HOMENAJES DE CORTE, AMISTAD O LETRAS

185

A la muerte del Se�or Rey Felipe IV.

�OH CU�N fr�gil se muestra el ser humano
en los �ltimos t�rminos fatales,
donde sirven aromas Orientales
de culto in�til, de resguardo vano!
    S�lo a ti respet� el poder tirano,
�oh gran Filipo! pues con las se�ales
que ha mostrado que todos son mortales,
te ha acreditado a ti de Soberano.
    Conoces ser de tierra fabricado
este cuerpo, y que est� con mortal guerra
el bien del alma en �l aprisionado;
    y as�, subiendo al bien que el Cielo encierra,
que en la tierra no cabes has probado,
pues aun tu cuerpo dejas porque es tierra.

186

Convaleciente de una enfermedad grave, discretea
con la Se�ora Virreina, Marquesa de Mancera,
atribuyendo a su mucho amor aun su mejor�a en morir.

EN LA vida que siempre tuya fue,
Laura divina, y siempre lo ser�,
la Parca fiera, que en seguirme da,
quiso asentar por triunfo el mortal pie.
    Yo de su atrevimiento me admir�:
que si debajo de su imperio est�,
tener poder no puede en ella ya,
pues del suyo contigo me libr�.
    Para cortar el hilo que no hil�,
la tijera mortal abierta vi.
�Ay, Parca fiera!, dije entonces yo;
    mira que sola Laura manda aqu�.
Ella, corrida, al punto se apart�,
y dej�me morir s�lo por ti.

187-189

En la muerte de la Excelent�sima Se�ora
Marquesa de Mancera.


I

DE LA beldad de Laura enamorados
los Cielos, la robaron a su altura,
porque no era decente a su luz pura
ilustrar estos valles desdichados;
    o porque los mortales, enga�ados
de su cuerpo en la hermosa arquitectura,
admirados de ver tanta hermosura
no se juzgasen bienaventurados.
    Naci� donde el Oriente el rojo velo
corre al nacer al Astro rubicundo,
y muri� donde, con ardiente anhelo,
    da sepulcro a su luz el mar profundo:
que fue preciso a su divino vuelo
que diese como el Sol la vuelta al mundo.

II

BELLO compuesto en Laura dividido,
alma inmortal, esp�ritu glorioso,
�por qu� dejaste cuerpo tan hermoso
y para qu� tal ha penetrado mi sentido?
    Pero ya ha penetrado mi sentido
que sufres el divorcio riguroso,
porque el d�a final puede gozoso
volver a ser eternamente unido.
    Alza t�, alma dichosa, el presto vuelo
y, de tu hermosa c�rcel desatada,
dejando vuelto su arrebol en hielo,
    sube a ser de luceros coronada:
que bien es necesario todo el Cielo
para que no eches menos tu morada.

III

MUERAN contigo, Laura, pues moriste,
los afectos que en vano te desean,
los ojos a quien privas de que vean
hermosa luz que un tiempo concediste.
     Muera mi lira infausta en que influiste
ecos, que lamentables te vocean,
y hasta estos rasgos mal formados sean
l�grimas negras de mi pluma triste.
    Mu�vase a compasi�n la misma Muerte
que, precisa, no pudo perdonarte;
y lamente el Amor su amarga suerte,
    pues si antes, ambicioso de gozarte,
dese� tener ojos para verte,
ya le sirvieran s�lo de llorarte.



190-192

A la muerte del Excelent�simo Se�or Duque de Veraguas.

I

�VES, caminante? En esta triste pira
la potencia de Jove est� postrada;
aqu� Marte rindi� la fuerte espada,
aqu� Apolo rompi� la dulce lira.
    Aqu� Minerva triste se retira;
y la luz de los Astros, eclipsada
todo est� en la ceniza venerada
del excelso Col�n, que aqu� se mira.
    Tanto pudo la fama encarecerlo
y tanto las noticias sublimarlo,
que sin haber llegado a conocerlo
    lleg� con tanto extremo el Reino a amarlo,
que muchos ojos no pudieron verlo,
mas ningunos pudieron no llorarlo.


II

MORISTE, Duque excelso; en fin moriste
Sol de Veraguas claro y refulgente,
que apenas ilustrabas el Oriente
cuando en fatal Ocaso te pusiste.
    �T� que por tantas veces te ce�iste
el desd�n vencedor del Sol ardiente,
apareciste exhalaci�n luciente,
llegaste aplauso, ejemplo feneciste!
    Moriste, en fin; pero mostraste, osado,
el valor de tu pecho no vencido,
de la propia Naci�n tan venerado,
    de las contrarias armas tan temido.
Moriste de improviso, que aun el Hado
no osara acometerte prevenido.



III

DET�N el paso, caminante. Advierte
que aun esta losa guarda enternecida,
con triunfos de su diestra no vencida,
al Capit�n m�s valeroso y fuerte:
    al Duque de Veragua —�oh triste suerte!—
que nos dio en su noticia esclarecida,
en relaci�n, los bienes de su vida,
y en su posesi�n, los males de su muerte.
   No es muerto el Duque, aunque su cuerpo abrace
la losa que piadosa lo recibe;
pues porque a su vivir el curso enlace,
    aunque el m�rmol su muerte sobreescribe,
en las piedras ver�s el Aqu� yace;
mas en los corazones, Aqu� vive.


193

Norabuena de cumplir a�os el Se�or Virrey Marqu�s de la Laguna.

VUESTRA edad, gran Se�or, en tanto exceda
a la capacidad que abraza el cero,
que la combinatoria de Kirkero
multiplicar su cantidad no pueda.
    Del giro hermoso a la luciente rueda
que el uno trastorn� y otro Lucero,
y que el fin fue del c�rculo primero,
principio d� feliz al que suceda.
    Vivid: porque, entre propios y entre extra�os,
de mi plectro las claras armon�as
celebren vuestros hechos sin enga�os;
    y uniendo duraciones a alegr�as,
a las glorias compitan vuestros a�os
y las glorias excedan a los d�as.

194

Llegaron luego a M�jico, con el hecho piadoso,
las aclamaciones po�ticas de Madrid a Su Majestad,
que alaba la Poetisa por m�s superior modo.

ALT�SIMO Se�or, Monarca Hispano,
que a Dios, entre accidentes escondido,
cuando quer�is mostraros m�s rendido,
es cuando os ostent�is m�s Soberano:
    aquesa acci�n, Se�or, que al luterano
asombr� en Carlos Quinto esclarecido;
y �sa , por quien el gran Rodulfo vido
del mundo el cetro en su piadosa mano;
    aunque aplaudida en el Hispano suelo
ha sido con cat�lica alegr�a,
no causa admiraci�n a mi desvelo:
    quede admirado aquel que desconf�a,
y de vuestra piedad, virtud y celo,
esa y m�s Religi�n no supon�a.

195

A la Excama. Sra. Condesa de Paredes,
Marquesa de la Laguna,
envi�ndole estos papeles que Su Excia, le pidi�
y que pudo recoger Soror Juana de muchas manos,
en que estaban no menos divididos que escondidos, como Tesoro,
con otros que no cupo en el tiempo buscarlos ni copiarlos.

EL HIJO que la esclava ha concebido,
dice el Derecho que le pertenece
al leg�timo due�o que obedece
la esclava madre, de quien es nacido.
     El que retorna el campo agradecido,
opimo fruto, que obediente ofrece,
es del se�or, pues si fecundo crece,
se lo debe al cultivo recibido.
     As� Lysi divina, estos borrones
que hijos del alma son, partos del pecho,
ser� raz�n que a ti te restituya;
    y no lo impidan sus imperfecciones,
pues vienen a ser tuyos de derecho
los conceptos de una alma que es tan tuya.

                           Ama y Se�ora m�a besa los pies
    de V. Excia., su criada
                   JUANA IN�S DE LA CRUZ.

196

En que celebra la Poetisa el cumplimiento
de a�os de un Hermano suyo.

�OH QUI�N, amado Anfriso, te ci�era
del Mundo las coronas poderosas!
Que a coronar tus prendas generosas
el c�rculo del Orbe corto fuera.
    �Qui�n, para eternizarte, hacer supiera
m�gicas confecciones prodigiosas,
o tuviera las yerbas milagrosas
que feliz gust� Glauco en la ribera!
    Mas aunque no halla medio mi cuidado
para que goces de inmortal la palma,
otro m�s propio mi cari�o ha hallado
    que el curso de tu vida tenga en calma;
pues juzgo que es el m�s proporcionado
de alargar una vida, dar un alma.

197

Habiendo muerto un toro el caballo
a un Caballero toreador.

EL QUE Hipogrifo de mejor Rugero,
Ave de Ganimedes m�s hermoso,
Pegaso de Perseo m�s airoso,
de m�s dulce Arïi�n, Delf�n ligero
    fue, ya sin vida yace el golpe fiero
de transformado Jove, que celoso
los rayos disimula, belicoso,
s�lo en un semic�rculo de acero.
     Rindi� el fogoso postrimero aliento
el veloz bruto, a mi impulso soberano;
pero su dolor, que tuvo, siento,
    m�s de afectivo y menos de inhumano:
pues fue de vergonzoso sentimiento
de ser bruto, rigi�ndole tal mano.

198

Alaba, con especial acierto
el de un M�sico primoroso.

DULCE deidad del viento armon�osa,
suspensi�n del sentido deseada,
donde gustosamente aprisionada
se mira la atenci�n m�s bulliciosa:
     perdona a mi zampo�a licenciosa,
si, al escuchar tu lira delicada,
canta con ruda voz desentonada
prodigios de la tuya milagrosa.
    Pause su lira el Tracio: que, aunque calma
puso a las negras sombras del olvido,
cederte debe m�s gloriosa palma;
     pues m�s que a ciencia el arte has reducido,
haciendo suspensi�n de toda un alma
el que s�lo era objeto de un sentido.

199

Que celebra a un graduado de Doctor.

VISTA tus hombros el verdor lozano,
Joven, con que tu ciencia te laurea;
y puesto en ellos dignamente, sea
�ndice de tus m�ritos ufano.
    Corone tu discurso soberano
la que blanda tus sientes lisonjea
insignia literaria, en quien se emplea
el flamante sepulcro de un gusano.
    �Oh qu� ense�anza llevan escondida
honrosos los halagos de tu suerte,
donde despierta la atenci�n dormida!
    Pues ese verde honor, si bien se advierte,
mientras m�s brinda gustos a la vida,
m�s ofrece recuerdos a la muerte.

200
Acr�stico que escribi� la Madre Juana
a su Maestro, el Br. Mart�n de Olivas.


M�QUINAS primas de su ingenio agudo
A. Arqu�medes, art�fice famoso,
R aro renombre dieron de ingenioso:
�T anto el af�n y tanto el arte pudo!
I nvenci�n rara, que en el m�rmol rudo
N o sin arte grab�, maravilloso,
D e su mano, su nombre prodigioso,
E ntretejido en flores el escudo.
�O h! As� permita el Cielo que se entregue.
L ince tal mi atenci�n en imitarte,
I en el mar de la Ciencia as� se anegue
V ajel, que —al discurrir por alcanzarte—.
A lcance que el que va a ver la hechura llegue,
S epa tu nombre del primor del Arte.

201

Alaba en el Padre Baltasar de Mansilla,
de la Compa��a de Jes�s, gran predicador
y confesor de la Se�ora Virreina,
tanta sabidur�a como modestia.

DOCTO Mansilla, no para aplaudirte
ponderaciones buscar� del arte
ret�rica, que fuera limitarte
querer entre sus cl�usulas ce�irte.
    S�lo es mi intento, cuando llego a o�rte,
alabarte con s�lo no alabarte;
pues quien mejor llegare a ponderarte
ser� el que no intentare definirte.
    A�n en tu mismo juicio t� no cabes;
ni de tu ingenio las riquezas raras
pudieras, del discurso con los graves
    reflejos, conocer si lo intentaras:
porqu� si t� supieras lo que sabes,
mucho de lo que sabes ignoraras.

202

"De Do�a Juana In�s de Asbaje, glorioso honor
del Mejicano Museo" al Pbro. Br. D. Diego de Ribera, cantor
de la Dedicaci�n de la Catedral.

SUSPENDE, cantor Cisne, el dulce acento:
mira, por ti, al Se�or que Delfos mira,
en zampo�a trocar la dulce lira
y hacer a Admeto pastoril concento.
     Cuanto canto s�ave, si violento,
piedras movi�, rindi� la infernal ira,
corrido de escucharte, se retira;
y al mismo Templo agravia tu instrumento.
     Que aunque no llega a sus columnas cuanto
edific� la antigua Arquitectura,
cuando tu clara voz sus piedras toca,
     nada se vio mayor sino tu canto;
y as� como lo excede tu dulzura,
mientras m�s lo agrandece, m�s lo apoca.

203

Al Pbro. Br. D. Diego de Ribera, cantor
de las obras del Arzobispo Virrey Don Fray Payo
Enr�quez de Ribera.

�QU� IMPORTA al Pastor Sacro, que a la llama
de su obrar negar quiera la victoria,
si cuando m�s apaga tanta gloria,
la misma luz a los recuerdos llama?
    �Si en cada m�rmol mudamente clama
de sus blasones indeleble historia,
porque sirva de letra a su memoria
lo que de piedra al tiempo de su Fama?
    A la sagrada cifra, que venera
el discurso en las piedras, comedido,
y en duraci�n eterna persevera,
    exenta y libre del oscuro olvido,
alabarte podr�s, culta Ribera,
que solo le construyes el sentido.

204

Al Pbro. Lic. D. Carlos de Sig�enza y G�ngora,
frente a su "Paneg�rico" de los Marqueses de la Laguna.

DULCE, canoro Cisne Mexicano
cuya voz si el Estigio layo oyera,
segunda vez a Eur�dice te diera,
y segunda el Delf�n te fuera humano;
    a quien si el Teucro muro, si el Tebano,
el ser en dulces cla�sulas debiera,
ni a aqu�l el Griego incendio consumiera,
ni a �ste postrara Alejandrina mano:
    no el sacro numen con mi voz ofendo,
ni al que pulsa divino plectro de oro
agreste avena concordar pretendo;
    pues por no profanar tanto decoro,
mi entendimiento admira lo que entiendo
y mi fe reverencia lo que ignoro.

205

Aplaude la ciencia astron�mica del Padre
Eusebio Francisco Kino, de la Compa��a de Jes�s,
que escribi� del Cometa que el a�o de ochenta
apareci�, absolvi�ndole de ominoso.

AUNQUE es clara del Cielo la luz pura,
clara la Luna y claras las Estrellas,
y claras las ef�meras centellas
que el aire eleva y el incendio apura;
    aunque es el rayo claro, cuya dura
producci�n cuesta al viento mil querellas,
y el rel�mpago que hizo de sus huellas
medrosa luz en la tiniebla obscura;
    todo el conocimiento torpe humano
se estuvo obscuro sin que las mortales
plumas pudiesen ser, con vuelo ufano,
    �caros de discursos racionales,
hasta que el tuyo, Eusebio soberano,
les dio luz a las Luces celestiales.

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