En los momentos en que el gobierno de la Rep�blica, fiel a las obligaciones que hab�a contra�do, preparaba la salida de sus comisarios a la ciudad de Orizaba para abrir con los representantes de las potencias aliadas las negociaciones convenidas en los Preliminares de la Soledad, un incidente, tan imprevisto como inusitado, ha venido a alejar la probabilidad del arreglo satisfactorio de las cuestiones pendientes que con af�n procuraba el gobierno, esperando que triunfaran la raz�n, la verdad y la justicia, dispuesto a acceder a toda demanda fundada en derecho.
Por los documentos que he mandado publicar, ver�is que los plenipotenciarios de la Gran Breta�a , de la Francia y de la Espa�a, han declarado que no habiendo podido ponerse de acuerdo sobre la interpretaci�n que hab�an de dar a la Convenci�n de Londres, de 31 de octubre, la dan por rota, para obrar separada e independientemente.
Ver�is tambi�n que los plenipotenciarios del emperador de los franceses, faltando de una manera inaudita al pacto solemne en que reconocieron la legitimidad del gobierno constitucional y se obligaron a tratar s�lo con �l, pretenden que se d� o�do a un hijo espurio de M�xico, sujeto al juicio de los tribunales por sus delitos contra la patria, ponen en duda los hechos que pocos d�as ha reconocieron solemnemente y rompen no s�lo la Convenci�n de Londres, sino tambi�n los Preliminares de la Soledad, faltando a sus compromisos con M�xico y tambi�n a los que los ligaban con la Inglaterra y con la Espa�a.
El gobierno de M�xico, que tiene la conciencia de su legitimidad, que se deriva de la libre y espont�nea elecci�n del pueblo; que sostiene las instituciones que la Rep�blica se dio y defendi� con constancia; que se encuentra investido de omn�modas facultades por la representaci�n nacional y que reputa como el primero de sus deberes el mantenimiento de la independencia y de la soberan�a de la naci�n, sentir�a ajada la dignidad de la Rep�blica si se rebajara hasta el grado de descender a discutir puntos que entra�an la misma soberan�a y la misma independencia a costa de tan heroicos esfuerzos conquistadas.
El gobierno de la Rep�blica, dispuesto siempre y dispuesto todav�a, solemnemente lo declaro, a agotar todos los medios conciliatorios y honrosos de un advenimiento, en vista de la declaraci�n de los plenipotenciarios franceses, no puede ni debe hacer otra cosa que rechazar la fuerza con la fuerza y defender a la naci�n de la agresi�n injusta con que se le amenaza. La responsabilidad de todos los desastres que sobrevengan recaer� s�lo sobre los que, sin motivo ni pretexto, han violado la fe de las convenciones internacionales.
El gobierno de la Rep�blica, recordando cu�l es el siglo en que vivimos, cu�les los principios sostenidos por los pueblos civilizados, cu�l el respeto que se profesa a las nacionalidades, se complace en esperar que si queda un sentimiento de justicia en los consejos del emperador de los franceses, este soberano, que ha procedido mal informado sobre la situaci�n de M�xico, reprobar� que se abandone la v�a de las negociaciones en que hab�an entrado sus plenipotenciarios y la agresi�n que ellos intentan contra un pueblo tan libre, tan soberano, tan independiente, como los m�s poderosos de la tierra. Una vez rotas las hostilidades, todos los extranjeros pac�ficos residentes en el pa�s quedar�n bajo el amparo y protecci�n de las leyes, y el gobierno excita a los mexicanos a que dispensen a todos ellos y aun a los mismos franceses la hospitalidad y consideraciones que siempre encontrar�n en M�xico, seguros de que la autoridad obrar� con energ�a contra los que a esas consideraciones correspondan con deslealtad, ayudando al invasor. En la guerra se observar�n las reglas del derecho de gentes por el ej�rcito y por las autoridades de la Rep�blica.
En cuanto a la Gran Breta�a y a la Espa�a, colocadas hoy en una situaci�n que sus gobiernos no pudieron prever, M�xico est� dispuesto a cumplir sus compromisos tan luego como las circunstancias lo permitan; es decir, a arreglar, por medio de negociaciones, las reclamaciones pendientes, a satisfacer las fundadas en justicia y a dar garant�as suficientes para el porvenir.
Pero, entretanto, el gobierno de la Rep�blica cumplir� el deber de defender la independencia, de rechazar la agresi�n extranjera y acepta la lucha a que es provocado, contando con el esfuerzo un�nime de los mexicanos y con que tarde o temprano triunfar� la justicia del buen derecho y de la justicia.
Mexicanos: El supremo magistrado de la naci�n, libremente elegido por vuestros sufragios, os invita a secundar sus esfuerzos en la defensa de la independencia; cuenta para ello con todos vuestros recursos, con toda vuestra sangre y est� seguro de que, siguiendo los consejos del patriotismo, podremos consolidar la obra de nuestros padres.
Espero que preferir�is todo g�nero de infortunios y desastres al vilipendio y al oprobio de perder la independencia o de consentir que extra�os vengan a arrebatar vuestras instituciones y a intervenir en vuestro r�gimen interior.
Tengamos fe en la justicia de nuestra causa; tengamos fe en nuestros propios esfuerzos y unidos salvaremos la independencia de M�xico, haciendo triunfar no s�lo a nuestra patria, sino tambi�n los principios de respeto y de inviolabilidad de la soberan�a de las naciones.