Caza del tigre2[Nota 2]

CHIQUITOS M�OS: Lo que m�s va a llamar la atenci�n de ustedes, en esta primera carta, es el que est� manchada de sangre. La sangre en los bordes del papel es m�a; pero en medio hay tambi�n dos gotas de sangre del tigre que cac� esta madrugada.

Por encima del tronco que me sirve de mesa, cuelga la enorme piel amarilla y negra de la fiera.

�Qu� tigre, hijitos m�os! Ustedes recordar�n que en las jaulas del zoo hay un letrero que dice : "Tigre cebado". Esto quiere decir que es un tigre que deja todos los carpinchos del r�o por un hombre. Alguna vez ese tigre ha comido a un hombre; y le ha gustado tanto su carne, que es capaz de pasar hambre acechando d�as enteros a un cazador, para saltar sobre �l y devorarlo, roncando de satisfacci�n.

En todos los lugares donde se sabe que hay un tigre cebado, el terror se apodera de las gentes, porque la terrible fiera abandona entonces el bosque y sus guaridas para rondar cerca del hombre. En los pueblitos aislados dentro de la selva; durante el d�a mismo, los hombres no se atreven a internarse mucho en el monte. Y cuando comienza a oscurecer, cierran todos, trancando bien las puertas.

Bien, chiquitos. El tigre que acabo de cazar era un tigre cebado. Y ahora que est�n enterados de lo que es una fiera as� enloquecida por la carne humana, prosigo mi historia.

Hace dos d�as acababa de salir del monte con dos perros cuando oigo una gran griter�a. Miro en la direcci�n de los gritos, y veo tres hombres que vienen corriendo hacia m� Me rodean en seguida, y uno tras otro tocan todos mi Winchester, locos de contento. Uno me dice:

—�Che, amigo! �Lindo que viniste por aqu�! �Macanudo tu guinche, che amigo!

Este hombre es misionero, o correntino, o chaque�o, o formose�o, o paraguayo. En ninguna otra regi�n del mundo se habla as�.

Otro me grita:

—�Ah, voc� est� muito bom! �Con la espingarda de voc� vamos a matar o tigre damnado!

Este otro, chiquitos m�os, es brasile�o por los cuatro lados. Las gentes de las fronteras hablan as�, mezclando los idiomas.

En cincos minutos me enteran de que han perdido ya a cuatro compa�eros en la boca de un tigre cebado: dos hombres y una mujer con su hijito.

Pero su alegr�a al verme dir�n ustedes, �de qu� proviene?

Proviene, chiquitos m�os de que los cazadores del monte, aqu� en el monte de Misiones, usan pistolas o escopetas a las que han cortado casi del todo los ca�ones, por lo cual yerran muchos tiros. Y usan esas cortas armas porque en la selva tropical estorban mucho las armas de ca�ones largos, cuando se tiene que correr a todo escape tras de los perros.

Mi Winchester, pues, que es un arma de precisi�n y carga 14 balas, entusiasma a los pobres cazadores.

Me dan datos recientes del tigre. Anoche mismo se le ha o�do roncar alrededor de los ranchos: hasta que, cerca de la madrugada, ha arrebatado un chancho entre los dientes, exactamente como un perro que se lleva un pedazo de pan.

Ustedes deben saber, chiquitos, que el tigre que ha matado y ha comido ya parte de un animal corpulento, vuelve siempre a la noche siguiente a comer el resto de su caza. Durante el d�a se oculta a dormir; pero a la noche vuelve fatalmente a concluir de devorar a su presa.

Los cazadores y yo, pues, hallamos el rastro del tigre, y poco despu�s, en un espeso tacuaral, lo que quedaba del pobre chancho. All� mismo sujetamos cuatro tacuaras con ocho o 10 travesa�os a tres metros de altura, y trepando arriba, nos instalamos a esperar a la fiera; el cazador correntino, el paraguayo, el brasile�o y yo.

Las sombras comenzaban ya a invadir la selva cuando estuvimos instalados all� arriba. Y al cerrar del todo la oscuridad, al punto de que no nos ve�amos las propias manos, apagamos todos los cigarros y dejamos de hablar.

�Ah, chiquitos, ustedes no se figuran lo que es permanecer horas y horas sin moverse, a pesar de los calambres y de los mosquitos que lo devoran a uno vivo! Pero cuando se caza de noche al acecho, hay que proceder as�. El que no es capaz de soportar esto, se queda tranquilo en su casita, �verdad?

Pues bien: mis compa�eros, con sus escopetas recortadas y yo, con mi Winchester, esperamos en la m�s completa oscuridad...

�Cu�nto tiempo permanecimos as�? A m� parecieron tres a�os. Pero lo cierto es que de pronto, en la misma oscuridad y el mismo silencio, sin que una sola hoja se hubiera movido, o� una voz que me dec�a sumamente bajo al o�do:

—L� est� o bicho...

�All� estaba, en efecto, el tigre! Estaba debajo de nosotros un poco a la izquierda, �y ninguno lo hab�a o�do llegar!

�Ustedes creer�n que ve�a al tigre? Nada de eso. Ve�a dos luces verdes e inm�viles, como dos piedras fosforescentes, y que parec�an estar lej�simo.�Y ninguno de los tres cazadores del monte lo hab�a sentido llegar!

Sin movernos de nuestro sitio, cambiamos algunas palabras en baj�sima voz.

—�Apuntale bien, che amigo!— me susurr� el paraguayo.

Y el brasile�o agreg�:

—�Ap�rese voc� que o bicho va a pular (Saltar).

Y para confirmar esto, el correntino grit� casi:

—�Ligero, che patr�n! �Y entre los dos ojos!

El tigre ya iba a saltar. Baj� r�pidamente el fusil hasta los ojos del tigre, y cuando tuve la mira del Wichester entre las dos luces verdes hice fuego.

�Ah, hijitos m�os! �Qu� maullido! Exactamente como el de un gato que va morir, pero 100 veces m�s fuerte.

Mis compa�eros lanzaron a su vez un alarido de gozo, porque sab�an bien (cre�an saberlo, como se ver�) que un tigre s�lo ma�lla as� cuando ha recibido un balazo mortal en los sesos* [Nota 3]o el coraz�n.

Desde arriba de las tacuaras saqu� del cintur�n la linterna el�ctrica y dirig� el foco de luz sobre el tigre. All� estaba tendido, sacudiendo todav�a un poco las patas, y con los colmillos de fuera empapados en sangre.

Estaba muriendo, sin g�nero de duda. De un salto nos lanzamos al suelo, y yo, todav�a con linterna en la mano, me agach� sobre la fiera.

�Ah, chiquitos! �Ojal� no lo hubiera hecho! A pesar de su maullido de muerte y de las sacudidas ag�nicas de sus patas traseras, el tigre tuvo a�n fuerza para lanzarme un zarpazo con la velocidad de un rayo. Sent� el hombro y todo el brazo abierto como por cinco pu�ales, y ca� arrastrado contra la cabeza del tigre.

Aquel zarpazo era el �ltimo resto de vida de la fiera.

Pero asimismo yo hab�a tenido tiempo, mientras ca�a contra la fiera de sacar velozmente el rev�lver cargado con balas explosivas, y descargarlo dentro de la boca del tigre.

Mis compa�eros me retiraron desmayado todav�a. Y ahora, mientras les escribo y la piel colgada del tigre gotea sobre el papel, siento que por bajo del vendaje escurre hasta los dedos la sangre de mis heridas...

Bien chiquitos. Dentro de 10 d�as estar� curado. Nada m�s por hoy, y hasta otra, en que les contar� algo m�s divertido.

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