha mandado con gran diligencia que se busque por todos los lugares a donde se haya enviado, a fin de que por p�blico decreto sea anulada y destruida. Volver�, pues, a nuestro intento principal, concluyendo con decir que el Almirante fue hombre de letras de grandes experiencias, y que no gast� el tiempo en cosas manuales ni en artes mec�nicas, como la grandeza y perpetuidad de sus maravillosos hechos los requer�an; y pondr� fin a este cap�tulo con lo que escribi� en sus cartas al aya del principe Don Juan de Castilla, con estas palabras: "Yo no soy el primer Almirante de mi familia. P�nganme, pues, el nombre que quisiera, que al fin David, rey sapient�simo, fue guarda de ovejas, y despu�s fue hecho rey de Jerusal�n, y yo siervo de aquel mesmo que le puso a �l en tal estado.