II. Antonio Caso, Henr�quez Ure�a y el positivismo. Breve historia de una relaci�n.1[Nota 10]

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Hay algo de vidas paralelas en las de Caso y Henr�quez Ure�a, adem�s de la coincidencia generacional, que los hace casi iguales en curso vital. El mexicano era unos meses mayor que el dominicano y �ste sobrevivi� al primero, igualmente, no m�s de un semestre. Pero eso es m�s bien casual. Donde encuentro y propongo el paralelismo es en la construcci�n de un tipo ideal que ellos encarnaron mejor que nadie en su generaci�n: el del acad�mico. Esto era algo no del todo desconocido en el siglo XIX, si bien en esa centuria tuvo mucho de intelectual, en el sentido de hombre de ideas que influye en la toma de decisiones pol�ticas. No es que Caso y Henr�quez Ure�a no lo fueran, pero en su vida y su actividad fueron m�s acad�micos que intelectuales, entendiendo por uno y lo otro actividades semejantes, no excluyentes, pero a fin de cuentas diferenciadas. El intelectual es cr�tico o ide�logo. El acad�mico, en cambio, es el formador de disc�pulos, reponsable de que haya continuidad en su trabajo. Con la pluma, el intelectual es ensayista, mientras que el acad�mico es estudioso. El vocablo ingl�s scholar lo define muy bien. Su actividad es muy parecida, pero existe una zanja que se ha hecho cada vez mayor en el tiempo. Algunos acad�micos son intelectuales; algunos intelectuales realizan trabajo acad�mico. En la historicidad de estas figuras, el mejor prototipo de acad�mico es don Pedro, en la medida en que otro personaje, Jos� Vasconcelos, encarna mejor el de intelectual. Caso est� en medio, pero m�s inclinado hacia la esquina del acad�mico. Incluso en aquello de su obra que linda m�s con la actividad intelectual, como la colaboraci�n period�stica, su trabajo es m�s de �ndole acad�mica. M�s que suscitar opiniones, su labor fue docente a trav�s del art�culo.

No partieron de la nada. En M�xico ya se hab�an dado ese tipo de figuras, como por ejemplo la de Gabino Barreda, el introductor del positivismo, m�s acad�mico, aunque con buena carga de trabajo como intelectual org�nico; Justo Sierra fue m�s esto �ltimo, pero tambi�n fue un buen maestro formador. En fin, no es �ste el prop�sito que persigue este texto, aunque la referencia es importante porque enmarca la peque�a historia de una relaci�n que vivieron dos personajes centrales en la cultura de Hispanoam�rica y que en ella se distinguieron por haber sido protagonistas centrales en el combate al viejo positivismo. En las p�ginas que siguen se ver� c�mo fueron construy�ndose esas figuras, estos tipos.

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Como es bien sabido, Pedro Henr�quez Ure�a y Antonio Caso se conocieron desde el a�o de 1906, cuando el dominicano lleg� a M�xico y, tras haber vivido unos meses en Veracruz, remont� la Sierra Madre y lleg� a la capital de la Rep�blica. Contaba con apenas 23 a�os de edad y sus vocaciones ya apuntaban hacia lo que fueron, grandes humanistas. Pero s�lo eso. Apuntaban, todav�a no se defin�an, y, lo que es peor, no hab�a muchas opciones d�nde ejercerlos. Los dos tuvieron que estudiar derecho. Es decir, prepararse para algo que no llegar�an a ejercer del todo. Pese a ello, era la opci�n m�s viable.

La primera referencia que da don Pedro acerca de Caso en sus Memorias es cuando habla de los mexicanos que conoce en la capital, una vez que se asienta en ella en el a�o mencionado. Dice: "Antonio Caso, a quien o� un discurso en la velada del centenario de Stuart Mill, discurso que me revel� una extensa cultura filos�fica y una manera oratoria incorrecta todav�a, pero prometedora".2 [Nota 11] Y m�s adelante ofrece una semblanza m�s redonda, todav�a tamizada por la impresi�n que le caus� a don Pedro la disertaci�n sobre Mill:




La vocaci�n de testis temporum ejercida por don Pedro lo lleva a ser el cronista interno de la generaci�n a la que se fue integrando, as� como del grupo que ayud� a formar. Me refiero al movimiento que desemboc� en 1909 en la formaci�n del Ateneo de la Juventud, asociaci�n fundamental en la historia cultural mexicana. Sin el valios�simo testimonio de don Pedro no se conocer�an aspectos internos dif�ciles de captar s�lo a trav�s de las referencias hemerogr�ficas.4 [Nota 13] Su calidad de cronista lo llev� a enviar cr�nicas a su tierra natal, donde daba a conocer el desenvolvimiento de la vida cultural mexicana, que poco a poco avanzaba de los salones aristocratizantes hacia auditorios mayores, a trav�s de las conferencias p�blicas. En una de esas cr�nicas vuelve a resaltar las cualidades oratorias de Caso, as� como el recuerdo del discurso sobre Mill, un a�o despu�s, al referir las conferencias del Casino de Santa Mar�a, de 1907:




La afinidad electiva los lleva a la amistad. El testimonio siguiente es el que da noticia de la formaci�n de una trinidad fundamental, celebrada en los "d�as alcionios":




Esta amistad, tri�ngulo cuyo v�rtice era el dominicano, fructific� a la larga en la cultura hispanoamericana, dados los alcances continentales de los tres, sobre todo de Reyes y Henr�quez Ure�a. La interacci�n entre ellos acrecent� las vocaciones literarias de unos, filos�ficas de otros. En ese sentido, tambi�n Henr�quez se colocaba en medio: Reyes miraba la literatura; Caso, la filosof�a.

Don Pedro, por lo menos en aquellos a�os —o d�as alcionios—, si bien caminaba hacia la cr�tica literaria —Ensayos cr�ticos as� lo indicaba— no estaba nada lejando a ser un s�lido historiador de la filosof�a.

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Antes de entrar en ese orden, es menester conocer el camino de Damasco filos�fico que experimentaron Henr�quez y Caso, gracias a una de esas figuras mete�ricas que aparecen en todas las generaciones acad�micas o intelectuales, que destacan por su brillantez y por su paso fugaz. Se trata de Rub�n Valenti (1879-1915), abogado chiapaneco, �vido lector de las novedades filos�ficas que le brindaban las revistas italianas. Su poder de convicci�n no hizo parejas con la sistematizaci�n y el rigor que exigen las tareas acad�mico-intelectuales y su presencia se debe al rescate que hace el dominicano de su paso por el mundo. Acaso en la prensa haya muestras de su saber y su pluma. Demos paso a una cita larga de don Pedro, en la cual explica c�mo Caso y �l abandonaron por completo el positivismo:




La materia filos�fica aparecer� en Horas de estudio, libro que, a su vez, recoge material publicado en la Revista Moderna. Antes de referir su comentario a las conferencias de Caso, que conforma la mayor�a del material filos�fico del libro, conviene recordar las notas a Las corrientes filos�ficas en Am�rica Latina, de Francisco Garc�a Calder�n, recogidas en la revista mencionada.






Acaso no les result� dolorosa la ruptura con la vieja filosof�a-ideolog�a dominante. En el caso mexicano, la Escuela Nacional Preparatoria segu�a siendo el basti�n del positivismo, por el hecho de tratarse de una instituci�n fundada por un disc�pulo directo de Augusto Comte. Si atendemos la experiencia de una trayectoria vital tan bien elaborada como la de Jos� Vasconcelos, es posible trazar en una, las vivencias de muchos j�venes mexicanos: la infancia se deb�a a una formaci�n cat�lica, de �ndole materna, matizada por un cierto jacobinismo paterno. La juventud, que tra�a consigo la separaci�n del hogar, con el ingreso a la Preparatoria, pon�a a los estudiantes de frente a las ense�anzas del comtismo y los pensamientos de Mill, Spencer, los populares Haeckel y Le Bon, acaso Taine y Renan, para los que le�an historia, y ello los llevaba a las crisis de ruptura con la religi�n y a "modernizar" sus nociones de liberalismo.7 [Nota 16] Por su parte, don Pedro da cuenta de su formaci�n espiritual en las primeras p�ginas de sus propias Memorias. Hay puntos comunes y diferencias entre la formaci�n de unos y otros. Don Pedro ejemplifica una formaci�n menos extremosa que la de Vasconcelos. En todo caso, los golpes quincea�eros recibidos del positivismo ya no les produjeron mayores da�os. El ambiente los empujaba a liberarse de la ya no tan dominante filosof�a.

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En el a�o de 1909 resultar� fundamental para historiar la declaraci�n m�s formal de la guerra a la vieja doctrina implantada por Barreda en el local del antiguo colegio de San Idelfonso. Antonio Caso pronunciar�a una serie de conferencias sobre el positivismo en uno de los salones de la Escuela Nacional Preparatoria. De ellas no qued� la versi�n directa, aunque m�s tarde Caso har�a una reelaboraci�n a partir de sus materiales. Es por ello que la cr�nica testimonial de Henr�quez Ure�a es fundamental para valorar contenido y trascendencia de esas conferencias, tan llenas de significado en la historia del pensamiento mexicano. Sin embargo, la circunstancia pol�tica aparece como elemento disruptor en el hasta entonces tranquilo panorama mexicano. El a�o siguiente, 1910, adem�s de ser esperado por el centenario del inicio de las guerras de independencia, habr�a de ser a�o de renovaci�n de poderes. Esto, dentro del marco de las reiteradas reelecciones de Porfirio D�az, era en s� toda una expectativa .

El tri�ngulo anteriormente formado se ver�a afectado por la circunstancia, en virtud de que Alfonso Reyes era hijo de una de las figuras centrales de la pol�tica mexicana, el general Bernardo Reyes, modernizador del ej�rcito mexicano, excelente administrador y cuya imagen era la de un viable sucesor de Porfirio D�az, pero que contaba con la franca oposici�n de los "cient�ficos", grupo ligado a la pol�tica financiera, que buscaba asegurar su continuidad en el poder con el control de la vicepresidencia de la Rep�blica en manos de Ram�n Corral. Hab�a, pues, tres tendencias: el reeleccionismo, que apoyaba a Corral, el reyismo, que buscaba instalar al general Reyes en la vicepresidencia, y el antirreeleccionismo, cuyo motor era un joven coahuilense, Francisco I. Madero, que hab�a publicado un libro en 1908 sobre la esperada sucesi�n presidencial que se avecinaba. Don Pedro, sensible a la situaci�n, se encuentra dividido. Como extranjero no ten�a participaci�n pol�tica. Acaso, porque su amistad con Reyes era grande, se inclinaba m�s por el general. Sin embargo, su oficio de periodista y escritor lo llevaba a todos los rincones pol�ticos. La Secretar�a de Instrucci�n P�blica le ofrec�a participar en la elaboraci�n de una extensa antolog�a literaria. Tambi�n le abr�an sus p�ginas peri�dicos creados ex profeso para apoyar la reelecci�n, y, lo que lo presenta como imprescindible, es que Jos� Vasconcelos, director del peri�dico maderista El Antireeleccionista, lo contrata para que se ocupe de la secci�n de cultura. Volviendo a la relaci�n con don Antonio Caso, recuerda:




Antes de entrar en el comentario sobre estas conferencias de 1909, fundamentales para expresar la ruptura con el positivismo, conviene tener presente la carta enviada a Reyes, a prop�sito de las debilidades pol�ticas de Caso. En las propias Memorias, don Pedro hace hincapi� en la amistad que sostiene con Alfonso y Rodolfo Reyes, sobre todo con el primero, pero que ello no quiere decir que realmente sea reyista, como algunos lo identifican, por la amistad con los hijos del general.

En carta del 3 de abril escribe Henr�quez Ure�a a Reyes acerca de lo ocurrido en la velada en que fue hecha la postulaci�n. Comenta que El Pa�s no public� cr�nica y que habr� que esperar la de El Imparcial. Comenta varios de los discursos, entre ellos el de Nemesio Garc�a Naranjo, que utiliz� la figura de Cincinato para referirse al general D�az: los grandes guerreros son aquellos que saben c�mo comportarse en tiempos de paz. Informa a Reyes que hubo v�tores para D�az, pero en algunas secciones del recinto se escuchaban siseos para Corral. Al llegar al punto:




�Fue ese alejamiento pol�tico causa de la actitud severa con la cual Henr�quez Ure�a coment� las conferencias de Caso sobre el positivismo? Es posible, dado que con Alfonso Reyes, Julio Torri y, en general con los menores, don Pedro tomaba una actitud admonitoria con sus cong�neres. El asunto es que Henr�quez public� un par de art�culos en la Revista Moderna que m�s tarde fueron incorporados en Horas de estudio. Las conferencias de Caso implicaban todo un manifiesto pol�tico-acad�mico. Se trataba de la primera exposici�n sistem�tica sobre la filosof�a oficial imperante, de parte de alguien que hab�a destacado ya en la cr�tica a la doctrina iniciada por Comte, en sus conferencias sobre Stirner y Nietzsche. De ah� que el p�blico —y en ese sentido don Pedro era la avanzada inteligente de ese p�blico— esperara el acto demoledor, precisamente en el recinto en el cual, en M�xico, se propag� la doctrina, en la ense�anza de alguien que hab�a escuchado directamente a Comte en Par�s y hab�a hecho una lectura puntual de su obra. Tal expectaci�n queda expresada en el primer art�culo, dedicado �ste a "El positivismo de Comte": "De caso [a quien ha elogiado en las l�neas anteriores] pod�a esperarse estudio libre y lleno de variedad, enriquecido con las opiniones de la cr�tica reciente; en verdad, muchos lo esperaban".10 [Nota 19]

Despu�s de este anuncio, se aparta propiamente de rese�ar las conferencias para tomar �l mismo la palabra y asumir la exposici�n cr�tica del posistivismo comtiano, en un texto de enorme claridad filos�fica. El significado de este trabajo, as� como de las conferencias de Caso, radica en que es la primera cr�tica al positivismo desde una perspectiva filos�fica que implica una superaci�n de la vieja doctrina, cuyo �nico opositor sistem�tico fue el pensamiento cat�lico, del cual tambi�n se aparta Henr�quez Ure�a.

En el primer p�rrafo del segundo art�culo, don Pedro regresa al reproche a don Antonio: "falta de originalidad y de cr�tica", pero elogia la serie siguiente sobre "El positivismo independiente", que "nos resarcieron de la deficiencia inicial". Piensa Henr�quez Ure�a que el conferencista present� la filosof�a de Comte como "monumento dogm�tico dif�cil de tocar". Sigue, pues, la exposici�n sobre los temas que abord� Caso en las siguientes conferencias, ya sin apartarse del plan expuesto en ellas, s�lo agregando sus comentarios sobre aciertos y ausencias.

Spencer, Mill, Taine, sobre todo el segundo, fueron las figuras m�s abundantemente tratadas. Se advierte que ambos, Caso y Henr�quez, hab�an le�do bien a Mill y ten�an su herencia como algo valioso, aunque ya buscaran por otros rumbos. Anota como ausencias a Renan, D�hring y Haeckel. La cita siguiente condensa el sentir del dominicano sobre el mexicano:




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Ya m�s avanzado el a�o de 1909, en los distintos textos de Henr�quez Ure�a siguen apareciendo menciones y referencias a Caso, aunque no propiamente juicios extensos u opiniones. A fines de octubre tiene lugar la instalaci�n del Ateneo de la Juventud, presidio por Caso y del que fue primer secretario don Pedro. Si bien son de inter�s las noticias que ofrecen las Memorias y la correspondencia, no hay mayores alusiones a cuestiones filos�ficas. Lo mismo suceder� en 1910, con la inauguraci�n de la Universidad Nacional de M�xico, en la cual don Pedro desempe�ar� el cargo de auxiliar de la Secretar�a General, encabezado por Caso. En los a�os siguientes, la batalla contra el positivismo emprendida por ambos se anotar� triunfos importantes. Caso polemizar� con el ortodoxo comtiano. Agust�n Arag�n en torno a la raz�n de ser de la Universidad —instituci�n a la que los comtistas consideraban expresi�n del estadio metaf�sico— y de la nueva Escuela Nacional de Altos Estudios, de la cual, en 1913 y 1914, Henr�quez Ure�a ser� uno de sus m�s destacados profesores. Asimismo, en la Universidad, Henr�quez Ure�a colabor� en la confecci�n del plan de estudios de la Escuela Nacional Preparatoria, cuando fue secretario de Instrucci�n P�blica un miembro del Ateneo de la Juventud, Nemesio Garc�a Naranjo. En dicho plan, se borr� todo vestigio del positivismo.12 [Nota 21]

Como corolario, una �ltima opini�n, vertida m�s tarde, desde Nueva York, dos a�os despu�s de haber salido de M�xico. La circunstancia se circunscribe a una nueva relaci�n epistolar, ahora con Julio Torri, uno de los atene�stas que permanecieron en M�xico. Torri particip�, con Pablo Mart�nez del R�o, en la redacci�n de una nueva revista literaria y de ideas, llamada La Nave. De ella s�lo sali� un n�mero, en 1916. Torri le envi� ejemplares a don Pedro y �l, adem�s de distribuir algunos, le hizo una fiel y rigurosa recensi�n al n�mero, llena de sugerencias y comentarios sobre cada art�culo.

Antonio Caso fue, desde luego, uno de los colaboradores de La Nave. Desde luego, porque al igual que torri, fue otro de los atene�stas que no abandonaron M�xico. Para entonces ya hab�a ganado gran fama y ascendiente entre la nueva generaci�n, de la que Henr�quez Ure�a hab�a tambi�n sido significado maestro. Caso preparaba un libro sobre filosof�a de la historia que public�, por fin, hasta 1923, pero que en diversas revistas fue dando a conocer algunos adelantos. El que ser�a primer cap�tulo fue publicado como art�culo en la citada revista. El comentario de Henr�quez Ure�a es el siguiente:




En rigor, Henr�quez Ure�a pide a Caso escribir como Vasconcelos. Este �ltimo prescinde de las citas en sus textos filos�ficos si no se refiere a un autor. Caso tiene m�s el tono acad�mico de hacer sus referencias puntuales a los autores de los que toma una idea o la discute. Creo que don Pedro pec� de rigorismo en esta carta, ya que las tesis centrales son originales de don Antonio. Se trata de un art�culo novedoso y cr�tico.

La relaci�n Caso-Henr�quez Ure�a volver�a a fructificar. Al regreso del dominicano a M�xico en 1921 se reencontrar�an en la Universidad Nacional, que regir�a Caso. El espacio acad�mico que ambos ayudar�an a construir a partir del a�o del Centenario, once a�os despu�s ser�a promisorio y central en el renacimiento cultural que se viv�a en M�xico bajo la �gida de Vasconcelos. Esta nueva etapa, en la que el positivismo ya estaba liquidado, debe dar lugar a otro recuento de citas y opiniones.14 [Nota 23]

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