Cap�tulo XXIII.
De las esmeraldas, turquesas y perlas

LAS piedras preciosas que en tiempo de los reyes incas hab�a en el Per� eran turquesas y esmeraldas y mucho cristal muy lindo, aunque no supieron labrarlo.

Las esmeraldas se cr�an en las monta�as de la provincia llamada Manta, jurisdicci�n de Puerto Viejo. No ha sido posible a los espa�oles, por mucho que lo han procurado, haber dado con el mineral donde se cr�an. Y as� casi ya no se hallan esmeraldas de aquella provinc�a. Y eran las mejores de todo aquel imperio.

Del Nuevo Reino han tra�do tantas a Espa�a que se han hecho ya despreciables. Y no sin causa porque m�s de la multitud (que en todas las cosas suele causar menosprecio) no tienen que ver, con muchos quilates, con las de Puerto Viejo.

La esmeralda se perfecciona en su material tomando poco a poco el color verde que despu�s tiene, como toma la fruta su saz�n en el �rbol. Al principio es blanca pardusca, entre pardo y verde. Empieza a tomar saz�n o perfecci�n por cada una de sus cuatro partes: debe de ser por la parte que mira al oriente (como hace la fruta, que con ello la tengo comparada) y de all� va aquel buen color que tiene por un lado y por otro de la piedra, hasta rodearla toda. De la manera que la sacan de su mina, perfecta o imperfecta, as� se queda.

Yo v� en el Cozco dos esmeraldas, entre otras muchas que vi en aquella tierra. Eran del tama�o de nueces medianas, redondas en toda perfecci�n, horadadas por el medio. Una de ellas era en extremo perfecta de todas partes. La otra ten�a de todo. Por una cuarta parte estaba hermos�sima, porque ten�a toda la perfecci�n posible. Otras dos cuartas partes de los lados no estaban tan perfectas, pero iban tomando su perfecci�n y hermosura. Estaban poco menos hermosas que la primera parte. La �ltima, que estaba en op�sito de la primera, estaba fea porque hab�a recibido muy poco del color verde y las otras partes le afeaban m�s con su hermosura. Parec�a un pedazo de vidrio verde pegado a la esmeralda, por lo cual su due�o acord� quitar aquella parte porque afeaba las otras. Y as� lo hizo, aunque despu�s le culparon algunos curiosos diciendo que, para prueba y testimonio de que la esmeralda va madurando por sus partes en su mineral, se hab�a de guardar aquella joya que era de mucha estima. A m� me dieron entonces la parte desechada, como a muchacho. Y hoy la tengo en mi poder, que por no ser de precio ha durado tanto.

La piedra turquesa es azul. Unas son de m�s lindo azul que otras. No las tuvieron los indios en tanta estima como a las esmeraldas.

Las perlas no usaron los del Per�, aunque las conocieron. Porque los incas, que siempre atendieron y pretendieron m�s la salud de los vasallos que aumentar las que llamamos riquezas —porque nunca las tuvieron por tales— viendo el trabajo y peligro con que las perlas se sacan de la mar lo prohibieron y as� no las ten�an en uso. Desde entonces ac� se han hallado tantas que se han hecho tan com�nes, como lo dice el padre Acosta (cap�tulo 15 del Libro IV), que es lo que se sigue sacado a la letra:

Ya que tratamos la principal riqueza que se trae de Indias no es justo olvidar las perlas que los antiguos llamaban margaritas, cuya estima en los primeros fue tanta que eran tenidas por cosa que s�lo a personas reales pertenec�an. Hoy d�a es tanta la copia de ellas que hasta las negras traen sartas de perlas.

Al postrer tercio del cap�tulo, habiendo dicho antes cosas muy notables de historias antiguas acerca de perlas famosas que ha habido en el mundo, dice su paternidad:

S�canse las perlas en diversas partes de Indias. Donde con m�s abundancia es en el mar del Sur cerca de Panam�, donde est�n las islas que por esta causa llaman de las Perlas. Pero en m�s cantidad y mejores se sacan en el mar del Norte cerca del r�o que llaman del Hacha. All� supe c�mo se hac�a esta granjer�a, que es con harta costa y trabajo de los pobres buzos, los cuales bajan seis y nueve y aun doce brazas en hondo a buscar los ostiones, que de ordinario est�n asidos a las pe�as y escollos de la mar. De all� los arrancan y se cargan de ellos y se suben y los echan en las canoas, donde los abren y sacan aquel tesoro que tienen dentro.
El fr�o del agua all� dentro del mar es grande. Y mucho mayor el trabajo de tener el aliento estando un cuarto de hora a las veces —y aun media— en hacer su pesca. Para que puedan tener el aliento, h�cenles a los pobres buzos que coman poco y manjar muy seco. Y que sean continentes. De manera que tambi�n la codicia tiene sus abstinentes y continentes, aunque sea a su pesar.
L�branse (es hierro de molde, por decir s�canse) de diversas maneras las perlas y hor�danlas para sartas. Hay ya gran demas�a dondequiera. El a�o de 1587 v� en la memoria de lo que ven�a de Indias para el rey 18 marcos de perlas y otros tres cajones de ellas. Y para particulares 1 264 marcos de perlas. Y, sin esto, otras siete talegas por pesar, que en otro tiempo se tuviera por fabuloso.

Hasta aqu� es del padre Acosta, con que acaba aquel cap�tulo.

A lo que su paternidad dice que se tuviera por fabuloso, a�adir� dos cuentos que se me ofrecen acerca de las perlas.

Uno es que cerca del a�o 1564 (un a�o m�s o menos) trajeron tantas perlas para su majestad que se vendieron en la contrataci�n de Sevilla puestas en un mont�n, como si fuera alguna semilla. Andando las perlas en preg�n, cerca de rematarse dijo uno de los ministros reales: "Al que las pusiere en tanto precio se le dar�n seis mil ducados de promedio". Luego, en oyendo el prometido, las puso un mercader pr�spero que sab�a bien de la mercanc�a porque trataba en perlas. Pero por grande que fue el prometido le sacaron de la puja, mas �l se content� por entonces con seis mil ducados de ganancia por sola una palabra que habl�. Y el que las compr� qued� mucho m�s contento, porque esperaba mucha mayor ganancia seg�n la cantidad de las perlas. �Que, por el prometido, se puede imaginar cu�n grande ser�a!

El otro cuento es que yo conoc� en Espa�a un mozo, de gente humilde y que viv�a con necesidad, que aunque era buen platero de oro no ten�a caudal y trabajaba a jornal. Este mozo estuvo en Madrid, a�os de 1562 y 63. Posaba en mi posada. Y porque perd�a al ajedrez (que era apasionado de �l) lo que ganaba a su oficio —y yo se lo re��a muchas veces amenazando que se hab�a de ver en grandes miserias por su juego— me dijo un d�a: "No pueden ser mayores que las que he pasado, que a pie y con s�lo 14 maraved�s entr� en esta corte".

Este mozo tan pobre, por ver si pod�a salir de miseria, dio en ir y venir a Indias y tratar en perlas, porque sab�a algo de ellas. Fuele tan bien en los viajes y en la granjer�a que alcanz� a tener m�s de 30 mil ducados. Para el d�a de su velaci�n (que tambi�n conoc� a su mujer) le hizo una saya muy grande de terciopelo negro, con una bordadura de perlas finas de una sesma de ancho que corr�a por la delantera y por todo el ruedo, que fue una cosa soberb�a y muy nueva. Apreci�se la bordadura en m�s de cuatro mil ducados.

Hase dicho esto para que se vea la cantidad incre�ble de perlas que de Indias han tra�do, sin las que dijimos en nuestra historia de la Florida (Libro III, cap�tulos 15 y 16) que se hallaron en muchas partes de aquel reino, particularmente en el rico tamplo de la provincia llamada Cofachiqui.

Los 18 marcos de perlas, que el padre Acosta dice que trajeron para su majestad (sin otros tres cajones de ellas), eran las escogidas por muy finas. Que a sus tiempos se tiene cuenta en Indias de apartar las mejores de todas las perlas que dan a su majestad de quinto, porque vienen a parar a su c�mara real y de all� salen para el culto divino, donde las emplea.

Como las vi en un manto y saya para la imagen de nuestra Se�ora de Guadalupe y en un terno entero, con capa, casulla, alm�ticas, frontal y frontalera, estolas, man�pulos y faldones de albas y bocamangas, todo bordado de perlas fin�simas y grandes. Y el manto y saya toda cubierta, hecha a manera de ajedrez. Las casas que deb�an ser blancas estaban cubiertas de perlas, de tal manera puestas en cuadro que se iban relevando y saliendo afuera, que parec�an montoncillos de perlas. Las casas que deb�an de ser negras ten�an rub�es y esmeraldas engastados en oro esmaltado, una casa de uno y otra de otro. Todo tan bien hecho que bien mostraban los art�fices para qui�n hac�an la obra —y el rey cat�lico en qui�n empleaba aquel tesoro. Que, cierto, es tan grande que si no es el emperador de las Indias, otro no pod�a hacer cosa tan magnifica, grandiosa y heroica.

Para ver la gran riqueza de este monarca est� bien leer aquel IV Libro —y todos los dem�s— del padre Acosta, donde se ver�n tantas cosas y tan grandes como se han descubierto en el nuevo mundo. Entre las cuales, sin salir del prop�sito, contar� una que vi en Sevilla, a�o de 1579, que fue una perla que trajo de Panam� un caballero que se dec�a Diego de T�mez, dedicada para el rey don Felipe II.

Era la perla del tama�o y talle y manera de una buena cerme�a. Ten�a su cuello levantado hacia el pez�n como lo tiene la cerme�a o la pera. Tambi�n ten�a el huequecito de abajo en el asiento. El redondo, por lo m�s grueso ser�a como un huevo de paloma de los grandes. Ven�a de Indias apreciada en doce mil pesos (que son 14 400 ducados). Giacomo de Trezzo, milan�s, insigne art�fice y lapidario de la majestad cat�lica, dijo que val�a 14 mil y 30 mil y 50 mil y 100 mil ducados y que no ten�a precio porque era una sola en el mundo. Y as� la llamaron "La Peregrina". En Sevilla la iban a ver por cosa milagrosa.

Un caballero italiano estaba entonces por aquella ciudad comparando perlas escogidas, las mayores que se hallaban, para un gran se�or de Italia. Tra�a una gran sarta de ellas. Cotejadas con "La Peregrina" y puestas cabe ella parec�an piedrecitas del r�o. Dec�an, los que sab�an de perlas y piedras preciosas, que hac�a 24 quilates de ventaja a todas cuantas se hallasen (no s� qu� cuenta sea �sta para poderla declarar).

Sacola un negrillo en la pesquer�a, que seg�n dec�a su amo no val�a cien reales. Y que la concha era tan peque�a que por ser tan ruin estuvieron por arrojarla en el mar, porque no promet�a nada de s�. Al esclavo por su buen lance dieron libertad. La merced que a su amo hicieron por la joya fue la vara de alguacil mayor de Panam�.

La perla no se labra porque no consiente que la toquen sino para horadarla. Sirvense de ellas como las sacan de las conchas: unas salen muy redondas y otras no tanto, otras salen prolongadas y otras abolladas, que de una mitad son redondas y de otra son llanas. Otras salen de forma de cerme�as —y �stas son las m�s estimadas porque son muy raras. Cuando un mercader tiene una de estas acerme�adas (o de las redondas) que sea grande y buena y halla otra igual en poder ajeno, procura comprarla de cualquier manera que sea: porque hermanadas, siendo iguales en todo, cada una de ellas dobla el valor de la otra. Que si cualquiera de ellas cuando era sola val�a 100 ducados, hermanada vale cada una de ellas 200 y ambas 400, porque pueden servir de zarcillos, que es para lo que m�s se estima.

No se consienten labrar porque su naturaleza es ser hecha de cascos u hojas como la cebolla, que no es maciza. La perla se envejece por tiempo como cualquier otra cosa corruptible y pierde aquel color claro y hermoso que tiene en su mocedad y cobra otro, pardusco ahumado. Entonces le quitan la hoja de encima y descubren la segunda, con el mismo color que antes ten�a. Pero es con gran da�o de la joya, porque por lo menos le quitan la tercia parte de su grandor.

Las que llaman netas, por muy finas, salen de esta regla general.

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