ABROJOS

I

�DÍA DE dolor
aquel en que vuela
para siempre el �ngel
del primer amor!

II

�C�mo dec�a usted, amigo m�o?
�Que el amor es un r�o? No es extra�o.
          Es ciertamente un r�o
que uni�ndose al confluente del desv�o,
va a perderse en el mar del desenga�o.

III

Pues tu c�lera estalla,
justo es que ordenes hoy �oh Padre Eterno!
una edici�n de lujo del infierno
digna del guante y frac de la canalla.

IV

En el kiosco bien oliente
bes� tanto a mi odalisca
en los ojos, en la frente,
y en la boca y las mejillas,
que los besos que le he dado
devolverme no podr�a
ni con todos los que guarda
la avarienta de la ni�a
en el fino y bello estuche
de su boca purpurina.

V

Bota, bota, bella ni�a,
ese precioso collar
en que brillan los diamantes
como el l�quido cristal
de las perlas del roc�o
          matinal.
Del bolsillo de aquel s�tiro
sali� el oro y sali� el mal.
Bota, bota esa serpiente
que te quiere estrangular
enrollada en tu garganta
hecha de nieve y coral.

VI

Puso el poeta en sus versos
todas las perlas del mar,
todo el oro de las minas,
todo el marfil oriental;
los diamantes de Golconda,
los tesoros de Bagdad,
los joyeles y preseas
de los cofres de un Nabad.
Pero como no ten�a
por hacer versos ni un pan,
al acabar de escribirlos
muri� de necesidad.

VII

Al o�r sus razones
fueron para aquel necio
mis palabras, sangrientos bofetones;
mis ojos, pu�aladas de desprecio.

VIII

Vivi� el pobre en la miseria,
nadie le oy� en su desgracia;
cuando fue a pedir limosna
lo arrojaron de una casa.
    Despu�s que muri� mendigo,
le elevaron una estatua...
�Vivan los muertos, que no han
est�mago ni quijadas!

IX

Primero, una mirada;
luego, el toque de fuego
de las manos; y luego,
la sangre acelerada
y el beso que subyuga.
Despu�s, noche y placer; despu�s, la fuga
de aquel mals�n cobarde
que otra v�ctima elige.
Bien haces en llorar, pero �ya es tarde!...
�Ya ves! �No te lo dije?

X

�Oh, mi adorada ni�a!
Te dir� la verdad:
tus ojos me parecen
brasas tras un cristal;
tus rizos, negro luto;
y tu boca sin par,
la ensangrentada huella
del filo de un pu�al.

XI

Lloraba en mis brazos vestida de negro,
se o�a el latido de su coraz�n,
cubr�anle el cuello los rizos casta�os
y toda temblaba de miedo y de amor.
�Qui�n tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije "�Adi�s!"
ella, sollozando, se abraz� a mi pecho
bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la p�lida luna...
Despu�s, tristemente lloramos los dos.

XII

�Oh, luz m�a! Te adoro
                        con toda el alma;
tu recuerdo es la vida
                       de mi esperanza.
                        Coraz�n m�o,
�vieras, con mi silencio,
                       cu�nto te digo!
                      Y con tus ansias
                       y tu silencio,
�vieras, coraz�n m�o
                       cu�nto sospecho!
                                             [1886]

XIII

�Que lloras? Lo comprendo.
Todo concluido est�.
Pero no quiero verte,
alma m�a, llorar.
Nuestro amor, siempre, siempre...
Nuestras bodas... jam�s.
�Qui�n es ese bandido
que se vino a robar
tu corona florida
y tu velo nupcial?

Mas no, no me lo digas,
no lo quiero escuchar.
Tu nombre es Inocencia
y el de �l es Satan�s.
Un abismo a tus plantas,
una mano procaz
que te empuja; t� ruedas,
y mientras tanto, va
el �ngel de tu guarda
triste y solo a llorar.
Pero �por qu� derramas
tantas l�grimas?... �Ah!
S�, todo lo comprendo...
No, no me digas m�s.

XIV

Yo era un joven de esp�ritu inocente.
Un d�a con amor la dije as�:
—Escucha: el primer beso que yo he dado,
                   es aquel que te di...
Ella, entonces, lloraba amargamente.
                  Y yo dije: �Es amor!
sin saber que aquel �ngel desgraciado
lloraba de verg�enza y de dolor.

XV

A un tal que asesin� a diez
y era la imagen del vicio,
muerto, el Soberano Juez
le salv� del sacrificio
s�lo porque am� una vez.

XVI

Cuando cant� la culebra,
cuando trin� el gavil�n,
cuando gimieron las flores,
y una estrella lanz� un �ay!
cuando el diamante ech� chispas
y brot� sangre el coral,
y fueron dos esterlinas
y los ojos de Satan�s,
entonces la pobre ni�a
perdi� su virginidad.

XVII

Cuando la vio pasar el pobre mozo
y oy� que le dijeron: -�Es tu amada!...
                 lanz� una carcajada,
pidió una copa y se bajó el embozo.
—�Que improvise el poeta!
                                     Y habló luego
del amor, del placer, de su destino...
Y al aplaudirle la embriagada tropa,
se le rodó una lágrima de fuego,
que fue a caer al vaso cristalino.
            Después, tomo su copa
�y se bebió la lágrima y el vino!...  
                                           [1886]

XVIII

Cantaba como un canario
mi amada alegre y gentil,
y danzaba al son del piano,
del oboe y del viol�n.
Y era el ruido estrepitoso
de su r�tmico re�r,
eco de �ureas campanillas,
s�n de liras, de marfil,
sacudidas en el aire
por un loco seraf�n.
Y eran su canto, su baile,
y sus carcajadas mil,
pu�aladas en el pecho,
pu�aladas para m�,
de las cuales llevo adentro
la imborrable cicatriz.
                                 [1886]

XIX

La est�ril gran se�ora desespera 
            y odia su gentil talle
cuando pasa la pobre cocinera
con seis hijos y medio por la calle.

XX

Ponedle dentro el sol y las estrellas.
�A�n no? Todos los rayos y centellas.
�A�n no? Poned la aurora del oriente,
          la sonrisa de un ni�o,
          de una virgen la frente
y miradas de amor y de cari�o.
�A�n no se aclara? —Permanece oscuro,
siniestro y espantoso—.
Entonces dije yo: "—�Pues es seguro
que se trata del pecho de un celoso!"
                                                [1886]

XXI

He aqu� el coro que entonan
los vagos y los mendigos:
"—�Guerra a muerte a los banqueros
que repletan sus bolsillos!"
Regla general: —Los pobres
son los que odian a los ricos.

XXII

Me dijo un amigo ayer:
"—Aquel que pueda llegar
a cierta hora en que a tentar
sale a veces Lucifer,
hallar� en toda mujer
la mujer de Putifar.
El asunto est� en saber
cu�ndo el reloj va a sonar.
Ahora �vamos a ver!
�siempre te vas a casar?"

XIII

De lo que en tu vida entera
nunca debes hacer caso:
la fisga de un envidioso,
el insulto de un borracho,
el bofet�n de un cualquiera
y la patada de un asno.

XXIV

1

Viejo alegre, viejo alegre,
no persigas a mi novia;
"no son pájaros de invierno
los amantes de las rosas.

2

Viejo alegre, viejo alegre,
me quitaste a mi adorada;
�cu�l te engr�es en la boda
reti��ndote las canas!

3

Viejo alegre, r�e, r�e,
pues volvi� tu primavera;
tanto que hoy ha amanecido
reto�ando tu cabeza.

XXV

�Dar posada al peregrino?...
A uno di posada ayer;
y hoy, prosigui� su camino
llev�ndose a mi mujer.

XXVI

      �A aquel pobre muchacho
le critica una copa y un albur,
       ese viejo borracho
que tiene cincuenta a�os de tah�r!...


XXVII

El traje de los vicios
       son los harapos;
que hoy andan las virtudes
       de guante blanco.
      Lugar com�n;
pero que siempre empleamos
       si vemos un...

XXVIII

�Qu� cosa tan singular!
�Ese joven literato
a�n se sabe persignar!

XXIX

Aquella frente de virgen,
aquella c�ndida tez,
aquellos rizos oscuros,
aquellos labios de miel,
aquellos ojos pur�simos
que v�an con timidez,
aquel seno que ten�a
de la ni�a y la mujer,
y aquella risa inocente,
eran... �la n�mero 10!

XXX

Mira, no me digas m�s:
�que otra palabra como �sa
tal vez me pueda matar!

XXXI

�Qu� piropo! Escalda y pincha.
�Qu� obscenidad! �Qu� bald�n!
—�Qui�n lo dijo? —Ese mocito
del flamante redingot.
A la pobre muchachuela
la cara se le encendi�...
Iba descalza, iba rota...
Y �miren qu� contrici�n!:
—�Como si tal harapienta
pudiera tener pudor!

XXII

�Advierte si fue profundo
un amor tan desgraciado,
que tuve odio a un hombre honrado
y celos de un moribundo!

XXXIII

�Por qu� ese orgullo, Elvira? Que se domen
en ti loca ambici�n, ruines enojos,
y qu�tate esa venda de los ojos,
y que esos ojos a lo real se asomen.
      Mira, cuando tus ansias vuelo tomen
y te finjan grandezas tus antojos,
bellas —rostro divino, labios rojos—,
que unas comen pan duro, otras no comen.
       Bajan a los abismos nieves puras
cuando rueda el alud; y se hacen fango
despu�s de estar en cumbres altaneras.
      �Ay, yo he visto llorar sus desventuras
a encopetadas hembras de alto rango
sobre el sucio jerg�n de las rameras!

XXXIV

He aqu� la exacta copia
de un caso digno de fe.
Lo cuento tal como fue,
pues no es de cosecha propia.
     A un joven de posici�n,
una joven irritada,
de una sola pu�alada
le ha partido el coraz�n.
     Se ha levantado el proceso
y se examina con pausa,
para averiguar la causa
de tan terrible suceso.
     Ya averiguada, sonroja
un hecho tan inaudito:
��l cometi� el gran delito
de llamarla bizca y coja!
     Por tanto, siendo, en verdad,
�se un delito tan feo,
�que quede libre la reo!,
�en completa libertad!

XXXV

Ni�a hermosa que me humillas
con tus ojos grandes, bellos:
son para ellos, son para ellos
estas suaves redondillas.
     Son dos soles, son dos llamas,
son la luz del claro d�a;
con su fuego, ni�a m�a,
los corazones inflamas.
     Y autores contempor�neos
dicen que hay ojos que prenden
ciertos chispazos que encienden
pistolas que rompen cr�neos.

                                   [1886]

XXXVI

Pues si el torno de la inclusa
es un buz�n verdadero,
�ad�nde llevan los �ngeles
las cartas para el infierno?

XXXVII

�Qui�n es candil de la calle
y oscuridad de su casa?
—Quien halla en aqu�lla flores
y en �sta abrojos y l�grimas.

XXXVIII

Lodo vil que se hace nube,
es preferible, por todo,
a nube que se hace lodo:
�sta cae y aqu�l sube.

XXXIX

El pobrecito es tan feo
que nadie le hace cari�o.
�Dejan en la casa al ni�o
cuando salen de paseo!...
     Y ello no tiene disculpa,
pues, de fealdad tan extra�a,
es el molde de la entra�a
quien ha tenido la culpa.

XL

      �Qu� bonitos
      los versitos!
      —me dec�a
      don Juli�n...
Y aquella frase ten�a
del diente del can hidr�fobo,
del garfio del alacr�n.

XLI

Vamos por partes:
comenzar� muy puro,
pero, al fin... �carne!

XLII

Tan alegra, tan graciosa,
tan apacible, tan bella...
�Y yo que la quise tanto!
�Dios m�o, si se muriera!
Envuelta en oscuros pa�os
la pondr�an bajo tierra;
tendr�a los ojos tristes,
h�meda la cabellera.
Y yo, besando su boca,
all�, en la tumba, con ella,
ser�a el �nico esposo
de aquella p�lida muerta.
                              [1886]

XLII

�Tras que la enga�a el brid�n,
y le niega su cari�o,
le quiere quitar su ni�o,
que es quitarle el coraz�n!

XLIV

Amo los p�lidos rostros
y las brunas cabelleras,
los ojos l�nguidos y h�medos
propicios a la tristeza,
y las espaldas de nieve,
en donde oscuras y gruesas,
                 caen, sedosas,
                 las gordas trenzas,
y donde el amor plat�nico
huye, baja la cabeza,
mientras, temblando, se mira
la carne rosada y fresca.

XLV

�Su padre los echa! Yo, ha poco, le he visto,
soberbio, iracundo, lanzarles de all�.
No importa, hijos m�os; dir� como Cristo:
"�Dejad a los ni�os que vengan a m�!"

XLVI

Convengo de cualquier modo.
No son raras hoy las v�ctimas;
y es preciso, en el mercado
donde todo se cotiza,
que se demande y se busque
el material de la org�a...
Pero, una madre, �una madre!
a su hija, Dios santo, �a su hija!
�Oh, Alfredo de Musset! Dime si Rolla
regate� con el Diablo la tarifa,
o con la madre monstruo tir� dados
sobre el desnudo cuerpo de la ni�a.

XLVII

Soy sabio, soy ateo;
no creo en diablo ni en Dios...
(...pero, si me estoy muriendo,
que traigan al confesor).

XLVIII

Besando con furia loca
la boca de un ni�o ajeno,
miro yo a la virgen c�ndida
y no s� lo que comprendo.
�Qu� es ese brilo en los ojos?
�Qu� es en el rostro ese incendio?
�Qu� es ese temblar de labios?
�Qu� es ese crujir de nervios?
Para ser a un ni�o... �a un ni�o!...
esos besos... �esos besos!...

XLIX

El Mundo es un papanatas;
el Demonio ya chochea;
en tanto que la otra vive
siempre joven, siempre fresca;
con las u�as preparadas,
siempre acecha que te acecha.
Conque quedamos, se�ores,
en que la Carne es la reina.

L

1

Una ma�ana de invierno
hall� en el suelo, aterido,
con el cuerpo todo tr�mulo
y alas h�medas, un mirlo.
"Hasta con las pobres aves
caridad". Conque, cog�lo,
busqu� rastrojo, hice lumbre
y calent� al pajarito,
que abre los ojos, sac�dese,
vuela ya libre del fr�o
y se pierde entre las frondas
de los �rboles vecinos.

2

�Me miraron con horror
en mi pueblo! Si se dijo
que yo pasaba mis ocios
asando p�jaros vivos!...

                                     [1886]

LI

Se ha casado el buen Antonio,
y es feliz con su mujer,
pues no hay otra m�s hermosa,
ni m�s dulce, ni m�s fiel,
ni m�s llena de cari�o,
ni m�s falta de doblez,
ni m�s suave de car�cter,
ni m�s facil de caer...

LII

�rase un cura, tan pobre,
que daba grima mirar
sus zapatos descosidos
y su viejo balandr�n.
�rase un cuasi mendigo
que sol�a regalar
a los m�s pobres que �l
con la mitad de su pan.
Un cura tan divertido
para hacer la caridad,
que si daba el desayuno
se acostaba sin cenar.
�rase un pobre curita
llamado el Padre Juli�n,
a quien v�an como a un perro
los grandes de la ciudad,
pues era tan inocente
y era tan humilde el tal,
que en la casa de los grandes
daba risa su humildad.
Un d�a amaneci� muerto,
siendo causa de su mal
no se sabe si mucha hambre
o alguna otra enfermedad.
Entonces un gran entierro
se ofreci� al Padre Juli�n,
donde s�lo en cera y p�bilo
se quemara un dineral.
Y se vieron coches f�nebres
y hubo un lujo singular,
a los ecos de las marchas
de la m�sica marcial.
Y cuentan que los timbales
y oboes, al resonar,
hac�an burla del muerto
pobre de solemnidad...
Y que el muerto se re�a
pensando en su balandr�n,
con una de aquellas risas
que dan ganas de llorar.

LIII

Me tienes l�stima, �no?...
Y yo quisiera una soga
para ech�rtela al pescuezo
y colgarte de una horca,
porque eres un buen sujeto,
una excelente persona
con mucha envidia en el alma
y mucha baba en la boca.

LIV

       �Un pensamiento! Cosa
que harto me ha hecho pensar. �Habr� tormento
como esta flor, regalo de una hermosa
que me tiene cautivo el pensamiento?
      Primero en el ojal de la levita,
          despu�s en la cartera...
�Qui�n la ve tan marchita,
y ha unos meses, Dios m�o, qui�n la viera!
        Hoy creo, en este abismo
de cosas y de ideas tan terrible,
que se han vuelto uno mismo
un pensamiento flor y otro invisible.
       Pero es lo peor del caso
      que al ir volando el viento,
      se llevar� de paso
en su giro uno y otro pensamiento.

                                                         [1886]


LV

Joven, ac�rquese ac�:
�Estima usted su pellejo?
Pues, esc�cheme un consejo,
que me lo agradecer�:
      Arroje esa timidez
al caj�n de ropa sucia,
y por un poco de argucia
d� usted toda su honradez.
      Salude a cualquier pelmazo
de vales, y al saludar,
acost�mbrese a doblar
con frecuencia el espinazo.
     Diga usted sin ton ni son,
y mil veces, si es preciso,
al feo, que es un Narciso,
y al zopenco, un Salom�n;
     que el que tenga el juicio leso
o sea mal encarado,
t�ngalo usted de contado
que no se enoja por eso.
     Al torpe d�jele hablar,
sus torpezas disimile,
y adule, adule y adule
sin cansarse de adular.
Como algo no le acomode,
chit�n y tragar saliva,
y en el pantano en que viva
arr�strese, aunque se enlode.
Y con que befe al que baje,
y con que al que suba inciense,
el d�a en que menos piense
ser� usted un personaje.

LVI

Tengo de criar un perro,
ya que en este mundo estoy.
No me importa lo que sea,
alano, galgo o bull-dog;
lo quiero para tener
un tierno y fiel queredor
que sonr�a con el rabo
cuando le acaricie yo;
para que me ofrezca todo
su perruno coraz�n,
y gru�a a quien me amanece
y se alegre con mi voz;
y para, si me da el col�ra
y huyen de mi alrededor,
juntos, parientes y amigos,
que nos quedamos los dos:
yo, cad�ver, como huella
de una vida que pas�:
�l lanzado tristemente
sus aullidos de dolor.

LVII

No quiero verte madre,
     dulce morena.
Muy cerca de tu casa
     tienes acequia,
     y es bien sabido
que no nadan los hombres
      reci�n nacidos.

LVIII

�Que por qu� as�? No es muy dulce
la palabra, lo confieso.
Mas, de esa extra�a amargura
la explicaci�n est� en esto:
despu�s de llorar mil l�grimas
�speras como el ajenjo,
me alborot� el coraz�n
la tempestad de mis nervios.
Sigui� la risa al gemido,
y a la iracundia el bostezo,
y a la palabra el insulto,
y a la mirada el incendio;
por la puerta de la boca
lanz� su llama el cerebro,
y en aquella noche obscura,
y en aquel fondo tan negro,
con la tempestad del alma
relampague� el pensamiento,
y les salieron espinas
a las flores de mis versos.

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