Bol�var: Biograf�a inicial

I

Fue el m�s completo de los americanos, Libertador por antonomasia, fundador de la primera Colombia, h�roe m�ximo de la independencia de Bolivia, Ecuador, Nueva Granada —actual Colombia—, Panam�, Per� y Venezuela, seis rep�blicas de hoy. Se le puede considerar como uno de los hombres m�s cultos del Nuevo Mundo. No naci� ni pobre ni revolucionario, sino en cuna de rancia aristocracia mantuana, due�o de una rica fortuna entonces representada por minas, haciendas cacaoteras y cientos de esclavos, y educado con refinamiento. Por lo mismo, aunque por sus or�genes sociales muy distanciado de las necesidades populares, bien pudo ser un golilla m�s, representativo del poder colonial, o un desalmado explotador de su propio pueblo. Sin embargo, de su desint�res personal, su clarividente inteligencia y la indignaci�n que le produc�a la injusticia, hiceron que a la vuelta de pocos a�os y despu�s de unas cuantas decisiones radicales, se pusiera al frente del m�s profundo y vigoroso movimiento emanicipador llevado a cabo en Am�rica del Sur. Muri� pobre porque toda su fortuna la invirti� en la revoluci�n.

Sim�n Jos� Antonio de la Sant�sma Trinidad Bol�var y Palacios, hijo del coronel Juan Vicente y de Mar�a Concepci�n, naci� en Caracas, Venezuela, el 24 de julio de 1783 y vivi� 47 a�os, 4 meses, 23 d�as; muri� en el casco de un trapiche llamado San Pedro Alejandrino, en las proximidades de Santa Marta, Colombia, el 17 de diciembre de 1830.

Hu�rfano de padre cuando contaba tan s�lo dos a�os y medio, en 1786, y de madre a los nueve a�os, en 1792, fue llevado a vivir con su abuelo materno Feliciano Palacios, y a su muerte qued� al ciudado de su t�o y tutor Carlos Palacios. A los doce a�os, en julio de 1975, en temprano arranque de rebeld�a, huy� de la casa del t�o para vivir con su hermana casada Mar�a Antonia, donde tampoco pudo tener paz no obstante el cari�o que mutuamente se profesaban. Entonces se le envi� a vivir a casa del maestro de primeras letras, el jacobino socialista Sim�n Carre�o Rodr�guez (1771-1854), hombre de cultura pol�tica avanzada que mucho influir� en la educaci�n del futuro libertador. Pero Sim�n Rodr�guez, como se quiso llamar a s� mismo quit�ndose el apellido paterno, se fue de Caracas en 1797. Entonces, otro ilustre caraque�o, Andr�s Bello (1781-1865), le dio clases de historia y geograf�a y el padre capuchino Francisco And�jar le ense�� matem�tica. Todos ellos inicaron la formaci�n elemental de Bol�var, pero en gran media se le puede considerar como hombre de cultura autodidacta.

Muchos creen que la vocaci�n del joven Bol�var estaba encaminada al ejercicio de las armas, porque antes de los catorce a�os hab�a ingresado como cadete en el Batall�n de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, del que tiempo atr�s hab�a sido coronel su padre. Pero esa eduaci�n de miliciano era com�n en la �poca, cuando no hab�a otra alternativa que los conventos o seminarios de religiosos. A comienzos de 1799 fue enviado de visita a Espa�a, y de paso por M�xico se hosped� en Veracruz en la casa del comerciante Jos� Donato de Austria, y en la ciudad de M�xico en la casa del oidor Guillermo de Aguirre. Muchas an�cdotas se han tejido de su paso por la opulenta ciudad, como �l llam� a la capital novohispana: que si tuvo amores con la c�lebre damita Mar�a Ignacia la G�era Rodr�guez, que si fue precoz cr�tico del sistema colonial ante el virrey Azanza, por lo cual fue amonestado, que si se extasi� ante la magnificiencia del teocalli teotihuacano. Pero en esa �poca Bol�var era un adolescente de 15 a�os y medio, despolitizado e inclinado m�s bien a las diversiones.

En Espa�a fue vivir a la casa de otros t�os radicados en Madrid, Esteban y Pedro Palacios, quienes se encargaron de afinar su educaci�n puli�ndola en extremo. El cambio fue tan r�pido que si se le compara con la redacci�n y ortograf�a de la primera carta aut�grafa que se le conoce suscrita en Veracruz, no deja de sorprender la fluidez y correci�n de sus escritos a partir de entonces. Ese refinamiento se le debe en parte al sabio marqu�s Jer�nimo de Ust�riz y Tobar, otro caraque�o avecindado en Madrid, que se encarg� de darle a Bol�var, entre los 16 y los 19 a�os, la educaci�n de un cortesano: amplio conocimiento de los cl�sicos greco-latinos, literatura, arte, franc�s, esgrima y baile. La frecuente asistencia a fiestas y saraos, y la vers�til pero vanidosa vida de las altas clases sociales hubieran podido absorber al inquieto, y simp�tico y rico americano en Europa. No fue as�, a pesar de todo. Poco a poco nacieron en su alma miras m�s altas, designios superiores.

En Madrid conoci� a Mar�a Teresa de Toro y Alayza (1781-1803), de quien se enamor� profundamente. Se casaron en 1802 no obstante la juventud de los dos, ella de 21 a�os y �l de 19. Por aquel entonces su proyecto de vida no era muy diferente del de un heredero de grandes haciendas: acrecentar las propiedades, fundar un hogar, tener hijos, vivir en la opulencia. Pero la suerte le deparaba un destino diferente, porque a los pocos meses de haber llegado de regreso a Venezuela, Mar�a Teresa muri� de fiebre amarilla. �se fue el �nico matrimonio de Bol�var, y a lo largo de su vida fue fiel a su promesa de no volverse a casar. Pero am�, y con frecuencia, a otras mujeres.

La vida de Bol�var entre 1802, antes de su matrimonio, y 1806, est� caracterizada por desplifarro y la banalidad, lo que muchos bi�grafos han atribuido al pesar que padeci� por la muerte de Mar�a Teresa. Los placeres de la vida f�cil en Europa para quien tiene dinero y es joven, y los mil atractivos del esplendor napole�nico pudieron fascinar a Bol�var por un tiempo, el suficiente para hartarse. Pero no todo el tiempo. Hay constancia de sus cr�ticas ponzo�osas al boato del Consulado y la corrupci�n que se adue�aba de Par�s, de su deseo de hacer algo �til por su patria lejana, as� fuera dedicarse a las ciencias f�sico-matem�ticas, como en un momento dado se lo aconsej� su maestro Sim�n Rodr�guez. Hay testimonio escrito del trato, no muy frecuente pero s� suficiente, que mantuvo con sabios como Humboldt, Bonpland y otros lo que muestra que a la par que Bol�var tomaba parte en la intensa vida social francesa y viajaba de diversos pretextos, tambi�n maduraba proyectos superiores de inmensa responsabilidad. Estando un d�a de agosto en 1805 en Monte Aventino, una de las colinas que circundan a Roma jur� ante su maestro Rodr�guez retornar a Am�rica y prestar apoyo decidido a la lucha armada que ve�a como indetenible.

Por entonces muchas ideas políticas de avanzada ya eran del dominio p�blico en Europa, aunque en Am�rica s�lo clandestinamente se hablaba de ellas: la rep�blica electiva, la igualdad de castas ante la ley, la abolici�n de la esclavitud, la separaci�n entre la iglesia y el Estado, la tripulaci�n montesquiana del poder, la libertad de cultos y el derecho de gentes —o, como ahora decimos, los derechos humanos— constitu�an, todo ellos, el consenso americano. Pero faltaba el hacedor, la mano y el talento que los hiciera realidad pol�tica, acto de gobierno. Y en las condicions de sometimiento y de marginaci�n propios del sistema colonial, ese proyecto republicano era inviable, porque no se trataba solamente de cambiar de rey sino de abolir la monarqu�a ni discutir con los espa�oles peninsulares los yerros de su dominaci�n, sino de imponer la soberan�a del pueblo y expulsarlos de Am�rica. Para todo eso se deb�a hacer una guerra.

II

A fines de 1806, al saber Bol�var que el general Francisco de Miranda (1750-1816), caraque�o como �l y veterano del ej�rcito napole�nico, hab�a dedicado su vida a fomentar la guerra de secesi�n en Venezuela, decidi� regresar, y despu�s de un breve recorrido por los Estados Unidos lleg� a su patria a mediados de 1807.

Es verdad que regres� para adminstrar sus fincas, pero tambi�n es cierto que en las tertulias que se llevaron a cabo en su quinta de recreo a orillas del r�o Guaire, bajo el pretexto de reuniones literarias se tramaban conspiraciones. Por eso, al estallar la chispa insurreccional en Caracas el 19 de abril e 1810, cuando los venezolanos desconocieron al gobierno colonial del virrey Empar�n, Bol�var, Andr�s Bello y Luis L�pez M�ndez fueron nombrados por la Sociedad Patri�tica revolucionaria en comisi�n ante el gobierno brit�nico, con la precisa instrucci�n de convencer al ministro de Asuntos Exteriores, lord Wellesley, de que apoyara la insurrecci�n caraque�a. En dicienbre de 1810, despu�s de cumplir su misi�n en Londres, regres� Bol�var con pocos triunfos diplom�ticos, porque el gobierno ingl�s, aunque simpatizaba con los actos independentistas de los americanos como una manera de socavar la hegemon�a espa�ola en este continente, estaba comprometido con Espa�a por un tratado de alianza.

Mientras tanto Bol�var hab�a convencido a Miranda para que los acompa�ara en un nuevo esfuerzo por consolidar la independencia de su patria. En 1811, con el grado de coronel que le concedi� la Sociedad Patri�tica de Caracas y ya bajo las �rdenes de Miranda, contribuy� a someter a la ciudad de Valencia, que no obedec�a a la Sociedad, y en 1812, a pesar de sus esfuerzos por defender la plaza de Puerto Cabello a �l confiada, no logr� evitar que cayera en manos de los realistas debido a una traici�n. Desilusionados por la rendici�n del general�smo Miranda ante el jefe espa�ol Domingo de Monteverde, pero ansioso por continuar en la lucha armada, de acuerdo con otros j�venes oficiales decidi� apresar a Miranda. Aunque Bol�var no lo entreg� a los espa�oles, otros s� lo hicieron, y el infortunado pecursor fue remitido preso a C�diz donde muri� tiempo depu�s. Todos perdieron aquella vez, y Bol�var apenas logr� un salvoconducto para emigar gracias a su amigo Francisco Iturbe.

Se fue a Curaçao y luego a Cartagena de Indias, donde escribi� uno de sus m�s c�lebres documentos la Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraque�o (15 de diciembre de 1812). Se opone all� a la copia acr�tica de f�rmulas pol�ticas buenas para "rep�blicas a�reas" o de papel, fustiga al federalismo como inadecuado para los nuevos estados emergentes porque dicho sistema los debilitaba, suguiere la creaci�n de un ej�rcito profesional en vez de milicias indisciplinadas, proclama la necesidad de centralizar los gobiernos americanos y propone una acci�n militrar conjunta e inmediata para asegurar la independencia de la Nueva Granada que estaba sumida en las divisiones internas. Su plan consit�a en lograr el apoyo del Congreso granadino, reconquistar Caracas, que era en su sentir la puerta de toda la Am�rica meridional, y pasar a la ofensiva estrat�gica. En la pr�ctica, �sa fue la campa�a que Bol�var llev� a cabo en las semanas siguientes y que coron� con �xito sorprendente: a la cabeza de un peque�o ej�rcito limpi� de enemigos las dos orillas del bajo Magdalena, ocup� en febrero de 1813 C�cuta, y en s�lo noventa d�as, entre mayo y agosto, liber� a Venezuela en una rapid�sma y fulgurante sucesi�n de batallas. Por eso esta campa�a fue llamada Admirable y Bol�var mismo aclamado por primera vez como Libertador, t�tulo de honor que le concedi� su ciudad natal en octubre de ese a�o.

Casi a la vez hubo otro suceso memorable: en junio, al pasar por Trujillo, decret� la Guerra a Muerte, con lo que logr� solucionar el problema fundamental de toda guerra, que es hacer un claro deslinde polit�co-ideol�gico entre amigos y enemigos, sentando as� un elemental principio de identidad nacional y de clase. Afirm� con ese decreto que eran americanos los que luchaban por su independencia sin importar el pa�s de nacimiento ni el color de la piel. Y que eran enemigos los que, aunque hubieran nacido en Am�rica, no hicieran nada por la liberaci�n del Nuevo Mundo. Con este decreto, mal comprendido incluso por algunos bolivaristas de nota, logr� separar tajantemente los dos campos, evitando el apoyo que muchos mantuanos y hacendados criollos daban a los realistas, creando condiciones sociales para la guerra universal de todo el pueblo, forzando a no permanecer indiferentes y atrayendo a llaneros, cimarrones y esclavos al ej�rcito patriota. En el decreto de la Guerra a Muerte est� el secreto de la campa�a Admirable que es, asimismo la clave que explica la libertad de Venezuela.

Sin embargo, esta segunda fundaci�n de la rep�blica en Venezuela no dur� mucho tiempo. No obstante los triunfos en batallas como las Araure, Bocachica o la primera librada en Carabobo, y la resistencia heroica, como la mostrada en la defensa de San Mateo, tanto Bol�var en el occidente del pa�s como Santiago Mari�o en el oriente se vieron obligados a ceder terreno al realista asturiano Jos� Tom�s Boves (1782-1814), de triste fama de sanguinario, quien al vencer a los patriotas en el combate de La Puerta (junio de 1814) los oblig� a evacuar la cuidad de Caracas. Se produjo una pat�tica emigraci�n de veinte mil habitantes hacia Barcelona y Cuman� huyendo de la persecuci�n de Boves. Junto con otros oficiales, Bol�var logr� burlar el cerco y huir a Cartagena otra vez, donde encontr� refuerzos y renovados apoyos.

Cuando todo parec�a llegar a su fin, derrotado y desconocido por sus antiguos partidiarios, Bol�var lanz� en Car�pano, en septiembre de 1814, un manifiesto lleno de serenidad, con la mira puesta en el futuro, superando las aciagas circustancias del momento. Propuso entonces algo m�s que la independencia, que es la libertad; se declar� culpable de los errores cometidos pero inocente de coraz�n, y se someti� al juicio del Congreso soberano. Dijo: "Yo os juro que, libertador o muerto, merecer� siempre el honor que me hab�is hecho sin que haya potestad humana sobre la tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir, hasta volver segundamente a libertaros".

Al servicio de la Nueva Granada, Bol�var recibi� la orden del Congreso de ocupar la provincia disidente de Cundinamarca para incorporarla al gobierno de las Provincias Unidas. Cerc� entonces Bogot� la que, pese a la excomuni�n eclesi�sitica en su contra, logr� tomar sin derramamiento de sangre. De esta suerte, en enero de 1815, el Congreso se pudo trasladar a Santa Fe desde Tunja, donde estaba refugiado. En seguida parti� el Libertador a Santa Mar�a, pero a llegar a Cartegena se encontr� con la hostilidad de Manuel del Castillo, quien, aunque del ej�rcito patriota, abrigaba de tiempo atr�s resentimientos contra Bol�var. Muy en contra de su decisi�n primera de poner sitio a la ciudad, Bol�var desisti� de su empe�o para evitar un enfrentamiento armado entre hermanos, lo que hubiese sido el comienzo de una absurda guerra civil en momentos en que se requer�a con urgencia de la uni�n. En efecto, se acercaba peligrosamente el veterano espa�ol Pablo Morillo al frente de quince mil soldados experimentados para emprender la que se llam� "reconquista" de Am�rica. Indoblegable, sacando fuerzas de donde ya poco queda, Bol�var emigr� pobre y abatido a Jamaica el 14 de mayo de 1815. Ante el asedio de Morillo, Cartagena proclam� en octubre su anexi�n a Inglaterra como estrategia desesperada para mantener su independencia. Pero el duque de Manchester, gobernador de Jamaica, hizo caso omiso de la solicitud cartagenera.

En Kingston, Bol�var se dedic� a una intensa campa�a publicitaria en The Royal Gazette. Escribi� varias cartas p�blicas a comerciantes ingleses, describiendo la situaci�n de Am�rica en su conjunto, ecuanimidad y clarevidencia, a tal punto que lo all� anunciado se cumpli� cabalmente a largo del siglo XIX. Por eso han sido llamadas prof�ticas esas cartas, en especial la firmada el 6 de septiembre de 1815, dirigida a su amigo Henry Cullen, bajo el título de Contestaci�n de una americano meridional a un cabellero de esta isla. Nuevamente la estrategia integracionista del Libertador para hacer de Am�rica una respetable "naci�n de rep�blicas" tuvo aqu� su presencia. Otra carta firmada por un americano, menos conocida, es una v�vida descripci�n y diagn�stico de la plural identidad latinoamericana, con fundamento en su diversidad �tinca.

Tal vez en la vida de Bol�var no hubo otro a�o m�s desatrosos que 1815, pues en Jamaica no s�lo se vio exiliado y sin recursos, sino que fue v�ctima de un intento de asesinato a manos de su antiguo criado P�o, soborbado por los agentes de Mox�, gobernador realista de Caracas. Fue entonces cuando se traslad� a la Rep�blica de Hait�, donde su presidente Alejandro Peti�n proporcion� magn�nima ayuda, con la condici�n �nica de que otorgara la libertad a los escalvos negros una vez consumada la idependencia. Al poco tiempo sali� de Los Cayos una bien pertrechada expedici�n al mando de Bol�var, que lleg� a la isla de Margatria en mayo de 1816 y tom� Car�pano por asalto. Cumpliendo con el pedido de Peti�n, Bol�var decret� el 2 de junio la extinci�n de la esclavitud. Ese mismo a�o retorn� a Hait�, donde por segunda vez pertrech� y volvi� a la carga. A comienzos de 1817 encontramos a Bol�var en Barcelona, trabajando para hacer de la provincia de Guayana un basti�n en la liberaci�n de Venezuela: hab�a comprendido que deb�a hacerse fuerte donde el enemigo es d�bil y modificar la estrategia de ocupar las principales ciudades costeras. De esta manera, en julio tom� la poblaci�n principal, Angostura, hoy Ciudad Bol�var; en octubre organiz� el Consejo de Estado, y en noviembre el Consejo de Gobierno, el Consejo Superior de Guerra, la Alta Corte de Justicia, el Consulado, el Consejo Municipal, y dio �rdenes para editar su propio �rgano de prensa. El Correo de Orinoco, que vio la luz en junio de 1818. Con estas decisiones ejecutivas, Bol�var sent� las bases de un Estado moderno independiente mientras segu�a prepar�ndose para la guerra en gran escala.

Pero en aquella �poca se le opon�an no s�lo los espa�oles, sino tambi�n algunos de sus m�s cercanos colaboradores. Lo m�s lamentable fue que uno de sus generales, Manuel Piar, prevalido de su segundo nivel jer�rquico y de ser negro, trat� de resucitar la guerra de razas de los tiempos de Boves, aunque ahora en el espacio republicano. Bol�var lo par� en seco, y ante su deserci�n, orden� su prisi�n y jucio. Piar fue condenado al fusilamiento por un Consejo de Guerra, sentencia que se cumpli� el 16 de octubre, consolidado a ese alto precio la autoridad de Bol�var y el rechazo a una inaudita guerra de razas.

El a�o siguiente fue dedicado a la planeaci�n de una gran estrategia libertadora. Ahora, ya arraigados en el oriente venezolano, con el Orinoco como v�a regia para comunicarse con proveedores de armas y hombres del exterior, con los llanos del Apure al centro y la selva impenetrable a la espalda, se pod�a dise�ar una campa�a a mediano plazo. As� se logr� sorprender a Morillo en Calabozo, aunque los patriotas perdieron la batalla en Sem�n.

En Rinc�n de los Toros por poco descubre a Bol�viar una patrulla realista y se salv� por un golpe de suerte. Pero �stas eran contingencias de la guerra. Lo principal era que se ten�a una gran base patriota y que se hab�a revertido la geograf�a de la revoluci�n, pues si en 1814 los realistas eran due�os de los llanos y las selvas y los insurgentes de las costas y las ciudades, ahora la creaci�n de bases estrat�gicas en las zonas donde los realistas eran d�biles empezaba a dar sus frutos.

En febrero de 1819, Bol�var convoc� y logr� reunir un congreso en Angostura. Pronunci� en esa ocasi�n un discurso considerado, entonces y despu�s como el m�s importante documento pol�tico de su carrera de magistrado. Present� tambi�n un proyecto de Constituci�n. Mientras tanto uno de sus generales, Francisco de Paula Santander (1792-1840), hab�a organizado con infinita paciencia un ej�rcito considerable en llanos orientales neogranadinos. Por otra parte, el general llanero Jos� Antonio P�ez (1790-1883), que se le hab�a incorporado, levantó un temible ej�rcito de lanceros. En circunstancias diferentes los dos hab�an dado pruebas de fuerza, �ste de valor temerario y aqu�l de meticulosa preparaci�n. Por ejemplo, en Queseras del Medio, habiendo sido rodeado P�ez por las tropas de Morillo, se vio obligado a dar batalla cuando s�lo ten�a 40 jinetes y un acoso de seis mil realistas. Us� P�ez un estrategema, �nica acci�n posible en esas circustancias; aparentando un huida, atrajo llano adentro a una partida realista, y cuando consider� que su conocimiento del terreno y la fatiga de los realistas era evidente, grit� "�Vuelvan caras!", y los terribles lanceros le hicieron a Morillo cientros de bajas entre muertos y heridos. El resultado fue la desbandada y la dispersi�n realista. Eso ocurri� en abril de 1819. Por su parte, Santander, h�bilmente y sin mayores recursos, armado m�s de paciencia que de fusiles, hab�a entrenado en Casanare, en pocos meses, a un ej�rcito de alrededor de 1300 soldados.

En mayo de 1819 pues, Bol�var le confi� a Francisco Antonio Zea, vicepresidente nombrado en Angostura, que desde hac�a mucho tiempo hab�a concebido una magna empresa que, dec�a. "sorprender� a todos porque nadie est� preparando para opon�rsele". Y siguiendo esa idea, le orden� a Santander que concentrara todas sus fuerzas en el punto menos c�modo y favorable par penetrar en la Nueva Granada. Envi� a P�ez a los valles del C�cuta como t�ctica de distracci�n. Bol�var, que siempre hab�a querido enfrentarse al espa�ol Barreiro y a sus 4 500 hombres, concibi� la estrategia de internarse en el territorio realista por el lugar menos propicio; as� que con 2 100 hombres que llevaba y los 1 300 que ten�a Santander en los llanos, se llev� a cabo la epop�yica acci�n de trasmontar los Andes. Hombres todos de tierras calientes y bajas fueron impelidos a encaramarse a p�ramos de m�s de 4 000 metros de altura, por caminos inciertos y precipios de espanto, cargando armas, vituallas, parque y alimentos. Les segu�an cabalgaduras maltrechas y ac�milas cansadas. Con todo eso se ganar�a la Libertad. R�pidos combates en Pisba y G�meza y combates mayores en el Pantano de Vargas pusieron a los espa�oles a la defensiva estrat�gica por vez primera, aunque las patriotas se vieron por momentos en serios peligros de perder la iniciativa. El 7 de agosto de 1819 se dio la batalla del Puente de Bocay� que, siendo de menor importancia militar que la de Pantano de Vargas, tuvo mayor repercursi�n pol�tica, porque los restos del ej�rcito de Barreiro y �l mismo y su oficialidad fueron derrotados y hechos prisioneros. A consecuencia de esa batalla de cuatro horas, el oriente andino de Am�rica meriodional qued� liberado. La capital Santa Fe qued� libre. Las bajas espa�olas fueron 400 entre muertos y heridos, adem�s de la p�rdida total de los pertrechos de guerra, la mayor parte de caballer�a y 1 600 prisioneros. Por si fuera poco, el virrey S�mano, al entrarse del desastre, huy� de Santa Fe dejando intacto el tesoro real calculado en un mill�n de pesos de oro. Morillo, dolido pero acertado, escribi� al rey de Espa�a: "Bol�var en un solo d�a acaba con el fruto de cinco a�os de campa�a y en una solo batalla reconquista lo que las tropas del rey ganaron en muchos combates". Pudo decir, mejor a�n, que de un solo golpe acab� con trescientos a�os de dominio hisp�nico.

Qued� al mando de la Nueva Granada el general Santander y en escasas cinco semanas volvi� Bol�var a Venezuela. En Angostura, a propuesta suya, el congreso expidi� la Ley Fundamental de Rep�blica de Colombia el 17 de diciembre de 1819, que un�a en un solo pa�s la inmensidad territorial que hoy comprende a Colombia, Ecuador, Panam� y Venezuela. Aunque esta uni�n dur� apenas diez a�os, la nueva "naci�n de rep�blicas " vivi� en paz y tuvo recursos suficientes para alentar la guerra de liberaci�n de gran parte de los pueblos andinos, prestando asistencia a la independencia del Per�, creando a Bolivia y amagando con apoyar la guerra en otras regiones de Sudam�rica. El ideal integrador de una gran naci�n americana inici� as� su concreci�n y vivi� una hermosa realidad.

A la fundaci�n de la magna Colombia se agreg� otro hecho feliz; en enero de 1820 estall� en Espa�a la revoluci�n del general Riego, quien, oponi�ndose a la reconquista de Am�rica, facilit� la firma, en Trujillo, Venezuela de un armisticio y un tratado para la regulaci�n de la guerra, ahora considerado como un procedente importante en los convenios internacionales. Bol�var y Morillo, enemigos ayer se entrevistaron y abrazaron en el pueblecito de Santa Ana. Pero muy cumplidamente, al cese de la tregua, los ej�rcitos patriotas reniciaron con fuerza renovada la ofensiva final, logrando la victoria en la sabana de Carabobo el 24 de junio de 1821. Lo que qued� del ej�rcito espa�ol se refugi� en Puerto Cabello, y en 1823 se rindi� incondicionalmente. Esta vez Venezuela qued� libre para siempre.

Tras un breve permanencia en C�cuta, donde se hab�an reunido los congresistas para aprobar una nueva constituci�n, Bol�var se encamin� por Bogot� hacia el sur, mientras el general Antonio Jos� de Sucre (1795-1830) hac�a lo propio desde Guayaquil. Ecuador no hab�a sido liberado a�n. En Bombon� se venci� la resistencia de los pastusos, y en Pichincha se expuls� a los espa�oles de Quito y alredores el 24 de mayo de 1823, conform�ndose as� el bloque de pa�ses grancolombianos.

Pero los espa�oles eran fuertes todav�a y dominaban en tierra peruana, lo que significaba no s�lo una seria amenaza militar para Colombia, sino que frustraba el ideal bolivariano de organizar en el continente rep�blicas donde antes existia la monarqu�a espa�ola. Adem�s, algunos peruanos, aunque patriotas, persist�an en ideas absolutistas. Para discutir esas y otras propuestas libertarias, se reunieron en Guayaquil, puerto reci�n incorporado a Colombia, los libertadores Bol�var y Jos� de San Mart�n (1777-1850), h�roe de Argentina y Chile y el protector de Per�. Se ha dicho que lo hablado a solas entre los dos grandes hombres constituye un misterio indescifrable hoy. Pero a juzgar por lo que sucedi� inmediatamente despu�s, se puede colegir lo pactado: San Mart�n reconocer�a la soberan�a colombiana en Guayaquil a cambio de obtener el apoyo en tropas veteranas, armas y financiamiento de Colombia para proseguir la guerra en el sur del continente. �l mismo ofreci� dejar las manos libres a Bol�var para no crear un confilcto de poderes con los colombianos y en consecuencia se ir�a de Am�rica. Bol�var vio as� despejada la cordillera andina para lanzar sus tropas y prestar concurso decisivo a la independencia americana.

En 1823, la situaci�n polit�co-militar del Per� distaba mucho de ser bonancible. Las divergencias entre el presidente Jos� Riva Ag�ero y el congreso dividieron a la naci�n, mientras los espa�oles segu�an impasibles y sin combatir en la sierra. Las tropas de auxilio argentinas, chilenas y colombianas reci�n llegadas se hab�an cansado de esperar una resoluci�n definitiva. Los propios realistas estaban tambi�n divididos entre monarquistas recalcitrantes y monarquistas moderados y liberales. Per� parec�a un caso perdido. En tan cr�tica situaci�n, Bol�var fue llamado formalmente por el congreso, otorg�ndosele facultades extraordinarias para reorganizar al ej�rcito. Cuando se aprestaba a ocupar el Per�, la guarnici�n de El Callao se pas� al bando realista y Lima qued� en manos espa�olas. Entonces el congreso se disolvi� a s� mismo y design� dictador a Bol�var, como en la antigua Roma en casos de emergencia, entreg�ndole todos los poderes para salvar al pa�s. Pero los que pensaron que el Libertador se contentar�a con asumir su autoridad de manera apenas circunstancial, se sorprendieron cuando un poderoso ej�rcito multinacional de colombianos, argentinos, peruanos e incluso europeos emprendi� la ofensiva. El 6 de agosto de 1824, Bol�var derrot� en Jun�n al ej�rcito real en una brillante operaci�n con armas blancas, al parecer la �ltima que se dio de ese modo en la historia mundial. Y pocos meses despu�s, siguiendo al estrategia bolivariana establecida meticulosamente tiempo atr�s, se dio, el 9 de diciembre, la batalla de Ayacucho, el mayor enfrentamiento de tropas que ha habido en toda la historia de Am�rica hasta hoy, pues pelearon 5 780 aliados americanos contra 9 320 realistas. De �stos, casi todos quedaron prisioneros, incluyendo al virrey La Serna, todo el Estado Mayor, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 468 oficiales de distinto rango y los comandantes de la batalla, los generales Canterac y Vald�s. Es casi imposible imaginar un triunfo mejor. Los datos son �tiles porque con la batalla de Ayacucho termin� la etapa militar de la independencia americana y la iniciativa estrat�gica y t�ctica qued� definitivamente en el ej�rcito patriota.

III

Dos d�as antes de la victoria, el 7 diciembre de 1824, el dictador Bol�var y su secretario peruano, Jos� Faustino S�nchez Carri�n, cursaron una invitaci�n a los gobiernos independientes de Colombia, M�xico, Centrom�rica, Chile y La Plata, para concurrir en Panam� a un magno congreso contimental, con el prop�sito de reunir a toda la Am�rica antes espa�ola y considerar acciones comunes en paz y guerra. Aunque el imperio de Brasil tambi�n fue invitado y acept� participar, no asisti�. Chile tampoco, porque el congreso local no se hab�a reunido para aprobar el viaje de sus delegados, y cuando lo pudo hacer ya hab�a concluido la reuni�n en Panam�. Las Provinicias Unidas del R�o de la Plata, bajo al presidencia de Bernardino Rivadavia, por distintas causas, dejaron de asistir. Bolivia nombr� delegados pero no pudieron viajar oportunamente. De Europa, los Pa�ses Bajos fueron invitados como obervadores, pero su delegado olvid� las credenciales y el congreso no pudo habilitarlo. Francia, todav�a comprometida con Espa�a, declin� la invitaci�n. Paraguay no fue invitado porque lo gobernaba el doctor Jos� Gaspar Rodr�guez Francia y estaba aislado de todo contacto con el exterior. Hait� fue discriminado por el vicepresidente de Colombia, quien en cambio, contra las expresas instrucciones de Bol�var, invit� a los Estados Unidos, pero ninguno de sus tres delegados pudo asistir a Panam�: Anderson muri� durante el viaje, Sargeant lleg� tarde, cuando hab�a terminado el congreso, Poinsett esper� in�tilmente el traslado del congreso de Panam� a Tacubaya, en M�xico, Gran Breta�a fue invitada y asisti� como observadora.

Al fin, el 22 de junio de 1826, lograron reunirse en la ciudad colombiana de Panam� ocho delegados de cuatro pa�ses a saber; Centrom�rica, Colombia, M�xico y el Per�. Sesionaron en diez ocasiones y aprobaron dos documentos tracendentales: el Tratado de Uni�n , Liga y Confederaci�n Perpetua, y la Convenci�n de Contingentes Militares y Navales. Tambi�n se discuti� el problema de la esclavitud de los negros, la independencia de Cuba y Puerto Rico, y se cre� un ej�rcito dce 60 000 soldados, una flota y un comando naval. Colombia y M�xico se compromet�an a lanzar sus tropas de tierra y mar contra los invasores espa�oles de Puerto Rico y Cuba. Pero muchas intrigas pol�ticas y saboteos m�s o menos encubiertos malograron el espl�ndido proyecto anticolonial americano.

Con todo, el teatro de la guerra hubiera podido crecer despu�s de Ayacucho por las amenazas de la Santa Alianza europea, monarquista, para intervenir con 100 000 hombres en Am�rica, seg�n el apoyo que ofreci� Francia a Espa�a. El 11 de marzo de 1825, en carta a Santander, Bol�var expuso su idea de una guerra popular prolongada, como freno eficaz a la intervenci�n europea. Su estrategia consist�a en permitir la invasi�n dejarlos entrar, cerrarles la salida y los suministros bloqueando Cartagena y Puerto Cabello, y atacarlos por partes mediante guerra de guerrillas. No dud� en que �sta ser�a un gran guerra mundial desatada por los tronos contra las nuevas rep�blicas liberales.De un lado estar�an la Santa Alianza y las monarqu�as euopeas; del otro, Inglaterra y la Am�rica entera. Pero ni Francia ni Espa�a intentaron, por el momento, otra invasi�n.

Entre tanto, cumplida su tarea, Bol�var renunci� a la dictadura ante el congreso peruano, que lo colm� de honores como ni Venezuela ni Colombia la hab�an hecho: un mill�n de pesos para �l, otro para su ej�rcito, espada y corona de laurales de oro, medallas para la tropa, etc. Bol�var rehus� su parte de dinero pero acept� los homenajes.

Luego viaj� por Arequipa, Cuzco, Potos�. En Chuquisaca, las provincias del Alto Per�, antes subordinadas a la Argentina, proclamaron la indepencia con el nombre de Rep�blica Bol�var. Se llam� as� la que hoy conocemos como Bolivia. A solicitud de su congreso, Bol�var redact� la constituaci�n del nuevo pa�s, otro documento fundamental para conocer el pensamiento que la prolongada guerra hab�a hecho germinar en el Libertador: hacer un Estado tan fuerte como democr�tico, estudiando experiencias tanto de la antig�edad cl�sica grecolatina como de la democracia de los Estados Unidos y Hait� y sintetizando la historia pol�tica americana del periodo precolombino, de la etapa colonial y de las nuevas necesidades republicanas. En esa costituci�n, el presidente y el senado hereditario tendr�an, entre otras misiones, la de frenar las ambiciones personales de los caudillos civiles o militares, y los ciudadanos votar�an no s�lo para eligir los poderes ejecutivo y legislativo sino tambi�n para formar un poder electoral encargado de nombrar jueces, gobernadores y p�rracos; consideraba Bol�var que de esa manera se lograba al plena democracia. La constituci�n para Bolivia, claro resumen del pensamiento pol�tico de Libertador, fue mal entendida en su �poca y peor promocionada. Tildada de tir�nica por los liberales, la "vitalicia", como se le caracteriz�, fue el punto de referencia de toda la inquina contra Bol�var en los siguientes cuatro a�os. Aunque Bolivia la adopt� durante dos a�os y el Per� la aprob� para regir su pa�s —aunque nunca se implatara—, en Colombia siempre se le impugn� con severidad, a pesar de que Bol�var arriesg� todo su prestigio para defenderla con tenacidad como una constituci�n m�s liberal y adecuada a la idiosincrasia americana que la de C�cuta de 1821. Pero sus enemigos no cejaron en su empe�o de desprestigiarla y con ella a Bol�var, tanto en el pa�s como en el extranjero.

Viejas rivalidades entre los caudillos y la incapacidad para superar el nacionalismo estrecho existentes entre regiones vecinas desde la �poca colonial, fueron atizadas en abril de 1826 so pretexto de oponerse al modelo de constituci�n para Bolivia. Mientras Bol�var se distanciaba de Santander y �ste de Páez, estall� en Venezuela una insurrecci�n contra las autoridades centrales de Bogot�. Bol�var march� a Caracas a sofocar la revuelta —La Cosiata, se llam�— y logr� poner paz a comienzos de 1827. De regreso en Bogot�, en septiembre, reasumi� la presidencia de la Rep�blica, desplazando a Santander, quien ejerc�a desde 1819 en calidad de vicepresidente ejecutivo.

Para reconciliar a los dos ya entonces opuestos partidarios bolivarsitas y santanderistas, se convoc� a una convenci�n nacional constituyente, en Oca�a, en 1828, la cual result� en descomunal fracaso, dejado al pa�s sin ley fudamental. Ante la virtual anarqu�a, a petici�n de los habitantes de casi toda Colombia, Bol�var asumi� en agosto la dictadura. Pero el 25 de septiembre, un heterog�neo grupo de te�ricos radicales, comerciantes importadores y masones descontentos, casi todos j�venes, conspir� contra Bol�var para darle muerte.

Aunque varias veces hab�a salido biel librado en atentados contra su vida, esta vez la conjura tuvo caracter�sticas oprobiosas porque los conpiradores eran sus propios paisanos. La oportuna intervenci�n de la bella quite�a Manuelita S�enz, su amada desde 1823, le salv� la vida, al desafiar con valerosa serenidad a los criminales. Pero el Libertador cay� presa de mortal tristeza.

Algunos piensan que Bol�var dio marcha atr�s en sus ideas durante los �ltimos cinco a�os de vida. Contrariamente, en ese lustro debi� luchar con mayor denuedo que nunca, porque fueron los a�os en que enfrent� la malquerencia internacional, parte inspirada por los hegemonistas norteamericanos que sabotearon sus proyectos de unidad latinoamericana —como el Congreso de Panam�—, as� como su oposici�n a las oligarqu�as santafere�as, al monarquismo peruano y al militarismo venezolano.

Pero es cierto que los �ltimos dos a�os de la vida de Bol�var est�n llenos de amargura y frustraci�n. Hizo un balance de su obra, confirmando que lo m�s importante de sus proyectos hab�a quedado sin hacer mientras lo hecho se desmoronaba. La independencia total de Am�rica, la promulagaci�n de leyes protectoras de la libertad y el env�o de tropas libertarias a Cuba, Puerto Rico, a Argentina —que se aprestaba a una guerra contra el imperio brasile�o— o a la Espa�a mon�rquica si fuere necesario, todas esas miras superiores quebaban como lejanas utop�as imposibles de llevarse a cabo. Su error hab�a sido pensar en grande, porque sus generales no ten�an su talla procera. Mientras tanto, la uni�n de Nueva Granada, Venezuela y Quito en solo pa�s, la confederaci�n a los Andes que inclu�a a Per� y Bolivia, y a la anfiction�a americana pactada en Panam�, todo eso que se hab�a cumplido a medias, estaba a punto de perderse sin su apoyo, porque el esfuerzo principal deb�a dirigirse hacia asuntos inmediatos: fuerzas del Per� invadieron Ecuador, y ganarles la guerra se llev� casi todo el a�o 1829; el general C�rdoba, uno de sus m�s cercanos amigos, se insurreccion� e infortunadamente fue asesinado; el general P�ez, antes leal le volte� la espalda y declar� unilateralmente al separaci�n de Venezuela; y el general Santander, antes uno de sus mejores amigos, se acerc� peligrosamente al grupo de conspiradores que quer�an asesinarlo.

A comienzos de 1830 regres� a Bogot� para instalar un nuevo congreso constituyente. Ante esa soberan�a renunci� irrevocablemente. Ahora s�lo deseaba irse lejos de Colombia, a Jamaica o a Europa. Aunque vacil� y pens� que bien val�a la pena comenzar de nuevo reuniendo a sus leales en la costa colombiana. De hecho, varios sectores del ej�rcito libertador se levantaron, esta vez a su favor, pidi�ndole que reasumiera la dictadura, pero ya era tarde, porque ni la quer�a ni la pod�a ejercer. Cada vez m�s enfermo, logr� llegar a Cartagena a esperar un buque que lo alejara de tanta ingratitud. Para su mayor desgracia, estando en Cartagena recibi� la fatal noticia de que Sucre, el m�s fiel y talentoso de sus generales y tal vez el �nico capacitado para sustituirlo, hab�a sido asesinado en Berruecos, cuando s�lo ten�a 35 a�os edad.

Contemporizado con la muerte que ya se anunciaba, acept� la invitaci�n que le hizo el generoso espa�ol Joaqu�n de Mier, de ir a su finca a curarse y a descansar. Tradicionalmente se ha dicho que Bol�var estaba tuberculoso, pero algunos m�dicos sostienen hoy en d�a que una amibiasis le atac� el h�gado y los pulmones.

Dict� testamento el 10 de diciembre de 1830. Es mismo d�a emiti� su �ltima proclama a los colombianos implorando la uni�n, el cese de los partidos pol�ticos y la paz social. Siete d�as despu�s a la una de la tarde, tal como lo afirm� el comunicado oficial, muri� el Sol de Colombia.

Un recuento de su obra no encuentra similar en la historia de Am�rica. En lo militar, particip� en 427 combates, entre grandes y peque�os; dirigi� 37 campa�as, obteniendo 27 victorias, 8 fracasos y un resultado incierto; recorri� a caballo, mula o a pie cerca de 90 000 kil�metros, algo as� como dos veces y media la vuelta al mundo por el ecuador; escribi� cerca de 10 000 cartas, seg�n se sabe, de las que se conocen y se han publicado tres mil, agrupadas hasta ahora en trece tomos de los Escritos escogidos del Libertador, su correpondencia, publicada por su fiel secretario con el t�tulo de Memorias del General O'Leary, est� recogida en 34 tomos; de su polifac�tica producci�n son conocidas 189 proclamas, 21 mensajes, 14 manifiestos, 18 discursos y hasta una biograf�a breve, la del general Sucre. En los 7 538 d�as de su preciosa existencia, desde que en 1810 cumpli� la misi�n diplom�tica en Londres hasta su muerte en Santa Marta, veinte a�os de actividad revolucionaria, casi no hubo d�a en que, en promedio, no redactara una carta o un decreto, o recorriera alrededor de trece kil�metros.

Lo m�s grande que hizo fue, por supuesto, la creaci�n de Colombia, que inclu�a las cuatro naciones de Nueva Granada, Ecuador, Panam� y Venezuela; la liberaci�n del Per� y la fundaci�n de Bolivia.

Personalmente o bajo su inspiraci�n se redactaron constituciones a saber: la Ley Fundamental de la R�publica de Colombia (17 de diciembre de 1819), la Constituci�n de C�cuta (1821), el Proyecto de Constituci�n para Bolivia (1825), y el Decreto Org�nico de la dictadura de 1828. Fund� y ayud� a redactar el Correo de Orinoco, primer peri�dico independientede Colombia.

Qued� pendiente, para que otras generaciones lo cumplan, el supremo ideal de crear una confederaci�n de pa�ses donde se logre "la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social, y la mayor suma de estabilidad pol�tica".

Am�rica entera ha reconocido en Bol�var al paradigma y ejemplo m�s querido de todas las virtudes patri�ticas, y lo ha asimilado como el mejor exponente de su integraci�n, de su identidad, de su soberan�a. Es ya protos�mbolo. En 1824 el Congreso de Venzuela dispuso que las cenizas del Libertador fueran trasladas con toda pompa de Santa Marta a Caracas, y resposan hoy en el magn�fico Pante�n Nacional. En 1846 Colombia puso la estatua que le hizo Pietro Tenerani en el centro de Bogot�. En 1858 Lima le erigi� una estatua ecuestre reconoci�ndolo como Libertador de la Naci�n Peruana. En 1891 Santa Marta puso su estatua de m�rmol junto a la quinta de San Pedro Alejandrino. Desde la segunda mitad del siglo XIX, casi todas las ciudades importantes de Am�rica y muchas de Europa le han levantado monumentos.

En 1824, por iniciativa de fray Servando Teresa de Mier, el Congreso de M�xico le otorg� la ciudadan�a mexicana. En el mismo a�o, el peri�dico �guila Mexicana public�, en varias entregas, una biograf�a de h�roe colombiano, y El Sol hizo lo propio en 1829, homenajes dados en vida al Libertador. En 1844 la revista El Museo Mexicano public� una biograf�a m�s, esta vez redactada por escritores nacionales. En 1910 se levant� un obelisco en su honor en el Paseo de la Reforma. Una estatua ecuestre fue inagurada en 1946, frente al bosque de Chapultepec, y m�s tarde llevada a Ciudad Ju�rez. Otra estatua ecuestre est� en el Paseo de la Reforma, cerca de la canciller�a mexicana. En Toluca hay un busto suyo frente a la universidad, al igual que en la costera de Acapulco y Veracruz, Seguramente existen m�s. Finalmente, en el lugar donde estuvo la casa que habit� el joven Bol�var en 1799 (la cual fue demolida en los a�os cuarenta), en la calle que hoy lleva su nombre, esquina con Uruguay, existe un placa conmemorativa inaugurada en 1983, en el bicentenario de su nacimiento. Al paso del tiempo, M�xico ha conservado una inalterable lealtad a la gloria de Bol�var.

Tanto en Am�rica como en el resto del mundo se ha cumplido la insuperable sentencia del humilde cura de Choquehuanca, quien salud� al Libertador con estas palabras prof�ticas: Con los siglos crecer� vuestra gloria como crece la sombra cuando sol declina.

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