Notas sobre poes�a

PR�LOGO

El poeta tiene ideas acerca de la poes�a en las que manifiesta la relaci�n que existe entre �l, como inteligencia, y la misteriosa substancia que elabora. Estas ideas —hasta donde he podido observar— son tan precisas, cada una en su aislamiento, como las que se forma el artesano sobre la calidad de sus materiales o la eficacia de sus herramientas; pero, faltas de articulaci�n y de m�todo, no ser�a posible ensartarlas en un cuerpo de doctrina, sino, nada m�s, ofrecerlas en estado de naturaleza, como impresiones personales que no alcanzan a penetrar en el enigma de la poes�a, aunque s�, cuando menos, proporcionan una imagen de la personalidad del poeta.

El poeta no puede, sin ceder su puesto al fil�sofo, aplicar todo el rigor del pensamiento al an�lisis de la poes�a. �l simplemente la conoce y la ama. Sabe en d�nde est� y de d�nde se ha ausentado. En un como andar a ciegas, la persigue. La reconoce en cada una de sus fugaces apariciones y la captura por fin, a veces, en una red de palabras luminosas, exactas, palpitantes.

La poes�a no es diferente, en esencia, a un juego de "a escondidas" en que el poeta la descubre y la denuncia, y entre ella y �l, como en amor, todo lo que existe es la alegr�a de este juego.

SUBSTANCIA PO�TICA

Me gusta pensar en la poes�a no como en un suceso que ocurre dentro del hombre y es inherente a �l, a su naturaleza humana, sino m�s bien como en algo que tuviese una existencia propia en el mundo exterior. De este modo la contemplo a mis anchas fuera de m�, como se mira el mejor cielo desde la falsa pero admirable hip�tesis de que la tierra est� suspendida en �l, en medio de la alta noche. La verdad, para los ojos, est� en el universo que gira en derredor. Para el poeta, la poes�a existe por su sola virtud y est� ah�, en todas partes, al alcance de todas las miradas que la quieran ver.

Imagino as� una susbstancia po�tica, semejante a la luz en el comportamiento, que revela matices sorprendentes en todo cuanto ba�a. La poes�a no es esencial al sonido, al color o la forma, as� como la luz no lo es a los objetos que ilumina; sin embargo, cuando incide en una obra de arte —en el cuadro o la escultura, en la m�sica o el poema— en seguida se advierte su presencia por la nitidez y como sobrenatural transparencia que les infunde.

Hay recias obras del arte de los hombres en las que la poes�a no intervino. El Parten�n en su majestad empeque�ece y abate. La arquitectura est� sola en �l, grandiosa y escueta. El Taj Mahal, en cambio, aparece frente a los espejos de agua en que se mira como anegado por una inconfundible inspiraci�n po�tica.

La substancia po�tica, seg�n esta mi fantas�a, que derivo tal vez de nociones teol�gicas aprendidas en la temprana juventud, ser�a omnipresente, y podr�a encontrarse en cualquier rinc�n del tiempo y del espacio, porque se halla m�s bien oculta que manifiesta en el objeto que habita. La reconocemos por la emoci�n singular que su descubrimiento produce y que se�ala, como en el encuentro de Orestes y Electra, la conjunci�n de poeta y poes�a.

DEFINICIONES

Sucede, aunque no a menudo, que el artista individual —digamos un pintor o un m�sico— se sirve de los recursos de un arte no po�tico para hacer poes�a. La ocurrencia es casi siempre involuntaria y, cuando la asociaci�n se produce como consecuencia de un movimiento natural de la inspiraci�n creadora, el efecto es de completa plenitud.

Me viene a la memoria la pintura del Beato Ang�lico. La unidad de su emoci�n religiosa y su sentido po�tico se traduce en peque�os cuadros comparables, cada uno, a las estrofas del C�ntico espiritual de san Juan de la Cruz.

La palabra es, con todo, terreno propio de la poes�a e instrumento necesario para su cabal expresi�n. Desear�a saber, si alguien pudiere explic�rmelo, por qu�, pero lo ignoro; y en mi ignorancia me digo —�suprema evasión la de las uvas verdes!— que el inter�s del poeta no est� en el porqu�, sino en el c�mo se consuma el paso de la poes�a a la palabra, ya que �sta, prisionera de las denotaciones que el uso general le acu�a, no parece poder facilitar el medio m�s apto para una operaci�n tan delicada.

Desde mi puesto de observaci�n, as� en mi propia poes�a como en la ajena, he cre�do sentir (permitidme que me apoye otra vez en el aire) que la poes�a, al penetrar en la palabra, la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de la significaci�n. Bajo el conjuro po�tico la palabra se transparenta y deja entrever, m�s all� de sus paredes as� adelgazadas, ya no lo que dice, sino lo que calla. Notamos que tiene puertas y ventanas hacia los cuatro horizontes del entendimiento y que, entre palabra y palabra, hay corredores secretos y puentes levadizos. Transitamos entonces, dentro de nosotros mismos, hacia inmundos calabozos y elevadas a�reas galer�as que no conoc�amos en nuestro propio castillo. La poes�a ha sacado a la luz la inmensidad de los mundos que encierra nuestro mundo.

Un buen amigo me pregunt� �qu� es la poes�a? Qued� perplejo. No s� lo que la poes�a es. Nunca lo supe y acaso nunca lo sabr�. Le� en un tiempo mucho de lo que se ha dicho de ella, de Plat�n a Val�ry, pero me temo que lo he olvidado todo. Esto no obstante, contest� que la poes�a, para m�, es una investigaci�n de ciertas esencias —el amor, la vida, la muerte, Dios— que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haci�ndolo m�s transparente, se pueda ver a trav�s de �l dentro de esas esencias.

Frente a semejantes conceptos, tan vagos que nada encierran de substantivo como no sea frustaci�n y desaliento —�as� es de inasible la materia que se quiere capturar!— me sentir�a inclinado a corregirme ahora, diciendo que la poes�a es una especulaci�n, un juego de espejos, en el que las palabras, puestas unas frente a otras, se reflejan unas en otras hasta lo infinito y se recomponen en un mundo de puras im�genes donde el poeta se adue�a de los poderes escondidos del hombre y establece contacto con aquel o aquello que est� m�s alla.

Mas, como ya lo habr�is advertido, esta segunda definici�n es, aunque en otros t�rminos, la misma que la primera. Tampoco �sta se sostiene en pie ni podr�a, en su dolorosa invalidez, servir a ning�n prop�sito sensato. [...]

UN HOMBRE DE DIOS

Se trabaja en com�n para la poes�a, aunque cada poeta se encierre en su torre de marfil. El poema no resulta de un encuentro repentino con la poes�a. Hubo poetas que, a trav�s de toda su obra, no buscaron sino perfeccionar un poema; y hay poemas que, en el dilatado proceso de su maduraci�n. debieron consumir los afanes de muchos poetas. La historia de la poes�a —como la historia general— sugiere la imagen de una corriente, un r�o cuyas ondas emergen al empuje de la masa de agua que la hunde, en seguida , en la disoluci�n.

Porque la poes�a —no la increada, no la que ya se contamin� de vida— ha de morir tambi�n. La matan los instrumentos mismos que le dieron forma: la palabra, el estilo, el gusto, la escuela. Nada envejece tan pronto, salvo una flor, como puede envejecer una poes�a. El poeta la har� durar un d�a m�s o un d�a menos, seg�n su habilidad para sustraerla a la acci�n del tiempo. Su destino est� trazado, a pesar de todo, e ir� a dispersarse en el fondo de la sabidur�a popular —yo he o�do a gente humilde, carente de toda cultura, repetir pensamientos de Shakespeare como propios— o bien, relegada a los anaqueles de las bibliotecas como un objeto arqueol�gico, quedar� all� para curiosidad de los estudiosos y la inspiraci�n de otros poetas.

Todas estas cosas, el poeta no tiene por qu� saberlas y, si las sabe, no tiene para qu� recordarlas. La conciencia hist�rica asesinar�a a la musa dentro de �l. El poeta no ha de proceder como el operario que, junto con otros mil, explota una misma cantera. Ha de sentirse el �nico, en un mundo desierto, a quien se concedi� por vez primera la dicha de dar nombres a todas las cosas. Debe estar seguro de poseer un mensaje que s�lo �l sabr� traducir, en el momento preciso, a la palabra justa e imperecedera.

La misi�n del poeta es infinitamente delicada. Dejemos que la escude tras su inocente soberbia; que la defienda, si fuere necesario, con el l�tigo de su infantil vanidad. Despu�s de todo, ni la individualidad ni la duraci�n de una obra deben montar a mucho en los cuidados del espectador. En poes�a, como sucede con el milagro, lo que importa es la intensidad. Nadie sino el Ser �nico m�s all� de nosotros, a quien no conocemos, podr�a sostener en el aire, por pocos segundos, el perfume de una violeta. El poeta puede —a semejanza suya— sostener por un instante m�nimo el milagro de la poes�a. Entre todos los hombres, �l es uno de los pocos elegidos a quien se puede llamar con justicia un hombre de Dios.


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