La "Historia verdadera" de Bernal D�az del Castillo

La Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espa�a es uno de los libros m�s notables de la literatura universal. Testimonio de valor �nico, por su amplitud y precisi�n, sobre los hechos de la Conquista, a�ade a su valor hist�rico la extraordinaria fuerza del relato, el vigor que irradian sus p�ginas, que nos acercan, como pocos autores han sabido hacerlo, a los hechos que narran.

Es una soberbia epopeya en prosa, un relato de empresas sobrehumanas, cuyo m�rito m�ximo estriba en la sencillez misma con que su autor las cuenta. Pocas experiencias hay en la historia de la humanidad tan notables como la llegada de los espa�oles de Cort�s a la capital azteca. Hasta entonces, hasta 1519, no se realiza el sue�o de los descubridores. Ciudades inmensas, riquezas fabulosas, vastos imperios. Lo que le hab�a sido negado a Col�n y a sus acompa�antes, �vidos buscadores de los tesoros de Oriente, que no ocultan su decepci�n ante la vida rudimentaria de los habitantes de las islas, se les otorga a Cort�s y a sus hombres.

"No s� c�mo lo cuente, ver cosas nunca o�das, ni vistas, ni a�n so�adas, como ve�amos", escribe Bernal. Y s� sabe contarlo. Tiene el don �nico de saber narrar, de tener una memoria vital tan rica, que evoca sin esfuerzo recuerdos lejanos y les da animaci�n insuperable con la pluma. Su obra es la base de casi todo lo que sabemos de la Conquista. Elogi�ndole o denigr�ndole, todos los autores que vinieron tras �l se han servido de aqu�lla para elaborar sus propios relatos.

Las ediciones de la obra se han sucedido sin interrupci�n. Ha sido traducida, totalmente o en selecciones, al franc�s, ingl�s, alem�n, h�ngaro, dan�s... Y ahora le ofrecemos de nuevo al p�blico de habla espa�ola, aligerada y modernizada, para que el acercamiento sea m�s f�cil, para que el goce sea m�s directo.

Hemos retocado el texto lo indispensable para que Bernal nos hable como lo har�a hoy si estuviera entre nosotros. Porque su libro tiene en alto grado el rasgo distintivo de las epopeyas primitivas, que se compon�an para ser recitadas, no para la lectura.

Son certeras las palabras del ilustre historiador mexicano Luis Gonz�lez Obreg�n, autor de un bello estudio sobre Bernal D�az.

Abiertas las p�ginas de la Historia verdadera —nos dice—, no se leen, se escuchan. Ant�jase que el autor est� cerca de nosotros, que ha venido a relatarnos lo que vio y lo que hizo; y su mismo estilo burdo semeja al de un veterano, a quien perdonamos las incorrecciones de lenguaje para s�lo o�rle los sucesos llenos de inter�s en que ha sido testigo y actor.

El libro, como todas las grandes obras maestras, es tan rico de contenido y tan f�rtil en sugestiones, que s�lo se�alaremos aqu� a grandes rasgos algunas de las caracter�sticas de �l y de su autor, que esperamos sirvan para una mejor comprensi�n del texto.

Si en alg�n caso resulta arbitraria la distinci�n usual entre el autor y su obra, es en el caso de Bernal D�az del Castillo. Autor y libro son inseparables.

La vida de Bernal es esencialmente lo que en el libro se narra. Los datos que acerca de �l poseemos se encuentran casi todos en su historia, con la excepci�n de algunos documentos sueltos, que nada modifican.

Nace Bernal D�az hacia 1495 o 1496 en Medina del Campo, ciudad castellana, famosa por sus ferias. De familia modesta, escasa de recursos, se le ofrece en sus a�os mozos la gran aventura de aquella generaci�n: el viaje a las Indias reci�n descubiertas.

Viene Bernal a tierras de Am�rica en 1514, con la expedici�n de Pedrarias D�vila. Toma parte en los viajes de descubrimiento de Hern�ndez de C�rdoba y Juan Grijalva. Luego sigue a Hernando Cort�s en su conquista a la Nueva Espa�a.

No vale la pena trazar en detalle sus pasos. Nadie mejor que �l es capaz de hacerlo. Por eso hemos de limitarnos a algunas observaciones sobre su c�racter.

Bernal D�az es hombre de condici�n humilde, cuya vida hubiera sido oscura de no present�rsele la gran peripecia de la conquista de un mundo nuevo. Es la persona que se siente llamada a escribir por el volumen de los hechos en que ha participado. Todos hemos llevado un diario en nuestra juventud, cuando cre�amos sinceramente que nuestra experiencia ten�a valor �nico y excepcional, cuando descubr�amos nuestro propio mundo. Raros son los diarios de este tipo que, rele�dos m�s tarde, no van a parar al cesto de los papeles.

Pero Bernal ha tenido la rara oportunidad de descubrir un mundo aut�ntico y de sentirse con fuerzas para narrar la haza�a. Lo m�s extraordinario es que, siendo hombre de escasa cultura libresca, no tiene —afortunadamente— modelos literarios que imitar y se hunde de lleno en el relato de los hechos en que ha tomado parte. Lo que constituye para nosotros el mayor encanto de su libro es que sea totalmente incapaz de selecci�n, de distinguir entre lo esencial y lo que no lo es, y as� lo cuenta todo, absolutamente todo, d�ndonos en su historia esa riqueza de vida aut�ntica que nos hace asistir con �l a la marcha del pu�ado de hombres que conquista las tierras mexicanas.

Bernal no escribe por el placer de escribir. Nada de eso, se da bien cuenta de su falta de cultura, que incluso le preocupa demasiado, pues nada precisaba aprender hombre tan magn�ficamente dotado como �l para la observaci�n y la narraci�n de los hechos. Tiene que vencer un esfuerzo, una repugnancia para tomar la pluma. �Por qu� escribe su historia?

Bernal y los dem�s espa�oles que llevan a cabo la Conquista pasan a Am�rica "por servir a Dios y a Su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y tambi�n por haber riquezas, que todos los hombres com�nmente ven�amos a buscar". Servir a Dios era aumentar la cristianidad y ayudar a la conversi�n de los infieles id�latras. Servir a su Majestad era procurar que se acrecentaran sus dominios y se enriquecieran las arcas reales. �sta era una base firme como la roca, pues nunca habr�n estado los sentimientos cat�licos y mon�rquicos tan arraigados como en las mentes espa�olas del siglo XVI.

Pero �y la obtenci�n de las riquezas? Aqu� s� que hab�a libre campo para la iniciativa individual y para las pugnas de toda �ndole. La avidez de riquezas, que dio lugar a los episodios m�s deplorables de la Conquista, a todo g�nero de crueldades y malos tratos con los naturales, esa avidez que hac�a creer a un soldado que las paredes bien blanqueadas de un poblado ind�gena eran de plata, tiene un representante t�pico en Bernal.

Si en el ej�rcito de Cort�s hay divisiones, no deja de decirnos que las motiva la situaci�n econ�mica de los soldados. Quienes ten�an en Cuba tierras, minas o indios, quer�an volverse. Quienes nada pose�an, quer�an seguir adelante, para buscar la vida y su ventura. Se jugaban las vidas en un tr�gico juego de azar del que esperaban obtener de golpe la riqueza, para ellos y sus descendientes, la riqueza que les librara del trabajo, entonces considerado denigrante.

De aqu� que ocupen tanto espacio, en el libro de Bernal, los pleitos sobre el reparto de indios y de metales preciosos, que veamos a Cort�s resolviendo las dificultades de gobierno a fuerza de sobornos —con los hombres de P�nfilo de Narv�ez, con Andr�s de Tapia, con sus propios compa�eros—.

De aqu� la manera que tiene Bernal de enjuiciar a los principales personajes del drama, seg�n que fueran m�s o menos "francos", m�s o menos dadivosos. Moctezuma le deslumbra por su esplendidez, y se aprovecha de ella para pedirle mantas y una india. La muerte de Cuauht�moc le apena porque, en el terrible viaje a las Hibueras, le hab�a prestado indios que le buscaran hierba para su caballo. Los grotescos magistrados de la Primera Audiencia encuentran disculpa ante sus ojos porque eran muy buenos con los conquistadores, es decir, porque les daban indios en cantidad, para lo cual herraron a tantos por esclavos que el mismo Bernal confiesa que la tierra estuvo a punto de desplomarse.

�Y Cort�s? seg�n Bernal, no es generoso con sus compa�eros. Siempre toma del bot�n la parte del le�n. Por eso Bernal tiene hac�a �l la actitud del criado viejo, que no podr�a vivir sin su se�or, pero al que no pierde ocasi�n de censurar. Obs�rvese en las p�ginas del libro la admiraci�n que Bernal siente por su jefe, c�mo habla de sus virtudes militares, su valor, su tenacidad, el ser siempre el primero en los trabajos y peligros; pero no se porta bien con sus compa�eros. Quiere arrebatarles su parte de gloria y su parte de bot�n. Bernal mira de reojo a Cort�s y a todos los que van a Espa�a en busca de mercedes, y siempre se considera postergado, aunque su situaci�n no sea precaria, ni mucho menos.

�l, que tanto hab�a reprochado al grupo partidario de volverse a Cuba, una vez conquistado M�xico no tiene m�s ambici�n que la de obtener buenas encomiendas, alardeando de formar parte de los conquistadores primitivos, y reniega cada vez que se le ordena participar en nuevas empresas, como ocurre cuando el viaje a las Hibueras.

En Bernal hay un enigma. �Por qu� no consigui� ascender m�s en la jerarqu�a militar? El t�tulo de capit�n se lo concede a s� mismo graciosamente, y por todo su relato vemos que no pas� de soldado de a pie, al que ocasionalmente se le dio el mando de grupos de soldados que no ten�an misi�n mayor que la de buscar comida o encontrar un camino en la selva tropical.

�Que pasa con �l? Sin duda ten�a m�s cultura y m�s inteligencia que la mayor�a de sus compa�eros. Y si no fuera por su libro, nada sabr�amos de su persona. !Qu� diferencia, no ya de un Cort�s, sino de un Sandoval, un Alvarado, un Olid, un Andr�s de Tapia y de tantos otros! Bien vemos por su relato, en especial en el caso de Sandoval, que part�an de la nada, y que su encumbramiento era hijo de sus obras. �Habr�a en Bernal algo que lo incapacitara para mandar y que no conozcamos? �Quiso alcanzar con la pluma el puesto destacado que no logr� con la espada?

Su deseo de gloria y de inmortalidad iguala casi a su ansia de riquezas. No pierde ocasi�n de situarse en primer plano en su relato, en momentos en que no hay la menor duda de que miente. V�ase lo que dice del desastre de la calzada, cuando los mexicanos arrojaban a los distintos reales las cabezas de los espa�oles muertos y Bernal hace figurar la suya entre las que los aztecas identifican. Cuando el licenciado Luis Ponce de Le�n interroga a Cort�s sobre su conducta, no se olvida de preguntar por Bernal D�az.

Esta ambici�n de notoriedad de Bernal, este deseo de gloria y riquezas, este sentirse de continuo postergado e insatisfecho, es lo que mueve su pluma. Su libro es una desmesurada relaci�n de m�ritos y servicios, un memorial de las batallas en que se ha hallado, seg�n �l le llama. Y para destacar su personalidad tiene que elevar de nivel la de todos sus compa�eros. Cort�s se nos aparece en sus p�ginas como la criatura de una camarilla, que le lleva y le trae y le hace tomar decisiones contra su voluntad.

Contra esta actitud ha de precaverse el lector que no est� versado en la historia de la Conquista. La parte de Cort�s en la empresa es muy superior a la que Bernal le reconoce. Su mayor m�rito es el haber bregado con la banda de aventureros que le segu�a, de miras mucho m�s limitadas que las suyas, y haberlos conducido a la victoria; el querer superar siempre su propia marca, y, conquistado M�xico, lanzarse a nuevas expediciones,como la de las Hibueras y la de California; pero la gloria tiene su precio. Y hasta la energ�a de Cort�s se derrumba despu�s de la expedici�n a Honduras, en que presenta todos los s�ntomas de lo que hoy llamamos el breakdown nervioso —p�rdida de peso, insomnio, angustia y, sobre todo, un miedo y una repugnancia terribles a volver a su ambiente habitual, a reingresar en su propia vida, su oposici�n desesperada a volver a la Nueva Espa�a—.

Fuera de este momento de des�nimo, la entereza de Cort�s, su rango superior, su papel se�ero en la empresa, campean en las p�ginas de Bernal, a despecho de las censuras que le dirige. Sus compa�eros eran hombres de excepci�n, si se quiere, pero lo eran gracias a �l. !Qu� triste espect�culo da el M�xico conquistado cuando Cort�s desaparece de la escena o cuando se le restan poderes desde Espa�a! !Qu� inmenso es su ascendiente sobre sus compa�eros y sobre los indios!

Sobre los indios de preferencia. Desde un principio Cort�s sabe imponerse a ellos en la paz y en la guerra, con aquel instinto seguro que le hac�a aceptar lo m�s extraordinario como cosa com�n y corriente. Utiliza las profec�as existentes entre los ind�genas: la llegada de Oriente de seres superiores que hab�an de subyugarlos. Extrema la justicia en sus tratos con ellos, hasta el punto de que a �l acuden siempre, y que su gran prestigio es visto con desconfianza desde Espa�a y constituye uno de los motivos de su rutina.

Los indios no son para Bernal un objeto de curiosidad, como lo ser�an para un moderno. Son un objeto de salvaci�n. Hay que sacarlos de la idolatr�a y los vicios en que viven sumidos, esclavos del dominio, para levantarlos al plano superior de la religi�n y la �tica cristianas. Bernal, buen soldado, sabe apreciar la lealtad de los de Tlaxcala, el tes�n magn�fico de los defensores de Tenochtitl�n. "No se ha hallado generaci�n en muchos tiempos que tanto sufriese la hambre y sed y continuas guerras como �sta."

No es la nota heroica la �nica que se oye en las p�ginas de Bernal. Sabe manejar la iron�a y la burla con enorme soltura. Sus blancos predilectos son los soldados que pasan a la Nueva Espa�a despu�s de Cort�s y sus compa�eros. Son cobardes e ineptos, no saben combatir con los indios. Modelo de iron�a y de gracia es el relato de las expediciones de Rodrigo de Rangel.

Los m�ritos que podr�amos llamar literarios —para entendernos de alg�n modo— no son los �nicos del libro. Su valor hist�rico es muy grande. No se tiene hoy ya a Bernal por autor de veracidad indiscutible, pero s� mantiene su rango de hombre sincero y deseoso de decir la verdad. Adem�s, su ingenuidad permite se�alar muy bien cu�ndo deforma alg�n hecho.

Para �l, la historia es el testimonio de las acciones que se han visto y en las que uno ha participado. No los p�jaros ni las nubes, dice, sino los soldados que han tomado parte en las batallas, son los llamados a relatarlas. El cuerpo de su historia est� formado por su experiencia personal y tiene siempre cuidado escrupuloso en indicar de d�nde ha tomado sus datos cuando �l no se encontr� presente. Esto lo vi en una carta. Aquello me lo dijo un soldado. En esta precisi�n es muy superior a la mayor�a de sus contempor�neos.

Bernal debi� trabajar largo tiempo en su libro. Testimonios anteriores a 1557 nos indican que lo ten�a empezado. En 1563 lo daba por concluido ya. En 1568 lo pone en limpio. En realidad, no lo concluy� nunca. No ve�a de un modo claro la manera de darle fin.

Una copia que hab�a remitido a Espa�a antes de 1579 fue utilizada por un fraile mercedario, el padre Alonso Rem�n, para su edici�n de la Verdadera historia, publicada en 1632 —Bernal ya hab�a muerto en 1584, seg�n los datos m�s recientes, sin ver impreso su libro—.

La edici�n de Rem�n ha sido censurada con exceso. Salvo algunos a�adidos, con los que quiso aumentar la gloria del padre Olmedo, mercedario que forma parte de la expedici�n de Cort�s, el texto es perfectamente fiel, con leves retoques al borrador de Bernal, que hoy conocemos.

Este borrador, que se conserva en Santiago de Guatemala, donde Bernal muri�, es el que ha servido de base para todas las ediciones recientes, hechas seg�n la publicada por Genaro Garc�a en 1904.

Hemos tenido a la vista las dos ediciones —Rem�n y G. Garc�a—, junto con la preparada por nosotros en Madrid, que la guerra de Espa�a dej� sin concluir en 1936.

El texto que damos est� modernizado en forma indispensable para que lo comprenda el lector de hoy. Puede decirse, sin exagerar mucho, que el texto primitivo de Bernal forma un solo p�rrafo. No sab�a puntuar y escribe de un tir�n. Nada hemos alterado en el texto, salvo la ortograf�a. Lo hemos aligerado un tanto, porque Bernal es muy redundante y se repite m�s de la cuenta. Esto ha hecho necesario alterar la numeraci�n de los cap�tulos. Pero que est� tranquilo el lector. Tal como le ofrecemos la obra, forma un cuerpo coherente en el que nada se ha suprimido que sea esencial y s� bastantes cosas prolijas y enojosas.

Hemos puesto al pie de las p�ginas las notas que nos parecieron indispensables para una mejor comprensi�n del libro. Las m�s de las veces para explicar vocablos anticuados. No es tarea f�cil anotar un texto. El lector encontrar� que las notas abundan m�s al principio. Ello se debe, en parte, a que la materia mejor estudiada hasta hoy es la conquista propiamente dicha, hasta la ca�da de la capital azteca. Queda todav�a mucho por hacer en el estudio de la historia de nuestro pa�s.

Pr�logo a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espa�a, por Bernal D�az del Castillo. Edici�n modernizada. M�xico, Nuevo Mundo, 1943

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