IV. De los ejercicios en que se ocup� el Almirante antes de venir a Espa�a

Teniendo ya el Almirante conocimiento de dichas ciencias, comenz� a dedicarse a navegar y a hacer algunos viajes por Levante y Poniente. De los cuales, y de otras muchas cosas de aquellos primeros d�as no tengo plena noticia, puesto que �l muri� cuando a�n no ten�a yo ni atrevimiento ni familiaridad bastantes, por el respeto filial, para osar preguntarle tales cosas; o para hablar con m�s verdad, porque entonces me encontraba yo, como muchacho, muy lejos de semejante idea. Pero en una carta que escribi� a los Seren�simos Reyes de Cat�licos el a�o 1501, a quienes no se habr�a atrevido a escribir sino lo que la verdad exig�a, dice las palabras siguientes:

"Muy altos Reyes: De muy pequeña edad entr� en el mar, navegando, y lo he continuado hasta hoy. La misma arte inclina, a quien la prosigue, a desear saber los secretos de este mundo. Ya pasaban de cuarenta a�os que yo soy en este uso. Todo lo que hasta hoy se navega he andado. Trato y conversaci�n he tenido con gente sabia, eclesiásticos y seglares, latinos y griegos, jud�os y moros, y con otros muchos de otras sectas. A este mi deseo hall� a Nuestro Se�or muy propicio, y hube de �l para ellos el esp�ritu de inteligencia. En la mariner�a me hizo abundoso; de astrlog�a me dio lo que abastaba, y as� de geometr�a y aritm�tica, e ingenio en el �nima y manos para dibujar esta esfera, y en ella las ciudades, r�os y monta�as, islas y puertos, todo en su propio sitio. En este tiempo he yo visto y puesto estudio en ver todas las escrituras: cosmograf�a, historias, cr�nicas y filosof�a y de otras partes, de forma que me abri� Nuestro Se�or el entendimiento con mano palpable, a que era hacedero navegar de aqu� a las Indias, y me abras� la voluntad para la ejecuci�n de ello, y con este fuego vine a Vuestras Altezas. Todos aquellos que supieron de mi empresa, con risa y burlando la negaban. Todas las ciencias que dije no aprovecharon, ni las autoridades de elllas. En solo Vuestras Altezas qued� la fe y constancia".

En otra carta que escribi� desde la Espa�ola a los Reyes Cat�licos en el mes de enero de 1495, cont�ndoles las variedades y errores que suelen encontrarse en las derrotas y pilotajes, dice:

"A m� acaeci� que el rey Reinel,7[Nota 7]que Dios tiene, me envi� a T�nez, para prender la galeaza Fernandina, y estando ya sobre la isla de San Pedro, en Cerde�a, me dijo una saet�a que estaban con la dicha galeaza dos naos y una carraca;8[Nota 8]por lo cual se alter� la gente que iba conmigo, y determinaron de no seguir el viaje, salvo de se volver a Marsella por otra nao y m�s gente. Yo, visto que no pod�a sin alg�n arte forzar su voluntad, otorgu� su demanda, y mudando el cebo del aguja, di la vela al tiempo que anochec�a, y, otro d�a, al salir del sol, est�bamos dentro del cabo de Cartagena, tenido todos ellos por cierto que �bamos a Marsella."

Asimismo en una memoria o anotaci�n que hizo para demostrar que las cinco zonas son habitables, prob�ndolo con la experiencia de las navegaciones, dice:

"Yo navegu� el a�o de 1477, en el mes de febrero, ultra Tile, isla,9[Nota 9]cien leguas, cuya parte austral dista de la Equinoccial10[Nota 10]setenta y tres grados, y no sesenta y tres, como algunos dicen; y no est� dentro de la l�nea que incluye el Occidente, como dice Ptolomeo, sino mucho m�s occidental. Y a esta isla, que es tan grande como Inglaterra, van los ingleses con mercader�as, especialmente los de Bristol. Y al tiempo que yo a ella fui, no estaba congelado el mar, aunque hab�an grand�simas mareas, tanto que algunas partes, dos veces al d�a, sub�a veinticinco brazas, y descend�a otras tantas en altura."

Verdad es que Tule, de quien Ptolomeo hace menci�n, est� en el sitio donde �l dice, y hoy se llama Frislandia. Y m�s adelante, probando que la Equinoccial es habitable, dice:

"Yo estuve en el castillo de San Jorge de la Mina, del rey de Portugal, que est� debajo de la Equinoccial; y soy buen testigo de que no es inhabitable, como quieren algunos."

Y en el libro del primer viaje dice "que vio algunas sirenas en la costa de la Manegueta, aunque no eran tan semejantes a las mujeres como las pintan", 11[Nota 11]y en otro lugar, dice: "Navegando muchas veces desde Lisboa a Guinea, consider� diligentemente, que el grado corresponde en la tierra a cincuenta y seis millas y dos tercios", y m�s adelante dice que en Ch�os, isla del Archipi�lago, vio sacar alm�ciga de algunos �rboles; y en otra parte dice: "Veintitres a�os he andado por el mar sin salir de �l por tiempo que deba descontarse; vi todo el Levante y todo el Poniente" que dice por navegar hacia el Septentri�n, esto es, Inglaterra, "y he navegado a Guinea. Pero en ninguna parte he visto tan buenos puertos como �stos de la tierra de las Indias".

M�s adelante afirma que empez� a navegar de catorce a�os, y que siempre anduvo en el mar. En el libro del segundo viaje, dice: "Yo me he hallado traer dos naos y dejar la una en el Puerto Santo a hacer un poco, en que se detuvo un d�a, y yo llegu� a Lisboa ocho d�as antes que ella, porque yo llev� tormenta de viento de Sudoeste, y ella no sinti� sino poco viento Nordeste, que es contrario."

De manera que por estas autoridades o testimonios, podremos entender cu�n experimentado fue al Almirante en las cosas del mar, y las muchas tierras y lugares por los que anduvo antes de dedicarse a la empresa de su descubrimiento.

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