A Manuel Rodr�guez Mendoza
(de la redacci�n de La �poca)
I
S�, yo he escrito estos Abrojos
tras hartas penas y agravios,
ya con la risa en los labios,
ya con el llanto en los ojos.
Tu noble y leal coraz�n,
tu cari�o, me alentaba
cuando entre los dos mediaba
la mesa de redacci�n .
Yo, haciendo versos, Manuel,
descocado, antimet�dico,
en el margen de un peri�dico,
o en un trozo de papel;
t� , aplaudiendo o censurando,
censurando y aplaudiendo
como cr�tico tremendo,
o como cr�tico blando.
Entonces, ambos a dos,
de mil ambiciones llenos,
con dos corazones buenos
y honrados gracias a Dios,
hicimos dulces memorias,
trajimos gratos recuerdos,
y no nos hallamos lerdos
en ese asunto de glorias.
Y pensamos en ganarlas
paso a paso y poco a poco...
Y ya huyendo el tiempo loco
de nuestras amigas charlas,
nos confiamos los enojos,
las amarguras, los duelos,
los desenga�os y anhelos...
y nacieron mis Abrojos.
Obra, sin luz ni donaire,
que al compa�ero constante
le dedica un fabricante
de castillos en el aire.
Obra sin luz, es verdad,
pues rebosa amarga pena;
y para toda alma buena
la pena es oscuridad.
Sin donaire, porque el chiste
no me busc�, ni yo a �l;
ya t� bien sabes, Manuel,
que yo tengo el vino triste.
II
Juntos hemos visto el mal
y en el mundano bullicio,
c�mo para cada vicio,
se eleva un arco triunfal.
Vimos perlas en el lodo,
burla y bald�n a destajo,
el delito por debajo
y la hipocres�a en todo.
Bondad y hombr�a de bien,
como en el mar las espumas,
y palomas con las plumas
recortadas a cerc�n.
Mucho tigre carnicero,
bien enguantadas las u�as,
y much�simas gardu�as
con m�scaras de cordero.
La poes�a con anemia,
con tisis el ideal
bajo la capa el pu�al
y en la boca la blasfemia.
La envidia, que desenrosca
su cuerpo y muerde con ma�a;
y en la tela de la ara�a
a cada paso la mosca...
�Eres artista? Te afeo.
�Vales algo? Te critico.
Te aborrezco si eres rico,
y si pobre te apedreo.
Y de la honra haciendo el robo
e hiriendo cuanto se ve,
sale cierto lo de que
el hombre del hombre es lobo.
III
No predico, no interrogo.
De un serm�n �qu� se dir�a!
Esto no es una homil�a,
sino amargo desahogo.
Si hay versos de amores, son
las flores de un amor muerto
que brindo el cad�ver yerto
de mi primera pasi�n.
Si entre esos �ntimos versos
hay versos envenenados,
lean los hombres honrados
que son para los perversos.
[1885]
Y t�, mi buen compa�ero,
toma el libro; que, en verdad
de poeta y caballero,
con mis Abrojos no hiero
las manos de la amistad. |