Cacer�a del hombre por las hormigas8[Nota 8]

CHIQUITOS: Si yo no fuera su padre, les apostar�a 20 centavos a que no adivinan de d�nde les escribo.�Acostado de fiebre en la carpa? �Sobre la barriga de un tapir muerto? Nada de esto. Les escribo acurrucado sobre las cenizas de una gran fogata, muerto de fr�o... y desnudo como una criatura reci�n nacida.

�Han visto cosa m�s tremenda, chiquitos? Tiritando tambi�n a mi lado y desnudo como yo, est� un indio apunt�ndome con la linterna el�ctrica como si fuera una escopeta, y a su c�rculo blanco yo les escribo en una hoja de mi libreta... esperando que las hormigas se hayan devorado toda la carpa.

�Pero qu� fr�o, chiquitos! Son las tres de la ma�ana. Hace varias horas que las hormigas est�n devorando todo lo que se mueve, pues esas hormigas, m�s terribles que una manada de elefantes, dirigida por tigres, son hormigas carn�voras, constantemente hambrientas, que devoran hasta al hueso de cuanto ser vivo encuentran.

A un presidente de Estados Unidos, llamado Roosevelt, esas hormigas le comieron, en el Brasil, las dos botas en una sola noche. Las botas no son seres vivos, claro est�; pero est�n hechas de cuero, y el cuero es una sustancia animal.

Por igual motivo, las hormigas de esta noche se est�n comiendo la lona de la carpa en los sitios donde hay manchas de grasa. Y por querer comerme tambi�n a m�, me hallo ahora desnudo, muerto de fr�o y con pinchazos en todo el cuerpo.

La mordedura de estas hormigas es tan irritante de los nervios, que basta que una sola hormiga pique en el pie para sentir como alfilerazos en el cuello y entre el pelo. La picadura de much�simas puede matar. Y si uno permanece quieto, lo devoran vivo.

Son peque�as, de un negro brillante, y corren en columnas con gran velocidad. Viajan en r�os apretad�simos que ondulan como serpientes y que tienen a veces un metro de anchura. Casi siempre de noche es cuando salen a cazar.

Al invadir una casa, se desparraman por todas partes, como enloquecidas de hambre, buscando a la carrera un ser vivo que devorar. No hay hueco, agujero ni rendija, por angosta que sea, donde las hormigas carn�voras no se precipiten. Si hallan alg�n animal, en un instante se prenden de �l con los dientes, mordi�ndolo con terrible furia.

Yo he visto una langosta, chiquitos, deshacerse en un instante bajo sus dientes. En breves momentos todo el cuerpo de la langosta, como un juguete mec�nico, yac�a desparramado: patas, alas, cabeza, antenas, todo yac�a desart�culado, pieza por pieza. Y con igual velocidad se llevaban cada articulaci�n, y no por encima y a lo largo de lomo, como las hormigas comunes, sino por bajo el cuerpo, sujetando los pedazos con sus patas contra el abdomen. Y no por esto su carrera es menos veloz.

No hay animal que pueda enfrentar a las hormigas carn�voras. Los tapires y los tigres mismos huyen de sus guaridas apenas las sienten. Las serpientes, por inmensas que sean, huyen a escape de sus guaridas. Para saber lo que son estas hormigas es preciso haberlas visto invadir un lugar en negros r�os de destrucci�n.

Ayer de ma�ana, chiquitos, llovi� con fuerte viento sur, y el cielo, l�mpido y sereno al atardecer, nos anunci� una noche de helada. Al caer el sol me paseaba yo por el campamento con grueso su�ter y fumando, cuando una v�bora se desliz� a prisa entre la carpa y yo.

—�V�boras en invierno, y con este fr�o! —me pregunt� sorprendido—. Debe de pasar algo raro para que esto suceda

Miraba a�n el blanco pastizal quemado por la escarcha en que se hab�a hundido la v�bora, cuando un rat�n de campo pas� a escape entre mis pies.

Y en seguida otro, y despu�s otro m�s.

Hacia la carpa avanzaba a ras de las patas, brincando y volando de brizna a brizna, una nube de langostitas, cascarudos, vinchucas de monte, ara�as; todos los insectos, chiquitos m�os, que hab�an resistido al invierno, hu�an como presa de p�nico

�Qu� pod�a ser esto? Yo lo ignoraba entonces.

No amenazaba tormenta alguna. El bosque se iba ocultando en la sombra en serena paz.

Me acost�, sin acordarme m�s del incidente, cuando me despert� un chillido de hur�n que llegaba del monte. Un instante despu�s sent� el ladrido agudo y corto del aguar�-guaz�. Y un rato despu�s el bramido de un tigre. El indio, hecho un ovillo, de espaldas al fuego, roncaba con grande y tranquila fuerza.

—Con seguridad no pasa nada en el monte —dije al fin— . Si no, el indio se hubiera despertado. E iba a dormirme de nuevo, cuando o�, fuera de la carpa, el repiqueteo de una serpiente de cascabel.

�Se acuerdan ustedes, chiquitos m�os, de la aventura que tuve con una de ellas? El que ha o�do una sola vez en el monte el ruido del cascabel, no lo olvida por el resto de sus d�as.

�Pero qu� les pasaba a los animales esa noche, que se agitaban hasta el punto de exponerse algunos, como las v�boras, a morir de fr�o bajo la helada?

Me ech� fuera de las mantas, y cog� la linterna el�ctrica. En ese mismo instante sent� como 100 000 alfilerazos que se hund�an en mi cuerpo. Lanc� un grito que despert� al indio, y llev�ndome la mano a la cara, barr� de ella una nube de hormigas adheridas que me picaban con furor.

Todo: cuerpo, mantas, ropa, todo estaba invadido por las hormigas carn�voras. Saltando sin cesar, me arranque las ropas mientras el indio me dec�a:

—�Correcci�n, correcci�n! (Es el nombre que dan por all� a esas hormigas) �Las hormigas que matan! Indio no sale de fuego, porque hormigas lo comen enterito.

—�Ojal� te coman siquiera la nariz! —grit� yo enojado y corriendo a fuera, donde fui a caer de un brinco sobre un palo encendido, que salt� por el aire con un reguero de chispas. Entretanto, todo el piso alrededor de la hoguera estaba lleno de hormigas que corr�an de un lado para otro buscando qu� devorar. La carpa estaba tambi�n toda invadida de hormigas, y el pa�s entero, qui�n sabe hasta d�nde.

Desde la ma�ana, seguramente, el ej�rcito de hormigas hab�a iniciado el avance hacia nosotros, devorando y poniendo en fuga ante ellas a las v�boras, los insectos, y las fieras mismas que se desbandaban ante las hordas hambrientas.

Hasta la madrugada posiblemente estar�amos sitiados, y luego las hormigas llevar�an a otra parte su devastaci�n. Pero entretanto son apenas las tres de la ma�ana y el fuego acaba de consumirse. Imposible sacar un pie fuera del c�rculo de cenizas calientes: nos devoran.

Acurrucado en el centro de lo que fue la hoguera, desnudo como un ni�o, y tiritando de fr�o, espero el d�a escribi�ndoles, chiquitos, a la luz de la linterna el�ctrica, mientras dentro de la carpa las hormigas carn�voras est�n devorando mis �ltimas provisiones.

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