I
EN EL libro lujoso se
advierten
las rimas triunfales:
bizantinos mozaicos, pulidos
y raros esmaltes,
fino estuche de art�sticas joyas,
ideas brillantes;
los vocablos unidos a modo
de ricos collares;
las ideas formando en el ritmo
sus bellos engarces,
y los versos como hilos de oro
do irisadas tiemblan
perlas orientales.
�Y mirad! En las mil filigranas
hallar�is alfileres punzantes;
y, en la pedrer�a,
tr�mulas facetas
de color de sangre.
II
Amada, la noche llega;
las ramas que se columpian
hablan de las hojas secas
y de las flores difuntas.
Abre tus labios de ninfa,
dime en tu lengua de musa:
�recuerdas la dulce historia
de las pasadas aventuras?
�Yo la recuerdo! La ni�a
de la cabellera bruna
est� en la cita temblando
llena de amor y de angustia.
Los efluvios oto�ales
van en el aura nocturna,
que hace estremecerse el nido
en que una t�rtola arrulla.
Entre las ansias ardientes
y las caricias profundas,
ha sentido el gal�n celos
que el coraz�n le torturan.
Ella llora, �l la maldice,
pero las bocas se juntan...
en tanto los aires vuelan
y los aromas ondulan;
se inclinan las ramas tr�mulas
y parece que murmuran
algo de las hojas secas
y de las flores difuntas.
III
En la p�lida tarde se hund�a,
el sol en su ocaso,
con la faz rubicunda en un nimbo
de polvo dorado.
En las aguas del mar, una barca,
bogando, bogando;
al pa�s de los sue�os volaban
amada y amado.
A la luz del poniente, en las olas,
quebrada en mil rayos,
parec�an de oro bru�ido
los remos mojados.
Y en la barca graciosa y ligera,
bogando, bogando,
al pa�s de los sue�os volaban
amada y amado.
�Qu� fue de ellos? No s�. Yo recuerdo
que despu�s del crep�sculo p�lido,
aquel cielo se puso sombr�o
y el mar agitado.
IV
All� en la playa qued� la ni�a.
�Arriba el ancla! �Se va el vapor!
El marinero canta entre dientes.
Se hunde en el agua tr�mula el sol.
�Adi�s! �Adi�s!
Sola, llorando, sobre las olas
mira que vuela la embarcaci�n.
A�n me hace se�as con el pa�uelo
desde la piedra donde qued�.
�Adi�s! �Adi�s!
Visti� de negro la ni�a hermosa.
�Las despedidas tan tristes son!
Llevaba suelta la cabellera
y en las pupilas llanto y amor.
�Adi�s! �Adi�s!
V
Una noche
tuve un sue�o.
Luna opaca,
cielo negro,
yo en un triste
cementerio
con la sombra
y el silencio.
En sudarios
medio envueltos,
descarnados
esqueletos,
muy afables
y contentos,
mi vista
recibieron.
Indagaron
los sucesos
que pasaban
ese tiempo:
las maniobras
del ej�rcito,
los discursos
del Congreso,
de la Bolsa
los manejos,
y re�an
de todo eso.
Con sorpresa
supe de ellos
que gustaban
de los versos,
que en mis dudas
y en mis celos
a mi amada
siempre ofrezco. �Que sab�an,
me dijeron,
ya en la historia
de los besos!...
Y se hac�an
muchos gestos
y ademanes
picarescos.
Y re�an
con extremos
entre el ruido
de sus huesos.
En seguida
refirieron
que se siente
mucho hielo
en las noches
del invierno,
en las fosas
de los muertos.
Desped�me. �Muy correctos
los saludos
que me hicieron!
Sal� al campo.
Mir� luego:
luna opaca,
cielo negro.
Muy ufano,
dice el m�dico
que la causa
de estos sue�os
se halla toda
por mis nervios,
y en el fondo
del cerebro. |
VI
Hay un verde laurel. En sus ramas
un enjambre de p�jaros duerme
en
mudo reposo,
sin que el beso del sol los despierte.
Hay un verde laurel. En sus ramas
que el terral melanc�lico mueve,
se advierte una lira,
sin que nadie esa lira descuelgue.
�Qui�n pudiera, al influjo sagrado
de
un soplo celeste,
despertar en el �rbol florido
las rimas que duermen!
�Y flotando en la luz el esp�ritu,
mientras arde en la sangre la fiebre,
como "un himno gigante y extra�o"
arrancar a la lira de B�cquer!
VII
Llegu� a la pobre caba�a
en d�as de primavera.
La ni�a triste cantaba,
la abuela hilaba en la rueca.
�Buena anciana, buena anciana,
bien haya la ni�a bella,
a quien desde hoy amar juro
con mis ansias de poeta!
La abuela mir� a la ni�a.
La ni�a sonri� a la abuela.
Fuera, volaban gorriones
sobre las rosas abiertas.
Llegu� a la pobre caba�a
cuando el gris oto�o empieza.
O� un ruido de sollozos
y sola estaba la abuela.
�Buena anciana, buena anciana!
Me mira y no me contesta.
Yo sent� fr�o en el alma
cuando vi sus manos tr�mulas,
su arrugada y blanca cofia,
sus f�nebres tocas negras.
Fuera, las brisas errantes
llevaban las hojas secas.
VIII
Yo quisiera cincelarte
una
rima
delicada y primorosa
como una a�rea margarita,
o cubierta de irisada
pedrer�a,
o como un joyel de Oriente,
o una copa florentina.
Yo quisiera poder darte
una
rima
como el collar de Zobeida,
el de perlas ormuzinas,
que huelen como las rosas
y que brillan
como el roc�o en los p�talos
de la flor reci�n nacida.
Yo quisiera poder darte
una
rima
que llevara la amargura
de las hondas penas m�as
entre el oro del engarce
de las frases cristalinas.
Yo quisiera poder darte
una
rima
que no produjera en ti
la indiferencia o la risa,
sino que la contemplaras
en su p�lida alegr�a,
que, despu�s de leerla...,
te quedaras pensativa.
IX
Ten�a
una cifra
tu
blanco pa�uelo,
roja cifra de un nombre que no era
el
tuyo, mi due�o.
La
fina batista
cruj�a
en tus dedos,
�Qu� bien luce en la albura la sangre!...
te
dije riendo.
Te
pusiste p�lida,
Me
tuviste miedo...
�Qu� miraste? �Conoces acaso
la
risa de Otelo?
X
En
tus ojos un misterio;
en
tus labios, un enigma,
y
yo, fijo en tus miradas
y
extasiado en tus sonrisas.
XI
Voy
a confiarte, amada,
uno
de los secretos
que m�s me martirizan. Es el caso
que
a las veces mi ce�o
tiene
en un punto mismo
de col�ra y espl�n los fruncimientos.
O
callo como un mudo,
o
charlo como un necio,
salpicando
el discurso
de burlas, carcajadas y dicterios.
�Que
me miran? Agravio.
�Me
han hablado? Zahiero.
Medio loco de atar, medio son�mbulo,
con
mi poco de cuerdo.
�C�mo bailan en ronda y remolino,
por las cuatro paredes del cerebro
repicando a comp�s sus consonantes,
mil
endiablados versos
que imitan, en sus cla�sulas y ritmos,
las m�sicas macabras de los muertos!
�Y c�mo se atropellan,
para
saltar a un tiempo,
las estrofas sombr�as,
de
vocablos sangrientos,
que me suele ense�ar la musa p�lida,
la triste musa de los d�as negros!
Yo soy as�. �Qu� se hace! �Bober�as
de so�ador neur�tico y enfermo!
�Quieres
saber acaso
la
causa del misterio?
Una
estatua de carne
me envenen� la vida con sus besos.
Y ten�a tus labios, lindos, rojos,
y ten�a tus ojos, grandes, bellos...
XII
�Que no hay alma? �Insensatos!
Yo la he visto: es de luz...
(Se asoma a tus pupilas
cuando me miras t�.)
�Que no hay cielo? �Mentira!
�Quer�is verle? Aqu� est�.
(Muestra, ni�a gentil,
ese rostro sin par,
y que de oro lo ba�e
el sol primaveral.)
�Que no hay Dios? �Qu� blasfemia!
Yo he contemplado a Dios...
(En aquel casto y puro
primer beso de amor,
cuando nuestras almas
las nupcias consagr�.)
�Que no hay Infierno? S�, hay...
(C�llate, coraz�n
que esto bien, por desgracia,
lo sabemos t� y yo.)
XIII
All� est� la cumbre.
�Qu� miras? Un astro.
�Me amas? �Te adoro!
�Subimos? �Subamos!
�Qu� ves? Una aurora
fugitiva y p�lida.
�Qu� sientes? Anhelo.
�sa es la esperanza.
�Qu� alientos de vida!
�Qu� fuegos de sol!
�Qu� luz tan radiante!
��se es el amor!
�Qu� ves a tus plantas?
Un profundo abismo.
�Tiemblas? Tengo miedo...
��se es el olvido!
Pero no tiembles ni temas:
bajo el sacro cielo azul,
para el que ama, no hay abismos,
porque tiene alas de luz.
XIV
El
ave azul del sue�o
sobre
mi frente pasa;
tengo en mi coraz�n la primavera
y
en mi cerebro el alba.
Amo la luz, el pico de la t�rtola,
la
rosa y la camp�nula,
el
labio de la virgen
y
el cuello de la garza.
�Oh,
Dios m�o, Dios m�o!...
S�
que me ama...
Cae sobre mi esp�ritu
la
noche negra y tr�gica;
busco el seno profundo de tus sombras
para
verter mis l�grimas.
S� que en el cr�neo puede haber tormentas,
abismos
en el alma
y
arrugas misteriosas
sobre
las frentes p�lidas.
�Oh,
Dios m�o, Dios m�o!...
S�
que me enga�a. |