Los que suscribimos, deseosos de cooperar al triunfo de la guerra que han emprendido nuestros compatriotas para destruir la ominosa dominaci�n del general Santa Anna, hemos acordado un�nimemente trasladarnos al campo de la revoluci�n para all� prestar los servicios que est�n a nuestro alcance para el logro de tan sagrado objeto. Poco o nada vale ciertamente cada uno de nosotros en lo particular; pero nuestros esfuerzos reunidos podr�n servir de alg�n peso en la balanza en que hoy se pesan los destinos del desgraciado M�xico. Ese peso se aumentar� m�s, el esfuerzo ser� m�s eficaz si hombres influyentes por su capacidad, por sus servicios, por su integridad y por su acrisolado patriotismo se asocian a nuestra empresa.
Ustedes pertenecen a esos hombres. Ustedes tambi�n, como nosotros, sufren la cruel persecuci�n que el opresor de M�xico hace a todos los hombres honrados. Justo es, pues, que les participemos nuestra resoluci�n que, no lo dudamos un momento, har�n suya, uniendo su suerte a la nuestra, a la de nuestros hermanos, que exponen su vida en el campo de batalla, a la de la madre patria que, contando con la lealtad de sus nobles hijos, llora y gime y pide socorro contra el verdugo condecorado que la oprime y la deshonra.
Aparte de esas consideraciones, existe tambi�n la de nuestro propio honor, la de nuestra propia dignidad. Ustedes saben que el general Santa Anna, juzg�ndonos por su propio pecho, nos ha cerrado de nuevo las puertas de la patria que ofrece abrirnos a condici�n de que nos humillemos a jurarle obediencia y a sancionar con nuestro juramento la injusticia que ha hecho pesar sobre nosotros y sobre nuestras desgraciadas familias y los dem�s actos criminales y atentatorios de su administraci�n.
Acostumbrado a imponer su caprichosa voluntad a seres envilecidos que se filian en los partidos por especulaci�n, cree encontrar en nosotros, con el amago del destierro perpetuo, una sumisi�n que para nosotros no hay fuerza, no hay pena bastante que nos obligue a reconocer como legal y justa su arbitraria e inmoral administraci�n. Nuestra personal cooperaci�n al esfuerzo nacional, nuestra presencia en los campos sagrados donde tremola ya el estandarte de la libertad, ser� la mejor contestaci�n que debemos dar al insulto que se nos hace.
Esta conducta convencer�a al general Santa Anna y probar� a amigos y enemigos que respetamos nuestra dignidad de hombres libres y que, antes de nuestras comodidades personales, deseamos el triunfo de la democracia y de la libertad de nuestro pa�s.
No queremos alargar m�s esta carta exponiendo otros motivos de la revoluci�n que les comunicamos. Ustedes los conocen mejor que nosotros y por tanto concluimos manifest�ndoles que quedamos esperando su anuencia para que de acuerdo con ustedes fijemos el d�a de nuestra marcha.