Cap�tulo XVI.
Del ganado manso y las recuas que de �l hab�a

Los animales dom�sticos que Dios dio a los indios del Per�, dice el padre Blas Valera que fueron conforme a la condici�n blanda de los mismos indios. Porque son mansos, que cualquier ni�o los lleva donde quiere, principalmente a los que sirven de llevar cargas. Son de dos maneras, unos mayores que otros. En com�n les nombran los indios con este nombre llama, que es "ganado". (Al pastor dicen llamam�chec quiere decir "el que apacienta el ganado".) Para diferenciarlo llaman al ganado mayor huanacullama, por la semejanza que en todo tiene con el animal bravo que llaman huanacu, que no difieren en nada sino en los colores: que el manso es de todos colores, como los caballos de Espa�a (seg�n se ha dicho en otras partes), y el huanacu bravo no tiene m�s que el color, que es casta�o deslavado bragado de casta�o m�s claro.

Este ganado es del altor de los siervos de Espa�a. A ning�n animal semeja tanto como al camello, quitada la corcova y la tercia parte de la corpulencia. Tiene el pescuezo largo y parejo, cuyo pellejo desollaban los indios cerrado y lo sobaban con sebo hasta ablandarlo y ponerlo como curtido y de ello hac�an las suelas del calzado que tra�an. Y porque no era curtido se descalzaban al pasar de los arroyos y en tiempos de muchas aguas, porque se les hace como en tripa en moj�ndose. Los espa�oles hac�an de ello riendas muy lindas para sus caballos, que parecen mucho a las que traen de Berber�a. Hac�an asimismo correones y gruperas para las sillas de camino y l�tigos y aciones para las cinchas y sillas jinetas.

Adem�s de esto sirve aquel ganado, a indios y a espa�oles, de llevarles sus mercader�as donde quiera que las quieren llevar. Pero donde m�s com�nmente andan y mejor se hallan, por ser la tierra llana, es desde el Cozco a Potos� (que son cerca de 200 leguas). Y de otras muchas partes van y vienen a aquellas minas con todo el bastimento, ropa de indios, mercader�as de Espa�a, vino y aceite, conservas y todo lo dem�s que en ella se gastan. Principalmente llevan del Cozco la hierba llamada cuca.

(En mis tiempos hab�a en aquella ciudad para este acarreo recuas de a 600, de a 800, de a 1 000 y m�s cabezas de aquel ganado. Las recuas de a 500 cabezas abajo no se estimaban.)

El peso que lleva es de tres a cuatro arrobas. Las jornadas que caminan son de a tres leguas, porque no es ganado de mucho trabajo. No le han de sacar de su paso porque se cansa y luego se echa en el suelo —y no hay levantarlo, por cosas que le hagan ni que le quiten la carga. Pueden luego desollarlo, que no hay otro remedio. Cu�ndo porf�an a levantarlos y llegan a ellos para alzarles, entonces se defienden con el esti�rcol que tienen en el buche, que lo traen a la boca y lo escupen al que m�s cerca hallan y procuran ech�rselo en el rostro antes que en otra parte. No tienen otras armas con qu� defenderse ni cuernos como los ciervos. Con todo esto, les llaman los espa�oles carneros y ovejas, habiendo tanta diferencia de un ganado y otro como la que hemos dicho.

Para que no lleguen a cansarse llevan en las recuas 40 o 50 carneros vac�os y, en sintiendo enflaquecer alguno con la carga, se la quitan luego y la pasan a otro antes de que se eche. Porque en ech�ndose no hay otro remedio que matarlo.

La carne de este ganado mayor es la mejor de cuantas hoy se comen en el mundo: es tierna, sana y sabrosa. Las de sus corderos de cuatro o cinco meses mandan los m�dicos dar a los enfermos antes que gallinas y pollos.

En tiempo del virrey Blasco N��ez Vela, a�o de 1544 y 45, entre otras plagas que entonces hubo en el Per� remaneci� en este ganado la que los indios llaman carache(que es sarna). Fue crudel�sima enfermedad hasta entonces nunca vista. D�bales en la bragada y en el vientre. De all� cund�a por todo el cuerpo haciendo costras de dos, tres dedos de alto, particularmente en la barriga, donde siempre cargaba m�s el mal. Hac�ansele grietas de dos o tres dedos de hondo, como era el grueso de las costras, hasta llegar a las carnes. Corr�a de ellas sangre y materia de tal manera que en muy pocos d�as se secaba y consum�a la res. Fue mal muy contagioso: despach�, con grand�simo asombro de horror de indios y espa�oles, dos tercias partes del ganado mayor y menor, paco y huanacu. De ellas se les peg� al ganado bravo llamado huanacu y uicu�a, pero no se mostr� tan cruel con ellos por la regi�n m�s fr�a que andan y porque no andan tan juntos como el ganado manso.

No perdon� las zorras, antes las trat� crudel�simamente. Que yo v� el a�o de 1548, estando Gonzalo Pizarro en el Cozco victorioso de la batalla de Huarina, muchas zorras que heridas de aquella peste entraban de noche en la ciudad. Y las hallaban en las calles y en las plazas, vivas y muertas, los cuerpos con dos, tres y m�s horados que les pasaban de un cabo a otro (que la sarna les hab�a hecho). Y me acuerdo que los indios, como tan agoreros pronosticaban por las zorras la destrucci�n y muerte de Gonzalo Pizarro que sucedi� poco despu�s.

A los principios de esta plaga, entre otros remedios desesperados que le hac�an era matar o enterrar viva a la res que la ten�a (como tambi�n lo dice el padre Acosta, Libro IV, cap�tulo 41). M�s como luego cundi� tanto, no sabiendo los indios ni los espa�oles qu� hacer para atajarla, dieron en curarla con fuego artificial.

Hac�an cocimientos de solim�n y piedra azufre —y de otras cosas violentas que imaginaban ser�an a prop�sito— y tanto m�s a�na mor�a la res. Ech�banles manteca de puerco hirviendo, tambi�n las mataban muy a�na. Hac�an otras muchas cosas, de que no me acuerdo, m�s todas le sal�an mal. Hasta que poco a poco, probando una cosa y otra, hallaron por experiencia que el mejor remedio era untar las partes donde hab�a sarna con manteca tibia y tener cuidado de mirar si se rascan en la bragada, que es donde primero les da el mal, para curarlo antes que cunda m�s. Con esto se remedi� mucho aquella plaga —y con que la mala influencia se debi� de ir aplacando, porque desde entonces ac� no se ha mostrado tan cruel como a los principios.

Por este beneficio que hallan en la manteca tienen precio los puercos que, seg�n lo mucho que multiplican, valdr�an de balde. Es de notar que con ser la plaga tan general no dio en los venados, corzos ni gamos. Deben de ser de otra complexi�n.

Acu�rdome, tambi�n, que en el Cozco tomaron por abogado y defensor contra esta plaga a San Antonino, que les cupo en suerte. Y cada a�o le hac�an gran fiesta. Lo mismo ser� ahora.

Con ser las recuas tan grandes como se ha dicho y los caminos tan largos, no hacen cosa alguna a sus due�os ni en la comida ni en la posada. Ni en herraje ni aparejos de albarda, jalma ni albardoncillo, petral, cincha ni grupera —ni otra cosa alguna de tantas como los arrieros han menester para sus bestias. En llegando a la dormida los descargan y los echan al campo, donde pasen la hierba que hallan. Y de esta manera los mantienen todo el camino sin darles grano ni paja: bien comen la zara, si se la dan, m�s el ganado es tan noble que a�n trabajando se pasa sin grano.

Herraje, no lo gastan. Porque adem�s de ser patihendido tienen pulpejos en pies y manos (y no casco). Albarda ni otro aparejo alguno no lo han menester, porque tienen lana gruesa bastante para sufrir la carga que les echan. Y los trajineros tienen cuidado de acomodar y juntar los tercios de un lado y de otro de manera que la sobrecarga no toque en el espinazo, que es donde le podr�a matar.

Los tercios no van asidos con el cordel (que los arrieros llaman lazo), porque no llevando el carnero jalma ni albarda podr�a entr�rsele el cordel entre las carnes con el peso de la carga. Los tercios van cosidos uno con otro por las arpilleras y aunque la costura asiente por el espinazo no les hace mal, como no llegue la sobrecarga. Entre los indios llevan a cargo 25 carneros para cargar y descargar para ayudarse uno al otro, que uno s�lo no podr�a valerse yendo los tercios juntos (como se ha dicho).

Los mercaderes llevan sus toldos y los arman en los campos dondequiera que quieren parar a dormir y echan dentro de ellos la mercadur�a. No entran en los pueblos a dormir, porque ser�a cosa muy prolija llevar y traer el ganado del campo. Tardan en el viaje del Cozco a Potos� cuatro meses, dos en ir y dos en volver, sin lo que se detienen para el despacho de la mercadur�a.

Val�a en el Cozco un carnero escogido 18 ducados y los desechados a 12 y a 13. La principal mercanc�a que de aquella ciudad llevaban era la hierba cuca y ropa de vestir de los indios.

Todo lo que hemos dicho pasaba en mi tiempo, que yo lo vi por mis ojos. No s� ahora c�mo pasa. Trat� con muchos de los que iban y ven�an. Hubo algunos caminos que vendieron a m�s de 30 pesos ensayados el cesto de la cuca. Con llevar mercanc�as de tanto valor y volver cargados de plata con 30, 40, 50, y 100 mil pesos no recelaban, los espa�oles ni los indios que los llevaban, dormir en el campo sin otra compa��a ni m�s seguridad que la de su cuadrilla, porque no ten�an ladrones ni salteadores.

La misma seguridad hab�a en los tratos y contratos de mercadur�as fiadas o las cosechas que los vecinos ten�an de sus rentas o empr�stitos de dinero. Que por grandes que fuesen las partidas de las ventas o del pr�stamo no hab�a m�s escritura ni m�s conocimiento ni c�dula por escrito que sus palabras. Y �stas se guardaban inviolablemente.

Acaeci� muchas veces jugar un espa�ol la deuda que otro, que estaba ausente y lejos, le deb�a, y decir al que se la ganaba: "Dir�is a fulano que la deuda que me debe que os la pague a vos, que me la ganast�is". Y bastaba esto para que el ganador fuese cre�do y cobrase la deuda, por grande que fuese.

Tanto como esto se estimaba entonces la palabra de cada uno para creer y ser cre�do, fuese mercader, fuese vecino, se�or de indios, fuese soldado, que todos hab�a este cr�dito y fidelidad —y la seguridad de los caminos, que pod�a llamarse el siglo dorado. Lo mismo entiendo que habr� ahora.

En tiempo de paz que no hab�a guerra, muchos soldados muy caballeros y nobles, por no estar ociosos, entend�an en este contrato de ir y venir a Potos� con la hierba cuca y ropa de indios y la vend�an en junto y no por menudo. De esta manera era permitido a los hombres, por nobles que fuesen, el tratar y contratar de su hacienda. No hab�a de ser en ropa de Espa�a, que se vende por varas y en tienda de asiento. Muchos de ellos holgaban de ir con su hacienda y por no caminar al paso de los carneros llevaban un par de halcones y perros perdigueros y galgos y su arcabuz. Y mientras caminaba la recua, a su paso corto, se apartaban ellos a una mano o a otra del camino e iban cazando: cuando llegaban a la dormida llevaban muertas una docena de perdices o un huanacu o uicu�a o venado, que la tierra es ancha y larga y tiene todo.

De esta manera se iban holgando y entreteniendo a ida y a vuelta y, as�, era m�s tomar ocasi�n de cazar y holgarse que de mercadear. Y los vecinos poderosos y ricos se lo ten�an a mucho a los soldados nobles que tal hac�an.

El padre Jos� de Acosta (Libro IV, cap�tulo 31) dice mucho en loor de este ganado mayor y de sus provechos. Del ganado menor, que llaman pacollama, no hay tanto que decir porque no son para carga ni para otro servicio alguno sino para carne (que es poco buena que la del ganado mayor) y para lana, que es buen�sima y muy larga, de que hacen su ropa de vestir de las tres estofas que hemos dicho, con colores fin�simos que los indios los saben dar muy bien, que nunca desdicen.

De la leche de un ganado ni del otro no se aprovechan los indios ni para hacer queso ni para comerla fresca. Verdad es que la leche que tienen es poca, no m�s de la que han menester para criar sus hijos. En mis tiempos llevaban quesos de Mallorca al Per—-y no otros— y eran muy estimados.

(A la leche llaman �u�u y a la teta �u�u y al mamar dicen �u�u, as� al mamar de la criatura como al dar a mamar de la madre.)

De los perros que los indios ten�an, dec�an que no tuvieron las diferencias de perros castizos que hay en Europa. solamente tuvieron de los que ac� llaman gozques. Hab�alos grandes y chicos. En com�n les llaman alco, que quiere decir "perro".

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