Por su grata de 14 de noviembre pr�ximo pasado y por las comunicaciones oficiales, que remite el Ministerio, quedo impuesto de que las cosas han cambiado en �sa de un modo favorable a nuestra causa, lo que celebro mucho, pues estaba yo muy inquieto por las noticias que corr�an, de que ese gobierno estaba dispuesto a reconocer al Imperio de Maximiliano. As� tendremos a lo menos una cooperaci�n negativa de esa Rep�blica, pues en cuanto a un auxilio positivo, que pudiera darnos, lo juzgo muy remoto y sumamente dif�cil porque no es probable siquiera que el sur ceda un �pice de sus pretensiones y , en tal caso, ese gobierno tiene que concluir la cuesti�n por medio de las armas, y esto demanda mucho tiempo y muchos sacrificios.
La idea que tienen algunos, seg�n me dice usted, de que ofrezcamos parte del territorio nacional para obtener el auxilio indicado, es no s�lo antinacional, sino perjudicial a nuestra causa. La naci�n por el �rgano leg�timo de sus representantes, ha manifestado de un modo expreso y terminante que no es su voluntad que se hipoteque o se enajene su territorio, como puede usted verlo en el decreto en que se me concedieron facultades extraordinarias para defender la independencia, y si contrariamos esta disposici�n, sublevar�amos al pa�s contra nosotros y dar�amos un arma poderosa al enemigo para que consumara su conquista. Que el enemigo nos venga y nos robe, si tal es nuestro destino; pero nosotros no debemos legalizar ese atentado entreg�ndole voluntariamente lo que nos exige por la fuerza; si la Francia, los Estados Unidos o cualquiera otra naci�n se apodera de alg�n punto de nuestro territorio, y por nuestra debilidad no podemos arrojarlo de �l, dejamos siquiera vivo nuestro derecho para que las generaciones que nos sucedan lo recobren. Malo ser�a dejarnos desarmar por una fuerza superior, pero ser�a p�simo desarmar a nuestros hijos priv�ndolos de un buen derecho, que m�s valientes, m�s patriotas y sufridos que nosotros lo har�an valer y sabr�an reivindicarlo alg�n d�a.
Es tanto m�s perjudicial la idea de enajenar el territorio en estas circunstancias, cuanto que los estados de Sonora y Sinaloa, que son los m�s codiciados, hacen hoy esfuerzos heroicos en la defensa nacional, son los m�s celosos de la integridad de su territorio y prestan al gobierno un apoyo firme y decidido. Ya sea, pues, por esta consideración, ya sea por la prohibici�n que la ley impone al gobierno de hipotecar o enajenar el territorio nacional, y ya sea en fin porque esa prohibici�n est� enteramente conforme con la opini�n que he tenido y sostenido siempre sobre este negocio, le repito a usted lo que ya le he dicho en mis cartas de 22 de diciembre �ltimo y posteriores, a saber: que no s�lo debe usted seguir la patri�tica conducta que ha observado de no apoyar semejante idea, sino que debe usted contrariarla trabajando para disuadir a sus autores, haci�ndoles presente las funestas consecuencias que nos traer�a su realizaci�n.
Celebro que usted haya usted quedado satisfecho de la opini�n que observ� en el ej�rcito el general Grant respecto de nuestra causa. Esa opini�n y la que ha manifestado Mr. Seward son una garant�a que podemos tener de que el Imperio de Maximiliano no ser� reconocido por ese gobierno. Es lo �nico positivo que podemos esperar por ahora de esa Rep�blica.
No me extiendo a m�s porque bajo la impresi�n del profund�simo pesar que destroza mi coraz�n por la muerte del hijo a quien m�s amaba, apenas he podido trazar las l�neas que anteceden. Digo por la muerte del hijo que m�s amaba porque seg�n los t�rminos de la carta de usted, que recib� anoche, he comprendido que s�lo por lo funesto de la noticia no me la ha dado usted de un golpe; pero en realidad mi amado hijo ya no exist�a, ya no existe �no es verdad? Con toda mi alma deseo equivocarme y ser�a yo muy feliz si para el pr�ximo correo, que espero con verdadera ansiedad, se me dijera que mi hijo estaba aliviado. Remota esperanza que un funesto presentimiento desvanece dici�ndome que ya no hay remedio.