ABRIL

9.—Lola, jolongo, llorando en el balc�n . Nos embarcamos.

10.—Salimos del Cabo.—Amanecemos en Inagua.—Izamos velas.

11.—Bote. Salimos a las 11. Pasamos (4) rozando a Mais�, y vemos la farola. Yo en el puente. A las 7  1/2, oscuridad. Movimiento a bordo. Capit�n conmovido. Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar. Rumbamos mal. Ideas diversas y revueltas en el bote. M�s chubasco. El tim�n se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el General ayudan a popa. Nos ce�imos los rev�lvers. —Rumbo al abra. La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras (La Playita, al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el �ltimo, vaci�ndolo. Salto. Dicha grande. Viramos el bote, y el garraf�n de agua. Bebemos M�laga. Arriba por piedras, espinas y cenegal. O�mos ruido, y preparamos, cerca de una talanquera. Ladeando un sitio, llegamos a una casa. Dormimos cerca, por el suelo.

12.—A las 3 nos decidimos a llamar. Blas. Gonzalo, y la Ni�a.— Jos� Gabriel, vivo, va a llamar a Silvestre.—Silvestre dispuesto.—Por repechos, muy cargados, salimos a buscar a Mes�n, al Tacre.—(Z�guere).—En el monte claro esperamos, desde la 9, hasta las 2.—Convenzo a Silvestre a que nos lleve a Im�a.—Seguimos por el cauce del Tacre.—Decide el General escribir a Fernando Leyva, y va Silvestre. Nos metemos en la cueva, campamento antiguo, bajo un farall�n, a la derecha del r�o. Dormimos: hojas secas: Marcos derriba: Silvestre me trae hojas.

13.—Viene Abraham Leyva, con Silvestre cargado de carne de puerco, de ca�as, de buniatos, del pollo que manda la Ni�a. Fernando ha ido a buscar el pr�ctico.—Abraham, rosario al cuello. Alarma; y preparamos, al venir Abraham, a trancos. Segu�a Silvestre con la carga; a las 11.—De ma�ana nos hab�amos mudado a la vera del r�o, crecido en la noche, con estruendo de piedras que parec�a de tiros.—Vendr� pr�ctico. Almorzamos. Se va Silvestre. Viene Jos� a la una con su yegua. Seguiremos con �l.—Silbidos y relinchos: saltamos: apuntamos: sin Abraham.—Y Blas.—Por una conversaci�n de Blas supo Ruenes que hab�amos llegado, y manda a ver, a un�rsenos. Decidimos ir a encontrar a Ruenes al Sao del Nejesial.—Saldremos por la ma�ana. Cojo hojas secas para mi cama.—Asamos buniatos.

14.—D�a mamb�.—Salimos a las 5. A la cintura cruzamos el r�o, y recruzamos por �l: bay�s altos a la orilla. Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la alt�sima loma, de yaya de hoja fina, majagua de cuba, y cupey, de pi�a estrellada. Vemos, acurrucada en un lechero, la primera jut�a. Se descalza Marcos y sube. Del primer machetazo la deg�ella: "Est� aturdida"; "Est� degollada". Comemos naranja agria, que Jos� coge, retorci�ndolas con una vara: "�qu� dulce!". Loma arriba: Subir lomas hermana hombres. Por las 3 lomas llegamos al Sao del Nejesial: lindo rinc�n, claro en el monte, de palmas viejas, mangos y naranjas. Se va Jos�.—Marcos viene con el pa�uelo lleno de cocos. Me dan la manzana. Guerra y Paquito de guardia. Descanso en el campamento, C�sar me cose el tahal�. Lo primero fue coger yaguas, tenderlas por el suelo. G�mez con el machete, corta y trae hojas, para �l y para m�. Guerra hace su rancho; cuatro horquetas: ramas en colgadizo: yaguas encima: Todos ellos, unos raspan coco, Marcos, ayudado del General, desuella la jut�a. La ba�an con naranja agria, y la salan. El puerco se lleva la naranja, y la piel de la jut�a. Y ya est� la jut�a en la parrilla improvisada, sobre el fuego de le�a. De pronto hombres: "�Ah hermanos!" Salto a la guardia. La guerrilla de Ruenes, F�lix Ruenes, Galano, Rubio, los 10.—Ojos resplandecientes. Abrazos. Todos traen rifle, machete, rev�lver. Vinieron a gran loma. Los enfermos resucitaron. Cargamos. Envuelven la jut�a en yagua. Nos disputan la carga. Sigo con mi rifle y mis 100 c�psulas, loma abajo. Tibisial abajo. Una guardia. Otra. Ya estamos en el rancho de Tavera, donde acampa la guerrilla. En fila nos aguardan vestidos desiguales, de camiseta algunos, camisa y pantal�n otros, otros chamarreta y calz�n crudo: yareyes de pico: negros, pardos, dos espa�oles.—Galano, blanco. Ruenes nos presenta. Habla erguido el General. Hablo. Desfile, alegr�a, cocina, grupos. En la nueva avanzada: volvemos a hablar. Cae la noche, velas de cera, Lima cuece la jut�a y asa pl�tanos, disputa sobre guardias, me cuelga el General mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de Tavera. Dormimos, envueltos en las capas de goma. �Ah!, antes de dormir, viene, con una vela en la mano, Jos�, cargado de dos catauros, uno de carne fresca, otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal.—Y en todo el d�a, �qu� luz, qu� aire, qu� lleno el pecho, qu� ligero el cuerpo angustiado! Miro del rancho afuera y veo, en lo alto de la cresta atr�s, una paloma y una estrella. El lugar se llama Vega de la [  ].

15.—Amanecemos entre �rdenes. Una comisi�n se mandar� a Las Veguitas, a comprar en la tienda espa�ola. Otra al parque dejado en el camino. Otra a buscar pr�ctico. Vuelve la comisi�n con sal, alpargatas, un cucurucho de dulce, tres botellas de licor; chocolate, ron y miel. Jos� viene con puercos. La comida.—Puerco guisado con pl�tanos y malanga.—De ma�ana, frangollo, el dulce de pl�tano y queso, y agua de canela y an�s, caliente.—Viene, a [...] 1[Nota 1] Chinito Columbi�; montero, ojos malos: va halando de su perro amarillo: Al caer la tarde, en fila la gente, sale a la ca�ada el General, con Paquito Guerra y Ruenes. "�Nos permite a los 3 solos?" Me resigno moh�no: �Ser� alg�n peligro? Sube �ngel Guerra llam�ndome, y al capit�n Cardoso. G�mez, al pie del monte, en la vereda sombreada de pl�tanos, con la ca�ada abajo, me dice, bello y enternecido, que, aparte de reconocer en m� al delegado, el Ej�rcito Libertador, por �l su jefe, electo en consejo de jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos.—A la noche, carne de puerco con aceite de coco, y es buena.

16.—Cada cual con su ofrenda,—buniato, salchich�n, licor de rosa, caldo de pl�tano.—Al mediod�a, marcha loma arriba, r�o al muslo, bello y ligero bosque de pomarrosas; naranjas y caimitos. Por abras tupidas y mangales sin fruta llegamos a un rinc�n de palmas, [...] 2[Nota 2] dos montes ruise�os.—All� es el campamento. La mujer, india cobriza de ojos ardientes, rodeada de 7 hijos, en traje negro roto, con el pa�uelo de toca atado a lo alto por las trenzas, pila caf�. La gente cuelga hamacas, se echa a la ca�a, junta candela, traen ca�a al trapiche, para el guarapo del caf�. Ella mete la ca�a, descalza.—Antes, en el primer paradero, en la casa de la madre e hijona espantada, el General me dio a beber miel, para que probara que luego de tomarla se calma la sed.—Se hace ron de pomarrosa.—Queda escrita la correspondencia de Nueva York y toda la de Baracoa.

17.—La ma�ana en el campamento.—Mataron res ayer, y al salir el sol, ya est�n los grupos a los calderos. Domitila, �gil y buena, con su pa�uelo egipcio, salta al monte, y trae el pa�uelo lleno de tomates, culantro y or�gano. Uno me da un chopo de malanga. Otro, en taza caliente, guarapo y hojas. Muelen un mazo de ca�as. Al fondo de la casa, la vertiente [...] 3[Nota 3] cargada de cocos y pl�tanos, de algod�n y tabaco silvestre: al fondo, por el r�o, el cuajo de potreros; por los claros, naranjos: alrededor los montes, redondos y verdes: y el cielo 4[Nota 4] azul arriba, con sus nubes blancas, y una paloma [...] 5[Nota 5] en la nube.—Libertad 6[Nota 6] en lo azul.—Me entristece la impaciencia.—Saldremos ma�ana.—Me meto la Vida de Cicer�n en el bolsillo en que llevo 50 c�psulas. Escribo cartas.—Prepara el General dulce de raspa de coco con miel. Se arregla la salida para ma�ana. Compramos miel al ranchero de los ojos azorados y la barbija: primero, 4 reales por el gal�n, luego, despu�s del serm�n regala dos galones. Viene Jarag�ita,—Juan Tel�sforo Rodr�guez,—que ya no quiere llamarse Rodr�guez, porque ese nombre llevaba de pr�ctico de los espa�oles,—y se va con nosotros. Ya tiene mujer. Al irse, se escurre.—El P�jaro, bizambo y desorejado, juega al machete; pie formidable; le luce el ojo como marfil donde da el sol en la mancha de �bano.—Ma�ana salimos de la casa de Jos� Pineda:—Goya, la mujer.—(Joj� Arriba).

18.—A las 9 1/2 salimos. Despedida en fila.—G�mez lee las promociones.—El sargento Pto. Rico dice: "Yo muero donde muera el general Mart�". Buen adi�s a todos, a Ruenes y a Galano, al capit�n Cardoso, a Rubio, a Dannery, a Jos� Martinez, a Ricardo Rodr�guez. Por altas lomas pasamos 6 veces el r�o Jobo.—Subimos la recia loma de Pavano, con Pomalito en lo alto, y en la cumbre la vista de naranja de China. Por la cresta subimos, y a un lado y otro flotaba el aire leve veteado de manaca. A lo alto, de mata a mata colgaba, como cortinaje, tupido, una enredadera fina, de hoja menuda y lanceolada. Por las lomas, el caf� cimarr�n. La pomarrosa bosque. En torno, la hoya, y m�s all� los montes azulados, y el penacho de nubes. En el camino a los Calderos,—de �ngel Castro—decidimos dormir, en la pendiente. A machete abrimos claro. De tronco a tronco tendemos las hamacas: Guerra y Paquito por tierra. La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde: a�n se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de pagu�, la palma corta y espinuda; vuelan despacio en torno las animitas; entre los ruidos estridentes, oigo la m�sica de la selva, compuesta y suave, como de fin�simos violines; la m�sica ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y m�nima: es la mir�ada del son fluido: �qu� alas rozan las hojas? �qu� viol�n diminuto, y oleadas de violines, sacan son y alma; a las hojas?�qu� danza de almas de hojas?.—Se nos olvid� la comida: cominos salchich�n, y chocolate, y una lonja de chopo asado.—La rosa se sec� a la fogata.—

19.—Las 2 de la madrugada. Viene Ram�n Rodr�guez, el pr�ctico, con �ngel: traen hachos y caf�.—Salimos a las 5, por loma �spera. A los Calderos, en alto. El rancho es nuevo, y de adentro se oye la voz de la mambisa: "Pasen sin pena, aqu� no tienen que tener pena". El caf� enseguida con su miel por dulce: ella seria, en sus chancletas, cuenta, una mano a la cintura y por el aire la otra, su historia de la guerra grande: muri� el marido, que de noche pelaba sus puercos para los insurrectos, cuando se lo ven�an a prender: y ella rodaba por el monte, con sus tres hijos a rastro, "hasta que este buen cristiano me recogi�, que aunque le sirva de rodillas nunca le podr� pagar". Va y viene ligera; le chispea la cara: de cada vuelta trae algo, m�s caf�, culantro de Castilla, para que "cuando tengan dolor al est�mago por esos caminos, masquen un grano y tomen agua encima": trae lim�n. Ella es Caridad P�rez y Pi��.—Su hija Modesta, de 16 a�os, se puso zapatos y t�nico nuevo para recibirnos, y se sienta con nosotros, conversando sin zozobra, en los bancos de palma de la salita. De las flores de muerto, junto al cercado, le trae Ram�n una, que se pone ella al pelo. Nos cose. El general cuenta "el machetazo de Caridad Estrada en el Camag�ey". El marido mat� al chino denunciante de su rancho, y a otro: a Caridad le hirieron por la espalda; el marido se rod� muerto: la guerilla huy�: Caridad recoge a un hijo al brazo, y chorreando sangre, se le va detr�s: "�si hubiera tenido un rifle[!]" Vuelve, llama a su gente, entierran al marido, manda por Boza: "�vean lo que han hecho!" Salta la tropa: "�queremos ir encontrar a ese capit�n[!]" No pod�a estar sentado el campamento.—Caridad ense�aba su herida.Y sigui� viviendo, predicando, entusiasmando en el campamento.—Entra el vecino dudoso Pedro G�mez y trae de ofrenda caf� y 1 gallina.—Vamos haciendo almas.—Valent�n, el espa�ol que se le ha puesto a G�mez de asistente, se afana en la cocina.—Los 6 hombres de Ruenes hacen su sancocho al aire libre.—Viene Isidro, muchach�n de ojos garzos, muy vestido, con sus zapatos orejones de vaqueta: �se fue el que nos apareci� donde Pineda, con un dedo reci�n cortado: no puede ir a la guerra: "tiene que mantener a 3 primos hermanos". A las 2  1/2, despu�s del chubasco por lomas y el r�o Guayabo, al mangal, a 1 legua de Im�a.—All� Felipe [Dom], el alcalde de Im�a.—Juan Rodr�guez nos lleva, en marcha ruda de noche, costeando vecinos, a cerca del alto de la Yaya.

la marcha con velas a las 3 de la ma� [ ]

20.—De all� Teodoro Delgado, al Palenque: monte pedregroso, palos amargos y naranja agria: alrededor, casi es grandioso el paisaje: vamos cercados de montes, serrados, tetudos, picados: monte plegado a todo el rededor: el mar al sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas. Viene llena de ca�as la gente. Los vecinos: Est�vez, Fromita, Antonio P�rez, de noble porte, sale a San Antonio. De una casa nos mandan caf�, y luego gallina con arroz. Se huye Jarag�ita. �Lo azoraron? �Va a buscar a las tropas? Un montero trae de Im�a la noticia de que han salido a perseguirnos por el Jobo. Aqu� esperaremos, como lo ten�amos pensando, el pr�ctico para ma�ana.—Jarag�a, cabeza c�nica; un momento antes me dec�a que quer�a seguir ya con nosotros hasta el fin. Se fue a la centinela, y se escurri�. Descalzo. ladr�n de monte, pr�ctico espa�ol: la cara angustiada, el hablar ceceado y chill�n, bigote ralo, labios secos, la piel en pliegues, los ojos vidriosos, la cabeza c�nica. Caza sinsontes, pichones, con la liria del lechugo. Ahora tiene animales, y mujer. Se descolg� por el monte. No lo encuentran. Los vecinos le temen.—En un grupo hablan de los remedios de la nube en los ojos: agua de sal,—leche del �tamo, "que le volvi� la vista a un gallo",—la hoja espinuda de la romerilla bien majada,—"una gota de sangre del primero que vio la nube". Luego hablan de los remedios para las �lceras:—la piedra amarilla del r�o Joj�, molida a polvo fino, el excremento blanco y pelado del perro, la miel del lim�n:—el excremento, cernido, y malva.- Dormimos por el monte, en yaguas.— Jarag�a, palo fuerte.

21.—A las 6 salimos con Antonio, camino de San Antonio.—En el camino nos detenemos a ver derribar una palma, a machetazos al pie, para coger una colmena, que traen seca, y las celdas llenas de hijos blancos. G�mez hace traer miel, exprime en ella los pichones, y es leche muy rica. A poco, sale por la vereda el anciano negro y hermoso, Luis Gonz�lez, con sus hermanos, y su hijo Magdaleno, y el sobrino Eufemio. Ya �l hab�a enviado aviso a Perico P�rez, y con �l, cerca de San Antonio, esperaremos la fuerza. Luis me levanta del abrazo. Pero �qu� triste noticia! �Ser� verdad que ha muerto Flor? �el gallardo Flor?: que Maceo fue herido en traici�n de los indios de Garrido: que Jos� Maceo reban� a Garrido de un machetazo. Almorz�bamos buniato y puerco asado cuando lleg� Luis: ponen por tierra,en un mantel blanco, el casabe de su casa. Vamos lomeando a los charrascales otra vez, y de lo alto divisamos al ancho r�o de Sabanalamar, por sus piedras lo vadeamos, nos metemos por sus ca�as, acampamos a la otra orilla.—Bello, el abrazo de Luis, con sus ojos sonrientes, como su dentadura, su barba cana al rape, y su rostro, espacioso y sereno, de limpio color negro. �l es padre de todo el contorno; viste buena rusia, su casa libre es la m�s cercana al monte. De la paz del alma viene la total hermosura a su cuerpo �gil y majestuoso.—De su tasajo de vaca y sus pl�tanos comimos mientras �l fu� al pueblo, y a la noche volvi� por el monte sin luz, cargado de vianda nueva, con la hamaca al costado, y de la mano el cataure de miel lleno de hijos.—Vi hoy la yaguama, la hoja f�nica, que estanca la sangre y con su mera sombra beneficia al herido: "machuque bien las hojas, y m�talas en la herida, que la sangre se seca". Las aves buscan su sombra.—Me dijo Luis el modo de que las velas de cera no se apagasen en el camino, y es empapar bien un lienzo, y envolverlo apretado al rededor, y con eso la vela va encendida y se consume menos cera.—El m�dico preso, en la traici�n a Maceo,�no ser� el pobre Frank? �Ah,—Flor!.—

22.—D�a de espera impaciente. Ba�o en el r�o, de cascadas y hoyas y grandes piedras, y golpes de ca�as a la orilla. Me lavan mi ropa azul, mi chamarreta. A mediod�a vienen los hermanos de Luis, orgullosos de la comida casera que nos traen: huevos fritos, puerco frito y una gran torta de pan de ma�z. Comemos bajo el chubasco, y luego de un macheteo, izan una tienda, techada con las capas de goma. Toda la tarde es de noticias inquietas: viene desertado de las escuadras de Guant�namo un sobrino de Luis, que fue a hacerse de arma, y dice que bajan fuerzas: otro dice que de Batiquir�.—donde est� de teniente el cojo Luis Bertot, traidor en Bayamo—han llegado a San Antonio dos exploradores, a registrar el monte. Las escuadras, de criollos pagados, con un ladr�n feroz a la casa, hacen la pelea de Espa�a, la �nica pelea temible en estos contornos. A Luis, que vino al anochecer, le lleg� carta de su mujer: que los exploradores,—y su propio hermano es uno de ellos,— van citados por Garrido, el teniente ladr�n, a junt�rsele a La Caridad, y ojear a todo Cajuer�; que en Vega Grande y los Quemados y en muchos otros pasos tienen puestas emboscadas.—Dormimos donde est�bamos, divisando el camino.—Hablamos hoy de C�spedes y cuenta G�mez la casa de portal en que lo hall� en Las Tunas, cuando fue, en mala ropa, con quince rifleros a decirle c�mo sub�a, peligrosa, la guerra desde Oriente. Ayudantes pulcros, con polanias.—C�spedes: kepis y tenacillas de cigarro. La guerra abandonada a los jefes, que ped�an en vano direcci�n, contrastaba con la festividad del cortejo tunero. A poco, el gobierno tuvo que acogerse a Oriente.—"No hab�a nada, Mart�",— ni plan de campa�a, ni rumbo tenaz y fijo.—Que la sabina, olorosa como el cedro, da sabor, y eficacia medicinal, al aguardiente.—Que el t� de yagruma,—de las hojas grandes de la yagruma,—es bueno para el asma.—Juan lleg�, de las escuadras, vio muerto a Flor, muerto con su bella cabeza fr�a, y su labio roto, y dos balazos en el pecho: el 10 lo mataron. Patricio Corona, errante once d�as de hambre, se present� a los Voluntarios.—Maceo y 2 m�s se juntaron con Moncada.—Se vuelven a las casas los hijos y los sobrinos de Luis.—Ram�n, el hijo de Eufemio, con su suave tez achocolatada, como bronce carm�neo, y su fina y perfecta cabeza, y su �gil cuerpo p�ber,—Magdaleno, de magn�fico molde, pie firme, ca�a enjuta, pantorrilla volada, muslo largo, t�rax pleno, brazos graciosos, en el cuello delgado la cabeza pura, de bozo y barba crespa: el machete al cinto, y el yarey al�n y picudo.—Luis duerme con nosotros.

23.—A la madrugada, listos; pero no llega Eufemio, que deb�a ver salir a los exploradores, ni llega respuesta de la fuerza. Luis va ver y vuelve con Eufemio. Se han ido los exploradores. Emprendemos marcha tras ellos. De [nuestro] campamento de 2 d�as, en el Monte de la Vieja salimos, monte abajo, luego. De una loma al claro donde se divisa, por el sur , el palmar de San Antonio, rodeado de jatiales y charrascos, en la hoya f�rtil de los ca�adones, y a un lado y otro montes, y entre ellos el mar. Ese monte, a la derecha, con un tajo como de sangre, por cerca de la copa, es do�a Mariana; �se, al sur, alto entre tantos, es el Pan de Az�car. De 8 a 2 caminos, por el jatial espinudo, con el pasto bueno, y la flor roja y baja del guisaso de tres puyas: tunas, bestias sueltas. Hablamos de las escuadras de G�mez, cuando la otra guerra.—G�mez elogia el valor de Miguel Per�z: "dio un traspi�s, lo perdonaron, y �l fue leal siempre al gobierno": "en un yagua recogieron su cad�ver: lo hicieron casi picadillo": "eso hizo espa�ol a Santos P�rez".Y al otro P�rez, dice Luis, Policarpo.—le puso las partes de antiparras."Te voy a cortar las partes", le grit� en pelea a Policarpo—"Y yo a ti las tuyas, y te las voy a poner de antiparras: y se las puso".—"Pero�por qu� pelean contra los cubanos esos cubanos? Ya veo que no es por opini�n, ni por cari�o imposible a Espa�a." "Pelean esos puercos, pelean as� por el peso que les pagan, un peso al d�a menos el rancho que les quitan. Son los vecinos malos de los caser�os, o los que tienen un delito que pagar a la justicia, o los vagabundos que no quieren trabajar, y unos cuantos indios de Batiquir� y de Cajuer�". Del caf� hablamos, y de los granos que lo sustituyen: el platanillo y la boruca. De pronto bajamos a un bosque alto y alegre, los �rboles ca�dos sirven de puente a la primer poza, por sobre hojas mullidas y frescas pedreras, vamos, a grata sombra, al lugar de descanso: el agua corre, las hojas de la yagruma blanquean el suelo, traen de la ca�ada a rastras, para el chubasco, pencas enormes, me acerco al rumor, y veo entre piedras y helechos, por remansos de piedras finas y alegres cascadas, correr el agua limpia. Llegan de noche los 17 hombres de Luis, y �l, solo, con sus 63 a�os, una hora adelante: todos a la guerra: y con Luis va su hijo.

24.—Por el ca�ad�n, por monte de Acosta, por el mucaral de piedra ro�da, con sus pozos de agua limpia en que bebe el sinsonte, y su cama de hojas secas, halamos, de sol a sol, el camino fatigoso. Se siente el peligro. Desde el Palenque nos van siguiendo de cerca las huellas. Por aqu� pueden caer los indios de Garrido. Nos asilamos en el portal de Valent�n, mayoral del ingenio Santa Cecilia.—Al Juan fuerte, de buena dentadura, que sale a darnos la mano tibia, cuando su t�o Luis lo llama al cercado:—"Y t� �por qu� no vienes?"—"¿Pero no ve c�mo me come el bicho?"—El bicho,—la familia. �Ah, hombres alquilados,—salario corruptor! Distinto, el hombre propio, el hombre de s� mismo.—�Y esta gente?�Qu� tiene que abandonar?�La casa de yaguas, que les da el campo, y hacen con sus manos?�Los puercos, que pueden criar en el monte? Comer, lo da la tierra: calzado, la yagua y la majagua: medicina, las yerbas y cortezas; dulce, la miel de abeja.—M�s adelante , abriendo hoyos para la cerca, el viejo barb�n y barrigudo, sucia la camiseta y el pantal�n a los tobillos,—y el color terroso, y los ojos viboreznos y encogidos:—"�Y Uds., qu� hacen?".—"Pues aqu� estamos haciendo estas cercas".—Luis maldice, y levanta el brazo grande por el aire. Se va a anchos pasos, tembl�ndole la barba.

25.—Jornada de guerra.—A monte puro vamos acerc�ndonos, ya en las garras de Guant�namo hostil en la primer guerra, hacia Arroyo Hondo. Perd�amos el rumbo. Las espinas nos tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jig�eras, verdes, pegadas al tronco desnudo, o al ramo 7[Nota 7] ralo. La gente va vaciando jig�eras, y emparej�ndoles la boca. A las once , redondo tiroteo. Tiro graneado, que retumba; contra tiros velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate; entran, pesadas, tres balas, que dan en los troncos. "�Qu� bonito es un tiroteo de lejos!", dice el muchach�n agraciado de San Antonio,—un niño. "M�s bonito es de cerca", dice el viejo. Siguiendo nuestro camino subimos a la margen del arroyo. El tiroteo se espesa; Magdaleno, sentado contra un tronco, recorta adornos en su jig�era nueva. Almorzamos huevos crudos, un sorbo de miel y chocolate de "La Imperial" de Santiago de Cuba.—A poco, las noticias: dos vienen del pueblo. Y ya han visto entrar un muerto, y 25 heridos: Maceo vino a buscarnos, y espera en los alrededores: a Maceo, alegremente. Dije en carta a Carmita:—"En el camino mismo del combate nos esperaban los cubanos triunfadores: se echan de los caballos abajo, los caballos que han tomado a la guardia civil: se abrazan y nos vitorean: nos suben a caballo y nos calzan la espuela: �c�mo no me inspira horror la mancha de sangre que vi en el camino? �ni la sangre a medio secar, de una cabeza que ya est� enterrada, con la cartera que le puso de descanso un jinete nuestro? Y al sol de la tarde emprendimos la marcha de victoria, de vuelta al campamento. A las 12 de la noche hab�an salido, por r�os y ca�averales y espinares, a salvarnos: acababan de llegar, ya cerca, cuando les cae encima el espa�ol: sin almuerzo pelearon las 2 horas, y con galletas enga�aron el hambre del triunfo: y emprend�an el viaje de 8 leguas, con tarde primero alegre y clara, y luego, por b�vedas de p�as, en la noche oscura. En fila de uno a uno iba la columna larga. Los ayudantes pasan, corriendo y voceando. Nos revolvemos, caballos y de a pie , en los altos ligeros. Entra al ca�averal, y cada soldado sale con una ca�a de él. (Cruzamos el ancho ferrocaril: o�mos los pitazos del oscurecer en los ingenios: vemos, al fin del llano, los faros el�ctricos). "Parese la columna, que hay un herido atr�s". Uno hala su pierna atravesada, y G�mez lo monta a su grupa. Otro herido no quiere: "No, amigo: yo no estoy muerto". Y con la bala en el hombro sigue andando. �Los pobres pies, tan cansados! Se sientan, rifle al lado , al borde del camino: y nos sonr�en gloriosos. Se oye alg�n ay, y m�s risas y el habla contenta. "Abran camino", y llega montado el recio Cartagena, teniente coronel que lo gan� en la guerra grande, con un hach�n prendido de cardona, clavado como una lanza, al estribo de cuero. Y otros hachones, de tramos en tramos. O encienden los arb�les secos, que escaldan y chisporrotean, y echan al cielo su fuste de llama y una pluma de humo. El r�o nos corta. Aguardamos a los cansados. Ya est�n a nuestro alrededor, los yareyes en la sombra. Ya es es la �ltima agua, y del otro lado el sue�o. Hamacas, candelas, calderadas, el campamento ya duerme: al pie de un �rbol grande ir� luego a dormir, junto al machete y el rev�lver, y de almohada mi capa de hule.—Ahora hurgo el jolongo, y saco de �l la medicina para los heridos. Cari�osas las estrellas, a las 3 de la madrugada. A las 5, abiertos los ojos, Colt al costado, Machete al cinto, espuela a la alpargata, y a caballo".—Muri� Alcil Duvergi�, el valiente: de cada fogonazo, su hombre: le entr� la muerte por la frente: a otro, tirador, le vaciaron una descarga encima: otro cay�, cruzando temerario el puente.—�Y ad�nde, al acampar, estaban los heridos? Con trabajo los agrupo, al pie del m�s grave, que creen pasmado, y viene a andas en una hamaca, colgando de un palo. Del jugo del tabaco, apretado a un cabo de la boca, se le han desclavado los dientes. Bebe descontento un sorbo de marrasquino �Y el agua, que no viene, el agua de las heridas, que al fin traen en un cubo turbio?—La trae fresca el servicial Evaristo Zayas, de Ti Arriba.—�Y el practicante, dónde est� el practicante que no viene a sus heridos? Los otros se quejan, en sus capotes de goma. Al fin llega, arrebujado en una colcha, alegando calentura.Y entre todos, con Paquito Borrero de tierna ayuda, curamos la herida de la hamaca, una herida narigona, que entr� y sali� por la espalda: en una boca cabe un dedal, y una avellana en la otra: lavamos, iodoformo, algod�n fenicado. Al otro,en la cabeza del muslo entr� y sali�. Al otro que se vuelve de bruces, no le sali� la balla de la espalda: all� est�, al salir, en el manch�n rojo e hinchado: de la s�filis tiene el hombre comida la nariz y la boca: al �ltimo, boca y orificio tambi�n en la espalda: tiraban, rodilla en tierra, y el balazo bajo les atraves� las espaldas membrudas. A Antonio Su�rez, de Colombia, primo de Lucila Cort�s, la mujer de Merch�n, la misma herida. Y se perdi� a pie, y nos hall� luego.—

26.—A formar, con el sol. A caballo, so�olientos. Cojea la gente, a�n no repuesta. Apenas comieron anoche. Descansamos, a eso de las 10, a un lado y otro del camino. De la casita pobre env�an de regalo una gallina al "general Matias",—y miel. De tarde y noche escribo,a New York, a Antonio Maceo, que est� cerca, e ignora nuestra llegada; y la carta de Manuel Fuentes al World, que acab� con l�piz sobre la mano, al alba. A ratos oje� ayer el campamento tranquilo y dichoso: llama la corneta, traen cargas de pl�tanos al hombro: mugen las reses cogidas, y las deg�ellan. Victoriano Garz�n, el negro juicioso de bigote y perilla, y ojos fogosos, me cuenta, humilde y ferviente, desde su hamaca, su asalto triunfante al Ram�n de las Yaguas: su palabra es revuelta e intensa, su alma bondadosa, y su autoridad natural: mima, con verdad, a sus ayudantes blancos, a Mariano S�nchez y a Rafael Portuondo; y si yerran en un punto de disciplina, les levanta el yerro. De carnes seco, dulce de sonrisa: la camisa azul, y negro el pantal�n: cuida, uno a uno, de sus soldados.—Jos� Maceo, formidable, pasea el alto cuerpo: a�n tiene las manos arpadas, de la mara�a del pinar y del monte, cuando se abri� en alas la expedici�n perseguida de Costa Rica, y a Flor lo mataron, y Antonio llev� a dos consigo, y Jos� qued� al fin solo, hundido bajo la carga, moribundo de fr�o en los pinos h�medos, los pies gordos y rotos: y lleg�, y ya vence.

27.—El campamento al fin, en la estancia de Filipinas. Atiendo enseguida al trabajo de la juridici�n: G�mez, escribe junto a m�, en su hamaca.—A la tarde, Pedro P�rez, el primer sublevado de Guant�namo: de 18 meses de escondite, sali� al fin, con 37, seguido de muerte, y hoy tiene 200. En el monte, con los 17 de la casa, est� su mujer, que nos manda la primer bandera. �Y �l, sirvi� a Espa�a en las escuadras, en la guerra grande! Lealtad de familia a Miguel P�rez.—Apoyado en su bast�n, bajo de cuerpo, con su leontina de plata, ca�das las patillas pocas por los lados del rostro enjuto y ben�volo, fue, con su gente brava, a buscar a Maceo en vano por todo Baracoa, en los dientes de los indios: su jipijapa est� tinto de purpura, y bordada de mujer es la trenza de color de su sombrero, con los cabos por la espalda.—�l no quiere gente a caballo, ni monta �l ni tiene a bien los capotes de goma, sino la lluvia pura, sufrida en el silencio.

28.—Amanezco al trabajo. A las 9 forman, y G�mez, sincero y conciso, arenga: Yo hablo al sol. Y al trabajo. A que quede ligada esta fuerza en el esp�ritu unido: a fijar, y dejar ordenada, la guerra en�rgica y magn�nima: a abrir v�as con el norte, y servicio de parque: a reprimir cualquier intentona de pertubar la guerra con promesas. Escribo la circular a los jefes, a que castiguen con la pena de traici�n la intentona.—la circular a los hacendados,—la nota de G�mez a las fincas,—cartas a amigos probables,—cartas para abrir el servicio de correo y parque,—cartas para la cita a Brooks,—nota al gobierno ingl�s, por el c�nsul de Guant�namo, incluyendo la declaraci�n de José Maceo sobre la muerte, casual, de un tiro escapado a Corona, de un marino de la goleta Honor, en que vino la expedici�n de Fortune Island,—instrucciones a Jos� Maceo, al que se nombra Mayor General,—nota a Ruenes, invit�ndole a enviar el representante de Baracoa a la Asamblea de Delegados del pueblo cubano revolucionario—para eligir el gobierno que deba darse la revoluci�n,—carta a Mas�.—Vino Luis Bonne, a quien se buscaba, por sagaz y ben�volo, para crearme una escolta. Y de ayudante trae a Ram�n Garriga y Cuevas, a quien de ni�o sol�a yo agasajar, cuando lo ve�a travieso o desamado en New York, y es manso, afectuoso, l�cido y valiente.

29.—Trabajo, Ram�n queda a mi lado. En el ataque de Arroyo Hondo un flanco nuestro, donde estaba el hermano de un teniente criollo, mat� al teniente, en la otra fuerza.—Se me fue, con su hijada, Luis Gonz�lez. "Ese rostro quedar� estampado aqu�." Y me lo dec�a con el rostro celeste.

30—Trabajo.—Antonio Su�rez, el colombiano, habla quejoso y d�scolo: que desatendido, que coronel.—Maceo, alegando operaci�n urgente, no nos esperar�. Salimos ma�ana.

�ndice Anterior Nivel anterior Siguiente