Hay algo de vidas paralelas en las de Caso y Henr�quez Ure�a, adem�s de la coincidencia generacional, que los hace casi iguales en curso vital. El mexicano era unos meses mayor que el dominicano y �ste sobrevivi� al primero, igualmente, no m�s de un semestre. Pero eso es m�s bien casual. Donde encuentro y propongo el paralelismo es en la construcci�n de un tipo ideal que ellos encarnaron mejor que nadie en su generaci�n: el del acad�mico. Esto era algo no del todo desconocido en el siglo XIX, si bien en esa centuria tuvo mucho de intelectual, en el sentido de hombre de ideas que influye en la toma de decisiones pol�ticas. No es que Caso y Henr�quez Ure�a no lo fueran, pero en su vida y su actividad fueron m�s acad�micos que intelectuales, entendiendo por uno y lo otro actividades semejantes, no excluyentes, pero a fin de cuentas diferenciadas. El intelectual es cr�tico o ide�logo. El acad�mico, en cambio, es el formador de disc�pulos, reponsable de que haya continuidad en su trabajo. Con la pluma, el intelectual es ensayista, mientras que el acad�mico es estudioso. El vocablo ingl�s scholar lo define muy bien. Su actividad es muy parecida, pero existe una zanja que se ha hecho cada vez mayor en el tiempo. Algunos acad�micos son intelectuales; algunos intelectuales realizan trabajo acad�mico. En la historicidad de estas figuras, el mejor prototipo de acad�mico es don Pedro, en la medida en que otro personaje, Jos� Vasconcelos, encarna mejor el de intelectual. Caso est� en medio, pero m�s inclinado hacia la esquina del acad�mico. Incluso en aquello de su obra que linda m�s con la actividad intelectual, como la colaboraci�n period�stica, su trabajo es m�s de �ndole acad�mica. M�s que suscitar opiniones, su labor fue docente a trav�s del art�culo.
No partieron de la nada. En M�xico ya se hab�an dado ese tipo de figuras, como por ejemplo la de Gabino Barreda, el introductor del positivismo, m�s acad�mico, aunque con buena carga de trabajo como intelectual org�nico; Justo Sierra fue m�s esto �ltimo, pero tambi�n fue un buen maestro formador. En fin, no es �ste el prop�sito que persigue este texto, aunque la referencia es importante porque enmarca la peque�a historia de una relaci�n que vivieron dos personajes centrales en la cultura de Hispanoam�rica y que en ella se distinguieron por haber sido protagonistas centrales en el combate al viejo positivismo. En las p�ginas que siguen se ver� c�mo fueron construy�ndose esas figuras, estos tipos.
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Como es bien sabido, Pedro Henr�quez Ure�a y Antonio Caso se conocieron desde el a�o de 1906, cuando el dominicano lleg� a M�xico y, tras haber vivido unos meses en Veracruz, remont� la Sierra Madre y lleg� a la capital de la Rep�blica. Contaba con apenas 23 a�os de edad y sus vocaciones ya apuntaban hacia lo que fueron, grandes humanistas. Pero s�lo eso. Apuntaban, todav�a no se defin�an, y, lo que es peor, no hab�a muchas opciones d�nde ejercerlos. Los dos tuvieron que estudiar derecho. Es decir, prepararse para algo que no llegar�an a ejercer del todo. Pese a ello, era la opci�n m�s viable.
La primera referencia que da don Pedro acerca de Caso en sus Memorias
es cuando habla de los mexicanos que conoce en la capital, una vez que se asienta
en ella en el a�o mencionado. Dice: "Antonio Caso, a quien o� un discurso en
la velada del centenario de Stuart Mill, discurso que me revel� una extensa
cultura filos�fica y una manera oratoria incorrecta todav�a, pero prometedora".2
Y m�s adelante ofrece una semblanza m�s redonda, todav�a tamizada por la impresi�n
que le caus� a don Pedro la disertaci�n sobre Mill:
El primero [Caso], joven alumno de la Escuela de Jurisprudencia, es ya una personalidad intelectual; une a su profundo conocimiento de las ciencias filos�ficas y sociales, una palabra brillante y f�cil. Su discurso fue una r�pida y certera ojeada en la historia de la filosof�a y un juicio conciso de la obra y de la significaci�n de Stuart Mill. 3
La vocaci�n de testis temporum ejercida por don Pedro lo lleva a ser
el cronista interno de la generaci�n a la que se fue integrando, as� como del
grupo que ayud� a formar. Me refiero al movimiento que desemboc� en 1909 en
la formaci�n del Ateneo de la Juventud, asociaci�n fundamental en la historia
cultural mexicana. Sin el valios�simo testimonio de don Pedro no se conocer�an
aspectos internos dif�ciles de captar s�lo a trav�s de las referencias hemerogr�ficas.4
Su calidad de cronista lo llev� a enviar cr�nicas a su tierra natal, donde daba
a conocer el desenvolvimiento de la vida cultural mexicana, que poco a poco
avanzaba de los salones aristocratizantes hacia auditorios mayores, a trav�s
de las conferencias p�blicas. En una de esas cr�nicas vuelve a resaltar las
cualidades oratorias de Caso, as� como el recuerdo del discurso sobre Mill,
un a�o despu�s, al referir las conferencias del Casino de Santa Mar�a, de 1907:
La segunda conferencia (12 de junio) estuvo a cargo de Antonio Caso. �ste s� era conocido como orador de cuerpo entero; hace un a�o obtuvo un gran triunfo cuando habl� a nombre de la Escuela de Jurisprudencia en la velada del centenario de Stuart Mill, a la cual dio car�cter de consagraci�n nacional la presencia de Porfirio D�az y su gabinete en pleno. Ahora habl� Caso sobre Nietzsche y nos tuvo pendientes de su palabra durante una hora, recorriendo r�pidamente la vasta obra del pensador alem�n.5
La afinidad electiva los lleva a la amistad. El testimonio siguiente es el
que da noticia de la formaci�n de una trinidad fundamental, celebrada en los
"d�as alcionios":
Apartir de mediados de 1907, un tanto decepcionado, pens� que era mejor circunscribir mi grupo; el resultado fue una intimidad mayor con Alfonso Reyes, que fue el m�s adicto a nosotros despu�s de la disoluci�n de nuestra casa, luego con Acevedo y por �ltimo con Caso. Llegamos a formar un tr�o Caso, Alfonso y yo, y durante todo el a�o de 1908 y la primera parte de �ste [1909], la casa del primero fue el centro de nuestra reuni�n y nuestras disquisiciones filos�ficas y literarias.
Esta amistad, tri�ngulo cuyo v�rtice era el dominicano, fructific� a la larga en la cultura hispanoamericana, dados los alcances continentales de los tres, sobre todo de Reyes y Henr�quez Ure�a. La interacci�n entre ellos acrecent� las vocaciones literarias de unos, filos�ficas de otros. En ese sentido, tambi�n Henr�quez se colocaba en medio: Reyes miraba la literatura; Caso, la filosof�a.
Don Pedro, por lo menos en aquellos a�os o d�as alcionios, si bien caminaba hacia la cr�tica literaria Ensayos cr�ticos as� lo indicaba no estaba nada lejando a ser un s�lido historiador de la filosof�a.
3
Antes de entrar en ese orden, es menester conocer el camino de Damasco filos�fico
que experimentaron Henr�quez y Caso, gracias a una de esas figuras mete�ricas
que aparecen en todas las generaciones acad�micas o intelectuales, que destacan
por su brillantez y por su paso fugaz. Se trata de Rub�n Valenti (1879-1915),
abogado chiapaneco, �vido lector de las novedades filos�ficas que le brindaban
las revistas italianas. Su poder de convicci�n no hizo parejas con la sistematizaci�n
y el rigor que exigen las tareas acad�mico-intelectuales y su presencia se debe
al rescate que hace el dominicano de su paso por el mundo. Acaso en la prensa
haya muestras de su saber y su pluma. Demos paso a una cita larga de don Pedro,
en la cual explica c�mo Caso y �l abandonaron por completo el positivismo:
En el orden filos�fico, he ido modificando mis ideas, a partir tambi�n del mismo a�o de 1907. Mi positivismo y mi optimismo se basaba en una lectura casi exclusiva de Spencer, Mill y Haeckel; las p�ginas que hab�a le�do de fil�sofos cl�sicos y de Schopenhauer y Nietzsche no me hab�an arrastrado hacia otras direcciones. Sobre todo, no trataba yo sino con gente m�s o menos positivistas, o, de lo contrario, creyentes timoratos y antifilos�ficos. El positivismo me inculc� la err�nea noci�n de no hacer metaf�sica (palabra cuyo significado se interpret� mal desde Comte); y a nadie conoc�a yo que hiciera otra metaf�sica que la positivista, la cual se daba �nfulas de no serlo. Por fortuna, siempre fui adicto a las discusiones; y desde que los art�culos de Andr�s Gonz�lez Blanco y Ricardo G�mez Robelo me criticaron duramente mi optimismo y mi prositivismo (el del libro Ensayos cr�ticos), tuve ocasi�n de discutir con G�mez Robelo y Valenti esas mismas ideas; las discusiones fueron minando en mi esp�ritu las teor�as que hab�a aceptado. Por fin, una noche a mediados de 1907 (cuando ya el platonismo me hab�a conquistado, literaria y moralmente), discut�amos Caso y yo con Valenti: afirm�bamos los dos primeros que era imposible destruir ciertas afirmaciones del positivismo; Valenti aleg� que aun la ciencia estaba ya en discusi�n, y con su lectura de revistas italianas nos hizo citas de Boutrouz, de Bergson, de Poincar�, de Wiliam James, de Papini... Su argumentaci�n fue tan en�rgica, que desde el d�a siguiente nos lanzamos Caso y yo en busca de libros sobre el antiintelectualismo y el pragmatismo. Precisamente entonces iba a comenzar el auge de �ste, y la tarea fue f�cil. En poco tiempo, hicimos para nosotros la cr�tica del positivismo; comparamos James, Bergson, Boutroux, Jules de Gaultier y una multitud de expositores menos importantes... volvimos a leer a los maestros: Caso pose�a una biblioteca bastante completa de fil�sofos; yo me dediqu� a obtener, en Europa, en los Estados Unidos, en M�xico, y hasta pidiendo algunos libros de la biblioteca de mi padre, las obras maestras de la filosof�a moderna: Bacon, Descartes, Pascal, Leibniz, Spinoza, Kant, Hegel, Fichte, Schelling, Schopenhauer, hasta Comte...6
La materia filos�fica aparecer� en Horas de estudio, libro que, a su
vez, recoge material publicado en la Revista Moderna. Antes de referir
su comentario a las conferencias de Caso, que conforma la mayor�a del material
filos�fico del libro, conviene recordar las notas a Las corrientes filos�ficas
en Am�rica Latina, de Francisco Garc�a Calder�n, recogidas en la revista
mencionada.
Nota 9 |
La tendencia hispano-americana al idealismo (cosa no indiscutible), no explica
la hegemon�a francesa; en todo caso, explicar�a una hegemon�a de Alemania,
verdadera creadora de sistemas idealistas. S�lo forzando los hechos puede
aplicarse de francamente idealista el movimiento filos�fico franc�s.
Nota 10 |
Esta afirmaci�n es todav�a prematura y demasiado general, excepto si se toma el nombre de Bergson como ejemplo, sin primac�a sobre los dem�s pensadores contempor�neos. En las conferencias, discursos y escritos de Antonio Caso, Ricardo G�mez Robelo, Alfonso Cravioto, Rub�n Valenti y otros j�venes as� como en el memorable discuros de D. Justo Sierra, en honor de Barreda se nota ciertamente grande inter�s por el pensamiento nuevo: la influencia de Schopenhauer (voluntarismo, est�tica neoplat�nica, pesimismo), Nietzsche y la discusi�n de los valores morales, William James y el pragmatismo, Bergson, Boutrouz, el idealismo de Jules de Gaultier, as� como la reacci�n contra todo lo que ha envejecido en Comte, Spencer, Haeckel, la filosof�a del arte de Taine, la psicolog�a de los pueblos de Renan, el materialismo hist�rico, la psicofisiolog�a y la sociolog�a organicista.
Acaso no les result� dolorosa la ruptura con la vieja filosof�a-ideolog�a dominante. En el caso mexicano, la Escuela Nacional Preparatoria segu�a siendo el basti�n del positivismo, por el hecho de tratarse de una instituci�n fundada por un disc�pulo directo de Augusto Comte. Si atendemos la experiencia de una trayectoria vital tan bien elaborada como la de Jos� Vasconcelos, es posible trazar en una, las vivencias de muchos j�venes mexicanos: la infancia se deb�a a una formaci�n cat�lica, de �ndole materna, matizada por un cierto jacobinismo paterno. La juventud, que tra�a consigo la separaci�n del hogar, con el ingreso a la Preparatoria, pon�a a los estudiantes de frente a las ense�anzas del comtismo y los pensamientos de Mill, Spencer, los populares Haeckel y Le Bon, acaso Taine y Renan, para los que le�an historia, y ello los llevaba a las crisis de ruptura con la religi�n y a "modernizar" sus nociones de liberalismo.7 Por su parte, don Pedro da cuenta de su formaci�n espiritual en las primeras p�ginas de sus propias Memorias. Hay puntos comunes y diferencias entre la formaci�n de unos y otros. Don Pedro ejemplifica una formaci�n menos extremosa que la de Vasconcelos. En todo caso, los golpes quincea�eros recibidos del positivismo ya no les produjeron mayores da�os. El ambiente los empujaba a liberarse de la ya no tan dominante filosof�a.
4
En el a�o de 1909 resultar� fundamental para historiar la declaraci�n m�s formal de la guerra a la vieja doctrina implantada por Barreda en el local del antiguo colegio de San Idelfonso. Antonio Caso pronunciar�a una serie de conferencias sobre el positivismo en uno de los salones de la Escuela Nacional Preparatoria. De ellas no qued� la versi�n directa, aunque m�s tarde Caso har�a una reelaboraci�n a partir de sus materiales. Es por ello que la cr�nica testimonial de Henr�quez Ure�a es fundamental para valorar contenido y trascendencia de esas conferencias, tan llenas de significado en la historia del pensamiento mexicano. Sin embargo, la circunstancia pol�tica aparece como elemento disruptor en el hasta entonces tranquilo panorama mexicano. El a�o siguiente, 1910, adem�s de ser esperado por el centenario del inicio de las guerras de independencia, habr�a de ser a�o de renovaci�n de poderes. Esto, dentro del marco de las reiteradas reelecciones de Porfirio D�az, era en s� toda una expectativa .
El tri�ngulo anteriormente formado se ver�a afectado por la circunstancia,
en virtud de que Alfonso Reyes era hijo de una de las figuras centrales de la
pol�tica mexicana, el general Bernardo Reyes, modernizador del ej�rcito mexicano,
excelente administrador y cuya imagen era la de un viable sucesor de Porfirio
D�az, pero que contaba con la franca oposici�n de los "cient�ficos", grupo ligado
a la pol�tica financiera, que buscaba asegurar su continuidad en el poder con
el control de la vicepresidencia de la Rep�blica en manos de Ram�n Corral. Hab�a,
pues, tres tendencias: el reeleccionismo, que apoyaba a Corral, el reyismo,
que buscaba instalar al general Reyes en la vicepresidencia, y el antirreeleccionismo,
cuyo motor era un joven coahuilense, Francisco I. Madero, que hab�a publicado
un libro en 1908 sobre la esperada sucesi�n presidencial que se avecinaba. Don
Pedro, sensible a la situaci�n, se encuentra dividido. Como extranjero no ten�a
participaci�n pol�tica. Acaso, porque su amistad con Reyes era grande, se inclinaba
m�s por el general. Sin embargo, su oficio de periodista y escritor lo llevaba
a todos los rincones pol�ticos. La Secretar�a de Instrucci�n P�blica le ofrec�a
participar en la elaboraci�n de una extensa antolog�a literaria. Tambi�n le
abr�an sus p�ginas peri�dicos creados ex profeso para apoyar la reelecci�n,
y, lo que lo presenta como imprescindible, es que Jos� Vasconcelos, director
del peri�dico maderista El Antireeleccionista, lo contrata para que se
ocupe de la secci�n de cultura. Volviendo a la relaci�n con don Antonio Caso,
recuerda:
La amistad con Caso deb�a, sin embargo, llegar a alterarse. Desde principios de este a�o [1909], la pol�tica de M�xico es un mar de lava; mientras que los adictos al gobierno y al partido cient�fico trabajan por la reelecci�n de Porfirio D�az y de su vicepresidente Corral, ha surgido un corto partido de oposici�n que se llama Anti-reeleccionista, y ha cobrado inusitado auge el Partido del general Reyes. Los re-eleccionistas han formado clubs, fundado peri�dicos, organizado excursiones; y una de sus manifestaciones primeras fue la postulaci�n, el d�a 2 de abril, de sus candidatos D�az y Corral. Caso se dej� atraer por el Maquiavelo del partido cient�fico, Rosendo Pineda, y accedi� a ser orador en la velada del 2 de abril, y a ser director del semanario La Reelecci�n. Antes de aceptar esos cargos me consult�; y yo le recomend� que se abstuviera de ellos, y en mi presencia lleg� a redactar una carta de renuncia, pero no se atrevi� a enviarla, y acept� ambas cosas. La opini�n de los independientes le fue desfavorable; no se diga la de los reyistas. Yo, por mi parte, le hab�a aconsejado independencia absoluta; es decir, continuaci�n de su actitud anterior, pues Caso hab�a pronunciado varios discursos ante Porfirio D�az y se hab�a distinguido por no haber hecho ninguna alusi�n a �l, como la mayor�a de los oradores, y adem�s, en lo privado, se manifestaba enemigo del actual orden de cosas, aunque en manera alguna partidario de Reyes. Esta flaqueza de Caso me hizo entibiarme con �l. Por lo dem�s, la renuncia a la direcci�n del peri�dico tuvo que hacerla despu�s de haber aparecido su nombre all� durante algunas semanas; porque Ram�n Prida, el socio de Pineda, escribi� un art�culo contra Di�doro Batalla, para publicarlo an�nimo en La Reelecci�n; Caso quiso que se suprimiera un p�rrafo insultante del art�culo, y as� se le prometi�; pero a escondidas se hizo imprimir el art�culo �ntegro. Ante esta conducta Caso se vio obligado a renunciar; y todav�a Pineda le dijo que hac�a mal. Ahora ha comenzado Caso a dar una serie de conferencias en la Escuela Nacional Preparatoria sobre la historia del positivismo.8
Antes de entrar en el comentario sobre estas conferencias de 1909, fundamentales para expresar la ruptura con el positivismo, conviene tener presente la carta enviada a Reyes, a prop�sito de las debilidades pol�ticas de Caso. En las propias Memorias, don Pedro hace hincapi� en la amistad que sostiene con Alfonso y Rodolfo Reyes, sobre todo con el primero, pero que ello no quiere decir que realmente sea reyista, como algunos lo identifican, por la amistad con los hijos del general.
En carta del 3 de abril escribe Henr�quez Ure�a a Reyes acerca de lo ocurrido
en la velada en que fue hecha la postulaci�n. Comenta que El Pa�s no
public� cr�nica y que habr� que esperar la de El Imparcial. Comenta varios
de los discursos, entre ellos el de Nemesio Garc�a Naranjo, que utiliz� la figura
de Cincinato para referirse al general D�az: los grandes guerreros son aquellos
que saben c�mo comportarse en tiempos de paz. Informa a Reyes que hubo v�tores
para D�az, pero en algunas secciones del recinto se escuchaban siseos para Corral.
Al llegar al punto:
...Por fin habl� Caso; discurso floj�simo desde puntos de vista literarios e ideol�gicos; el "chavismo", como dice Villalpando, la ineptitud para saber encajar los t�rminos y las ideas cient�ficas con que se quiere hacer efecto y recalcar las ideas o "autorizarlas": as� sucedi� cuando quiso exponer justamente aquellas ideas que conversamos una noche en tu cuarto con Rodolfo, sobre la voluntad y la atenci�n, m�s particularmente sobre la voluntad en�rgica como determinadora de la personalidad. Todo su discurso fue completamente t�orico, sin mencionar a las personalidades en cuesti�n; habl� en realidad de la democracia, manoseando el manoseado tema de la imposibilidad de implantarla de pronto en M�xico; hizo alguna alusi�n al Club Democr�tico, que tal vez s�lo yo not�, al censurar a los ilusos que formulan planes irrealizables; dijo que lo urgente era ir caminando paso a paso en ese camino a la democracia, y que alg�n d�a, cuando los mexicanos fueran en algo comparables a los ciudadanos de Atenas, podr�an realizarse los sue�os que todos alientan. Pero mientras tanto, y en esta ocasi�n (esto fue el clou del discurso), que todo el mundo hablara francamente, que propusiera lo que pensara sinceramente, que se expresara la opini�n p�blica, pues s�lo los cobardes no ten�an derecho a entrar en las lides p�blicas. Esto levant� en vilo al p�blico de las galer�as, tan remiso o contrario a los oradores. S�lo una frase dijo Caso sobre los candidatos: la de postulaci�n, que recalc� con demasiada oratoria: "Honradamente, con la frente erguida, muy erguida, etc." En suma, parece que el discurso se ha tomado como suficientemente independiente; el p�blico antirreeleccionista de las galer�as lo hizo suyo; el grupo reeleccionista lo encontr� bueno. Ya sabes la man�a de Corral de aprobar de manera ostensible todos los discursos que oye. Pineda le imita en esto. Pudiera decirse que todo se ha salvado, menos el honor. El honor no sabe de honores, como dice mi t�o Fred. Pero �stas no son sino frases. El Imparcial resa�a brevemente lo de Orrin y suprime el nombre de Caso. Me figuro que es intencional, pues no hab�a de olvid�rseles el clou... Yendo ahora al punto personal, te dir� que la noche del 1� de abril, despu�s de haber llegado tarde para la salida de ustedes, pas� a ver a Caso; y naturalmente hablamos del asunto; lleg� a confesarme que todo el mundo se lo ten�a a mal: su suegro, Nacho Bravo (el cual no figura en estas cosas; cosa rara, como hace notar Alfonso Cravioto), nosotros... Le dije que, ya que iba a hablar, lo hiciera con dignidad; y ya ves que trat� de hacerlo.Se impresion� grandemente por tu actitud, que yo inconscientemente le describ�, y teme haber perdido tu amistad, tomada �sta en sentido profundo. Como yo, despu�s de la crisis que he sufrido esta semana, he llegado a un statu quo moral en este respecto, creo que t� no tendr�s inconveniente en lo mismo; y si te parece bien puedes escribirle alguna carta en verso de esas que promet�as; por supuesto, alusivo solamente a Chapala y dem�s cosas que a nadie le importan; pero eso s�, con verdadero tono de insouciance en el cual no sospeche qu� piensas en la pol�tica...9
�Fue ese alejamiento pol�tico causa de la actitud severa con la cual Henr�quez Ure�a coment� las conferencias de Caso sobre el positivismo? Es posible, dado que con Alfonso Reyes, Julio Torri y, en general con los menores, don Pedro tomaba una actitud admonitoria con sus cong�neres. El asunto es que Henr�quez public� un par de art�culos en la Revista Moderna que m�s tarde fueron incorporados en Horas de estudio. Las conferencias de Caso implicaban todo un manifiesto pol�tico-acad�mico. Se trataba de la primera exposici�n sistem�tica sobre la filosof�a oficial imperante, de parte de alguien que hab�a destacado ya en la cr�tica a la doctrina iniciada por Comte, en sus conferencias sobre Stirner y Nietzsche. De ah� que el p�blico y en ese sentido don Pedro era la avanzada inteligente de ese p�blico esperara el acto demoledor, precisamente en el recinto en el cual, en M�xico, se propag� la doctrina, en la ense�anza de alguien que hab�a escuchado directamente a Comte en Par�s y hab�a hecho una lectura puntual de su obra. Tal expectaci�n queda expresada en el primer art�culo, dedicado �ste a "El positivismo de Comte": "De caso [a quien ha elogiado en las l�neas anteriores] pod�a esperarse estudio libre y lleno de variedad, enriquecido con las opiniones de la cr�tica reciente; en verdad, muchos lo esperaban".10
Despu�s de este anuncio, se aparta propiamente de rese�ar las conferencias para tomar �l mismo la palabra y asumir la exposici�n cr�tica del posistivismo comtiano, en un texto de enorme claridad filos�fica. El significado de este trabajo, as� como de las conferencias de Caso, radica en que es la primera cr�tica al positivismo desde una perspectiva filos�fica que implica una superaci�n de la vieja doctrina, cuyo �nico opositor sistem�tico fue el pensamiento cat�lico, del cual tambi�n se aparta Henr�quez Ure�a.
En el primer p�rrafo del segundo art�culo, don Pedro regresa al reproche a don Antonio: "falta de originalidad y de cr�tica", pero elogia la serie siguiente sobre "El positivismo independiente", que "nos resarcieron de la deficiencia inicial". Piensa Henr�quez Ure�a que el conferencista present� la filosof�a de Comte como "monumento dogm�tico dif�cil de tocar". Sigue, pues, la exposici�n sobre los temas que abord� Caso en las siguientes conferencias, ya sin apartarse del plan expuesto en ellas, s�lo agregando sus comentarios sobre aciertos y ausencias.
Spencer, Mill, Taine, sobre todo el segundo, fueron las figuras m�s abundantemente
tratadas. Se advierte que ambos, Caso y Henr�quez, hab�an le�do bien a Mill
y ten�an su herencia como algo valioso, aunque ya buscaran por otros rumbos.
Anota como ausencias a Renan, D�hring y Haeckel. La cita siguiente condensa
el sentir del dominicano sobre el mexicano:
Como pensador, Caso tiene una gran ventaja sobre la gran mayor�a de
los que, entre nosotros, estudian cuestiones filos�ficas: un conocimiento
seguro de la evoluci�n del pensamiento europeo. Mientras la generalidad
de los que, en Am�rica, discuten sobre aspectos (invariablemente la
escol�stica o el positivismo), Caso conoce a los grandes maestros y
afronta los problemas con criterio independiente. Suele sentir temores,
y por respeto a la autoridad, acepta sin discusi�n una idea, o, por
miedo a destruir, esquivar el an�lisis (como hizo al hablar de Comte):
pero cuando se siente firme, recorre con segura agilidad los problemas
y las series hist�ricas. Su facultad cr�tica no da todav�a productos
normales: si unas veces profundiza (v. gr., sobre las contradicciones
mentales de Taine), otras apenas desflora las cuestiones. En cambio,
su modo de exponer ha adquirido vigor y consistencia notables; y, en
general, la ordenaci�n sint�tica de sus disertaciones es excelente:
cualquier esp�ritu disciplinado puede reconstruirlas f�cilmente despu�s
de o�rlas.
Y concluye:
De todos modos, la conferencia final de Caso fue un alegato en favor
de la especulaci�n filos�fica. Entre los muros de la Preparatoria, la
vieja escuela positivista, volvi� a o�rse la voz de la metaf�sica que
reclama sus derechos inalienables. Si con esta reaparici�n alcanzara
ella alg�n influjo sobre la juventud mexicana que aspira a pensar, �se
ser�a el mejor fruto de la labor de Caso.11
Cosa que efectivamente logr�, se puede agregar.
Ya m�s avanzado el a�o de 1909, en los distintos textos de Henr�quez Ure�a siguen apareciendo menciones y referencias a Caso, aunque no propiamente juicios extensos u opiniones. A fines de octubre tiene lugar la instalaci�n del Ateneo de la Juventud, presidio por Caso y del que fue primer secretario don Pedro. Si bien son de inter�s las noticias que ofrecen las Memorias y la correspondencia, no hay mayores alusiones a cuestiones filos�ficas. Lo mismo suceder� en 1910, con la inauguraci�n de la Universidad Nacional de M�xico, en la cual don Pedro desempe�ar� el cargo de auxiliar de la Secretar�a General, encabezado por Caso. En los a�os siguientes, la batalla contra el positivismo emprendida por ambos se anotar� triunfos importantes. Caso polemizar� con el ortodoxo comtiano. Agust�n Arag�n en torno a la raz�n de ser de la Universidad instituci�n a la que los comtistas consideraban expresi�n del estadio metaf�sico y de la nueva Escuela Nacional de Altos Estudios, de la cual, en 1913 y 1914, Henr�quez Ure�a ser� uno de sus m�s destacados profesores. Asimismo, en la Universidad, Henr�quez Ure�a colabor� en la confecci�n del plan de estudios de la Escuela Nacional Preparatoria, cuando fue secretario de Instrucci�n P�blica un miembro del Ateneo de la Juventud, Nemesio Garc�a Naranjo. En dicho plan, se borr� todo vestigio del positivismo.12
Como corolario, una �ltima opini�n, vertida m�s tarde, desde Nueva York, dos a�os despu�s de haber salido de M�xico. La circunstancia se circunscribe a una nueva relaci�n epistolar, ahora con Julio Torri, uno de los atene�stas que permanecieron en M�xico. Torri particip�, con Pablo Mart�nez del R�o, en la redacci�n de una nueva revista literaria y de ideas, llamada La Nave. De ella s�lo sali� un n�mero, en 1916. Torri le envi� ejemplares a don Pedro y �l, adem�s de distribuir algunos, le hizo una fiel y rigurosa recensi�n al n�mero, llena de sugerencias y comentarios sobre cada art�culo.
Antonio Caso fue, desde luego, uno de los colaboradores de La Nave.
Desde luego, porque al igual que torri, fue otro de los atene�stas que no abandonaron
M�xico. Para entonces ya hab�a ganado gran fama y ascendiente entre la nueva
generaci�n, de la que Henr�quez Ure�a hab�a tambi�n sido significado maestro.
Caso preparaba un libro sobre filosof�a de la historia que public�, por fin,
hasta 1923, pero que en diversas revistas fue dando a conocer algunos adelantos.
El que ser�a primer cap�tulo fue publicado como art�culo en la citada revista.
El comentario de Henr�quez Ure�a es el siguiente:
Caso: art�culo muy serio, y tambi�n de alto prestigio para La Nave. Caso sostiene una idea que en ocasiones ha combatido: la de que no existe el progreso. Por supuesto, yo estoy de acuerdo con su tesis actual. Pero en el orden del estilo hay un retroceso respecto de su "Conflicto interno de nuestra democracia" y dem�s art�culos sobre la cuesti�n mexicana, especialmente, el intitulado "Jacobinismo y positivismo", en que el estilo est� suelto y casi fresco. Ha vuelto a sus palabras de tratado de l�gica, incoloras, casi sin representaci�n. Y adem�s, vuelve a citar a los autores de siempre: Comte, hasta Renouvier (a Mart�n el recordar este nombre le pareci� la evocaci�n de un fantasma olvidado; el art�culo en general le dio la impresi�n de que estaba en plena �poca escol�stica). El dir� que c�mo se pueda tratar de esas cuestiones sin citar autores; pues s� se puede: pens�ndolas uno por su cuenta. �C�mo Bergson, o cualquier otro fil�sofo, escriben sin citar? Porque desarrollan ideas propias. Ya Caso debe salir de la adolescencia intelectual: dejar de apoyarse en las autoridades. A menudo le convendr�a citar ideas sin mencionar nombres.13
En rigor, Henr�quez Ure�a pide a Caso escribir como Vasconcelos. Este �ltimo prescinde de las citas en sus textos filos�ficos si no se refiere a un autor. Caso tiene m�s el tono acad�mico de hacer sus referencias puntuales a los autores de los que toma una idea o la discute. Creo que don Pedro pec� de rigorismo en esta carta, ya que las tesis centrales son originales de don Antonio. Se trata de un art�culo novedoso y cr�tico.
La relaci�n Caso-Henr�quez Ure�a volver�a a fructificar. Al regreso del dominicano a M�xico en 1921 se reencontrar�an en la Universidad Nacional, que regir�a Caso. El espacio acad�mico que ambos ayudar�an a construir a partir del a�o del Centenario, once a�os despu�s ser�a promisorio y central en el renacimiento cultural que se viv�a en M�xico bajo la �gida de Vasconcelos. Esta nueva etapa, en la que el positivismo ya estaba liquidado, debe dar lugar a otro recuento de citas y opiniones.14