Fue principio y causa de la venida del Almirante a Espa�a y de haberse dedicado
a las cosas del mar, un var�n destacado de su nombre y familia, llamado Colombo,
muy nombrado por la mar con motivo de la armada que condujo contra los infieles
y enemigos de su patria, tal que con su nombre espantaba a los ni�os en la cuna.
Cuya persona y armada es de creer que fuesen muy grandes, puestos que en cierta
ocaci�n cuatro galeras gruesas venecianas, cuyas grandes y fortalezas no habr�an
querido quien no las hubiese visto armadas. Este fue llamado Colombo el Mozo,
a diferencia de otro que antes hab�a sido nombre famoso en el mar.12Del
cual Colombo el Mozo escribe Marco Antonio Sab�lico, que ha sido un segundo
Tito Livio de nuestros tiempos, en el libro octavo de la d�cada d�cima, que
cerca del tiempo en que Maximiliano, hijo del emperador Federico III, fue elegido
Rey de Romanos, fue enviado desde Venecia a Portugal, por embajador, Jer�nimo
Donato, a fin de que en nombre de aquella Se�or�a diese gracias el rey Don Juan
II porque a toda la chusma y hombres de dichas galeras gruesas, que regresaban
de Flandes, los hab�a vestido y socorrido, d�ndoles ayuda para que pudieran
regresar a Venecia. Porque aconteci� que hab�an sido vencidos cerca de Lisboa
por Colombo el Mozo, famoso corsario, que los hab�a robado y echado en tierra.
Por cuya autoridad, siendo de un hombre tan grave como lo fue Sab�lico, se puede
comprender la pasi�n del susodicho Justiniano, pues en su historia no hizo menci�n
de ella para que no se supiese que la familia de los Colombos no era tan oscura
como �l dec�a. Y si call� por ignorancia, tambi�n es digno de represi�n, por
haberse puesto a escribir las historias de su patria y haber omitido una victoria
tan notable que los mismos enemigos la mencionan. Pues el historiador contrario
le concede tanta importancia que dice por este motivo fueron enviados embajadores
al rey de Portugal. Cuyo autor, tambi�n en el mismo libro octavo, un poco m�s
adelante, aunque tuviese menos obligaci�n de informarse del descubrimiento del
Almirante, hace menci�n de �l, sin mezclar aquellas doce mentiras que Justiniano
puso.
Volviendo al principal prop�sito, digo que mientras el Almirante navegaba en
compa��a de dicho Col�n el Mozo, lo cual hizo durante mucho tiempo, sucedi�
que al saber que las dichas cuatro galeras gruesas venecianas regresaban de
Flandes, salieron a su encuentro y las encontraron entre Lisboa y el cabo de
San Vicente, que est� en Portugal. Donde venidos a las manos combatieron con
furor y se acercaron hasta aferrarse con tanto odio y coraje que pasaban de
un barco a otro, mat�ndose e hiri�ndose sin piedad, tanto con armas de mano
como con alcanc�as13y
otros ingenios. De tal manera, que habiendo combatido desde la ma�ana hasta
la hora de v�speras, y estando ya muerta y herida mucha gente de ambas partes,
el fuego prendi� entre la nave del Almirante y una galera gruesa veneciana,
que como estaban trabadas con garfios y cadenas de hierro, instrumentos que
los hombres de mar usan para este efecto, no pudo ser atajado por ninguna de
las partes, por lo trabadas que se hallaban y por el espanto del fuego, que
en poco espacio hab�a crecido tanto que el remedio fue echarse al agua los que
pod�an, para morir as� antes de soportar el tormento del fuego. Pero siendo
el Almirante grand�simo nadador, y vi�ndose dos leguas o poco m�s apartado de
tierra, agarrando un remo que la suerte le depar�, y ayud�ndose con �l a ratos,
y otros nadando, plugo a Dios, que para mayores cosas lo ten�a reservado, darle
fuerzas para que llegase a tierra, si bien tan cansado y fatigado por la humedad
del agua que tard� muchos d�as en reponerse.
Como no estaba lejos de Lisboa, donde sab�a que se encontaban muchos compatriotas suyos genoveses, se traslad� all� lo m�s pronto que pudo. Y cuando fue conocido por ellos, le hicieron tantas cortes�as y tan buena acogida que puso casa en aquella ciudad y se cas�.
Como se portaba muy honradamente, y era hombre de hermosa presencia y que no
se apartaba de lo honesto, sucedi� que una se�ora, llamada Do�a Felipa Mu�iz,
de sangre noble, comendadora en el monasterio de los Santos,14adonde
el Almirante sol�a ir a misa, tuvo tanta pl�tica y amistad con �l que se casaron.
Mas porque su suegro, llamado Pedro Mu�iz Perestrelo, 15
ya
hab�a muerto, fueron a vivir con la suegra, la cual vi�ndole tan aficionado
a la cosmograf�a, le cont� c�mo el dicho Perestrelo, su marido, hab�a sido gran
hombre de mar, y que junto con otro dos capitanes, con licencia del rey de Portugal,
hab�a ido a descubrir tierras, con pacto de que, hechas tres partes de lo que
descubriesen, eligiera cada uno la que le tocase en suerte. Con cuyo acuerdo,
navegando la vuelta del Sudoeste, llegaron a la isla de Madera y de Puerto Santo,
lugares que hasta entonces no hab�an sido descubiertos. Como la isla de Madera
era mayor, hicieron de ella dos partes, y la tercera fue la isla de Puerto Santo,
que toc� en suerte a su suegro Perestrelo, el cual lo gobern� hasta su muerte.
Viendo la suegra que el saber de tales navegaciones e historia agradaba mucho
al Almirante, le dio los escritos y cartas de marear que le hab�a dejado su
marido. Con esto el Almirante se entusiasm� m�s y se inform� de los otros viajes
y navegaciones que por entonces hac�an los portugueses a la Mina y por la costa
de Guinea; y le gustaba mucho conversar con quienes navegaban por aquellas partes.
Para decir verdad, yo no s� si durante este matrimonio el Almirante fue a la
Mina, o Guinea, seg�n he dicho m�s arriba, aunque parezca l�gico. Sea como fuere,
digo que, as� como una cosa depende de otra y unas traen otras a la memoria,
estando en Portugal comenz� a conjeturar que, as� como aquellos portugueses
navegaban tan lejos hacia el mediod�a, del mismo modo se podr�a navegar la vuelta
de Occidente, y que era l�gico que se pudiera encontrar tierra en aquel camino.
Para mejor asegurarse y confirmarse en esto, comenz� a examinar de nuevo los autores de cosmograf�a que ya otras veces hab�a visto, y a considerar las razones astrol�gicas que pod�an corroborar su intento, y por consiguiente registraba todos los indicios de los que o�a hablar a algunas personas y marineros, y de quienes en cualquier forma pod�a recibir ayuda. De todas estas cosas supo valerse tan bien, que lleg� a creer sin la menor duda que al Occidente de las islas de Canaria y de Cabo Verde hab�a muchas tierras y que era posible navegar hasta ellas y descubrirlas. Para que se vea de cu�n d�biles argumentos lleg� a fabricar o dar luz a una m�quina tan grande, y tambi�n para satisfacer a muchos que desean saber con precisi�n los motivos que tuvo que llegar a conocimiento de estas tierras y atreverse a tomar esta empresa entre manos, dir� lo que en sus escritos ha encontrado acerca de esta materia.
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