¿Una nueva conciencia?

¿Una nueva conciencia?


Desde los inicios de la Revolución francesa, los sucesos políticos europeos preocuparon a los responsables de las colonias españolas, quienes temieron el contagio y la propagación de las ideas subversivas. En 1792 el virrey Branciforte ordenó la expulsión de todas las personas de nación francesa que habitaran en el territorio de la Nueva España: en Aguascalientes el subdelegado informó que ningún súbdito francés habitaba estas tierras, pero de muchas otras partes fueron expulsados del virreinato. Desde luego que los franceses no eran los responsables de la propagación de las nuevas ideas, incriminarlos tan sólo sirvió para tranquilizar los ánimos de las inquietas autoridades, que no pudieron ver ni aceptar la necesidad de un cambio.

Aguascalientes estaba muy lejos de todos los acontecimientos europeos, aquí tan sólo se escuchaban algunos ecos de lo que en la capital se discutía. No obstante, la pequeña subdelegación vivía con un nuevo ritmo que no impulsaba tanto los sucesos políticos europeos como un acontecer cotidiano más accidentado. Cierto grupo de personas, comprendidas autoridades y particulares, se sintió más responsable de lo que sucedía en su entorno. El ayuntamiento tuvo que enfrentar los intentos de Zacatecas para que Aguascalientes pasara a formar parte de esa intendencia. Resistió hasta 1804, pero a partir de este año no le quedó más remedio que acatar lo mandado. En 1805 muchos propietarios de fincas rústicas y urbanas de Aguascalientes que reconocían capitales de fundaciones piadosas tuvieron que aceptar la llamada "consolidación de vales reales", disposición venida de España para que todos los capitales de esta clase cuyos plazos estuvieren vencidos (que fueron los más) se pagasen en seguida a la hacienda real. También en este año de 1805 se vivió una nueva hambruna y la epidemia consecuente, lo que no impidió grandes festejos por la llegada de las madres de la Enseñanza que abrirían el primer colegio para niñas de la localidad.

En 1808, año de la invasión de España por Napoleón Bonaparte, Aguascalientes vivió un acontecimiento que nos muestra el estado de ánimo de parte de la población. Aquí, como en todas partes y en todos tiempos, siempre hubo diversos grupos para disputarse el control político, económico y social. A finales del siglo XVIII y aun en los primeros años del XIX estos grupos, pese a lo que se podría pensar, no estaban separados todavía entre criollos y peninsulares. Alianzas y desencuentros de otro tipo sellaban o enfrentaban a los individuos que mantenían algún coto de poder. En esos tiempos pesaban más las relaciones familiares y las lealtades regionales que los intereses económicos. Pero también en esto aparecían novedades: en 1808 encontramos un ejemplo interesante en lo que se llamó el traslado del mercado.

Vientos nuevos soplaban y los munícipes intentaban sobreponerse a la inercia de un cabildo que limitaba sus responsabilidades a la representación y a la organización de fiestas. Un fallido intento por obtener para Aguascalientes la instalación de una fábrica de tabacos no los desanimó y empezaron a idear, junto con el gremio de comerciantes, el embellecimiento de la Plaza Mayor. Planeaban colocar en su centro una columna que sirviera de pedestal a la estatua del rey Carlos IV, y demostrar así a la madre patria su fidelidad y apego. Pero antes había que desalojar de la plaza a todos los comerciantes y puesteros que diariamente instalaban allí su vendimia.

El día 1 de febrero de 1808 el alcalde ordinario, don Fernando Martínez Conde, que fungía también como subdelegado por carencia de éste, ordenó que se mudase todo el tráfico y mercado de la plaza pública a un solar de don Pablo de la Rosa que se localizaba frente al templo y monasterio de San Diego, lo que es ahora el Parián. La orden se impuso con todo rigor, los afectados no pudieron representar ante las autoridades por haber procedido de ellas el mandato, ni ante el escribano pudieron acudir para registrar su queja, porque era sabido que estaba de parte del alcalde. Decidieron los quejosos recurrir directamente a la Audiencia, olvidando la instancia que correspondía primero, que era la del intendente de Zacatecas.

Se inició así ante la Audiencia un largo proceso para saber cuál de las partes tenía razón: el alcalde y el ayuntamiento al querer mejorar la apariencia de la villa, o los comerciantes de la plaza que, habiendo pagado adelantados los derechos de plaza se les expulsaba sin escuchar sus razones. El alcalde llamó a los quejosos "revolucionarios" y señaló que "en las actuales circunstancias" provocaban excesos que alentaban al populacho a posibles desenfrenos.

En este asunto, lleno de interesantes circunstancias, resalta sobre todo el nacimiento de nuevas actitudes, de nuevos grupos que reclaman un lugar en la sociedad en que viven, que denotan el nacimiento de funcionamientos sociales de tipo moderno. Por un lado están los miembros del cabildo y el gremio de comerciantes, por el otro un nuevo grupo de comerciantes que buscan lugar en una sociedad cerrada que los cataloga como "gente de baja extracción", pese a que su posición económica es la misma de quienes los rechazan y se les niega, por este mismo motivo, su participación en el gobierno de la villa y en la diputación de comercio.

Meses después, a principios de 1813, los grupos que se enfrentaron por el traslado del mercado tuvieron que compartir asiento en el ayuntamiento, como fruto de las elecciones populares efectuadas por la aplicación de la Constitución de Cádiz en la Nueva España.


Índice generalPrevioÍndice capítuloSiguiente