Ayer recib� la carta de usted de fecha 13 del corriente, no habiendo llegado a�n a mi poder la que me dice me remiti� el 11 de enero en Davis; pero ya el se�or Romero me hab�a anunciado que ven�a usted para esa frontera y esperaba yo saber su llegada por ese rumbo. Ahora, por su grata citada del d�a 13, veo con suma satisfacci�n que en uni�n de los se�ores Gorostiza y Naranjo lleg� usted a Monterrey, Laredo, comenzando desde luego a reorganizar las fuerzas para seguir batiendo a los traidores que en Coahuila y Nuevo Le�n sostienen la intervenci�n extranjera en nuestro pa�s. Muy oportuna ha sido la venida de usted, pues estamos en los momentos de aprovechar la escasez de recursos y de fuerzas francesas, que ya empieza a resentir Maximiliano, para ir recobrando la independencia de las localidades a fin de que nos den recursos para el aumento y organizaci�n del ej�rcito que sobre la marcha iremos formando.
Aqu� he logrado organizar un pie regular de las tres armas con que el se�or Negrete ha comenzado las operaciones sobre el estado de Durango, que actualmente est� ya el movimiento casi general, pues Mapim�, Cuencam� y San Juan de Guadalupe han tomado ya las armas contra los invasores. Por Guanacev� amaga el general Carbajal; por Tamazula opera el coronel don Remedios Meza, y el se�or Negrete, con el grueso de las fuerzas, marcha por el camino principal de Cerro Gordo y El Gallo para Nazas, donde se halla el enemigo principal de 700 franceses y algunos traidores. De ese estado de Coahuila est�n pronunciados la Laguna de Matamoros y Viesca al mando del coronel don Jes�s G. Herrera y la Villa de Parras al mando del comandante don Francisco Aguirre. Supongo que sabr� usted ya el triunfo que el coronel Rosales alcanz� el 22 de diciembre �ltimo sobre la fuerza francesa que desembarc� en Altata, del estado de Sinaloa, y el que en enero obtuvo el general Corona cerca de Mazatl�n. Estos golpes han desconcertado el plan enemigo, quien no ha podido salir de Mazatl�n para ocupar todo el estado de Sinaloa y Sonora como lo ten�a proyectado y espera nuevos refuerzos para seguir su conquista; pero esos refuerzos ser�n tard�os y es casi seguro que sean insignificantes porque, aunque haya sido cierta, como se dice, la ocupaci�n de Oaxaca, tendr� el conquistador la necesidad de dejar all� una fuerte guarnici�n francesa que con las bajas que necesariamente ha tenido en el combate, quedar� disminuida su fuerza �til con que debe contar para atender otras plazas amagadas del interior y para emprender la expedici�n sobre los dem�s estados de la frontera. Hay otra circunstancia que debilita la fuerza del enemigo: es la orden que dio Maximiliano para disolver las fuerzas auxiliares que ten�an los traidores. Esta medida y la separaci�n de M�rquez del mando del ej�rcito ha disgustado a los traidores, de los que unos se han desbandado, otros se han retirado a sus casas, como Vicario; los m�s se han pasado a nuestras filas como Fragoso, Mart�nez, Valdez, Juan Ch�vez y otros. No es remoto que algunos jefes de los que est�n con Mej�a se nos pasen tambi�n, al menos los que est�n influidos por los conservadores y por el clero que est�n ahora disgustados con Maximiliano que los ha traicionado, adoptando a medias las Leyes de Reforma, porque cre�a que los verdaderos liberales �ramos tan c�ndidos que nos hab�amos de convertir en partidarios suyos s�lo porque adoptaba algunas de nuestras Leyes de Reforma, sin advertir que aun cuando las adoptara todas, jam�s conseguir�a nuestra sumisi�n porque nosotros ante todo defendemos la independencia y dignidad de nuestra patria y mientras un extranjero intervenga con sus bayonetas en nuestros negocios y quiera imponernos su voluntad desp�tica, como lo intenta Maximiliano, jam�s consentiremos en su dominaci�n, le haremos la guerra a muerte y rechazaremos todas sus ofertas, aun cuando haga milagros. Nosotros no necesitamos que un extranjero venga a establecer las reformas en nuestro pa�s: nosotros las hemos establecido todas sin necesidad de nadie.
S�lo los llamados liberales moderados, los cobardes y los hombres sin dignidad y sin verg�enza, son los que ahora rodean a Maximiliano y aplauden sus disposiciones; pero esos miserables nada valen y a la hora en que la fortuna comience a abandonar a su amo ser�n ellos los que tambi�n lo abandonen para salir de rodillas al encuentro del nuevo vencedor; pero entonces ser� est�ril el arrepentimiento por que la naci�n sabr� pedirles cuenta de la sangre que han derramado. S�lo con su propia sangre, o con la del enemigo en defensa de la independencia, podr�n rehabilitarse los que han tenido la desgracia de traicionar a su patria; de manera que no basta que esos traidores, como Cortina y otros, digan y protesten que se separan de la intervenci�n para que los admitamos en nuestras filas y mucho menos para que los consideremos con los empleos y grados que el gobierno leg�timo les hab�a concedido.
Es necesario que con hechos de armas y con toda o parte de sus fuerzas con que sirven a la intervenci�n, contraigan un m�rito verdadero y presten un servicio positivo a la causa nacional, para que sean desde luego considerados como s�bditos del gobierno de la Rep�blica y reciban de nuevo el empleo, grado o condecoraci�n con que el gobierno los juzgue dignos. Esta explicaci�n le servir� a usted de regla respecto de Cortina y dem�s traidores. Bueno es echar un velo sobre lo pasado trat�ndose de los pueblos y ciudadanos pac�ficos que han vivido bajo el yugo de la intervenci�n y de los traidores; pero no respecto de los que han ejercido y aceptado mandos ni de los que con las armas en la mano han sacrificado a los defensores de la independencia. La ley de 25 de enero de 1862 indica claramente el modo de proceder contra �stos.
En cuanto a los ricos que han auxiliado a la intervenci�n o que han aceptado alg�n mando, como los S�nchez Navarro de ese estado de Coahuila, deben ser confiscados sus bienes como lo manda expresamente la ley. Ahora es la oportunidad de que se destruya el monopolio que esos hombres tienen, de inmensos terrenos, con perjuicio de la agricultura y de los pueblos de ese estado. Estos terrenos podr�n venderse a precios equitativos y emplear sus productos en el mantenimiento de nuestras fuerzas, o darse alg�n lote a nuestros jefes, que con tanta constancia sostienen la causa nacional. He hecho a usted todas estas indicaciones, tanto respecto de la situaci�n que guarda el enemigo como de lo que debe hacerse con los traidores, para que sepa a qu� atenerse.
Mando a usted el nombramiento de general en jefe de las fuerzas de esos estados de Coahuila y Nuevo Le�n, facult�ndolo ampliamente para que pueda usted obrar reorganizando esos estados, levantando y organizando nuestras fuerzas y hostilizando y batiendo al enemigo; no s�lo para libertar esa parte de la frontera, sino para llevar la guerra a otros estados que siguen bajo la opresi�n. Trabaje, pues, con toda la actividad que corresponde, y para que los trabajos de usted sean eficaces y den resultados s�lidos y permanentes cuide de no colocar en los destinos a hombres que se hayan manchado con la traici�n, aun cuando muestren arrepentimiento y protesten enmienda. Harto se hace con dejarlos vivir en paz en sus casas.
Tambi�n le va a usted el nombramiento de gobernador y comandante militar de Nuevo Le�n. Repito a usted que no coloque a ninguno de los hombres que han defeccionado y que all� sirven al enemigo, aun cuando hayan sido de los nuestros. Quiroga, Vidaurri y Juan Guerra, que han sido la causa de los males de ese estado, que trabajaron por la intervenci�n y que hicieron una guerra a muerte al gobierno leg�timo del pa�s, por favorecer al enemigo extranjero, deben sufrir todo el rigor de la ley.
Don Gregorio Galindo, que se vino a presentar al gobierno despu�s de la derrota que sufri� en ese estado, en el mes de diciembre �ltimo, es el gobernador y comandante militar de Coahuila nombrado por el gobierno. Mientras vuelve se le da usted facultad para que nombre provisionalmente a alguna persona que se encargue del gobierno para que lo ayude. Escoja una persona que sea activa y que tenga devoci�n por nuestra causa. Se me ha asegurado que el se�or don Jes�s Carranza, vecino de Cuatro Ci�negas, es persona que ha trabajado y trabaja decididamente por nuestra causa, haciendo algunos gastos de su bolsillo. Vea usted, pues, si �l puede ejercer el mando y en el caso de que haya alguna otra persona a quien usted crea conveniente nombrar, entonces puede encomend�rsele al se�or Carranza por lo menos la jefatura pol�tica del distrito de Monclova. En fin, obre usted como mejor convenga y ocupe a gentes de convicci�n y lealtad.
Por conducto del mismo se�or Carranza 11 o por el del coronel don Jes�s Gonz�lez Herrera, de la Villa de la Laguna 12 puede usted mandar su correspondencia a esta ciudad, sobre lo que le recomiendo mucho, pues conviene que estemos en relaci�n incesante para saber lo que ocurra de importancia en �sa y en toda la Rep�blica.
Procure usted a todo trance establecer un peri�dico y p�ngase en relaciones con los amigos de los estados vecinos para que le den noticias del interior, que espero me comunique.