13. Viaje de ida y vuelta


Viaje de ida y vuelta[FNT 4]

Corresponde a la sesi�n de GA 1.6 EL PODER DE LA MENTE

El otro d�a tuve ocasi�n de conversar con un agente de inhumaciones que lleva muchos a�os dedicado a su t�trico oficio. Contra lo que pudiera suponerse, el hombre es jovial, bromista, amante de la buena mesa y del buen vino, y viste de colores claritos. Despu�s de haber charlado sobre diversos t�picos ligeros y sin importancia, no pude resistir la tentaci�n de hacerle la pregunta de rigor en estos casos:

-D�game usted: �C�mo es que siendo persona de tan excelente humor y gustos tan mundanos, se le ocurri� dedicarse a una profesi�n que no se distingue precisamente por su alborozo?

-Hombre -replic� el enterrador-, lo uno no est� re�ido con lo otro. �Usted cree que los dentistas tienen que andar siempre con dolor de muelas?

-No, desde luego que no -admit� un tanto desconcertado por la peculiar l�gica de la respuesta-. Sin embargo, me parece que el constante trato con deudos atribulados, la atm�sfera necesariamente f�nebre en que se desenvuelve su actividad e inclusive la cotidiana presencia de la muerte, a la larga acabar�an por ensombrecerle el �nimo al m�s pintado.

-�Qu� va! -sonri� el agente-. Es como si me dijera usted que los m�dicos, de tanto tratar con enfermos, acaban por sentir las mismas dolencias y salen a la calle tom�ndose el pulso, sacando la lengua y auscult�ndose el vientre. Lo �nico que enferma a los doctores es la falta de enfermos. Igual me ocurre a m�: el d�a que no hubiera fallecimientos, yo morir�a de tristeza y poco despu�s de inanici�n.

El inhumador vio pasar con el rabillo del ojo a una chica de voluptuosas caderas y mentalmente le tom� las medidas. Despu�s pidi� otra ginebra con agua t�nica y encendi� un cigarrillo.

-Por lo que respecta a la presencia f�sica de la muerte -continu�-, cr�ame usted que de tanto contemplarla se le pierde el respeto. No al cad�ver, ni mucho menos (despu�s de todo son nuestros clientes, aunque los que paguen los gastos de inhumaci�n sean sus parientes), sino a la simple cesaci�n de la vida. Para nosotros resulta curioso que la inmensa mayor�a de los mortales -y qu� bueno que lo sean- sienten horror por una situaci�n tan natural y a la que tarde o temprano debemos llegar todos. La muerte, mi querido amigo, no es m�s que el t�rmino de un viaje de ida y vuelta.

-�C�mo que de ida y vuelta? -pregunt� con bastante extra�eza.

-S�, se�or. Volvemos a la nada de donde vinimos. Unos hicieron el viaje en primera clase, con butacas acojinadas y champa�a por cuenta de la empresa. Otros, en segunda, con la probabilidad de que sudaron tinta para sufragar el boleto. Otros m�s en tercera, con toda clase de incomodidades y congojas. Y los hay que hacen el recorrido en calidad de polizones, sufriendo hambres, privaciones e inclemencias en un vag�n de transporte para ganado. Sin embargo, el viaje tiene un t�rmino para todos, sin excepci�n. Para unos fue una pesadilla y para otros constituy� un deleitable paseo. Unos le sacaron jugo, otros m�s lo desaprovecharon y no faltaron despistados que ni siquiera se dieron cuenta de que estaban viajando en el convoy de la vida. Pero de cualquier manera, repito, el viaje termina para todos. �Qu� hay de horripilante en ello?

-No lo s�. Posiblemente la certidumbre de que debe terminar, si bien nos hacemos la ilusi�n de que podremos hacer conexi�n con otra l�nea y seguir el trayecto por tiempo indefinido.

El agente de inhumaciones volvi� a reir. Luego apur� su vaso, me dio una palmadita en la rodilla y sac� la cartera.

-Le aseguro a usted que a la larga le aburrir�an el paisaje y sus compa�eros de viaje. Con miras a que alg�n d�a tendr� que apearse, perm�tame que le de mi tarjeta.


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