Los indios del Per� no tuvieron aves caseras sino sola una casta de patos, que por semejar mucho a los de ac� les llaman as� los espa�oles. Son medianos, no tan grandes ni tan altos como los gansos de Espa�a, ni tan chicos como los patos de por ac�. Los indios les llaman �u�uma (deduciendo el nombre de �u�u, que es "mamar", porque comen mamullando como si mamasen).
No hubo otras aves dom�sticas en aquella mi tierra.
Aves del aire y del agua dulce y marina diremos las que se nos ofrecieron, aunque por la multitud y variedad de ellas no ser� posible decir la mitad ni la cuarta parte de ellas.
�guilas hay de todas suertes, reales y no reales, aunque no son tan grandes como las de Espa�a. Hay halcones de muchas raelas, algunos se asemejan a los de ac� y otros no. En com�n les llaman los indios huaman. De los peque�os he visto por ac� algunos, que los han tra�do y los estiman en mucho. Los que en tierra llaman nebli�s son brav�simos de vuelo y de garras. Son casi prietos de color.
En el Cozco, el a�o de 1557, un caballero de Sevilla que se preciaba de su cetrer�a hizo todas las que supo y pudo en un nebl�. Ven�a a la mano y al se�uelo, de muy lejos. M�s nunca pudo con �l hacer que se cebase en prisi�n alguna. (Y as�, desesper� de su trabajo.)
Hay otras aves que tambi�n se pueden poner con las de rapi�a. Son grand�simas: ll�manles c�ntur y los espa�oles c�ndor. Muchas han muerto los espa�oles y las han medido por hablar con certificaci�n del tama�o de ellas y les han hallado 15 y 16 pies de una punta a otra de las alas, que reducidas a varas de medir son cinco varas y tercia.
No tienen garras como las �guilas, que no se las dio naturaleza por templarles la ferocidad. Tienen los pies como gallinas, pero b�stales el pico, que es tan fuerte que rompe el pellejo de una vaca. Dos de ellos acometen a una vaca y a un toro y se lo comen. Ha acaecido uno solo acometer muchachos de 10, 12 a�os y com�rselos.
Son blancos y negros a remiendos, como las urracas. Hay pocos, que si hubiera muchos destruyeran los ganados. En la frente tienen una cresta pareja a manera de navaja, no con puntas como la del gallo. cuando bajan cayendo de lo alto hacen tan gran zumbido que asombra.
El padre maestro Acosta, hablando de las aves del nuevo orbe, particularmente del c�ntur (Libro IV, cap�tulo 37, donde remito al que quisiere leer cosas maravillosas), dice estas palabras:
Los que llaman c�ndores sonde inmensa grandeza y de tanta fuerza que no s�lo abren un carnero y se lo comen, sino a un ternero.
En contra del c�ntur, dice su paternidad de otras avecillas que hay en el Per� que los espa�oles llaman tominejos y los indios quenti, que son de color azul dorado, como lo m�s fino del cuello del pavo real. Sust�ntase como las abejas chupando con un piquillo largo que tienen el jugo o miel que hallan en las flores. Son tan peque�itos que muy bien dice su paternidad de ellas lo que se sigue:
En el Per� hay los que llaman tominejos, tan peque�itos que muchas veces dud� vi�ndolos volar si eran abejas o mariposillas. Mas son realmente p�jaros.
Quien oyere estos dos extremos de aves que hay en aquella tierra no se admirar� de las que dij�remos que hay en medio.
Hay otras aves grandes, negras que los indios llaman suyuntu y los espa�oles gallinaza. Son muy tragonas de carne y tan golosas que si hallan alguna bestia muerta en el campo comen tanto de ella que, aunque son muy ligeras, no pueden levantarse al vuelo por el peso de lo que han comido. Entonces, cuando sienten que va gente a ellas van huyendo a vuela pie, vomitando la comida por descargarse para tomar vuelo. Es cosa donosa ver el ansia y la prisa con que echan lo que con la misma comieron.
Si les dan prisa las alcanzan y matan, m�s ellas no son de comer ni de otro provecho alguno sino de limpiar las calles de las inmundicias que en ellas echan, por lo cual dejan de matarlas, aunque puedan. No son de rapi�a. el padre Acosta dice que tiene para s� que son de g�nero de cuervos.
A semejanza de �stas hay otras aves marinas, que los espa�oles llaman alcatraces. Son poco menores que las avutardas, y manti�nense de pescado. Es cosa de mucho gusto ver c�mo pescan.
A ciertas horas del d�a, por la ma�ana y por la tarde (debe de ser a las horas que el pescado se levanta a sobreguardarse o cuando las aves tienen m�s hambre), ellas se ponen muchas juntas, como dos torres de alto. Y de all�, como halcones de altaner�a, las alas cerradas, se dejan caer a coger el pescado y se zabullen y entran debajo del agua hasta que lo pescan.
Algunas veces se detienen tanto debajo del agua que parece que se han ahogado (debe ser por huirles mucho el pescado), y cuando m�s se certifica la sospecha las ven salir con el pez atravesado en la boca. Y, volando, en el aire lo engullen. Es gusto ver caer unas y o�r los golpazos que dan en el agua y, al mismo tiempo, ver salir otras con la presa hecha y ver otras que a medio caer se vuelven a levantar y subir en alto, por desconfiar del lance. En suma, es ver 200 halcones juntos en altaner�a que bajan u suben, a veces, como los martillos del herrero.
Sin estas aves, andan muchas bandas de p�jaros marinos en tanta multitud que es incre�ble lo que de ellas se dijere a quien no las ha visto. son de todos tama�os, grandes, medianos, y chicos.
Navegando por la mar del sur los mir� muchas veces con atenci�n. Hab�a bandas tan grandes que de los primeros p�jaros a los postreros me parece que hab�a m�s de dos leguas de largo. Iban volando, tantos y tan cerrados que no dejaban penetrar la vista de la otra parte. En su vuelo van cayendo unos en el agua a descansar y otros se levantan de ella, que han ya descansado, cierto, es cosa maravillosa ver la multitud de ellas y que levanta el entendimiento a dar gracias a la Eterna Majestad que las sustente con otra infinidad de peces.
Y esto baste de los p�jaros marinos.
Volviendo a las aves de tierra, sin salir de las del agua, decimos que hay otra infinidad de ellas en los r�os y lagos del Per�: garzas y garzotas, patos y fojas y las que por ac� llaman flamencos, sin otras muchas diferencias de que no s� dar cuenta por no haberlas mirado con atenci�n.
Hay aves grandes mayores que cig�e�as, que se mantienen de pescado. Son muy blancas sin mezcla de otro color, muy altas de piernas, andan apareadas de dos en dos; son muy hermosas a la vista. Parecen pocas.