IV. EL ENCUENTRO

�POR qu� permaneciste siempre sorda a mi grito?
�Dios sabe cu�ntas veces, con amor infinito,
te busqu� en las tinieblas, sin poderte encontrar!
Hoy —�por fin!— te recobro: todo, pues, era
cierto...

�Hay un alma! �Qu� dicha! No es que sue�e despierto...
�Te recobro! �Me miras y te vuelvo a mirar!

—Me recobras, amigo, porque ya eras un muerto:
De fantasma a fantasma nos podemos amar.

                                           29 de octubre de 1912

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