HIST�RICO- MITOL�GICOS

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Engrandece el hecho de Lucrecia.

�OH FAMOSA Lucrecia, gentil dama,
de cuyo ensangrentado noble pecho
sali� la sangre que extingui�, a despecho
del Rey injusto, la lasciva llama!

    �Oh, con cu�nta raz�n el mundo aclama
tu virtud, pues por premio de tal hecho,
aun es para tus sienes cerco estrecho
la ampl�sima corona de tu Fama!
    Pero si el modo de tu fin violento
puedes borrar del tiempo y sus anales,
quita la punta del pu�al sangriento
con que pusiste fin a tantos males;
que es mengua de tu honrado sentimiento
decir que te ayudaste de pu�ales.

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Nueva alabanza del hecho mismo.

INTENTA de Tarquino el artificio
a tu pecho, Lucrecia, dar batalla;
ya amante llora, ya modesto calla,
ya ofrece toda el alma en sacrificio.
Y cuando piensa ya que m�s propicio
tu pecho a tanto imperio se avasalla,
el premio, como S�sifo, que halla,
es empezar de nuevo el ejercicio.
Arde furioso, y la amorosa tema
crece en la resistencia de tu honra,
con tanta privaci�n m�s obstinada.
�Oh providencia de Deidad suprema!
�Tu honestidad motiva tu deshonra,
y tu deshonra te eterniza honrada!

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Admira, con el suceso que refiere, los efectos
imprevenibles de algunos acuerdos.

LA HEROICA esposa de Pompeyo altiva,
al ver a su vestidura en sangre roja,
con generosa col�ra se enoja
de sospecharlo muerto y estar viva.
    Rinde la vida en que el sosiego estriba
de esposo y padre, y con mortal congoja
la concebida sucesi�n arroja,
y de la paz con ella a Roma priva.
    Si el infeliz concepto que ten�a
en las entra�as Julia, no abortara,
la muerte de Pompeyo excusar�a:
     �Oh tirana fortuna, qui�n pensara
que con el mismo amor que la tem�a,
con ese mismo amor se la causara!

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Contrapone el amor al fuego material, y quiere
achacar remisiones a �ste, con ocasi�n de contar el suceso de Porcia.

�QU� PASI�N, Porcia, qu� dolor tan ciego
te obliga a ser de ti fiera homicida?
�O en qu� ofende tu inocente vida,
que as� les das batalla, a sangre y fuego?
Si la Fortuna airada al justo ruego
de tu esposo se muestra endurecida,
b�stale el mal de ver su acci�n perdida:
no acabes, con tu vida, su sosiego.
Deja las brasas, Porcia, que mortales
impaciente tu amor eligir quiere:
no al fuego de tu amor el fuego iguales;
porque si bien de tu pasi�n se infiere,
mal morir� a las brasas materiales
quien a las llamas del amor no muere.

157

Refiere con ajuste, y envidia sin �l, la tragedia
de P�ramo y Tisbe.

DE UN funesto moral la negra sombra,
de horrores mil y confusiones llena,
en cuyo hueco tronco aun hoy resuena
el eco que doliente a Tisbe nombra,
    cubri� la verde matizada alfombra
en que P�ramo amante abri� la vena
del coraz�n, y Tisbe de su pena
dio la se�al que aun hoy al mundo asombra.
     Mas viendo del Amor tanto despecho
la Muerte, entonces de ellos lastimada,
sus dos pechos junt� con lazo estrecho.
�Mas ay de la infeliz y desdichada
que a su P�ramo dar no puede el pecho
ni aun por los duros filos de una espada!

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