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—Voy corriendo,
estoy sudando con el coraz�n latiendo a mil... de pronto �PITT, PITT,
PITT!, el no muy agradable sonido del despertador me dice “Es s�lo un
sue�o, hora de abrir los ojos”. Me levanto, enciendo el radio para
escuchar algo que me termine de despertar, voy a encender el calentador, una y
otra vez, �uh!, se termin� el gas, tendr� que ba�arme con agua fr�a y olvidarme
de mi quesadilla.
Salgo corriendo, se me hizo tarde porque
no me decid�a a entrar a la regadera. Finalmente llego a la parada de autob�s,
encuentro una fila tan larga que parece que regalan tortillas el d�a de hoy.
Por fin llega el cami�n y como sardinas entramos personas de todas edades,
tama�os y colores apretados en este laminado medio de transporte que va
haciendo parada cada media cuadra, y pienso “�En d�nde puede caber un
alma m�s?” Las ruedas del cami�n avanzan despu�s de cinco minutos de
recibir “claxonazos” de los carros que se han atorado por las
continuas paradas.
Mientras llego a mi destino voy viendo
por un pedacito de ventana, enmarcado por muchos brazos, la gran cantidad de
edificios. Parece que se empujan uno tras otro, un piso sobre otro, una
familia sobre otra; interrumpidos por pocas, muy pocas casas solas de uno o dos
pisos solamente, �vaya lujo! Luego de varios “con permisos”,
acompa�ados de empujones, sigo viendo hacia fuera, hay personas caminando,
sobre todo ni�os que parecen enfermeros o doctores, pero no por la ropa blanca,
m�s bien por una tela azul que va cubriendo sus bocas y narices, dejo de verlos
porque se atraviesa un cami�n repartidor de agua purificada en garrafones, me
pregunto “�Desde cu�ndo se volvi� necesario comprarlos?” Al
avanzar este cami�n me permite ver una enorme marquesina que anuncia la
proyecci�n de al menos doce pel�culas en un solo centro recreativo que abarca
toda una manzana. La banqueta est� cubierta por miles de pasos que casi logran
esconder a los mendigos que piden limosna mientras cantan o recitan sus
problemas, y a los nunca ausentes vendedores ambulantes de una infinidad de
objetos que uno no recuerda que le hacen falta hasta que los ve.
Finalmente llego a mi destino y al bajar
me estrello con un improvisado payasito y tragafuego que va esquivando carros,
microbuses y una patrulla que pasa a toda velocidad persiguiendo una camioneta
que al parecer acaba de robar un banco, de lo cual me entero por el radio al
llegar de regreso a mi casa.
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