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"Todos esperaban ver entre abrirse el cielo para lanzar sus rayos y castigar �sta profanaci�n sacr�liga; pero el d�a continu� sereno y el sol acab� tranquilamente su curso sin manifestar ninguna c�lera. Aprovechando la confusi�n, la mayor parte de las mujeres hab�an huido, y embarcadas en el lago, hab�an ido a P�tzcuaro a referir los atentados de aquel d�a funesto". (8, IV: 530).

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