...entonces Tzintzicha --llamado
despectivamente por los mexicanos
Caltzonc�n,
"sandalia vieja"-- goberna-
ba en Tzintzuntzan; espont�neamente
se rindi� a Cort�s,
a las gentes de Olid.
SALVADOR TOSCANO
Cort�s ten�a noticias seductoras sobre aquella tierra, desde
la primera entrada, del soldado Villadiego (1521); luego por el soldado Parrillas,
"a quien sol�a enviar para proveer de gallinas (de la tierra, es decir pavos)
al ej�rcito, llevados de los moradores del pueblo de Matlalzingo" (7, II:4)
y lleg� a Tajimaroa el 23 de diciembre de 1522; y m�s tarde por el alf�rez Monta�o,
a quien acompa�aron tres espa�oles, 20 se�ores mexicanos, un tarasco y otom�
(7, II: 5), y un bravo lebrel, que pertenec�a al soldado Pe�aloza. Al regres�
de Michoac�n, los expedicionarios que capitaneaban Monta�o y que hab�an llegado
hasta Tzintzuntzan volvieron con los embajadores del Caltzonc� y asombrados
por todo lo que hab�an visto, contaron a Cort�s las excelencias de aquella tierra.
Hab�a muchos pueblos, muchas cosas de buen comer y de buen vestir, finos calzados
de cuero de venado, sillas bien labradas, esteras y mantas blancas y costosas,
diestros cazadores, adoratorios desde los cuales se levantaban en las fiestas
"la gran algazara de sus instrumentos m�sicos, con continuos bailes y danzas
de noche y de d�a, acompa�adas de canciones tan tristres que parec�an del infierno"
(7, II: 10). Aqu�lla tierra aparec�a en la imaginaci�n tan extreme�a de don
Hernando como un nuevo imperio por conquistar, 25y
en la que tambi�n hab�a lagos e islas como en el An�huac, pero adem�s unos pinares
y unos cielos que ca�an suavemente hac�a el mar.
Olid 26iba
al frente de 70 jinetes 27
y
200 peones bien aderezados. 28
Le
acompa�aban buenos gu�as. Sali� de Coyoac�n a mediados de 1522, sigu� por las
orillas del r�o Lerma y parece que fue de all� a Toluca, Ixtlahuaca, Maravatío,
Zit�cuaro, Taximaroa (hoy Ciudad Hidalgo) 29
y
Tuxpan, 30
para
hacer alto en Tzintzuntzan (Huitzizila o "tierra de colibr�es"),
31
en
d�nde estaba el palacio de Tzimtzicha y su ej�rcito. 32
All�
deb�a de ver "toda la dicha provincia y secretos de ella, y si tal fuese, que
poblase en la ciudad principal" (1, p. 426); y establecerse si le pereciese
conveniente (22, I: 27 y 31). Aquella fue la primera entrada de los espa�oles
en el valle de Toluca, el pa�s de los matlazincas, que era uno de los colindantes
del se�or�o pur�pecha. Hacia el 17 de julio, Olid estaba el Tajimoara --"era
por la fiesta de Cabora cosquaro". El Caltzonc� recibi� la noticia de que iban
hacia él 200 espa�oles, teniendo por capit�n a Olid. Uno de los m�s leales
al cacique, su hemano don Pedro Cuiniarangari 33
---que
iba en compa�ia del guerrero Nuzindire---, lleg� a Tajimaroa convocando a la
gente para resistir. No tard� Olid para salirle al encuentro; "y a la primera
descarga de los arcabuces huyeron los tarascos". Don Pedro fue capturado y tratado
"con toda la consideraci�n debida a su rango", y al siguiente d�a le llevaron
ante Olid y por medio del int�rprete Xanaqua —que sab�a tarasco, mexicano
y espa�ol— pudo darse cuenta de que hab�a gran discordia en la corte de
Michoac�n. Le puso en libertad, le colm� de presentes y le pregunt�:
—�De d�nde vienes?
—El Caltzonc� me env�a.
—�Qu� te dijo?
—Llam�me y me dijo: "Ve a recibir a los dioses 34a
ver si es verdad de que vienen; quiz� es mentira, quiz� no llegaron sino hasta
el r�o y se tornaron por el tiempo que hace de aguas. Velo a ver y h�zmelo saber,
y si son venidos que se vengan de largo hasta la ciudad". Esto es lo que me
dijo.
—Mientes en esto que has dicho —respondi� Olid—. No es as�, m�s nos quer�is matar, ya os hab�is juntado todos para darnos guerra; vengan presto si nos han de matar o quiz� yo los matar� a ellos con mi gente de M�xico.
—No es as�. �Por qu� no te lo dijera yo?
—Bien est� si es as� como dices. T�rnate a la ciudad y venga el Caltzonc�
con alg�n presente y s�lgame a recibir en alg�n lugar llamado Guangaceo,
35que
esta cerca de Matlalcingo, y traiga mantas de las ricas, de las que se llaman
"cazangari" y "curice" y "Zizuppa" y "Echereatancata" y otras mantas delgadas
y gallinas, huevos y pescados de los que se llaman "zuecepu" y "acumarami" y
"Vrapeti" y Thira" y patos. Tr�iganlo todo a aqu�l lugar. No se deje de cumplir
y no quiebre mis palabras.
—Bien est� —fue la respuesta de don Pedro—. Yo se lo que quiero ir a decir.
—D� al Caltzonc� que no haya miedo, que no le haremos mal.
As� que fueron ahorcados dos indios de M�xico "porque hab�an quemado unas cercas de le�a que tan�an en los c�es (templos) de Tajimaroa", los espa�oles oyeron misa y pasada la ceremon�a Olid llam� a cinco mexicanos y cinco otom�es y les dijo que acompa�aran a don Pedro. Llegaron a Vasmao, tres leguas antes de Matlalzingo, y despu�s se concentraron dos ej�rcitos, cada uno de 8 000 hombres, en Indaparapeo y en Hetuquaro.
Don Pedro se present� al Caltzonc� y le tranquiliz� cont�ndole que los espa�oles no iban en son de guerra, ponder�ndole "la fuerza de los caballos y el valor de los castellanos". Hubo largas deliberaciones de cacique a fin de tomar una decisi�n; alguien sugiri� que el rey deber�a suicidarse o arrojarce a un lago. El rey, aterrorizado, disolvi� el consejo. Aquella noche, despu�s de ordenar que se apagaran todas las luces, sali� una puerta secreta del palacio y se embarc� en compa��a de sus hijos y de algunas de sus mujeres, entr� hac�a las monta�as de Vayamio y despu�s de hacer correr la voz de que se hab�a ahogado, se traslad� a Uruapan. Al tener aquella noticia, Olid dijo:
—Bien est�, bien est�bamos, que llegar tenemos a la ciudad.
Cansado de esperar a don Pedro, sali� a marchas forzadas a Tzintzuntzan. Para
obtener la ayuda de los dioses, los tarascos hab�a sacrificado 800 cautivos
a la diosa Xaratanga. La opini�n continuaba dividida: unos dec�an que hab�a
que pelear; otros que era mejor recibir como amigo al invasor. Triunfaron los
segundos, pues Olid fue recibido saliendo a su encuentro don Pedro y su hermano
Huitzizilzi 36con
gentes de guerra, y en otro pueblo trazaron una raya dici�ndoles que no diera
un paso m�s.
—No os queremos matar —dijo Olid—. Ven�os de largo aqu� a d�nde estamos. Quiz� vosotros os quer�is dar guerra.
—Pues dejar los arcos y las flechas y venid d�nde nosotros estamos.
Todos los se�ores recibier�n bien a Olid y sus tropas, les abrazaron a todos,
y al llegar al P�tzcuaro, 37como
las mujeres hab�an huido, "los varones mol�an en las piedras para hacer pan
a los espa�oles". Les prove�an de todo lo necesario. Olid entr� en el palacio
del rey y r�pidamente orden� que las tropas se posesionaran de los cinco templos
principales y comenzar�n a derribar los �dolos, incendiando los santurios.
El pavor de los indios ray� en la desesperaci�n cuando vieron que rodaba la imag�n de Curicaveri, "el mensajero de los dioses". En medio de la espantosa confusi�n, los indios ansiaban que se abriera el cielo y arrojarse fuego sobre las cabezas de los sacr�legos, pero el cielo permaneci� impasible.
Cuatro meses permaneci� Olid en Tzintzuntzan, instalado con sus tropas en las cosas de los sacerdotes, en un ambiente de paz. Los tarascos se hab�an sometido f�cilmente. Fuera de los saqueos,Olid "no cometi� ninguno de los actos de crueldad y de in�til barbarie, tan comunes en esos tiempos" (25, p. 728). El total del bot�n, seg�n c�lculo el�stico, consisti� en 30 cargas de cofres llenos de plata fina y en 20 llenos de oro, adem�s de mosaicos de pluma tejidos por los mejores mosaicistas de Tzintzuntzan.
Pero el saqueo m�s escandaloso se efectu� en el pante�n real en la isla de
Jap�patu. All� fueron violadas las sepulturas de los se�ores de Michoac�n; "arrojaron
con desprecio las cenizas de los monarcas, y saquearon �ste y los dem�s templos
vecinos, apoder�ndose de los tesoros que la piedad de los soberanos hab�a aglomerado
durante siglos enteros". El cad�ver del rey Zwanga fue desenterrado y hallaron
ah� 200 rodelas de plata fina, con que estaba decorada la sepultura, adem�s
de mitras y plumajes verdes. En la isla de Janitzio 38saquear�n
el templo de la luna: "De all� sacaron ocho cajas llenas de mitra, llamadas
angutari, cien rodelas de plata y cuatrocientos platos del mismo metal" (25,
p. 729), y tambi�n entraron vand�licamente en los palacios y templos de las
islas de ac�ndani, 39
en
donde obtuvieron 20 rodelas de oro fino y de Urami.
Aqu�l bot�n espl�ndido fue enviado a Coyoac�n, para regocijo de Cort�s, por medio de don Pedro, como si fuese "un regalo real" transportado con docientas cargas. Por �l supo Cort�s que el Caltzonc� hab�a muerto; y entonces resolvi� que fuese reconocido se�or de Michoac�n el pr�ncipe Cuini-Aguangari, hermano menor de don Pedro, "del cual Olid le hab�a hecho grandes elogios" (25, p. 795). Pero al saber Cort�s que era falsa la noticia de Calzonc�, se indign� con don Pedro, y al convencerse de que �ste no hac�a m�s que creer en el rumor falso que divulg� el Caltzinc�, le dio escusas y le sigui� agasajando antes de que regresara a Michoac�n.
Era el 14 de noviembre cuando se march� don Pedro desde Coyoac�n hasta Zacatula,
debiendo pasar por Michoac�n para entregar a Olid una buena cantidad de cacao
que le enviaban. Don Pedro fue a Uruapan, 40en
donde se hallaba el Caltzonc� y le tranquiliz� dici�ndole que los espa�oles
no le har�an mal. De aquella entrevista resultó avivado el deseo que
ten�a el Caltzonc� de ir a M�xico, sobre todo porque "esperaba que de su entreviasta
con Cort�s resultar�a la celebraci�n de un tratado m�s ventajoso que el que
pudiese ajustar con un oficial de rango inferior" (25, p. 796).
Antes de llegar a Tzintzuntzan, Olid fue recibido de paz por Guang�ri,
41Vibil
y otros de los capitanes tarascos (7 II: 25). Eran ellos el embajador de Tzimtzicha,
"el se�or de respeto acompa�ante y el jefe de correos". Poco despu�s en el valle
de Guayangareo, en donde hoy est� Morelia —"la ciudad de los p�rpados
de rosa"—, y a la vista del ej�rcito de Caltzonc�, �ste y Olid se saludaron
"con demostraciones de j�bilo" y en medio de ruidosas fiestas, entraron en Tzintzuntzan,
en donde fue servido un banquete en el que se hall� presente el jefe de las
armas del rey, y el valiente Nanuma (7, II: 26). En el mapa segundo de la cr�nica
de Beaumont aparece Olid con armadura verde y penacho rojo, saludando al Caltzonc�,
y el c�dice de Tlaxcala, el pintor �ndigena representa a Olid sentado, es decir,
"un hombre que manda"; y "para saber c�mo se llama, se lee el nombre arriba
y a la izquierda, d�nde est� el signo cronol�gico Ol�n", que traduce tan exactamente
como es posible la palabra "Olid" (12, p. 129).
Olid entr� en Tzintzuntzan a tiempo de que el Caltzonc� "estaba en el patio
de su palacio con su caballerizo (sic) Guang�ri, Vibil y Huimaxe, sujetos todos
de los m�s principales de su reino, tratando de la venida de los espa�oles y
entretanto, le estaban bailando". El Caltzonc� 42les
recibi� graciosamente aposent�ndoles en Tzintzuntzan y "les dieron hasta tres
mil marcos de plata envuelta con cobre, que ser�a media plata y hasta cinco
mil pesos de oro, asimismo envuelto con plata, que no se le ha dado ley, y ropa
de algod�n, y otrs cosillas de las que ellos tienen" (1, p. 426); todo lo cual,
despu�s de ser separado el quinto de Carlos V, fue repartido entre los soldados.
Varios de ellos no quedaron a gusto con la repartici�n y rehusaron poblar, y
a los que no se quisieron volver a M�xico, envi� Olid a la Mar del Sur, por
el rumbo de Zacatula, en donde se estaban construyendo cuatro navios (1, p.
426). De resultas de aquella conferencia del rey con sus grandes
43
"despach�
con los soldados de Olid algunos indios cargadores para llevar varios presentes
a Cort�s", 44
"y
la noticia de que �l y su reino se daban de paz" (7, II: 26). Pero Olid, sospechando
que se le podr�a escapar, vigil� cuidadosamente a Tzimtzicha, exigi�ndola m�s
oro, que �ste mand� a buscar en Pac�ndani y Urh�ndeni formando con �l ochenta
cargas; pero no contento con �stas Olid pidi� 300 45
y
"...dej� algunos de sus compa�eros en Tzintzuntzan, de que se fundar�n despu�s
P�tzcuaro y Valladodid", 46
Olid hallaba en una de las dos tierras mexicanas con lagos que abren sus dulces
ojos serenos en las ma�anas y de leyendas que hacia la tarde se caen de sue�o,
y en la que las frutas m�s gustosas, los pescados esquisitos, las maderas y
los metales de toda clase contribuyen a estimular el ingenio y la destreza manual
de los indios. Tierra con todo lo que el hombre puede apetecer para su felicidad,
si la trabaja; llena toda de luz y de aguas canoras, y en la que abundan los
hombres esdr�julos, como si el hombre que all� vive hubiera nacido para cantar.
P�tzcuaro, Tzar�racua, Zahuayo, 47Tiripet�o,
Yuriria...
"Hay adem�s otros lagos con peces y tambi�n muchos manantiales. Algunos de tal manera calientes, que apenas se puede soportar lo caliente en la mano sumergida... Goza de un magn�fico cielo y es de tal modo salubre que muchos van all� para conservar la salud o para recobrarla. Es feraz en ma�z fruto de la orilla, en hortalizas y abundante en cacer�a, cera y algod�n. Los varones son m�s hermosos y fuertes y soportan mejor el trabajo que los colindantes y son muy diestros lanzadores de flechas... Hay en aquella regi�n muchas piezas de plata y oro pero impuras. Hay magn�ficas salinas y piedra iztlina, adem�s del magn�fico coco" (14,p. 225).
En aquel banquete de Tzintzuntzan, a buen seguro que Olid sabore� el famoso pescado blanco y las corundas (tortillas), mientras en el lago de P�tzcuaro el sol crepuscular le anticip� la visi�n atormentadora de los metales codiciados. La figura del se�or capit�n aparece arrogante en la Relaci�n de Michoac�n o C�dice del Escorial (29), siendo recibido en triunfo en una tierra en que se hablaban 16 idiomas y dialectos, los indios eran verbosos en los banquetes y los nombres de sus pueblos -- Uruapan, Patzimikuarhu, Tac�tazir�ndaro-- se abren como grandes flores terrestres para invadir fraganciosamente el aire.
Poco despu�s el Caltzonc� se translad� a P�tzcuaro, y al encontrarse con Olid y entregarle ochenta cargas con piezas de oro, �ste le dijo:
—�Por qu� das tan poco? Trae m�s, que mucho oro tienes. �Para qu� lo quieres?
—�Para qu� quieren ese oro? —dijo el Caltzonc� a sus compa�eros—. Estos dioses lo deben de comer. �Por eso lo quieren tanto!
Y el Caltzonc� mand� que se les entregaran el que hab�a en dos islas.
—No tengo m�s. Esto que estaba aqu� no era nuestro, sino de vosotros, que sois dioses, y ahora lo llev�is porque es vuestro.
-—Bien est�. Quiz� dices la verdad, que no tienes m�s. Pero has de ir con estas cargas a M�xico.
—Que me place, se�ores. Yo ir�.
Y se march� hac�a Coyoac�n d�nde Cort�s resid�a, y fue agasajado espl�ndidamente.
Entre tanto, en Coyoac�n segu�an resonando las intrigas de Diego de Vel�zquez y los embustes de los vencidos con Narv�ez. Do�a Felipa esperaba impacientemente al se�or capit�n, segura de que regresar�a tray�ndole cosas preciosas que superar�an a toda ponderaci�n.
Era clara la obstinaci�n de Cort�s: buscar un estrecho por el Pac�fico, en
la esperanza de hallar muchas tierras ricas, sobre todo la de la Especier�a.
Al saber Cort�s la noticia —que le di� personalmente el Caltzonc� de que
su teniente �lvarez chico hab�a perecido a manos de los rebeldes de Colima,
dio instrucciones a Olid 48para
que saliera a combatirles. Dispuso que pasaran a zacatula h�biles artesanos,
remiti�ndoles velas, jarc�as, hierro y dem�s pertrechos, y que Olid marchara
contra Colima "para sujetar las provincias que por aquel lado costeaban la mar
del sur". Deber�a llevar consigo 100 soldados de infater�a, 40 caballos y algunos
indios tarascos, para que de ese modo diera "calor a la f�brica de los nav�os
y despu�s de aderezados apoyase la navegaci�n, costeando tierra �l y su gente".
49
Olid se dirigi� hasta zacatula, pasando por Ario, y en el camino supo "c�mo los pueblos de Coliman andaban en armas, y que eran ricos" (18, II: 79). iba acompa�ado del capit�n Juan Rodr�guez de Villafuerte, con 400 infantes y 50 jinetes (15), y buen n�mero de indios tarascos, "quienes no se aven�an a consentir la poblaci�n de su capital con gente castellana y m�s bien quer�a ayudarle en cosas de la guerra, siendo tanbi�n del gusto de los soldados espa�oles, que pensaban enriquecerse m�s bien con los despojos tomados de los indios que iban a pacificar, que no estar de asiento entendiendo en cosas de poblaci�n" (2, II: 82).
Una de las instrucciones dadas a Olid era la de dirigirse a Zacatula, "con
casi toda la gente castellana para auxiliar la expedici�n que ten�a prevenida
en aqu�l puerto y de paso pacificar a los pueblos lim�trofes, con que se ve�a
en la precisi�n de poblar a Michoac�n con alguna gente" y "que trabajase por
atraerse a los indios".50
A fines de noviembre 51Olid
avanz� hac�a Colima con 30 escopeteros, muchos indios aliados y 15 de a caballo
52
redoblando
la marcha y siguiendo la ruta que desde Tzintzuntzan hab�a llevado �lvarez chico,
lleg� como �ste al paso de �liman, del que estaban posesionados el rey de Colima
y los suyos, quienes le recibieron con ataques furiosos, consiguiendo derrotarle
y haci�ndole huir vergonzosamente con los restos de sus tropas. Olid lleg� a
Zacatula 53
y
all� le mataron tres soldados (7, II: 81), resultando 15 heridos. De Zacatula
volvi� grupas hac�a M�xico Tenochtitl�n. "muy corrido de las malas resultas
de su expedici�n".
Cuando Olid regres� de Michoac�n, Cort�s hab�a salido hac�a el P�nuco. Tra�a consigo muchos caciques y al hijo de Caltzonc�, que as� se llamaba, "y era el mayor se�or de aquellas privincias, y trajo mucho oro bajo que lo ten�a revuelto con plata y cobre" (10, II: 299). Las malas nuevas del desastre de Olid llegaron r�pidamente a sus o�dos; "novedad que turb� la alegr�a de los continuos festejos prevenidos a la feliz llegada de su esposa", quien llegaba de Cuba. Es de creerse que la derrota se le mezcl� �cidamente al disgusto que le ocasionara la s�bita presencia de Do�a Catalina Marcayda, porque se interrump�a su vida extraconyugal. No cabe duda que Olid le ceg� la "ambici�n de mandar y no ser mandado", como dice Bernal D�az.
El env�o de Gonzalo de Sandoval, con 70 infantes y 25 caballos al se�or�o de
Colima para dome�ar a los rebeldes que hab�an derrotado a Olid, y otros distinguidos
y desazones que en aqu�llos d�as sobrellevaba Cort�s, apresuraron la expedici�n
que �ste resolv�o confiar al segundo y otro a Pedro Alvarado para que buscaran
hac�a el sus nuevas tierras 54en
que podr�an hallar oro y otras maravillas, adem�s de un �mbito anchuroso para
sus haza�as.
"Los caballos eran fuertes, |