Todas las historias, y algunas tremendas, que van a leerse con este t�tulo, son el relato fiel de las cacer�as que un compatriota nuestro efectu� en todas las selvas, los desiertos y los mares del nuevo y viejo mundo.
Lo que primero notar� el lector de estas historias son las expresiones muy familiares a su o�do, que usa en sus relatos el cazador. Pero esto se debe a que estas historias fueron contadas por cartas a unas tiernas criaturas, por su mismo padre, quien las escribi� as� a fin de ser perfectamente comprendido.
Tal como los envi� a sus hijos van, pues, estos relatos, donde no faltan aventuras terribles, como aquella en que el hombre enloquecido de pavor fue perseguido durante dos horas mortales por una inmensa serpiente de la India; ni faltan aventuras chistos�simas, como las que se desarrollaron durante una noche y un d�a enteros, persiguiendo a un tat� carreta de un metro de largo, en los pajonales de Formosa.
Nosotros, que hemos devorado una por una estas cartas, sabemos lo que espera al ni�o que lee por s� solo estos relatos de caza. Y si hacemos esta advertencia es porque casi nunca el lenguaje de las historias para ni�os se adapta el escaso conocimiento del idioma que a�n tienen ellos.
Es menester que las personas mayores les lean los cuentos, explic�ndoles paso a paso las palabras y expresiones que los ni�os de 14 a�os conocen ya, pero que los ni�os de seis a 10 ignoran todav�a.
Quien escribi� estas cartas fue un padre; y las escribi� a sus dos hijitos, en el mismo lenguaje y en el mismo estilo que si hablara directamente con ellos. Si nos equivocamos al pretender llegar hasta ellos sin intermediario, paciencia; si no, nos felicitaremos vivamente de haberlo intentado con �xito.
Varias de estas cartas est�n manchadas con sangre. Muchas de ellas no est�n escritas ni en papel ni en trapo, ni siquiera en cuero: posiblemente en hojas de �rboles o l�minas de mica.
Hay una en la cual no se lee nada; pero si se pasa por encima de ella una plancha caliente aparecen las letras,
Dos cartas, escritas en las m�rgenes del r�o Araguaya, est�n envenenadas; bastar�an para matar a varias personas.
A una de ellas, en fin, le falta la mitad: la otra mitad qued� en la boca de un enorme oso gris de Norteam�rica, o sea el grizzli, que es la bestia m�s temible para el hombre.
Como se ve, no falta variedad en tales cartas. Y ello se explica por las condiciones diversas y muchas veces angustiosas en que fueron escritas.
Siempre o, por lo menos, mientras pudo hacerlo, el cazador escribi� a sus chicos en seguida de soportar una de estas sangrientas luchas. Pero, aunque el padre no insiste mucho en los detalles terror�ficos, para no sacudir demasiado la imaginaci�n de las tiernas criaturas, �qu� angustias, qu� horrores, qu� alegr�as mismas no est�n ocultas en esta carta pesada de sangre, en esa perforada por los colmillos de una serpiente de cascabel, en aquella otra escrita bajo la embriaguez venenosa que produce la miel de ciertas abejas salvajes! Muchas veces el hombre las escribi� de noche, al raso bajo la luz de su linterna el�ctrica, que iluminaba el papel y la mano tal vez vendada que temblaba al escribir las palabras. En otras noches, cuando la lluvia y el viento sacud�an enloquecidos la lona de la carpa, acaso el cazador, sin pilas para la linterna, y tiritando de chucho, escribi� esas cartas al resplandor verdoso de dos cucuyos o grandes bichos de luz de los pa�ses calientes.
Fuertes penurias pas� ese cazador, pero gracias a ellas sus chicos se criaban sanos, contentos y alegres, porque nos olvid�bamos de decir que el hombre viv�a de esas penurias. Con el producto de las pieles, las plumas y los colmillos de los animales cazados viv�an el cazador y sus hijitos. El hombre obten�a de las selvas otros productos m�s, y algunos rar�simos. Pero esto lo iremos viendo en el transcurso de estos relatos.
Dos palabras ahora para terminar.
Por insistente pedido del cazador, persona sumamente conocida, omitimos su nombre. B�stenos saber que sus chicos le llamaban Dum-Dum, exactamente como se les llama a ciertas balas famosas para cazar grandes fieras. De estas balas de las armas que usaba el cazador, de sus trampas y dem�s particularidades de la vida en las grandes selvas, nos iremos enterando poco a poco.
La primera carta de la serie es el relato de la cacer�a de un tigre cebado. S�lo una cosa podemos adelantar: y es que precisamente esta primera carta est� en todos sus costados, manchada de sangre humana.