Introducci�n al estudio de Bernal D�az del Castillo y de su verdadera historia

Bernal D�az del Castillo ha llegado a ocupar en nuestros d�as el puesto que G�mara llen� en el siglo XVI. Es el autor a quien acuden en primer lugar —cuando no exclusivamente— los especialistas y tambi�n los profanos que se interesan por la Conquista de la Nueva Espa�a.

La Verdadera historia es reeditada con gran frecuencia. Ha sido traducida, total o parcialmente, al franc�s, al ingl�s, al alem�n, al dan�s, al h�ngaro. Su autor es objeto de un verdadero culto, el libro se ha convertido en piedra de toque para contrastar a todos los autores que tratan de la Conquista.

Bien es verdad que el inter�s por Bernal, al hacer que se multipliquen los estudios en torno a su persona y a su libro, tiende a modificar una actitud que hoy est� en el ambiente, pero que viene ya de muy atr�s, que encontr� su manifestaci�n m�s definida y exaltada hacia comienzos de este siglo, en las p�ginas con que Genaro Garc�a prolog� la edici�n de la Verdadera historia hecha con arreglo al manuscrito que se conserva en Santiago de Guatemala. Comp�rese esta introducci�n con la de otro historiador mexicano, Joaqu�n Ram�rez Caba�as, a la edici�n de 1939, y podr� apreciarse hasta qu� punto se ha ganado terreno en una estimaci�n m�s ponderada, m�s exacta, del car�cter de Bernal y de su obra.

Nosotros tambi�n hemos pasado por el culto fren�tico de Bernal; tambi�n nos hemos indignado con quienes se�alaban —no siempre con justicia— los defectos de su libro. Hoy lo vemos con mirada m�s tranquila, aleccionados por dur�sima experiencia que alg�n d�a ocupar� en la historia lugar tal vez m�s alto que la de los conquistadores de la Nueva Espa�a. Por lo mismo que no aceptamos a Bernal incondicionalmente, creemos comprenderlo mejor y admirarlo m�s.

La biograf�a de Bernal parece que es ya conocida de todos. En los �ltimos a�os han venido public�ndose nuevos datos documentales que completan o rectifican la figura del personaje tal como lo ve�amos a trav�s de su cr�nica; pero esta labor peca —como siempre suele ocurrir— de un exceso de dispersi�n y de que no se ensamblen debidamente los resultados. Tenemos, pues, que desbrozar el camino fijando algunas fechas que nos son indispensables para conocer la �poca en que Bernal escribi� su libro y la g�nesis misma de su composici�n.

No se conoce con exactitud la fecha del nacimiento de Bernal. Genaro Garc�a, en la introducci�n a su edici�n de la Verdadera historia, dice que naci� en 1492, afirmaci�n que todav�a se repite en la edici�n de Ram�rez Caba�as. Genaro Garc�a parte de un error: el de creer que Bernal D�az ten�a 24 a�os "en el tiempo en que se resolvi� a venir a la Nueva Espa�a".

Este error se debe a una interpretaci�n defectuosa del texto de Bernal. El pasaje en que se apoya Genaro Garc�a dice as�:

Y Dios ha sido servido de guardarme de muchos peligros de muerte, as� en este trabajoso descubrimiento como en las muy sangrientas guerras mexicanas —y doy a Dios muchas gracias y loores por ello— para que diga y declare lo acaecido en las mismas guerras; y, dem�s de esto, ponderen y pi�nsenlo bien los curiosos lectores, que siendo yo en aquel tiempo de obra de veinte y cuatro a�os, y en la isla de Cuba el gobernador de ella, que se dec�a Diego Vel�zquez, deudo m�o, me prometi� que me dar�a indios de los primeros que vacasen, y no quise aguardar a que me los diesen.

Pasaje confuso, cosa frecuent�sima en Bernal. Genaro Garc�a lo interpret� en el sentido de que Bernal afirmaba tener 24 a�os cuando rechaz� la encomienda ofrecida por Diego Vel�zquez y decidi� pasar a la Nueva Espa�a. Pero al hacerlo olvida la manera peculiar que Bernal, en su inexperiencia, tiene de escribir; que sus ideas van siempre a la deriva, pasa de unas a otras, las entrecruza, y jam�s establece la debida separaci�n. Bernal nos est� hablando de "las muy sangrientas guerras mexicanas" y de su prop�sito de relatar lo acaecido en ellas. Menciona como m�rito suyo el haber combatido siendo joven —obra de 24 a�os— y, para resaltarlo m�s, a�ade que al pasar a M�xico hab�a desde�ado los ofrecimientos ventajosos hechos por Diego Vel�zquez.

Es decir, que Bernal piensa en sus veinticuatro a�os asociando la idea con las guerras mexicanas y no con la oferta del gobernador de Cuba que viene a continuaci�n en el texto, aunque hab�a precedido en la realidad. Podemos situar los 24 a�os de Bernal entre 1519 y 1521, fechas extremas de la campa�a de Hern�n Cort�s, tal vez en 1520, que es cuando las "guerras mexicanas fueron m�s sangrientas" para los espa�oles —el desastre de la Noche Triste—.

Esta indicaci�n, dudosa a primera vista, pero que no lo ser� tanto para quien est� familiarizado con el estilo de Bernal, indica como fechas entre las que podemos situar su nacimiento las de 1495 y 1497. Vamos a ver que el dato concuerda con otras afirmaciones hechas por nuestro autor en distintos momentos de su vida. En la declaraci�n que presta en la probanza de servicios del adelantado don Pedro de Alvarado ת de junio de 1563— dice tener 67 a�os (fecha del nacimiento hacia 1495).

Podemos, pues, afirmar con bastante precisi�n las fechas de 1495 o 1496 para el nacimiento de Bernal, y descartar en absoluto la fecha de 1492 propuesta por Genaro Garc�a.

Nos queda por desvanecer otro motivo de confusi�n. Bernal afirma en la primera p�gina de su cr�nica de la Conquista: "soy viejo de m�s de ochenta y cuatro a�os". Quienes se han ocupado de su biograf�a tratan de conciliar esta afirmaci�n con la noticia que da en otro lugar, la de que saca su texto en limpio en 1568:

De quinientos cincuenta soldados que pasamos con Cort�s desde la isla de Cuba no somos vivos en toda la Nueva Espa�a de todos ellos, hasta este a�o de mil quinientos setenta y ocho, que estoy trasladando esta mi relaci�n, sino cinco.

La cosa no resulta f�cil, pues de tener Bernal m�s de 84 a�os en 1568, habr�a nacido en 1484 nada menos. Quienes se esfuerzan por compaginar las dos afirmaciones de Bernal incurren en error muy com�n: el de considerar los lbros como productos en bloque, acabados, tal como se nos presentan ante la vista. El olvidar que tras el producto acabado se esconde un proceso lento de elaboraci�n, con retoques, contradicciones, a�adiduras, supresiones. Cuando el autor es poco h�b�l literalmente, este proceso queda al descubierto con mayor claridad, sin que consiga unificar debidamente sus materiales. Bernal es un caso t�pico de lo que venimos diciendo. Su obra es un conglomerado —como lo eran las obras literarias producto de una colectividad— y en �l podemos rastrear estratos diferentes. Solamente si partimos del hecho de que Bernal es el autor de un solo libro, trabajo de toda su vida, podremos evitar errores como el que motiva estos comentarios.

Bernal trabaj� largo tiempo en su historia —vamos en seguida a precisar esta informaci�n— y es indudable que dej�, como a todos nos ocurre, el pr�logo para lo �ltimo. No fue capaz de escribirlo a su satisfacci�n, seg�n �l mismo nos dice, y no pas� de una breve nota en donde hace la indicaci�n de que tiene m�s de 84 a�os. Esta nota pudo escribirla muy bien hacia 1579 o 1580, en una de las revisiones que hac�a de su obra. T�ngase en cuenta que la indicaci�n de edad no aparece en el pr�logo de la edici�n de Rem�n, que es, sin duda, de mano de Bernal. En este pr�logo, tal vez el de una copia que envi� a Espa�a antes de 1579, habla de su prop�sito de seguir trabajando en el libro: "Tengo que acabar de escribir ciertas cosas que faltan, que a�n no se han acabado".

As�, pues, hay que desechar la idea de que Bernal tuviera m�s de 84 a�os en 1568. Las dos noticias est�n dadas en momentos diferentes, y a nadie que conozca la mentalidad de Bernal D�az podr� extra�arle que no se preocupe en poner de acuerdo afirmaciones hechas en momentos distintos de su vida.

Lo cierto es que la dichosa afirmaci�n del pr�logo del borrador de Guatemala es la que m�s ha pesado sobre el �nimo de quienes han estudiado la obra de Bernal. Se han esforzado por retrasar la fecha de la composici�n lo m�s posible, para acercarla al a�o de 1568 y para justificar que el autor escrib�a a edad muy avanzada. Como Bernal afirmaba tambi�n, al hablar de sus 84 a�os, que ha perdido "la vista y el o�r", la asociaci�n con Homero resulta tentadora. El anciano conquistador "con el noble deseo de rectificar errores de mal informados cronistas, empu�� la pluma, como antes la espada", indica Gonz�lez Obreg�n. "Se consagr� a escribir su Historia verdadera cuando frisaba en los setenta y tantos a�os de edad", indica Genaro Garc�a. "Sabemos que Bernal D�az del Castillo empez� a escribir su Verdadera historia por el a�o de 1568", afirma rotundamente Carlos Pereyra, sin decirnos de d�nde sale esta noticia.

Los datos que hoy poseemos nos permiten rectificar todas estas afirmaciones. Bernal trabajaba en su historia cuando a�n no ten�a 60 a�os de edad. Alonso de Zorita, que fue oidor de la Audiencia de los Confines y anduvo por tierras de Guatemala desde la primavera de 1553 a fines de abril de 1557, dice en su Historia de Nueva Espa�a:

Bernaldo D�az del Castillo, vecino de Guatemala, donde tiene un buen repartimiento, y fue conquistador de aquella tierra, y en Nueva Espa�a y en Guacacinalco, me dixo estando yo por oidor de la Real Audiencia de los Confines que reside en la ciudad de Santiago de Guatemala, que escrib�a la historia de aquella tierra, y me mostr� parte de lo que ten�a escrito; no s� si la acab�, ni si ha salido a luz.

Bernal no hab�a terminado su historia cuando Alonso de Zorita era oidor de la Audiencia de los Confines. Encontramos nueva referencia al libro, hecha esta vez por el propio Bernal en 1563 —a�n no ten�a 70 a�os—, en la probanza de servicios del adelantado Alvarado a que ya nos hemos referido: "Pasadas muchas cosas que este testigo tiene escritas en un memorial de las guerras, como persona que a todo ello estuvo presente..."

Aqu� Bernal nos habla de su obra como existente ya, aunque no estuviera totalmente concluida. En realidad, no la concluy� nunca. Hay vacilaci�n en Bernal cuando trata de cerrar su libro, como hemos apuntado que la hab�a al iniciarlo, en el pr�logo. Tal vez pens� que en un principio que el remate m�s adecuado era la "Memoria de las batallas y encuentros " en que se hab�a hallado, que sigue al cap�tulo CCXII. Con esta memoria termina el texto de Rem�n y al pie de la misma aparece la firma de Bernal D�az en el manuscrito de Guatemala; pero luego a�adi� dos cap�tulos m�s, sobre cuya oportunidad no estaba muy seguro, pues al cap�tulo CCXIV le precede la siguiente nota: "No se escriba esto de abaxo". Y la indecisi�n va m�s lejos, pues al terminar el mismo cap�tulo anuncia:"Bien es que diga en otro cap�tulo de los arzobispos y obispos que ha habido". El cap�tulo en cuesti�n no existe, y no parece que el manuscrito de Guatemala est� mutilado. Lo m�s veros�mil es que Bernal no llegara a escribirlo.

Con lo apuntado basta para darnos idea de lo lento que es el proceso de elaboraci�n de la Verdadera historia, Una primera menci�n anterior a 1557; otras de 1563 y 1568; la �ltima que podemos situar hacia 1579 o 1580. El libro se entreteje todo a lo largo de la vida de su autor desde el siglo XVI.

Ha existido otro factor importante en la tendencia a retrasar la fecha de composici�n de la historia de Bernal D�az: la asociaci�n inmediata que se establece entre su obra y la Conquista de M�xico, de L�pez de G�mara.

Bernal D�az, que viv�a tranquilo en su encomienda de Chamula, no pudo ver sin enojo que aquel escritor [G�mara] trataba de engrandecer a Hern�n Cort�s a costa de todos sus compa�eros, atribuy�ndole exclusivamente la gloria de la Conquista; de manera que la indignaci�n le hizo autor, Desde entonces comenz�, sin duda, a renovar la memoria y recuerdos de aquellos hechos...

Esta opini�n, expresada hace tiempo por Vedia, sigue flotando hoy en el ambiente. Bien es verdad que ha sido preciso retocarla porque el propio Bernal nos dice que ya trabajaba en su historia cuando lleg� a sus manos la de G�mara.

"Llevaba escrito poco de la Historia verdadera cuando llegaron a sus manos las cr�nicas compuestas por Paulo Jovio, L�pez de G�mara y Gonzalo de Illescas", dice Genaro Garc�a. Carlos Pereyra precisa m�s: "Llevaba adelantados cerca de veinte cap�tulos, y narraba los hechos del viaje que hizo con Juan de Grijalva, cuando cayeron en sus manos tres libros..."

Estas afirmaciones tambi�n necesitan revisi�n. No podemos saber exactamente en qu� fecha, en qu� momento de la composici�n de la Verdadera historia llegaron los libros citados de Bernal. Pero que �ste los mencione en el cap�tulo XVIII de su libro no indica que precisamente entonces llegaran a su conocimiento, ni �l dice tal cosa. Indica tan s�lo: "Estando escribiendo en esta mi cr�nica, acaso vi lo que escriben G�mara e Illescas y Jovio en las conquistas de M�xico y la Nueva Espa�a". El lugar de la menci�n es el m�s adecuado, pues sigue el relato de la expedici�n de Juan de Grijalva y precede al de la de Cort�s, donde las rectificaciones a dichos cronistas iban a ser m�s frecuentes; pero el cap�tulo XVIII puede muy bien haber sido intercalado por Bernal, pues en el manuscrito se alter� la numeraci�n, de modo poco h�b�l, dando al cap�tulo anterior el n�mero XVI, que no le correspond�a, sin duda para agregarlo al relato de la expedici�n de Grijalva y para hacer un hueco a la advertencia sobre los tres cronistas.

Hay m�s a�n. Quienes piensan que el cap�tulo XVIII se�ala el momento en que Bernal tuvo noticia de los otros cronistas, parecen olvidar que ya en el cap�tulo I advierte: "Hablando aqu� en respuesta de lo que han dicho y escrito personas que no lo alcanzaron a saber, ni lo vieron, ni ten�an noticia de lo que sobre esta materia hay". Por si no estuviera bastante clara la alusi�n a los cronistas que Bernal se propone refutar, la encontramos m�s expl�cita en el cap�tulo XIII, cuando nos habla del oro rescatado por Grijalva en el r�o de Banderas: "Y esto debe ser lo que dicen los cronistas G�mara, Illescas y Jovio que dieron en Tabasco". En el cap�tulo siguiente vuelve a rectificar a G�mara.

Si Bernal menciona desde el comienzo de su libro a los tres cronistas —tambi�n lo hace expl�citamente en el pr�logo del texto de Rem�n—, lo que esto nos indica no es que los conociera a poco de comenzar a escribir su historia, sino que la modific� desde el principio despu�s de haberlos le�do. No se olvide que ya estaba escrito parte de su libro en 1557, y tal vez terminada una primera redacci�n en 1563, �poca en la que mal pod�a haber visto a los cronistas mencionados —con excepci�n de G�mara—, pues la primera edici�n de Gonzalo de Illescas es de 1564 y la traducci�n castellana de Paulo Jovio es de 1566.

Habremos, pues, de resignarnos a admitir que la parte jugada por la indignaci�n contra los errores de los cronistas en la g�nesis de la historia de Bernal no es el germen del libro, como se nos ven�a diciendo. Hay indignaci�n y hay pol�mica en Bernal, pero los motivos de esta actitud son otros.

Nada tan sorprendente a primera vista como la paradoja de que Genaro Garc�a, enemigo de los conquistadores, haya hecho una excepci�n a favor de Bernal, convirti�ndolo en arquetipo de virtudes y trazando de su car�cter una semblanza enteramente falsa.

As�, pues, bastante pobre, si bien querido y considerado, se consagr� a escribir su Historia verdadera cuando frisaba en los setenta y tantos a�os de edad; sin temer a nadie; persuadido de que en el mundo no se registraba hecho m�s haza�oso que la Conquista, ni exist�an hombres m�s heroicos que los conquistadores; conforme con no haber recibido la remuneraci�n que justamente merec�a; libre de pesimismo, rencores y remordimientos; perfectamente tranquila su conciencia; con una memoria privilegiada y una inteligencia excepcional en su pleno vigor. Interrump�a de tarde en tarde su trabajo para visitar los pueblos de su encomienda, acompa�ado a veces de amigos...

Esta visi�n id�lica, azorinesca, de un Bernal reposado y tranquilo que visita sus indios y acaricia recuerdos, que rompe su quietud con gesto de quijote para volver por la gloria que G�mara pretende arrebatarles a �l y a sus compa�eros, cae por tierra ante una lectura atenta del libro de Bernal y de los documentos que ahora conocemos relativos a su persona. La edici�n de Ram�rez Caba�as es la que m�s circula hoy y no hace falta repetir aqu� lo dicho en su pr�logo sobre el car�cter de Bernal y sobre su verdadera situaci�n econ�mica por los a�os en que compone la cr�nica de la Conquista. Lo que s� conviene es poner en relaci�n estos nuevos datos con la g�nesis misma de la Verdadera historia.

Bernal es hombre bullicioso, insatisfecho, pleitante. No se da nunca por contento con las recompensas que recibe en premio sus servicios. Siempre se manifiesta desazonado, resentido. En 1550 se le concede licencia para que �l y dos criados suyos puedan llevar armas ofensivas y defensivas porque "est� enemistado en esa tierra [Guatemala] con algunas personas". V�ase el tono de su correspondencia en las dos cartas de 1552 y 1558. Bernal tiene mal genio, es murmurador, est� terriblemente pagado por s� mismo. "Bien creo que se tendr� noticia de m� en ese Vuestro Real Consejo de Indias". le dice al rey en 1552. "Ya creo que V. S. no tern� noticia de m�, porque seg�n veo que he escrito tres veces e jam�s he habido ninguna respuesta...", escribe en 1568 al padre Las Casas, en carta donde le pide con gran desparpajo que "cuando escribiese a los reverendos padres de Santo Domingo venga para m� alguna carta o colecta para que sea favorecido".

No, no es Bernal el hombre "conforme con no haber recibido la remuneraci�n que justamente merec�a" que quiso hacernos ver su editor mexicano. El hombre "libre de pesimismos, rencores y remordimientos". Es el hombre inmensamente ambicioso, profundamente insatisfecho, el representante genuino de aquella generaci�n turbulenta de conquistadores que cuando dejan de guerrear con los indios dedican el resto de sus vidas a forcejear con la Corona para conseguir mercedes que les permitan vivir sin trabajar.

Ram�rez Caba�as se�ala certeramente en el pr�logo de su edici�n esta actitud que informa toda la conducta de Bernal. Icaza, en la magistral introducci�n a sus Conquistadores y pobladores de Nueva Espa�a, se refiere de continuo a nuestro autor como a uno de los m�s destacados portavoces de la insatisfacci�n, de las quejas continuas de los conquistadores que no creen suficientemente recompensados sus servicios. Carlos Pereyra insiste en la necesidad de precaverse "contra el peligro de la literatura pla�idera formada por los memoriales de m�ritos y servicios de los conquistadores". Pero ninguno de estos autores destaca con suficiente precisi�n que este ambiente de insatisfacci�n, que este resentimiento y esta avidez de los conquistadores, que este formidable y largu�simo pleito que mantienen con la Corona por cuesti�n de intereses, por repartos de tierras y de indios, forma la base, la ra�z de la Verdadera historia de Bernal.

No todo est� perfectamente claro en la vida de Bernal. Si sus m�ritos fueron tan grandes como �l nos lo indica, �por qu� no obtuvo un puesto m�s destacado entre los compa�eros de Cort�s? A no ser por su propio relato, apenas si tendr�amos noticia de su participaci�n en la Conquista. En su libro se nos presenta con todas las caracter�sticas del conquistador, brav�simo, ansioso de aventura y riquezas. No obstante cabr�a decir que Bernal es soldado de ocasi�n, que la milicia no le atrae de por vida. Apenas cae M�xico, le vemos interesado por obtener su parte de bot�n, no ya en oro no joyas, sino en tierras y en indios. Consigue de Sandoval una encomienda en Coatzacoalcos, y a partir de este momento se indigna cada vez que Cort�s exige su presencia en alguna expedici�n militar. Siempre se compadece de los soldados que "ten�an ya sus casas y reposo" y que se ven lanzados contra su voluntad a nuevas aventuras. V�ase como ejemplo su comentario a la expedici�n a las Hibueras:

Y en el tiempo que hab�amos de reposar de los grandes trabajos y procurar de haber algunos bienes y granjer�as, nos manda [Cort�s] ir jornada de m�s de quinientas leguas, y todas las m�s tierras por donde �bamos de guerra, y dejamos perdido cuanto ten�amos.

Este deseo tan intenso de reposo manifestado cuando Bernal a�n no hab�a cumplido los treinta a�os —la expedici�n a las Hibueras se inicia en 1524— contrasta bruscamente con el tono empleado al relatar su participaci�n en las campa�as de Cort�s.

Y los que andaban en estas pl�ticas contrarias eran de los que ten�an en Cuba haciendas, que yo y otros pobres soldados ofrecido ten�amos siempre nuestras �nimas a Dios que las cri�, y los cuerpos a heridas y trabajos hasta morir en servicio de Nuestro Se�or Dios y de su Majestad.

Es decir, Bernal nos confiesa ingenuamente que los conquistadores luchaban bien mientras nada ten�an que perder; pero en cuanto consegu�an algunos bienes de fortuna, costaba much�simo hacerles participar en nuevas empresas militares. Y as� Bernal termina muy joven su vida de soldado. Va con Cort�s a las Hibueras a rega�adientes, porque no le queda otro remedio; las expediciones en que m�s tarde toma parte no son de gran peligro, pues �l mismo repite en varias ocasiones que los indios de Guatemala "no era gente de guerra, si no de dar voces y gritos y ruido". No le tienta pasar al Per�, como no le tientan las arriesgadas e infructuosas expediciones que se realizan bajo el gobierno del virrey Mendoza.

Bernal deja muy joven de ser conquistador para pasar a ser encomendero. Y en esta lucha por las recompensas, no por m�s sorda menos violenta que la lucha contra los ind�genas, consume la mayor parte de su vida. Hace dos viajes a Espa�a con este motivo. Da su opini�n en la junta celebrada en Valladolid en 1550 acerca del repartimiento perpetuo. Las cartas y documentos que de �l nos han llegado tratan exclusivamente de estos temas. No hemos de analizarlos en sus aspectos m�s definidamente t�cnicos, jur�dicos. Nos basta con subrayar que la idea fija de toda la vida de Bernal es la de haber entrado a formar parte de una nueva aristocracia, la de "los verdaderos conquistadores", que por sus heroicas haza�as se ha hecho acreedora de todo g�nero de mercedes por parte de la Corona.

Dem�s de nuestras antiguas noblezas, con heroicos hechos y grandes haza�as que en las guerras hicimos, peleando de d�a y de noche, sirviendo a nuestro rey y se�or, descubriendo estas tierras y hasta ganar esta Nueva Espa�a y gran ciudad de M�xico y otras muchas provincias a nuestra costa, estando tan apartados de Castilla, ni tener otro socorro ninguno, salvo el de Nuestro Se�or Jesucristo, que es el socorro y ayuda verdadera, nos ilustramos mucho m�s que de antes.

Bernal pone de manifiesto la idea corriente entre los conquistadores de que las guerras con los indios son continuaci�n de las hechas en Espa�a contra los infieles —la Reconquista— y pide que quienes en ellas han participado reciban el mismo premio que los guerreros medievales.

Y tambi�n he notado que algunos de aquellos caballeros que entonces subieron a tener t�tulos de estados y de ilustres no iban a tales guerras, ni entraban en las batallas, sin que primero les pagasen sueldos y salarios, y no enbargante que se los pagaban, les dieron villas, y castillos, y grandes tierras, perpetuos, y privilegios con franquezas, las cuales tienen sus descendientes; y adem�s de esto, cuando el rey don Jaime de Arag�n conquist� y gan� de los moros muchas partes de sus reinos, los reparti� a los caballeros y soldados que se hallaron en ganarlo, y desde aquellos tiempos tienen sus blasones y son valerosos, y tambi�n cuando se gan� Granada...

L�ase con atenci�n la Verdadera historia y se encontrar�n a granel pasajes como �ste. Todos los conquistadores, tarde o temprano, hubieron de presentar su relaci�n de m�ritos y servicios, haci�ndolo en ocasiones colectivamente y por orden superior, como ocurri� bajo el gobierno del virrey Mendoza. El acierto genial de Bernal D�az fue que para darnos la relaci�n de sus propios m�ritos, el "memorial de las guerras", como hemos visto que la llama, escribi� la cr�nica m�s completa y mejor de la conquista de la Nueva Espa�a. Bernal, que era un eg�latra, ten�a tambi�n muy acusado el sentimiento de grupo, que tanto se desarrolla en las guerras, y de aqu� que no concibiera relatar sus haza�as sin encuadrarlas en las de todos sus compa�eros, "porque mi intento desde que comenc� a hacer mi relaci�n no fue sino para escribir nuestros hechos y haza�as de los que pasamos con Cort�s".

El germen de la obra de Bernal ha de buscarse, pues, en la lucha por las encomiendas y en las relaciones de los m�ritos y servicios. N�tese el aire de documento notarial que tiene el comienzo de su cr�nica:

Bernal D�az del Castillo, vecino y regidor de la muy leal ciudad de Santiago de Guatemala, uno de los primeros descubridores de la Nueva Espa�a, y sus provincias, y cabo de Honduras, y de cuanto hay en esta tierra... natural de la noble e insigne villa de Medina del Campo, hijo de Francisco D�az del Castillo, regidor que fue de ella, que por otro nombre llamaban el Gal�n, que haya santa gloria...

Los �ltimos cap�tulos se dedican a la enumeraci�n de todos los conquistadores que pasaron con Cort�s y de los m�ritos de cada uno. Una de las redacciones —la utilizada por Rem�n— conclu�a con la memoria de las batallas y encuentros en que Bernal hab�a tomado parte.

La Verdadera historia fue creciendo desmesuradamente porque Bernal no era capaz de seleccionar entre sus recuerdos, y puesto a relatar la conquista tuvo que decirlo todo. As� hubo de alcanzar mayores vuelos la que en un principio fuera simple relaci�n de m�ritos y servicios. Sabemos que Bernal mostraba lo que iba escribiendo a personas que cre�a competentes para juzgarlo —el oidor Alonso de Zorita, los licenciados que menciona en el cap�tulo CCXII— quienes, sin duda, le estimularon en su labor. La lectura de G�mara hizo el resto, y tambi�n pudo ayudarle para dar forma definitiva a su cr�nica.

As�, pues, fueron los intereses y los pleitos del Bernal D�az encomendero los que dieron origen en su forma primera al relato estupendo de las haza�as del Bernal D�az conquistador de sus compa�eros. De haber sido Bernal un hombre m�s modesto, capaz de adaptarse mejor a las nuevas condiciones de trabajo que exig�a la Colonia, no hubiera defendido tan testarudamente los derechos de "los verdaderos conquistadores" y no tendr�amos hoy su Verdadera historia.

En la gigantesca pol�mica que origin� el descubrimiento y conquista de las Indias, la obra hist�rica de Bernal ocupa el polo opuesto a la de Las Casas. Defensa de los derechos del indio en �ste, defensa de los derechos del conquistador en aqu�l.

Es paradoja curios�sima que contraposici�n tan clara no haya sido establecida hasta ahora con precisi�n. Ello se debe a que el libro de Bernal pas� a ocupar un primer plano como arma preferida en el ataque contra G�mara y, sobre todo, contra Hern�n Cort�s. El no haber penetrado bien en la g�nesis de la Verdadera historia ha hecho de los partidarios incondicionales de Las Casas partidarios incondicionales de Bernal D�az. Lo cual, sin duda, a ellos les hubiera extra�ado much�simo.

Filosof�a y Letras, M�xico, enero-marzo, 1941.

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